domingo, 27 de noviembre de 2016

Entrevista a Jenny Erpenbeck



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Con una prosa de una exquisitez notable, esta autora nacida en Alemania oriental narra la historia de tres generaciones de mujeres de una familia judía en su desplazamiento por el territorio que formaba el imperio austrohúngaro, desde los años previos a la revolución rusa hasta la caída del muro de Berlín. Frente al horizonte de la muerte individual y colectiva, y contra la idea de que una vida puede ser contada linealmente, imagina para la protagonista distintas vidas posibles según el momento en que sobrevenga su muerte. Y con estos hilos reconstruye la historia del siglo que Hobsbawn definió como corto y que este texto logra convertir, en cada uno de sus párrafos separados y yuxtapuestos, en piezas de orfebrería.
¿Cómo fue que eligió contar las vidas posibles de un mismo personaje para entramarlas en la historia europea del siglo pasado? “El punto de partida fue mi profunda tristeza después de perder a mi madre, es decir, algo muy privado. Me preguntaba cómo se produce ese paso de un instante en una vida a un llamado “último instante”. Cuando comencé el libro mi idea era hacer un corte abrupto en la misma vida a través de esas cinco muertes que cuento y volver a mirar de nuevo al personaje principal en ese instante en que aparece la muerte… y de repente se está en medio de la historia del último siglo. Y es que si se quiere evaluar una vida es impensable hacerlo sin observar las circunstancias generales que formaban parte de la existencia de las personas en cada época.”
En este entramado hay dos textos que son tutelares: la Biblia y Goethe. ¿Un homenaje a la tradición judío-alemana? “Para mí las obras completas de Goethe son ante todo un requisito en el sentido de que son el tesoro intelectual de la burguesía judía formada, que en la transición del siglo XIX al XX se entendía de forma completamente natural, como “alemana”. Por otro lado, el Viejo Testamento es el nexo entre la religión cristiana y la judía. También fue un auténtico descubrimiento la lectura de los escritos talmúdicos. Además, me marcó el amor por el idioma que se desprende de la traducción de Lutero, hay pocas cosas más hermosas.”
En cuanto a la estructura de la novela -escenas yuxtapuestas, diálogos mínimos integrados al cuerpo del texto, descripciones concentradas de lo brutal- ¿reconoce algún escritor/a con el que se pueda identificar? “Admiro a muchos escritores, como Heiner Müller o Georg Büchner. Pero escribir es un camino individual, no podría imaginarlo de otra manera. Escribir es una especie de traducción de mente a mente, de emoción a emoción. Esto por supuesto sólo funciona describiendo con la mayor precisión posible las cosas que lo movilizan a uno.”
El límite, la frontera parecieran ser el gran tema en este texto. La muerte como el horizonte contra el cual la narración se despliega. Pensaba en el muro de Berlín, o en esa división irreconciliable que fue la guerra fría. “El que yo escriba seguramente tiene que ver con la caída del muro, con el repentino e inesperado levantamiento de la frontera mediante la cual todo lo que conocíamos del lado Este de ese muro fue transformado. Y, por supuesto, la muerte es la frontera más radical: la frontera con aquello que no conocemos. Sólo en las fronteras puede haber cruces al otro lado, transformaciones, es decir, evolución. Si se mira hacia Europa y cómo está intentando en este momento defender sus fronteras de los refugiados, se ve que en última instancia una frontera es siempre un lugar en el que incluso se acepta la muerte de “los otros” para mantener en pie la supuesta propia identidad.”
Las preguntas que cierran cada uno de los segmentos ¿fueron su disparador o surgieron en forma posterior a su escritura? “Fíjese, usted dice cierran. Pero también se podría decir que funcionan como introducción al próximo capítulo. Cada uno de estos intermezzi es final e inicio a la vez, es decir, en el fondo, nada muy distinto a una frontera. Pero las preguntas que planteo en esos pasajes son el texto. ¿Qué pasaría si…? No escribiría si no existieran cosas que no entiendo, sobre las que no tengo ninguna respuesta.”
¿Cuánto de su experiencia familiar está volcado en el capítulo sobre la URSS? “Del lado de mi padre, mis abuelos formaron parte del Partido Comunista desde los años 20. La noche después de que Hitler asumiera el poder migraron a Praga y luego a Moscú. Mi padre nació allí. Recién mucho después comprendí cuán difícil era la situación de los comunistas en la Unión Soviética bajo Stalin. Después del pacto con Hitler, Stalin entregó comunistas a los nazis y puso en marcha una maquinaria para meter en campamentos o fusilar a su propia gente. A pesar de que mis abuelos lograron sobrevivir gracias a que tuvieron mucha suerte, fue una situación difícil para ellos, divididos entre la lealtad hacia la idea por un lado y su experiencia personal por el otro.”
La novela termina con la caída del muro. ¿Cuánto de esa percepción extrañada por lo abrupto de los cambios se percibe hoy en la literatura alemana? “La novela termina a mediados de los ’90, pero es verdad, la experiencia de cuán rápido puede desaparecer un Estado en el que uno se crió y que se consideraba imposible de derribar modifica muchas percepciones. El país que conocíamos no existe más y el país en el que vivimos ya no es el de nuestra infancia. Podemos leer en nuestra propia biografía que las cosas están en movimiento. El precio de comprender esto es la sensación de estar para siempre “afuera”. Pero para escribir no hay mejor punto de partida.

Publicado en diario Perfil, 27/11/2016


lunes, 14 de noviembre de 2016

Calidad para grandes y chicos

Entrevista a Catarina Sobral

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Nació en Coimbra, Portugal y es una de las invitadas internacionales del Filbita. Es autora de libros infantiles que ella misma ilustra explorando diferentes técnicas y utilizando una paleta limitada de colores e imágenes bidimensionales muy bien integradas al texto. Publicó diez libros traducidos a once lenguas. Su trabajo fue premiado por la Feria del Libro Infantil de Boloña y recibió varios premios y distinciones en publicaciones como el catálogo White Ravens.
En nuestro país, la editorial Limonero (un sello independiente dedicado a publicar bellísimos libros ilustrados), editó dos de sus libros más conocidos: achimpa y Mi abuelo, que hoy viene a presentar.

Te formaste en diseño e ilustración. ¿La llegada a la literatura infantil fue algo natural o algo elegido entre otras opciones? “Fue una elección, porque cuando estaba estudiando ya tenía la idea de hacer una maestría en ilustración. Y cuando trabajaba en diseño gráfico lo que más me interesaba era el diseño editorial. Tal vez fue por eso, porque lo que más me gustaba era trabajar con libros y hay muchos más libros ilustrados para niños que para adultos.”
Y achimpa es la historia de una palabra en desuso encontrada en un diccionario apolillado en los estantes de una biblioteca, por dos investigadores que discuten qué clase de palabra es. Rápidamente la palabra sale de su encierro y comienza a circular “de boca en boca” por las casas, los barrios, hasta llegar al discurso del presidente en el Parlamento. Lo cómico es que nadie se pregunta qué significa sino qué función tiene. “Es el non sense de la historia” aclara su autora. Mientras tanto, los hablantes la usan, transformándola a su antojo.   
¿Cómo surgió la idea de componer un relato infantil sobre la formación de las palabras y su función gramatical? “Bueno, yo estaba haciendo la maestría con el proyecto de un libro que después salió y se llamó Huelga, y entonces como era un trabajo académico, pensé en explorar algo que está tan relacionado con el texto, como las clases de palabras, pero que no tiene que ver con la semántica, sino con las formas, y ver cómo se puede jugar con eso a través de la ilustración y con ese objetivo escribí achimpa.”
Pero además de la imagen y el texto está la cuestión del sonido. “Achimpa” es una palabra que es puro sonido onomatopéyico, suena como un estornudo. “Sí. Es muy importante jugar con el sonido también cuando se está escribiendo el texto, porque son frases muy cortas y muchas veces son leídas por los mediadores de lectura, así que es importante trabajar el texto desde el punto de vista del sonido.”
Hay algo snob en las personas que cuando escuchan a un especialista que dice: esto es un sustantivo… “Todos lo siguen acríticamente”, agrega y cuenta que cuando estaba escribiendo este libro, en Portugal, había una discusión muy grande entre los políticos sobre lo que llamaban “nova lingua”. Palabras como “inverdad” para no decir “mentira”, por ejemplo, eran palabras que se buscaban para que no fueran ofensivas. Y las personas adoptaban esos términos. Fue entonces que buscó darle a la historia un cariz irónico, hacer una crítica al consumo acrítico.
En cuanto a la ilustración, retoma el dibujo infantil: dibujos planos, sin perspectiva, pintados a lápiz y crayón y con una estética que podría ubicársela en los años 30, 40. ¿El porqué de esa elección? “Porque por un lado, eran mis referencias en ese momento, las técnicas con las que quería experimentar y por otro lado como una adecuación al texto, que siendo tan irónico requería construir los personajes en forma humorística. Ellos son un poco anacrónicos y entonces lo que acentuaba ese tipo de figuración era una estética más infantil.”
En Mi abuelo, el tema es el tiempo visto desde el punto de vista de un niño. El espacio en el libro está dividido en dos: de un lado, un médico siempre apurado, al que el tiempo nunca le alcanza y del otro, el abuelo, al que le sobra y lo disfruta. El tiempo como cronos y como kairós. Además está plagado de referencias literarias, pictóricas y lingüísticas. Es un texto poco usual dentro de la literatura infantil donde el final cierra el sentido de la historia y acá el final queda como en suspenso. No es lo que mayoritariamente las editoriales aconsejan. “Es que a mí me gustan los libros que dan más libertad interpretativa al lector. Tampoco me gustan las historias que son muy estereotipadas, entonces siempre es una opción que tengo cuando armo un libro: puedo indicar un camino de interpretación pero el final suele correrse unos milímetros de la expectativa del lector, trato que no defraude sus expectativas pero tampoco que sea igual a lo que la historia viene proponiendo. Y para mí es importante que los lectores se vuelvan participativos desde niños y que consigan hacer suya la historia.”
Nos cuenta que vino al Filbita a dar un taller de narrativa visual para adultos y dos talleres para niños sobre Mi abuelo, donde van a dibujar a su abuelo o alguien de su familia con quien les guste pasar el tiempo, utilizando técnicas parecidas a las del libro.
¿Cuál creés que es el mejor modo de estimular la lectura?
“Yo pienso que es mostrar los libros a los niños y leérselos y dejarlos escoger sus libros, pero es importante que haya mediación y Filbita es importante también en eso, en hacer del libro un elemento más familiar.”
¡Y conocer a los autores!

“Sí, yo no lo sabía pero a ellos les gusta muchísimo conocer a la persona que está detrás del libro. Yo no sabía que había ese entusiasmo, pero es así.”

Publicado en diario Perfil, 13/11/2016