Correo literario
Durante las décadas del 60 y el 70,
la poeta Wislawa Szymborska dirigió la sección “correo literario” de una
revista cultural polaca, en la que, los aprendices de escritor se encontraban,
a vuelta de correo, con una destinataria implacable que les hacía saber si en
sus poemas se escondía la promesa de un creador o meras estrategias de
seducción adolescente.
A contrapelo de su contemporáneo, el
omnipresente estructuralismo, los criterios desde los que lee estos conatos de
literatura son la calidad y el valor estético, ya que el talento, sostiene, no
es un fenómeno de masas. Mediante la ironía, esa figura retórica que es el arma
letal de las grandes inteligencias fustiga el descuido de la lengua, los
procedimientos arcaicos, los temas vulgares tanto como los correctos, el léxico
sublime, las mistificaciones, los plagios y, por sobre todas las cosas, el
desconocimiento de la propia gramática.
Su compromiso vital con la escritura
poética la lleva a aconsejar a sus interlocutores a no desvelarse por publicar
sino a trabajar sus textos como una escultura y “esforzarse hasta que el
pensamiento adquiera una forma definitiva.” Leer sus columnas es asistir al
mejor de los talleres de escritura posible, aunque sólo sea para escucharla
decir a un joven poeta que el mundo de todos los días hay que volver a
describirlo hasta transformarlo en un descubrimiento propio, porque “treinta
millones de compatriotas esperan saber, con el corazón en un puño, qué puede
contarles de sí mismo.” Y como una auténtica maestra, demuestra un amplio
dominio de su tradición literaria, mucha
solvencia en el oficio y una pluma capaz de ir de lo prosaico a lo erudito, mientras
desgrana consejos sobre la cocina de la escritura que alcanzan la dimensión de
un arte poética.
Encuentra muestras de talento más
cerca de la timidez que de la impostura y les advierte, a quienes persiguen a
las musas, que la escritura, lejos de ofrecerles una coartada, es la única
forma de vida real que les espera.
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