lunes, 31 de diciembre de 2018

Como encendida

Sylvia


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La autobiografía de un escritor, se sabe, es el menos inocente de los géneros literarios: publicada, generalmente, hacia el final de su vida, es menos una reconstrucción biográfica que la construcción de la propia figura de escritor. Algo así como una carta dirigida a sus lectores en la que señala el modo en que debe ser leída su obra en relación con su propia vida.

Y el escritor norteamericano Leonard Michaels no es la excepción. El relato de su turbulento primer matrimonio con la mujer que le dio título a esta extraordinaria narración intercala, como marcas de veracidad, algunas entradas del diario que llevó durante toda su vida, en el que consignaba cada una de las peleas y reconciliaciones de este matrimonio cáustico entre un aprendiz de escritor y una estudiante de letras clásicas, con una prosa de una precisión impiadosa. Frente al estallido del conflicto y la arbitrariedad de las causas, el sexo será menos satisfactorio que agotador, y ambos se suceden rítmicamente en una suerte de ballet trágico que remite a otras parejas literarias explosivas como la de Sylvia Plath y Ted Hughes.

Novela de iniciación literaria, relato de un amour fou y crónica de “un tiempo aterrador e hilarante”, los 60, en uno de los nodos de la vanguardia, la ciudad de Nueva York, con el que logra un ensamblaje casi perfecto.

Pero como señala Alan Pauls en el prólogo, en el centro de la escena está Sylvia, a la que el narrador, en una suerte de trance hipnótico, no puede dejar de observar, escuchar, padecer, cuidar y lamentarse. Porque lo que sorprende de este relato trágico es la artificiosidad con la que describe a su musa: tanto será una mártir que se retuerce y aúlla de dolor, una bruja que estalla en furia o “una loca que imitara a una estudiante universitaria.” Y si hay algo “horriblemente apasionante” de tener una esposa demencial es vivir con alguien que es pura hipérbole, una figura retórica que convierte la vida en literatura. Y, para este autor, de eso se trata.


Publicado en diario Perfil, 30/12/18

domingo, 16 de diciembre de 2018

Gramática de las cosas


Correo literario

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            Durante las décadas del 60 y el 70, la poeta Wislawa Szymborska dirigió la sección “correo literario” de una revista cultural polaca, en la que, los aprendices de escritor se encontraban, a vuelta de correo, con una destinataria implacable que les hacía saber si en sus poemas se escondía la promesa de un creador o meras estrategias de seducción adolescente.
            A contrapelo de su contemporáneo, el omnipresente estructuralismo, los criterios desde los que lee estos conatos de literatura son la calidad y el valor estético, ya que el talento, sostiene, no es un fenómeno de masas. Mediante la ironía, esa figura retórica que es el arma letal de las grandes inteligencias fustiga el descuido de la lengua, los procedimientos arcaicos, los temas vulgares tanto como los correctos, el léxico sublime, las mistificaciones, los plagios y, por sobre todas las cosas, el desconocimiento de la propia gramática.
            Su compromiso vital con la escritura poética la lleva a aconsejar a sus interlocutores a no desvelarse por publicar sino a trabajar sus textos como una escultura y “esforzarse hasta que el pensamiento adquiera una forma definitiva.” Leer sus columnas es asistir al mejor de los talleres de escritura posible, aunque sólo sea para escucharla decir a un joven poeta que el mundo de todos los días hay que volver a describirlo hasta transformarlo en un descubrimiento propio, porque “treinta millones de compatriotas esperan saber, con el corazón en un puño, qué puede contarles de sí mismo.” Y como una auténtica maestra, demuestra un amplio dominio de  su tradición literaria, mucha solvencia en el oficio y una pluma capaz de ir de lo prosaico a lo erudito, mientras desgrana consejos sobre la cocina de la escritura que alcanzan la dimensión de un arte poética.
            Encuentra muestras de talento más cerca de la timidez que de la impostura y les advierte, a quienes persiguen a las musas, que la escritura, lejos de ofrecerles una coartada, es la única forma de vida real que les espera.

Publicado en diario Perfil, 16/12/2018

lunes, 3 de diciembre de 2018

Todas las formas posibles de narrarse

Filbita 2018

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Si hay algo que funda nuestra identidad es la lengua materna, que antes de ser lengua es una voz. Las canciones de cuna, los cuentos a la hora de dormir, las rimas, leyendas y refranes repetidos como latiguillos conforman el único espacio que habitamos como propio en cualquier lugar del mundo y la literatura se reconoce en estos “géneros menores” con los que atrae cada vez a mayor número de fieles.
Para hablar, dibujar, jugar y experimentar con todas las formas posibles de narrarse, llega a Buenos Aires este festival de literatura infantil, convocando a ilustradores y autores nacionales y extranjeros a participar, durante cuatro días, de cuarenta talleres, distribuidos en tres sedes: http://filba.org.ar/filbita/filbita-2018_87/programa     

Para el español Raúl Guridi -autor de varios libros-álbum publicados en nuestro país por la editorial Pípala- el público infantil es el más exigente, el menos problemático, el más abierto y el más sincero, condición que destaca, entre todas, en estos tiempos de individualismo explícito y de rechazo al otro.
Y la identidad -un tema complejo que implica cuestiones como el racismo, la xenofobia, las crisis migratorias, el genocidio cultural o la identidad sexual- elige elaborarla a partir de una estética que comprometa al lector en la historia que narra. “Para mi es el gran reto del siglo, vivimos tiempos donde la sociedad de consumo ha creado seres sin ningún tipo de empatía hacia lo que ocurre delante de sus ojos. Mis imágenes se centran en dar al espectador la posibilidad de participar en los espacios, en las miradas, haciendo que el recorrido visual que elija sea parte de la obra. Mis personajes intentan, desde el sosiego, buscar una incertidumbre que haga reflexionar sobre lo más humano y tierno de nosotros. Creo que los artistas tenemos en nuestra mano cambiar, desde la deconstrucción, el sistema del miedo absurdo a los demás que se está estableciendo en las sociedades “avanzadas”. En mi caso esa deconstrucción viene expresada a través de la eliminación de elementos que distraigan o recarguen una escena, centrándome en el carácter, el sentimiento del personaje.”    

Paloma Valdivia -autora de varios títulos publicados por el Fondo de Cultura Económica- considera a quienes se vinculan con los libros desde muy chicos, su público predilecto y a la ilustración, las primeras ventanas al mundo o las primeras visitas a museos, por lo que sostiene que a través de los libros se pueden formar los valores estéticos de una persona. Y aunque dentro del público infantil hay lectores de todo tipo, cree que a ellos se los puede atrapar con una buena historia y con un mediador entusiasta. “Es un público fácil y a la vez complejo, requiere trabajo. Hacer un buen libro para niños es hacer un buen libro.”
El tema de la identidad, para esta autora chilena, está ligado a la cosmovisión de sus antepasados mapuches, para quienes la concepción del universo comprendía diferentes dimensiones, entre las cuales cohabitaban múltiples formas de vida. Entre estos espacios se debían establecer relaciones cargadas de respeto y valoración, agrega. De este modo, se mantenía un equilibrio permanente entre todos los elementos y seres que componían esos espacios. “En general, como autora, escribo acerca de situaciones personales, pero que a la vez son universales. En mis libros no hay nombres, ni lugares ni tiempos determinados y esa ha sido una constante desde siempre, ahora me doy cuenta que ha sido con el fin de que todos podamos sentirnos incluidos en esas historias. Los de ariba y los de abajo es un ejemplo de ello, ¿existen los de arriba y los de abajo realmente? Todo depende desde dónde se observe, todos pertenecemos al mismo lugar.”
La tradición mapuche, tanto como los postulados de Humboldt, el naturalista, quien describió la naturaleza como una red de vida orgánica donde todo está interrelacionado y todo es necesario para funcionar en equilibrio, son sus referentes. “La respuesta para mí está en estos ejemplos, valoramos y cuidamos lo que conocemos. Es necesario volver al sentido común al contar historias, estar atento al pasado para crear un mejor futuro donde todos estemos y estemos bien.”
Marjorie Pourchet, una ilustradora francesa que en nuestro país tiene varios títulos en la editorial Pípala, considera a los niños lectores muy creativos, ya que un libro puede ser el pretexto para encontrar mil aventuras. A través del ritual de la repetición, ellos redescubren un libro cada vez que lo escuchan narrar. “Yo creo que los niños son mejores lectores de imágenes que los adultos; muchas veces lo vi durante mis encuentros con ellos. Por otra parte, hasta los cinco años, están mucho más atentos a los pequeños detalles que los adultos: me parece que, avanzando en la lectura escrita, pierden esta mirada aguda. Y creo que a los adultos esto los pone de mal humor: cuántos padres he escuchado decir a sus hijos “no, ya estás grande para este libro, casi no tiene texto”, con lo que se sobreentiende que si tiene muchas imágenes es porque es demasiado fácil. Pero los niños saben reconocer las palabras escondidas en las imágenes.”

Su forma de trabajar temas complejos como el de la identidad es mediante la evocación o la sugerencia. “No soy partidaria del “libro de temas”, al menos no es eso lo que me ha llevado a hacer este trabajo. Más que evocar el racismo, por ejemplo, yo buscaría mostrar la riqueza de las diferencias, los beneficios de la curiosidad. Amo también los personajes que tienen debilidades, más que los superhéroes, porque me parece que la aceptación de nuestras fragilidades hace de nosotros mejores personas. Busco sentir a mis personajes vivos más que volverlos bellos.”
Publicado en diario Perfil, 18/11/2018

Maldita herencia

Cameron

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Si los géneros literarios son una hipótesis acerca del funcionamiento de lo social, el corto siglo XX -el más violento en lo que llevamos de historia- vio el nacimiento de la nouvelle, una forma narrativa ligada al secreto, al que Ricardo Piglia vincula con la máquina estatal y el poder político: aquel que sabe y oculta y a la vez hace hablar.
Pero además es una estética del “caso” (policial, clínico, psicológico) y se ciñe a los dramas silenciosos que ocurren en una mente individual. Cameron, el último título de Hernán Ronsino, inscripto en esta rica tradición (de la que la literatura rioplatense dio altísimas muestras) consigue sacar provecho de una estética que hace de la ambigüedad provocada por un punto de vista sesgado, el espacio ideal para abordar -y darle una vuelta de tuerca- al transitado tema de la violencia setentista.
Cameron, el protagonista de esta historia incierta, último heredero de una estirpe patriótica, habita una zona restringida dentro un paisaje nevado donde contrastan los barrios acomodados junto al río con el barrio del Alto, el territorio de los pobres. Nombres criollos, indígenas y alemanes, junto con estaciones propias del hemisferio norte completan este espacio deslocalizado que tanto podría tener como referencia a Bariloche como a Alemania, dos zonas unidas por lazos políticos y que resultan intercambiables.
Con un poder visual que objetiva la realidad, el género (del cual este texto parece tener una clara conciencia) tiende a la condensación y pone el énfasis en el detalle significativo, por lo que tiene un notorio parentesco con la poesía -“una idea cristalizada sostenida por un buen ritmo” según el protagonista- tanto como con aquellas estéticas vinculadas al cine como el objetivismo, por ser un género ligado con la percepción.
Y en esta historia los objetos adquieren peso y, como la palabra poética, al replicarse, significan. Son indicios de una información misteriosa que se va develando poco a poco. Hay una pierna ortopédica que circula por la ciudad, un traje celeste colgado desde años atrás, un círculo que forman las luces del barrio Alto, un Puente de Hierro (que remite a Puerta de Hierro, una alusión a la derecha peronista), un locutor de radio que trafica poemas entre rutinarios avisos publicitarios, un muñeco tirado al río todos los 16 de diciembre en homenaje a un poeta de culto, un hombre que mira obsesivamente desde una ventana, un aeropuerto abandonado, la luz del día que comienza, una mujer desnuda en un departamento en Japón, junto con frases que se repiten hasta autonomizarse y adquirir una densidad pétrea.
Los dobles, los paralelismos, todas las formas de la repetición le pertenecen a este género que coquetea con el fantástico pero que se ciñe a lo real y que este texto trabaja enrareciéndolo hasta lograr una perturbación del referente: la historia del genocidio argentino desde el punto de vista de sus perpetradores. Una historia que va desgranando información monstruosa entre sueños empastillados donde pornografía y tortura se tornan escenas reversibles y el número treinta mil se desprende de una libreta de enrolamiento como signo político.
Shklovski sostenía que la idea central de la nouvelle es que cada uno tiene una existencia doble que nos hace sentir vergüenza de nosotros mismos. Y en las narrativas argentinas de post dictadura es donde Elsa Drucaroff encuentra una figura especular, la del fantasma a la que lee en relación con la culpa de una generación que se crió con el fantasma de los desaparecidos deambulando entre ellos.

“La huella es la memoria de una ausencia” repite el protagonista mientras ve a una muchacha alejarse irremediablemente, en un final que homenajea a Onetti y que inscribe este texto en una de las mejores tradiciones narrativas que nos dio la lengua española.

Publicado en diario Perfil, 11/11/2018

"La experiencia de fuga es biográfica"

Entrevista a Lukas Barfuss

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Lukas Bärfuss es un escritor suizo que creció a contramano de su entorno –una sociedad que encarna lo que un vecino suyo, Sigmund Freud, definió como lo siniestro, aquello monstruoso que se oculta detrás de lo familiar- en una sociedad opulenta en la que el orden y la estabilidad se sostienen sobre la base ser el mayor paraíso fiscal del mundo. Nacido en un pueblo del interior, pronto se fue de su casa y deambuló trabajando en diferentes oficios y durmiendo en bibliotecas públicas, el lugar que le dio cobijo y lo formó como lector. Con un arltiano anhelo de convertirse en escritor, el azar lo llevó, primero, a la escritura teatral y más tarde a la narrativa.
Su visita a nuestro país para participar del ciclo que lleva su nombre, desde el 31 de octubre hasta el 5 de noviembre, le permitirá encontrarse, una vez más, con el rico y variado campo teatral argentino, dialogar con las compañías que vienen haciendo puestas de sus obras y colaborar con el montaje de su última obra traducida al español, La Señora Schmitz, que se estrenará en febrero en el Festival Internacional de Buenos Aires. Además va a presentar junto a Claudia Piñeiro su última novela, Halcón, y dará una clase maestra de dramaturgia a sus cada vez más numerosos seguidores.
Si bien se pueden percibir diferencias entre su obra teatral y su obra narrativa, comparten, en líneas generales, la característica de apuntar a un dilema del orden de lo moral y diseccionarlo, en un trabajo que tiene mucho de la rutina del laboratorio. “Cada material requiere de un método diferente, eso concierne a la investigación y a la escritura. Y yo tengo una relación ambivalente con la repetición. Por un lado, me encantan las rutinas. Es maravilloso descubrir la singularidad en la repetición, y viceversa. Con cada texto nuevo intento algo nuevo. Y al hacerlo, descubro una y otra vez que constantemente tiendo a rodear la misma estrella central, una palabra, un secreto, una esperanza o miedo para los que todavía no he encontrado nombre.”
Sus textos apuntan, en líneas generales, al núcleo de la ideología capitalista: la razón, el progreso, y sobre todo, el trabajo (palabra que, no casualmente, deriva de tripalium, un elemento de tortura). Tanto en Koala, donde un escritor exitoso descubre en el suicidio de su hermano la potencia anti-sistema de este gesto o en Halcón, en el que un hombrecito gris abandona su rutina cooptado por la imagen de un par de zapatos de mujer y comienza una deriva por la ciudad salpicada de observaciones sobre la realidad, pareciera decirnos que la única salida al capitalismo es la fuga. “No conozco nada más que el capitalismo. Por supuesto puedo imaginarme otras formas de sociedad, pero sólo tengo experiencia en el capitalismo burgués tardío. Para mí, la literatura es ante todo la crítica de mis experiencias. ¿Por qué siento lo que siento? ¿Qué es el amor para mí? ¿Por qué añoro justicia y libertad? Ninguno de estos conceptos es comprensible sin el sistema social al que pertenecen. Y sucede lo mismo con el concepto de fuga. La experiencia de fuga es una constante antropológica y biográfica. Todos tendrán que dejar su familia algún día.”
-       ¿Por qué el capitalismo niega el suicidio, siendo una ideología que sostiene la libertad absoluta de elegir?
   No estoy tan seguro de si esto es así. Después de todo, actualmente tenemos en Suiza una gran cantidad de “Sterbeturismus” (turismo para morir). Las leyes liberales hacen posible el acompañamiento a personas con ciertos cuidados paliativos. Además, considero cuestionable la idea de que el capitalismo apoya la libertad absoluta. La libertad significa más que poder elegir entre diferentes productos. Deberíamos poder tener la elección sobre las condiciones de nuestra existencia, y no veo que el capitalismo apoye esto.
-       ¿Qué es el teatro político para Ud.?
El teatro es político cuando formula la pregunta acerca de cómo queremos vivir como individuos y en sociedad. El teatro es político si no intenta ocultar las condiciones de su creación, sino de tematizarlas. El teatro es político cuando pone sus propias contradicciones en el centro. Y finalmente, el teatro es político cuando a aquellos que lo hacen y aquellos que lo visitan, los inunda el anhelo de que el mundo tal como es, podría ser diferente.
-       En pocos días va a estar en Buenos Aires -una de las ciudades con mayor cantidad de teatros por metro cuadrado- donde su obra viene siendo muy representada. ¿Qué expectativas tiene con respecto al encuentro con nuestros dramaturgos?

-        Mi experiencia en Buenos Aires fue la de una ciudad viva y diversa. La gente comparte conmigo el entusiasmo por la literatura, por el teatro. Y además pareciera que nunca evitan la posibilidad de discutir. Además, Buenos Aires representa el anhelo de cada europeo de volver a empezar, la posibilidad de transformación, de construir una nueva patria en el otro extremo del mundo. ¡Estoy ansioso por el reencuentro!

Publicado en diario Perfil, 28/10/2018