viernes, 5 de abril de 2024

Atlas de la literatura latinoamericana

Con una edición de lujo, la editorial española Nórdica acaba de publicar el Atlas de la literatura latinoamericana al que elige definir como una “arquitectura inestable.”

A cargo de la coordinación de tamaña empresa estuvo Clara Obligado, la escritora argentina que detenta el título de “inventora” de los talleres literarios durante su exilio en Madrid, cuando la última dictadura la obligó a migrar. Y la que le imprimió ese carácter plural, polifónico y “trans”, al convocar a críticos y editores españoles junto a sus pares de este lado del mundo, para hablar de cincuenta autores latinoamericanos, en un cruce que -quizás por eso que “de lejos dicen que se ve más claro”- lo enriqueció.

Escritores clásicos (aquellos que siguen suscitando nuevas lecturas), junto con “secretos mejor guardados” y autoras que quedaron invisibilizadas conforman este Atlas... ilustrado a dos colores por el también argentino Agustín Comotto, que dieron como resultado este bellísimo objeto con nuevas rutas para atravesar el siempre deslumbrante territorio literario latinoamericano, y cuyos responsables hablaron con Perfil de su nueva criatura.


¿Cómo fue el proceso de selección, tanto de los autores sobre los que se iba a escribir como de los críticos?

Clara Obligado. Yo quería que hubiera un diálogo entre escritores y críticos y aquí en España hay gente muy buena haciendo literatura latinoamericana, en la universidad. Entonces me pareció importante que hubiera un diálogo de orillas también, que no todos fueran latinoamericanos porque en el fondo eso también es una forma de limitación y de frontera. Yo quería una cosa intermedia, entonces hay bastantes críticos, los que a mí me gustan, también hay gente que pertenece a otros oficios del libro o que es más joven, o sea, yo lo que no quería en ningún caso es hacer una especie de mastodonte temático. Y después, a algunos autores les pedí cosas puntuales, por ejemplo, a Martín Kohan, que hiciera a José Hernández, a Mariana Enríquez, que escribiera sobre Silvina Ocampo, a María Negroni, sobre Pizarnik, a Leila Guerriero, sobre Rodolfo Walsh, porque me parecía que tenían que estar sí o sí. Y después hubo libertad, porque quería que ellos hicieran su propio Atlas, no el mío. Lo que sí les pedí también es que no eligieran autores del boom, que fuera aquel libro que les gustaría recomendar. Y sobre todo, insistí en que hubiera mujeres, porque si no insistís, los libros se vuelven masculinos ¿no?


¿A qué se debe que la Argentina tenga tantas entradas, es un tema de corazoncito tuyo o fue una cuestión específicamente literaria? 

Yo traté de pensar más o menos la cantidad de escritores que podía tener un país. O sea, toda selección es injusta. Evidentemente yo sé más de literatura argentina que de literatura mexicana. Y después voy como acortando según el tamaño del país, con la excepción de Uruguay, que es el país más chiquito, pero con una cantidad de escritores impresionante. Uruguay es Irlanda, dice Agustín. Entonces ahí fui injusta también, pero creo que no pretendía ser justa, sinceramente. 


JOSÉ HERNÁNDEZ POR MARTÍN KOHAN

“El mundo que Martín Fierro refleja cuenta menos que el que suscita. Martín Fierro funda un pasado (es decir, una memoria) y una persistencia (es decir, una identidad). “Martín Fierro” es el nombre de la tradición. No obstante, en la década de 1910, fue así como se llamó una publicación anarquista. Y en la de 1920, fue así como se llamó la más conocida revista de vanguardia. Y en el presente, es ese el nombre que llevan los premios de la radio y la televisión argentinas. “Martín Fierro” es pues el nombre de la tradición, sí, pero de una tradición que se abre y que se expande como queriendo significarlo todo; aun, y especialmente, lo nuevo.”


El libro tiene un trabajo muy importante de rescate de autores y sobre todo, de autoras invisibilizadas, de exiliados (que es una categoría muy interesante). ¿Hasta dónde hoy las fronteras nacionales son una categoría válida para hablar de literatura latinoamericana? Porque la nueva generación de escritores, en su mayoría, viven, escriben y publican desde otros países, quizás no por causas políticas, sino por una necesidad profesional. 

Agustín Comotto

Quizás pensamos el exilio solo causado por dictaduras, pero el exilio económico es lo que está sufriendo en este momento Argentina. Aquí en Barcelona está llegando mucha gente sin ninguna idea de quedarse, simplemente porque está expulsada. Y cuando tenés países en Sudamérica que tienen una política muy clara en relación a que la cultura es algo peligroso para los intereses capitalistas, la gente tiende a irse. Es decir, la cultura argentina y latinoamericana no se entiende sin un exilio permanente de sus escritores. El boom se hizo en Europa. Todas las generaciones de ilustradores argentinos han hecho la carrera en Europa. Es decir, es un país que produce mucho pero no tiene industria.


Hoy veo una generación de escritores latinoamericanos transhumantes. ¿Qué queda del país de origen en esas escrituras? Porque, además, me parece que una literatura signada por ese quiebre tiene que ser una literatura melancólica y no veo que la nueva literatura latinoamericana tenga dosis de melancolía. ¿O sí?

C.O. Estás preguntando por la melancolía y yo pensaba en los textos de Brenda Navarro ahora, por ejemplo, la mexicana. Está escribiendo en mexicano, sobre una mujer mexicana que es una mujer de la limpieza. O sea, está tomando en cuenta el lugar que los latinoamericanos ocupan aquí, que no todos son artistas.


ROBERTO BOLAÑO POR ANDRÉS NEWMAN

“Más allá de las leyendas que emborronan sus contornos, la devoción por Bolaño tiene sólidas razones literarias. Fue capaz de sumarle carne a Borges, política a Wilcock, estructura a Parra. Ahora bien, si tuviera que destacar uno solo de sus dones, creo que eligiría la desesperación. Bolaño no contaba historias: las necesitaba. Su escritura tiene una cualidad agónica y por eso nos conmueve tanto, sin importar si habla de crímenes o enciclopedias, de sexo o metonimias.”


En el libro no están esos grandes hacedores de genealogía como Borges u Onetti. ¿Hubo una intención de no mostrar a los padres fundadores, sino a los herederos con voz propia?

C.O. Borges yo lo incluía en esta literatura que todo el mundo conoce. No hace falta incluirlo, porque además la primera palabra del Atlas es la de Borges, y está puesta en el prólogo. Y después se da un fenómeno que los grandes excluidos están nombrados por otros autores. Carlos Fuentes, ya sabemos quién es, pero Ibargüengoitia nos cuesta más saber quién es. No me parecía nada interesante replicar lo que la academia sigue haciendo. Cuando le propuse este tipo de atlas a Nórdica, yo dije, me van a mandar al diablo si saco el boom. Pero si hay algo interesante para decir es: miren todo lo que hay detrás. 


FERNANDO MOLANO POR HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

“Hay escritores que parecen destinados a quedar sepultados por el ruido. Pero, por algún milagro, su susurro se percibe y, finalmente, su voz se impone. Durante años el primer libro de Molano, agotada la primera edición, circuló en ediciones pirata. Del libro de poesía pocos conocían la existencia. Su segunda novela parecía haber nacido muerta. Pero ahora, en Colombia, su triple obra circula y se lee, y empieza a ser amada por lectores no tan secretos. En mi opinión, este escritor, joven para siempre, debería ser leído en más países de nuestra lengua.”


Con la excepción de Felisberto Hernández, que no parece tener antecedentes ni continuadores.

C.O. Felisberto es un autor que trabajo en el taller, que me fascina. Sobre él escribió un catedrático español formado en Estados Unidos con Silvia Molloy -¡mirá las vueltas!- que es especialista en Felisberto, que a su vez es el padre literario de Fernanda Trías. O sea que al quitar a los grandes monstruos se empiezan a ver otros mapas de la historia.


Agustín, vos ilustraste muchos textos de ficción en tu carrera. ¿Cómo fue tu formación literaria?

Siempre me ha interesado la literatura. Mi formación literaria tiene que ver, en un principio, con una adolescencia en donde leía ciencia ficción compulsivamente, Bradbury, Úrsula K. Le Guin, Arthur Clarke, todo Minotauro. Y la tradición de cultivar ese gran tesoro que tiene Argentina que son las librerías de segunda mano, sobre todo cuando tenés relación con los libreros. Entonces, recuerdo la librería Aguilar de Belgrano donde iba una vez por semana a hablar con la librera, una persona que adoraba los libros y me llamaba cada vez que aparecía un libro nuevo. 


MAROSA DI GIORGIO POR FERNANDA TRÍAS

“Cuando se habla de literatura uruguaya, se suele mencionar a “los raros”, ese término que el crítico Angel Rama usó para definir a un conjunto de escritores marginales que se apartaron del realismo imperante para afianzarse en una obra imaginativa y completamente personal. El lado B de la literatura uruguaya. Marosa Di Giorgio fue la reina de los raros. La “reina mariposa”, como reza su epitafio. Reina de la noche y de los cafés montevideanos, se la veía con su extravagancia de dandy y su pelo de fuego. La voz tímida encantaba a la audiencia en recitales de poesía y tertulias. Tenía un carisma de diosa sobrenatural, de novia eterna y envejecida.”


¿Cómo fue el desafío de ilustrar una poética, ya no un relato? 

A.C. Es un libro que me costó bastante en cuanto al encuentro con la idea, el concepto. Es decir, cada dibujo me producía una doble tensión, porque no estoy ilustrando al autor que se cita solamente, sino al que escribe sobre él. Entonces, traté de plasmar la cuestión sensorial que más me golpeara. Cuando me hablan del sertão, por ejemplo, no iba a leer a Guimarães entero, pero sí lo que tengo en la cabeza es cierto imaginario de lo que es un quilombo, de lo que es un gaúcho y de lo que es el sertão. Un poco traté de marcar que es más fuerte la naturaleza que el relato. Todos los personajes son devorados por esa inclemencia, ¿no? Claro que después, si me encuentro con Walsh lo dibujo de memoria. Pero, por ejemplo, en el caso del texto de Clara sobre el Inca Garcilaso, a mí me impactó mucho más el discurso de ella que el del autor, es conmovedora esa entrada. Y después, Silvina Ocampo y Mariana Enriquez. Tengo leídos libros de las dos y hay un punto en común y es que son mujeres y muy perversas. Y nada mejor que una muñeca antigua mirando a través de una cerradura, ¿no? Hay varias voces acá. La del que hablamos, el que está hablando y lo que pueda decir yo, más esta especie de bruja que tenemos por encima de todos, que es la coordinadora del libro.


C.O. Fue una colaboración maravillosa, porque la verdad es que cuando me convocaron para hacer este libro y vi el grupo, dije, ¿tres hombres y yo? estoy perdida. Esto va a ser un rollo aburridísimo. Y en mi vida he visto una colaboración más fluida. 


A.C. Y quiero aclarar otra cosa. Este libro no sería lo que es sin el diseñador gráfico, Tono Cristòfol, un gran diseñador catalán. Fijate, una cosa que me parece destacable, el biógrafo y el biografiado tienen el mismo nivel gráfico. Y esto es un acierto. Bueno, este es un libro muy complejo de diseñar porque tiene mucha información insertada con diferentes jerarquías, y no en vano tuvo premios por el diseño.


ELENA GARRO POR CAMILA PAZ

“Hace algunos años, en una librería del centro de Madrid, encontré en la mesa de novedades un libro de Elena Garro con faja que la definía así: “Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges.” Había escuchado el nombre de Elena Garro en el ámbito universitario. Leí, asombrada primero por mi desconocimiento y después por el magnetismo de su voz, Los recuerdos del porvenir, una obra que ya explora el realismo mágico cuatro años antes de la aparición de Cien años de soledad.”


¿A qué se debió la elección de esta paleta de colores, el rojo y el negro?

Fue una decisión de él, de Tono. Y no es rojo, es un color muy raro, es buscado. Irrita un poquito, es un color que le hace un poco de patinaje a la retina del ojo. Te indica que mires, que prestes atención. Los colores están concebidos de esta manera. Pensamos en que tenía que haber un color cálido, porque América es joven, no me la imagino azul, por ejemplo.


¿Podemos considerar a este Atlas un canon?

C.O. No, no. Por eso se define como arquitectura inestable. Además, yo no estoy de acuerdo con la idea de canon y menos siendo escritora mujer. Lo que dice el libro es que en el futuro habrá otros cánones. En este yo reconozco la ausencia de las voces originarias, que deberían estar, pero no fue posible porque yo no tengo esa investigación hecha y la gente que contacté tenía muchísima suspicacia porque era un proyecto que venía de España. Y no quería que fuera un capítulo aparte como se hacía con las obras de las mujeres, algo marginal. 


EL INCA GARCILASO POR CLARA OBLIGADO

“Cualquiera que viva lejos de su tierra sabe que un idioma no se reemplaza por otro, que no existe el verdadero bilingüismo donde los códigos resulten intercambiables y que la traducción, en sentido riguroso, es de alguna manera imposible. Hay una resonancia emotiva en las palabras , un sonido atrae un paisaje, ciertas experiencias no son las mismas dichas en otro idioma. Cualquiera sabe, también, si lo ha experimentado, que ese escollo conduce a la melancolía. No saber quechua, dice el Inca, imposibilita para describir aquella realidad. Y con el placer barroco del castellano y su conocimiento de la lengua materna recupera los recuerdos, imbrica su historia dentro de la gran historia.”



Diccionario de autores latinoamericanos, de César Aira


Si Borges fue, en palabras de Piglia, el lector absoluto, Aira parece no quedarse atrás. Las más de dos mil entradas de este desmesurado diccionario hoy reeditado a treinta años de su primera publicación lo confirman.

Y si el nuevo Atlas… es un trabajo de selección y colectivo, Aira nos advierte del carácter personal y doméstico de su obra que, como un aparato de lectura (esos mecanismos tan caros a su poética), se fue construyendo por acumulación y que tiene como propósito guiar a los lectores por el camino del descubrimiento de pequeños tesoros, transitado por él a lo largo de su vida.

Listas sábana de escritores en algunos casos, nombres desconocidos por la crítica especializada en todos, cada entrada exhibe un conocimiento profundo de la obra completa de su autor, aunque él insista, como en un chiste aireano, que “no tiene aspiraciones de exhaustivo ni sistemático”. 

Muchas son las diferencias entre estos dos trabajos: el Diccionario..., en su afán de no plantearse como un espacio de debate y lejos de las posturas beligerantes propias de la vanguardia, ha limitado la entrada a los escritores nacidos antes del año 1940, por lo que quedó a salvo de la ira de sus contemporáneos y en sintonía con su eterna posición distante del mundillo literario, lo que, paradójicamente, lo ubica cada vez más en un lugar central, cosa que su periódica nominación al premio Nobel así lo demuestra. Y la diferencia más evidente, la extensión, quizás nos hable, además de la voracidad lectora de su autor, de un cambio de paradigma en la lectura, donde la imagen viene imponiéndose a unos textos cada vez más reducidos. 

No es casual que Susana Zanetti sea la destinataria de su agradecimiento por el préstamo de aquellos libros que le permitieron descubrir esa cantidad impensable de autores, por ser la iniciadora en la pasión de Aira por la literatura de este continente, tanto como lo fue para sus alumnos de la universidad de Buenos Aires.


Publicado en Perfil, 31/3/24


domingo, 24 de marzo de 2024

Radiografía de los lectores independientes en Argentina

 

El martes último, se presentaron, en el Centro Cultural de España, los resultados de una encuesta sobre los lectores que año a año visitan la Feria de Editores (FED), ese evento que nació en el 2013, en FM La Tribu, gracias a la “prepotencia de trabajo” de un pequeño grupo de gente empeñada en aunar voluntades detrás de la edición independiente. Con los años fue creciendo a la par de estas mismas editoriales que se convirtieron en uno de los espacios de mayor vitalidad cultural, no sólo en Buenos Aires, sino en todas las provincias, donde viene creciendo el mismo fenómeno: pequeñas y medianas editoriales con lo mejor de la producción regional y ferias del libro en casi todo el país.

Pero, volviendo a la FED, diez años después, 22.000 personas la recorrieron durante cuatro días, en el Complejo Art Media, y hoy podemos conocer los resultados de un estudio hecho sobre 367 encuestas a los asistentes: la quinta edición de la Encuesta al Público, realizada por el Centro de Estudios y Políticas del Libro de la UNSAM a pedido de los organizadores de la Feria.

Los resultados, bastante sorprendentes en algunos aspectos, hablan de un espacio que posibilita el encuentro entre lectores conocedores del catálogo de sus editoriales preferidas con los propios editores, lo que afianza un vínculo que se fortalece año tras año, imposible de lograr con los grandes sellos. Entre las más nombradas en las preferencias del público están Caja Negra (con su perfil anarco-futurista), Godot (cuyo director, Víctor Malumián, es el factótum de este evento) y Eterna Cadencia (cuya librería resulta un faro para la movida cultural, con sus charlas, presentaciones y cursos en sus coquetas instalaciones palermitanas). Le siguen de cerca Chai (con un catálogo exquisito que se impuso en las preferencias del público, al igual que Fiordo), Mansalva, Entropía, Blatt & Ríos, Siglo XXI y Anagrama.

            El descubrimiento de autores nuevos o raros, la confianza en la seriedad de los proyectos y la valoración del arte de tapa (y por lo tanto, del objeto libro) son algunos de los motivos que esgrimen los encuestados en la elección de estos sellos.

            Entre los autores más nombrados, la mayoría son autoras y argentinas: Mariana Enríquez, Samanta Schweblin y Camila Sosa Villada lideran el ranking y tanto unos como otras, contemporáneos.

            Si en décadas anteriores, los periódicos y sus suplementos culturales, junto con las revistas literarias, marcaban el pulso de lo que había que leer (y los debates podían tener la virulencia de las disputas políticas) hoy no tienen, según esta encuesta, prácticamente incidencia en estos lectores. Son las redes sociales, podcast (casi la mitad de los encuestados dice escucharlos), influencers (¡horror!) y todo el aparato de difusión digital el que marca el rumbo. Pero el boca a boca (sobre todo, del librero de confianza) sigue teniendo una importancia central en la elección de un nuevo libro.

            En cuanto al público de la FED, la mitad de los encuestados la visitaba por primera vez. Si bien cuenta con un público habitué, esto habla de un crecimiento sostenido y de una proyección más que prometedora, en un contexto de mucha oferta, en la ciudad de Buenos Aires y alrededores, de ferias del libro de la más variada temática.

            Pero el dato interesante es que un tercio de los encuestados afirman haber ido a la FED a comprar, por lo que este espacio, además de haberse convertido en un lugar de socialización muy activo dentro del campo editorial, aunque no el único, se perfila como un foco de actividad comercial importante.

            En cuanto a la composición demográfica del público, el informe nos dice que el 58% son mujeres (nada diferente a lo que ocurría en siglos anteriores) y el mayor porcentaje pertenece a los sub-45. La mayoría proviene de CABA, 62% y un 13% del gran Buenos Aires.

            Son los sectores medios los que nutren este espacio, aquellos para los que la educación y la cultura son una prioridad, de hecho, el 95% tiene estudios superiores. La mitad dice trabajar en relación de dependencia y alquila su vivienda, mientras que el 37% tiene vivienda propia y (atención a este dato) el 77% no tiene hijos, uno de los mayores impedimentos a la hora de la lectura.

            Los datos de consumo cultural muestran un universo muy diferente al de la Feria del Libro, más parecido a la sociedad en general, en cuanto a hábitos de lectura y cantidad de libros leídos en el año, cuya media, en la FED, es de 10 a 20 libros. Veremos, si este año, tanto entusiasmo por la lectura logra resistir a los planes estatales de ajuste.

Publicado en diario Perfil, 23/3/24

domingo, 17 de marzo de 2024

Blanca y radiante

La Niña de Oro

            Debajo de la superficie de las cosas ningún hombre puede acceder a su verdadera naturaleza, nos dice Chesterton desde el epígrafe con el que se abre esta novela policial, contradiciendo la máxima aceptada por muchos de que la solución más simple es la que más se acerca a la verdad. Y serán estas dos posiciones, la primera, asumida por la protagonista, la secretaria de la Fiscalía, y la segunda, por el subinspector de la policía, las que confrontarán a lo largo de la novela.

            El asesinato de un ignoto profesor de biología con algunas cosas que ocultar, cometido a finales del siglo pasado, abre el abanico de unas posibilidades tan descabelladas como siniestras y de unos personajes salidos del mejor grotesco argentino: un taxi boy albino (Copito, el centro alrededor del cual gira todo el drama), un adolescente regordete con un corte de pelo que atrasa varios siglos, una prostituta enana y hasta un brujo africano y sus secuaces, conforman una galería de monstruos circenses que, el trío de malabaristas deslumbrantes con los que se encuentra la protagonista todas las veces, lo refuerza.

            Un juego inventado por ella y su padre durante su infancia, el del hallazgo de dos o tres coincidencias sobre un mismo tema, las “duquesas” y “tricotas”, guían, como miguitas desperdigadas a lo largo del relato, la lectura de una investigación que se bifurca porque, ya entendimos, nada es lo que parece. Y si uno de los fundamentos del arte para Borges, el azar, los ecos y resonancias, dominan este relato, es en la literatura como juego y disparate donde podemos encontrar a César Aira, cuando una noticia policial desopilante ocurrida en Coronel Pringles y reproducida por Crónica TV, demuestra que el grotesco es nuestra marca en el orillo.

            Como buen “renacentista depravado” como define Alan Pauls a este autor, exhibe una gran capacidad para el cambio de registro, pasando del lunfardo a las citas clásicas y juega con ese borde donde los chistes se tocan con la incorrección, cuando el habla de los años 90 la invisibilizaba, y utiliza una cantidad de giros propios (“le dieron para que tenga”) que, suponemos, haría de la traducción de este texto una misión imposible.

            Como Borges, construye todo un sistema de nominación que, en su caso, resulta su reverso: los Carrucci, Bertolotto, Milpena y Paniagua pueblan (nunca mejor dicho) el relato, contra la figura del padre de la protagonista, Francisco Rey, un caballero refinado y sensible que forma, junto con su hija, una pareja literaria entrañable.

            Toda clase de libros circulan por este texto: libros raros, ediciones antiguas, policiales del Séptimo Círculo pero, contra la idea del “policial erudito”, es la realidad política la que sostiene su intrincada trama. El nombre del joven albino, “Copito”, los siete cuadernos Gloria encontrados en la casa del profesor asesinado y los huesos diseminados por la ciudad nos hablan de una historia de intento de magnicidio e impunidad, de corrupción y violencia estatal, del que nuestro país es una fuente inagotable.

Publicado en diario Perfil, 17/3/2024

           

domingo, 3 de marzo de 2024

Vuelta encontrada y la entrevista a Juan Bautista Duizeide

Leemos en los datos biográficos del autor que después de egresar del Liceo Naval, y como piloto de ultramar, navegó por los océanos Atlántico y Pacífico, los mares Báltico y del Norte y que estuvo a punto de naufragar cerca de las costas de Tierra del Fuego.

Su formación como marino marcó su vida (y su supervivencia) y más tarde su obra narrativa, en la que se destacó, como en esta novela, en aquellos relatos de oficios donde se describen morosa y amorosamente los pequeños y grandes trabajos que se ejecutan con mucha precisión y a lo largo de una vida, el saber sobre ellos, sus herramientas y objetos, algunos de una belleza perfecta, junto con el uso de un léxico específico.

Compiló varias antologías dedicadas a los relatos de mar y como periodista cultural, publicó trabajos críticos sobre la obra de Haroldo Conti, entre otros.

A propósito de la publicación de su última novela, Vuelta encontrada, por la editorial Leteo, conversó con La gaceta literaria sobre sus dos grandes pasiones: el mar y sus personajes entrañables.

 

- En los comienzos de la novela, el protagonista, el capitán Gonzaga, es apresado luego del naufragio de su barco, en las costas de Mar del Plata, en el año 1976. ¿Qué relación tuvo la marina mercante con la dictadura?

Ahora que repaso lo sucedido con el capitán, noto que tal vez pueda funcionar como una metáfora de lo que sucedió con la marina mercante argentina. En rigor, no fue víctima de la política económica de la dictadura, ya que muchos militares tenían negociados en torno a la industria naval y la propia marina mercante. Además, la política vaciadora comenzó en verdad un poco antes, fue un diseño de Ricardo Zinn, funcionario del ministerio de economía de Isabel Perón. Las políticas que él diseñó fueron coronadas por el menemismo y, en lo fundamental, continúan intocadas por los gobiernos democráticos en cuatro décadas. La Argentina perdió a causa de ellas una flota de ultramar que disponía de poco más de ciento cincuenta buques de carga que cubrían todas las rutas del mundo. Perdió su industria naval, perdió el control de sus puertos y perdió miles de puestos de trabajo. El saldo es catastrófico.

 

- ¿En quién te inspiraste para componer a este personaje, un viejo lobo de mar que a la vez es un héroe trágico, ultrarreflexivo? De él se dice que “no observa, sino que contempla”.

A mí me parece que tiene mucho de algunos capitanes con los que navegué, así como de mis capitanes favoritos de la literatura, también de algunos personajes del cine y la historieta. Algo debe tener del capitán Ahab, de Moby Dick, y del obcecado capitán Mc Whirr de Tifón, mi novela favorita de Conrad. También de Maqroll el Gaviero, protagonista de una saga de novelas de Álvaro Mutis; y del Corto Maltés. Algo de la mirada del capitán Jack Aubrey interpretado por Russell Crowe en la película Master and commander, de Peter Weir. Y por supuesto, de esos marinos casi filósofos de los cuentos de Hugo Foguet, a cuya memoria el libro está dedicado, junto a su compañera, la querida poeta Inés Araoz. Estoy convencidísimo de que en tal sentido Vuelta encontrada es autobiográfico: por la negativa. Aunque tampoco Gonzaga se realiza: es un romántico.

 

- Existe una larga tradición universal de literatura de marinos, ¿te considerás un escritor en esa línea, “atado al mástil de la lapicera”?

Sí y no. Me dediqué a navegar profesionalmente porque había leído ciertos libros; por navegar profesionalmente empecé a leer de otra manera esos mismos libros; y por navegar, supongo, escribo de ciertas maneras, merodeo ciertos asuntos, me intereso por algunos temas y no por otros. He escrito acerca de las representaciones del mar en la cultura argentina, y las he comparado con las de la cultura anglosajona, además. Pero la mayoría de las lecturas que me han interesado y me interesan no tienen que ver con el mar. Por ejemplo, fue para mí fundamental para este libro Matsuo Basho. Más allá de que se pueda leer como novela, su forma es la del haibun: combinación de prosas líricas narrativas referidas a viajes, más haikus.

 

-Yo inscribiría esta novela dentro del subgénero de los relatos de oficios. ¿Vos cómo la definirías?

            A mí me interesan los trabajos en la ficción tanto como los trabajos de la ficción. Su vocabulario, sus gestos, sus climas suelen andar por lo que escribo, así como las reflexiones o las preguntas relativas al lenguaje. Yo, a diferencia de un escritor como Haroldo Conti, que se interesaba en todos estos oficios terrestres sin perder a la vez su carácter de escritor religioso, me siento más vale con una inclinación mística: la búsqueda, las preguntas, no —por desgracia— las respuestas, el hallazgo, la fe.

 

- El oficio de marino, que uno podría pensar, es pura acción, pura experiencia, genera en estos personajes una cantidad de preguntas del orden la metafísica. ¿Esto fue una necesidad de la propia novela?

Quizás no llegue a darse cuenta la mayoría de los navegantes que, sin embargo, navegar es en buena parte lenguaje. En cualquier escuela profesional de navegación, el aprendizaje de nomenclatura marinera es una materia que puede abarcar todo el primer ciclo lectivo. Y ni siquiera ahí termina el aprendizaje: hay que aprender el lenguaje de las cartas náuticas, de las cartas meteorológicas, lenguaje legal y comercial, inglés técnico marítimo, etc. El uso de esos lenguajes puede hacer que alguien se interrogue acerca de los lenguajes en general, que reflexione acerca de sus posibilidades y de sus imposibilidades. Fue mi caso. Y esa reflexión, sumada a entornos que fácilmente suscitan estados de conciencia inhabituales, extremos, sumada también a situaciones de peligro en los que la fragilidad humana pasa a primerísimo plano, pueden llevar a meditar acerca del ser, de la trascendencia, de las razones o sinrazones de nuestra estadía fugaz en este planeta llamado Tierra, aunque debiera llamarse agua.

 

- ¿Cuál es la vuelta encontrada del título, representada en la tapa por el símbolo del infinito?

La expresión “vuelta encontrada” tiene en el registro náutico un significado preciso: designa la circunstancia en la que dos embarcaciones próximas entre sí navegan a rumbos opuestos. Entraña cierto peligro. Valga entonces como metáfora. Pero me gusta además su musicalidad. Y recuerda incluso el título de un libro de Juan José Saer, La vuelta completa. Aludir a él es para mí aludir a una manera de operar con la escritura: un trabajo de la prosa cada vez más cercano a la poesía, sin abandonar completamente la narratividad. Vuelta encontrada intenta designar también ese loop de la memoria que es el libro para mí, una larga introspección del protagonista en su agonía, recordando hacia atrás, hacia el mito, hacia el silencio o hacia las palabras dadas vuelta sobre sí mismas. El protagonista viaja por su memoria como yo viajo por mi memoria escritural.

Publicado en La gaceta literaria, 3/3/24

domingo, 18 de febrero de 2024

Él habla en el silencio

 Entrevista a Guille Félix

Una vez más, una editorial independiente, Blatt & Ríos, publica la primera novela de un joven escritor, Guille Félix, Él habla en el silencio, apostando por una voz nueva para un tema que no tiene antecedentes en nuestra literatura como es la vida dentro de un seminario católico.

Lo que podría ser un relato bien pensante, pleno de denuncias y estereotipos, resulta una historia no exenta de ternura y dolor, con personajes decididos a vivir su fe de una manera bastante poco canónica.

Bajo el paraguas de la vocación religiosa, aparece el gran tema de la vocación sin más, ese “llamado de los dioses” que tantas veces se hace desear, que desvela a muchos jóvenes a la hora de decidir su propio destino y que, junto con los secretos y las vacilaciones, así como con los lazos que se van armando en esta comunidad de varones jóvenes, construye un clima cargado de deseo y de pasión religiosa.

Tiempo argentino conversó con su autor quien, después de escribir obras de teatro y guiones, luego de diez años, logró ficcionalizar su propia experiencia dentro de un seminario.

 

¿Vos estudiaste teología, no es así?

Yo estudié teología en la UCA y después en el seminario mismo, en Campana, donde estuve tres años, en mis veintes, pero no seguí la carrera eclesiástica. Ahí conocí este mundo. Tardé diez años en terminar de escribir la novela. Estando en el seminario empecé a escribir algo, pero no quedó nada de eso porque no encontraba la forma de contarlo. Hasta que un día, en un taller, empecé a escribirlo y salió la novela. Para mí, fue un gran desafío, el de acercarle a la gente que no tenía idea de lo que es el mundo de la Iglesia ciertos conceptos, un tipo de vocabulario, toda una cosmovisión. Y, por otro lado, una de las cosas que más me costó trabajar era el tono y la relación con la Iglesia, porque yo no quería que fuese una crítica cruda y tampoco quería que fuese totalmente liviana, digamos. Entonces tenía que encontrar ese término medio.

 

Vos escribís teatro y guiones, incluso dirigiste cine. Sin embargo, esta historia es absolutamente literaria.  

Pensé que ibas a decir lo contrario, pero está bueno, no lo había pensado. Está bueno porque en realidad a mí, por dedicarme al teatro y al cine, a veces me es difícil decidir qué formato va a tener la historia que quiero contar. Y yo la pensé como una película o como una obra de teatro, pero después dije, bueno, capaz de la novela pueden surgir otras cosas.

 

Creo que es particularmente literaria, con toda la cuestión de lo dicho y lo no dicho, el secreto y los silencios.

Sí. Un poco también era un desafío y era un juego mío. Porque yo soy un poco pacato también. Entonces había cosas que yo no sabía cómo contarlas o no quería contarlas. Entonces jugué un poco con el silencio. Hay un montón de temas que no se hablan en la novela, que están mostrados. El tema de la homosexualidad, el tema de la vocación.

 

¿Qué te propusiste contar con esta vida de seminaristas a la que no le encuentro antecedentes en la literatura argentina?

Yo, la verdad, soy muy de buscar referencias y me costó un montón encontrarlas, fue prácticamente imposible. Una que encontré es Las Relaciones Particulares, que es una novela francesa. De hecho, me gustaba mucho ese título, pero ya estaba tomado. Y aparte, me parece que no son muchos los ambientes en los que un grupo de adultos conviven. No sé, Gran Hermano puede ser o en el ejército, pero no hay tantas referencias de grupos de adultos que vivan juntos de esa manera. Y eso genera ciertas relaciones particulares entre los involucrados que es un poco lo que yo quería mostrar. Cómo esas relaciones se van transformando en otro tipo de relaciones, dejan de ser una amistad. Ellos se llaman hermanos entre ellos, pero no son hermanos. No son amigos, son compañeros, pero son un poco más que compañeros. Así que hay una cantidad de vínculos que se van armando, están los más grandes que ayudan a los más chicos, están los “engominados”.

 

¡Los “engominados”!

A mí me gustan mucho. De hecho, es lo que más llama la atención. Pero no tienen voz, no tienen nombre, son un colectivo. Y el tema del nombre es algo importante, todos los personajes principales tienen nombre menos el protagonista. Y yo quería jugar con la cuestión de los nombres, porque me parecía que es algo casi bíblico: yo te nombré antes de que nacieras.

 

¿Quiénes son estos personajes?

Bueno, los engominados, para mí, pertenecen a un grupo conservador.

 

¿El Opus Dei?

No necesariamente. Hay otros grupos así y ellos están como huérfanos, esta es la idea que yo tenía. Son huérfanos porque su mentor, el fundador de la congregación está preso por abusos. Esto no está en la novela, estaba en un capítulo, pero después lo terminé sacando porque era mucha explicación. Y aparte porque me gustaba más esta cosa del misterio. Entonces ellos terminan disgregados y un grupo de cinco llega a este lugar donde están. Pero sí, es como una congregación conservadora. No es ninguna en particular y es todas a la vez.

 

El seminario (y la novela) empieza con el protagonista en un retiro de silencio. “El ruido no hace bien. El bien no hace ruido” lee y yo pensaba en ese rumrum en la cabeza que padecemos los neuróticos. Más allá de la experiencia religiosa ¿a qué le da paso el silencio? ¿Hay lugar hoy para el silencio?

A mí el silencio me pone nervioso. Para mí tiene mucho que ver con la soledad, un tema que me interesa tratar, tanto el silencio como la soledad. Para mí tiene que ver con el estar solo, pero no como algo malo, sino la soledad como un estado. Es muy difícil estar en un silencio total hoy. Meditando quizás uno puede llegar a estar en ese estado. Yo nunca lo logré, la verdad. Y de hecho creo que el protagonista tampoco. A él le cuesta mucho rezar, por ejemplo, porque no puede estar en silencio.

 

Son muchos los misterios o los secretos que puede haber intramuros y esta novela no es la excepción, pero para mí el misterio central es el de la vocación, una experiencia personal e intransferible. ¿Qué clase de vocación es la vocación religiosa?

Yo creo que es un llamado mucho más intenso, porque requiere vivir una vida de entrega. Yo mismo, cuando creí que Dios me llamaba a ser sacerdote, sentía que todo lo que hacía -porque yo tenía actividades, hacía muchas cosas- no era suficiente. Que nada era suficiente. Que yo tenía que entregarme al cien por ciento.

 

Algo así como entrar en un grupo guerrillero.

Bueno, de hecho, los “engominados” pertenecen a un grupo que se llama la Milicia. Tiene que ver con eso, con ser soldados de Dios. Y bueno, en ese momento a mí me pasó eso de sentir que yo necesitaba más, que necesitaba estar un cien por ciento.

 

No hay en la novela una gran separación entre la vida apartada de los clérigos y la vida civil. ¿Son tan diferentes estos mundos, hay sincretismo o es la Biblia junto al calefón?

Bueno, un poco mi objetivo era ese, mostrar la conexión entre los dos mundos, que capaz desde afuera se ve como la Biblia y el calefón, como algo totalmente opuesto o contradictorio. Pero quería mostrar también esa conexión hasta en los consumos culturales de los seminaristas. Porque, incluso a mí me llamó la atención en ese momento, porque mucho de eso surge de mi propia experiencia. La verdad es que cuando yo entré al seminario pensaba que era, bueno, como los “engominados”, una cosa seria. Y ahí adentro me di cuenta de que no, que veíamos películas, que escuchábamos música, que estábamos como muy cerca del mundo. A veces se critica el mundo ¿no? Incluso mismo en la novela. Como que el mundo es una cosa y ellos son otra. Pero la verdad es que es imposible separarlos.

 

Contra lo que podría esperarse, no hay sexo, pero sí mucho erotismo. Y si hay algo que aprendimos con Bataille, es que en la base de la experiencia religiosa está el erotismo. ¿Tuviste presente a este autor a la hora de escribir la novela?

La verdad que no. La realidad es mucho más práctica: a mí no me gustan las escenas de sexo. Me cuesta muchísimo escribirlas, son muy difíciles. Son muy difíciles de leer también. Entonces, de hecho, en un momento pensé en agregar una y estuve leyendo y buscando la manera de contarlo y la verdad es que me resultó muy difícil. Tampoco hay ningún indicio de que ellos tengan una relación, no hay certeza de eso, aunque uno podría imaginarlo.

 

Lo que hay en la novela es un rechazo hacia las mujeres. O están muy desdibujadas o son personajes negativos. ¿La mujer es el otro absoluto para este colectivo?

Yo creo que sí. De hecho, el personaje dice que sus compañeros son misóginos. Cuando hablan de las monjas, las monjas son menos para ellos, menos que una mujer. Son menos que ellos, están a su servicio. También fue algo difícil porque yo quería mostrar esa misoginia sin que la novela fuera misógina. Los personajes lo son y la Iglesia también lo es en cierto sentido.

 

Es muy interesante cómo se expresa la propia subjetividad, la cuestión de los gustos personales, los consumos culturales, que van en contra de cualquier estereotipo. ¿Eso es algo que te propusiste?

Sí. Yo quería mostrar otro aspecto de la Iglesia, quería hablar sobre el sacerdocio, sobre la fe, que muchas veces está puesta en duda. Del protagonista no se sabe qué tanta fe tiene, quizá no le falta fe, lo que le falta es vocación de estudio, vocación en general, más bien, parece un adolescente cualquiera.

 

¿Estamos solos frente a las elecciones o es algo que está dentro de un marco social? Porque elegir la carrera religiosa es una cosa bastante transgresora frente al mandato social de formar una familia, por ejemplo.

Sí, hay algo de transgresión ahí, de diferenciación. Esto que decimos de querer estar separados del mundo es querer demostrar algo también. Algo del orden de la superioridad ¿no? Se dice que cuando un cura camina por la calle es testimonio de la Iglesia.

 

¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo?

Estoy trabajando en una novela. Muchos me dicen que haga la secuela de El habla en el silencio, pero no creo que pase, por lo menos por ahora. Pero sí, estoy trabajando en una obra de teatro y en una novela. Bueno, en realidad yo tengo la idea de hacer una trilogía que hable sobre la Iglesia. Sería una novela sobre un seminarista, que es ésta, un libro de cuentos sobre diferentes personas viviendo su fe de diferentes maneras y una novela que… pero todavía no puedo decir nada.

 

 

Él habla en el silencio

 

Lejos de los relatos perturbadores o asfixiantes de los conventos (hay toda una zona del gótico que tiene como escenario las mazmorras y las escenas de tortura) esta novela tiene la frescura y la inocencia de ciertos relatos estudiantiles.

El protagonista, que ingresa en un mundo al que cree autónomo respecto de su vida familiar, rápidamente descubre que sus “hermanos” viven una suerte de Juvenilia que los acerca a sus congéneres varones, donde conviven las películas de Hollywood con las noches de póker y alcohol. Donde el edificio parroquial alberga un salón para fiestas de 15, el empacho se cura con el viejo método de la cinta o los grupos de seminaristas de otras zonas del país tienen muchas más similitudes con las tribus urbanas de lo que podría pensarse.

Y como todo colectivo de varones, donde la defensa de la identidad está muy presente, el rechazo a las mujeres se hace evidente, aunque la novela logra sortearlo con mucha habilidad, tanto como el juego entre la experiencia erótica y la experiencia religiosa, que se expresa a través del aliento, que no es otra cosa que la voz, ya que el protagonista está siempre esperando que Dios le hable, en una zona de ambigüedad que une la voz de Dios con el aliento a alcohol de sus hermanos.

Pero no sólo el Padre le resulta distante: su propio padre también. Si el primero “habla en el silencio”, el otro no comprende su elección, lo que lo deja muy solo y que él irá aprendiendo con mucho dolor. Algo que cualquiera que haya atravesado ese desierto que es la entrada en la juventud, conoce muy bien.

Publicado en Tiempo argentino, 18/2/24

sábado, 17 de febrero de 2024

La interlengua

La protagonista de esta novela, nacida en Francia de padres argentinos exiliados desde el año 75, vive en Buenos Aires, ciudad a la que llegó hace una década y que, por motivos poco claros para ella misma, nunca abandonó. En un curso de italiano con alumnos ansiosos por abandonar su país de origen para encontrar en Europa un futuro mejor, descubre que aprender una lengua es, inevitablemente, errar, y en el doble sentido de ese verbo se cifra parte de su historia.

El aprendizaje de ese nuevo idioma la lleva a emprender un viaje por el territorio de las lenguas romances -castellano, italiano y francés- para intentar descifrar el interrogante de cuál es su lengua materna, si el español de sus padres o el francés de su país natal, o ambas, mientras se pregunta cómo entender a una madre con la que no se comparte la lengua materna. Una flecha dirigida al cuerpo materno que, en su caso, empezó con el doble desarraigo. Si el idioma, dirá, es como el cuerpo, es en el corazón donde tiene su lugar, y la definición de “lenguas romances” lo expresa hermosamente.

Y es la experiencia de lo trans (ese movimiento que se desmarca del origen tanto como del destino) la que la enfrenta a la paradoja de añorar lo que nunca vivió, aquello que los franceses llaman bled, la nostalgia por el país de origen de los padres, ese paraíso perdido que la hace llorar con cada gol de la Scaloneta o con el sonido de los bombos en una manifestación. Pero también la enfrenta al abismo de perder “la casa de la lengua”, aunque fuera ella “la que se cortó sola la lengua.”

Vivir en esa interlengua será, desde su experiencia como extranjera, quedar desnuda frente a desconocidos, en ese momento en que el lenguaje todavía es pura denotación, y descubre en aquellas expresiones intraducibles que la dejan a mitad de camino entre un idioma y otro, como un Dr. Jekyll, la experiencia del desdoblamiento, un lugar que a la vez le permite captar en los sonidos propios de cada lengua, el carácter que le imprime a sus hablantes (como la belleza del sonido “ch” y de las palabras que lo contienen) o en la falta de ciertas palabras, los límites para expresar determinados sentimientos.

La Final Francia-Argentina termina por alejarla de un novio cada vez más distante y de la pertenencia a una identidad blindada por el triunfo. “No vi venir este final”, dice, refiriéndose no sólo al partido y a su pareja, sino al intento de horadar ese sentimiento de doble extranjería que la hace naufragar en el vacío.


Publicado en La gaceta literaria, 11/2/24

Desolación

            Con un título abrumador y un diseño de tapa que lo refleja, en el que una enorme piedra pende sobre un campo vacío bajo un cielo amenazante, esta nouvelle de la consagrada escritora australiana Julia Leigh, deviene una cachetada a la sensibilidad del lector con la delicada condensación de la mejor poesía.

            Una mujer llega desde Australia con sus dos hijos pequeños y su brazo derecho en cabestrillo a la señorial casona paterna en la campiña francesa, después de largos años de ausencia, al mismo tiempo que su hermano y su cuñada llegan del hospital con su bebé muerta recién nacida. La mujer, que así se la nombra a lo largo del relato, ha entrado en la casa por una pequeña puerta lateral alentando a su hijo de 9 años a romperla a topetazos, y esa distancia con el dolor filial es la que permite aflorar los detalles con los que se va rearmando una historia familiar minada de pequeñas y grandes tragedias.

            Con diálogos mínimos y frases apenas enunciadas, la narración va exhibiendo las marcas de la desolación, como la que impide a los dolientes padres enterrar a su hija o la que impulsa a los hijos de la mujer a escapar en un bote del horror que anida en la casa de su abuela y de ese paradisíaco jardín plagado de flores como un gran cementerio. Y con escenas cinematográficas de una gran potencia, encuadra las imágenes con las que arma el rompecabezas de lo siniestro, aquello del orden de lo familiar que no debía ser mostrado, cuando lo íntimo se torna extraño y lo extraño se vuelve familiar.

            Y es la mirada infantil la que desautomatiza lo que el sentido común opaca, revelando, a través de sus grietas, la verdad que anida en los secretos familiares y en las provocaciones, todo lo que no debía ser dicho. Y que exhibe el artificio que encierra aquello que la costumbre naturaliza, como la maternidad, que lleva a la parturienta a portar a su hija muerta, el “bulto”, como una muñeca con la que jugar a ser mamá o a la mujer, a descubrir con asombro en los movimientos de su mano izquierda, una gestualidad nueva y en ella, todo lo que el hábito esconde. Quizás, una teoría de la literatura para esta notable escritora en la que resuenan los principios del extrañamiento de los formalistas rusos.

Un relato extremo y bestial en el mejor de los sentidos que, entre muchas cosas, es un pequeño tratado sobre el perdón y la compasión, cuando una frase de cortesía dicha al pasar, désolé, “lo siento”, lejos del estereotipo, en este texto, cobra un sentido profundo.

Publicado en La gaceta literaria, 11/2/24