domingo, 20 de diciembre de 2020

Los mejores libros infantiles del 2020

            Cuando a Astrid Lindgren le preguntaron de dónde había sacado la idea de su novela Pipi mediaslargas, uno de los mejores libros infantiles de todos los tiempos, dijo que simplemente lo escribió pensando en lo que le hubiera gustado leer a ella. Y así nació una historia amoral, donde no existen los adultos ni los límites que, como algunos relatos de Roal Dahl protagonizados por niños sometidos a injusticias aberrantes, resulta impensable para el estado actual de la literatura infantil, donde un grupo de padres preocupados por la ferocidad de los cuentos de hadas, decidió modificarlos y subirlos a una plataforma, en sintonía con la nueva subjetividad social.

    Por fortuna, algunas editoriales independientes van por un camino que no es el de las demandas sociales y este año, tan difícil para la industria editorial, publicaron libros de una calidad que, en el contexto del encierro obligado, demostró ser una de las actividades esenciales.

            De menor a mayor edad, aquí van nuestras recomendaciones para escribirle a Papá Noel y aliviarlo de tantos pedidos tecnológicos:

 El reino de nada, de Ronald Wohlman, de la editorial Unaluna. Con ilustraciones deudoras del teatro de marionetas, describe un reino donde vive una familia real donde no hay absolutamente nada concreto y todo lo que abunda: sentimientos, sensaciones y experiencias, alcanza y sobra para hacer de sus habitantes los más afortunados del mundo.

 De Pequeño editor, una propuesta integral de lectura: una carpa-biblioteca plegable, de madera, más cuatro libros de su exquisito catálogo pensado para los primeros años, aquellos en los que el mundo resulta una fuente infinita de posibilidades.

 Niño editor, un sello dedicado al rescate de títulos infantiles memorables, este extraño 2020 terminó de completar la serie infantil de 1945 de Bruno Munari, el genial inventor de los libros pop-up donde conjugó lo más avanzado del diseño industrial con la pedagogía.

 ¡Ya vienen! Publicado por Limonero y escrito con una prosa poética que, junto a las ilustraciones estilizadas de Albertine -la ganadora del premio Hans Christian Andersen de este año- juega con el género de terror para contar la vuelta al colegio desde el punto de vista de sus aterrados maestros.

 Los animales por dentro, editado por La marca terrible. De la ilustradora argentina Nadia Batalla, sus dibujos en blanco y negro hechos con la técnica del puntillismo nos presentan diferentes animales, su nombre científico y una característica y además, lo que imagina puede haber en su interior: un mundo de objetos cotidianos dispuestos de tal manera que forman el animal en cuestión.

 El ascensor, de la ilustradora Yael Frankel fue el título elegido para integrar el catálogo White Ravens de este año, publicado por Limonero. Con un formato alargado que reproduce el interior de un ascensor e ilustraciones enteramente en blanco y negro, cuenta un particular viaje en ascensor y todo lo que puede suceder cuando los vecinos de un edificio se quedan encerrados en él. 

 Dibuja conmigo, de la ilustradora canadiense Elise Gravel, publicado por La marca terrible, es un libro de actividades para descubrir juegos y divertirse junto a los adultos de la casa, con instrucciones para que pequeños y grandes disfruten de un encuentro lúdico y creativo.

 ¡Qué ojos tan curiosos tienes!, de Romina Carnevale y Paola Vetere, de la editorial Iamiqué, pionera en hacer de la divulgación científica un disparador de la curiosidad, incursiona en este nuevo título en el sentido de la vista, para responder todo tipo de preguntas.

 

Sola en el bosque, de Magela Demarco y Caru Grossi, editado por La bruja de papel, narra en forma metafórica el tema del abuso sexual infantil y la violencia familiar. Las autoras, que fueron asesoradas por psicólogos del Servicio de Salud mental del Hospital Materno Infantil San Roque de Entre Ríos, ofrecen, en un anexo, la información necesaria para abordar este problema atroz. 

 El ickabog, de J.K. Rowling, de la editorial Salamandra, maestra en el arte de concitar el fanatismo de sus lectores, esta vez escribió un cuento de hadas sobre las aventuras de una niña y un niño con un monstruo, ilustrado por los pequeños ganadores de un concurso mundial que la autora organizó para acompañar esta edición.

 Anatomicum, de editorial Océano, llega este libro inspirado en los viejos libros de historia natural en los que el conocimiento y el arte se fusionaba magistralmente, que invita a los lectores a visitar cada sistema del cuerpo humano como si fuera una sala de museo. La información más reciente sobre anatomía es acompañada por las exquisitas ilustraciones de Katy Wiedemann.

 El sabueso de los Baskerville, editado por Unaluna, es ajustada adaptación de la novela en la que Conan Doyle “resucitó” a su famoso protagonista después de ocho años de publicada su última aventura. Las ilustraciones conservan el formato folletinesco de un texto que se convirtió en una de las novelas policiales más leídas y reversionadas de todos los tiempos.

Publicado en La gaceta de Tucumán, 20/12/2020


domingo, 13 de diciembre de 2020

Autobiografía de Nikola Tesla

 Mis inventos

 


 

            Los comienzos del siglo XX fueron años de vertiginosas transformaciones. Una nueva fuente de energía, la electricidad, impulsaba el desarrollo industrial tanto del mundo occidental (con EE.UU. a la cabeza) como de la incipiente Unión Soviética (el comunismo es el poder de los soviets más electricidad, declaraba Lenin, por ese entonces). Pero fue en el centro del mundo capitalista donde se libró una verdadera guerra por el dominio de las patentes de los nuevos inventos y el lugar donde coincidieron Edison y Tesla, los inventores (o descubridores, la línea es muy porosa), entre otros “prodigios”, de la corriente continua y la corriente alterna, respectivamente. La historia de su enfrentamiento fue antológica y la autobiografía que este último escribió a los sesenta y tres años, cuando terminaba la Primera Guerra Mundial, es una muestra más.

            Nikola Tesla nació en Croacia, a mediados del siglo XIX, y según se lee en esta afiebrada autobiografía, su pasión por los inventos y los artificios con los que dominar la naturaleza (y la tenacidad con que la defendió del mandato familiar) lo acompañó desde muy temprano.  

            Con una capacidad casi monstruosa para el estudio y el trabajo que lo mantenía despierto durante interminables jornadas y un impulso voraz por el conocimiento (dominaba varios idiomas y era un lector refinado de literatura y filosofía) afirma no haber necesitado de esquemas ni experimentos para desarrollar sus inventos ya que podía visualizarlos en su mente como si fueran reales.

            Leer su autobiografía es como asistir al laboratorio del Dr. Frankenstein cuando, percibiéndose como un autómata, describe sus intuiciones como “imágenes mentales acompañadas por fuertes relámpagos” y sus episodios de agotamiento nervioso como “la clara sensación de que mi cerebro se estaba incendiando.”

            Su encuentro con Edison -su par y contrafigura- es una marca de la contradicción entre “el sentido práctico e individualista estadounidense” y una mente nutrida por la alta cultura mitteleuropea, una diferencia que a Edison le reportó éxito económico y reconocimiento mundial, y a Tesla, la quiebra económica y la invisibilidad.

            Sus más de quinientos inventos permitieron el desarrollo de la robótica y la transmisión inalámbrica, con los que imaginó un mundo donde la abolición de las distancias garantizaría la paz por siempre, quizás la única de sus ideas que no pudo llegar a materializarse.

Publicado en La gaceta de Tucumán, 13/12/2020

             

domingo, 6 de diciembre de 2020

Crónicas de una voyeur invencible

 Entrevista a Leila Guerriero

 


 

Teoría de la gravedad, el último libro de Leila Guerriero, publicado por Libros del Asteroide, es una cuidada selección de las columnas semanales que desde hace seis años escribe para el diario El país de Madrid. En ellas, puso en juego todas sus destrezas en el periodismo narrativo para elaborar unos textos concentrados, graves y líricos que, poniendo el foco en su propia experiencia, la transforman en una experiencia colectiva.

 

¿De dónde surgió la idea de escribir estas columnas autobiográficas? ¿Te lo sugirieron los editores o lo propusiste vos?

Cuando los editores de El país me propusieron ser la columnista de la última página, para mí fue totalmente sorpresivo, nunca ese lugar había sido ocupado por una escritora latinoamericana. Yo quedé aterrada, no sabía si iba a tener algo para decir todas las semanas y les pregunté si lo podía pensar. “Pero qué es lo que vas a pensar -me dijeron- escribe de lo que se ocurra. Nos interesa tu mirada, te queremos a ti.” Entonces pensé: voy a hacer un mural, voy a hablar de cuestiones latinoamericanas y de cómo Europa nos mira, por un lado, y por otro, voy a meterme en cosas más gruesas de la experiencia humana y ver qué pasa. Para mí fue la primera vez, pero no fui la primera que lo hizo, por supuesto. Empecé de a poco y fui apretando el acelerador.

¿Cómo fue la experiencia de escritura de estas “crónicas de sí”?

Ser columnista semanal es tener la ansiedad atada a tu costado. Me transformé en una persona que está, que estoy -porque sigo escribiéndolas- todo el tiempo “mirando fuerte”, algo que ya formaba parte de mi ADN, pero esta vez sentí la necesidad de echar carbón al fuego, de estar mucho más atenta al afuera y al adentro, al libro que estuviera leyendo. Es una experiencia muy vertiginosa, es estar todo el tiempo pensando qué vas a escribir y es muy cansadora también porque yo las columnas nunca las escribo en automático. Mi intención fue que fueran como una llamarada, tenían que ser incendiarias.

Fue un poco echar tu propia carne al fuego, tu vida, tus recuerdos.

Sí, la materia prima está sacada de ahí pero al servicio de contar una cosa que me exceda porque de pronto, si cuento alguna escena de infancia con mi padre consolándome, por ejemplo, siento que es algo por lo que debe haber pasado mucha gente. O hay columnas que son como una advertencia, una forma de decir, cuidado, que quizás lo mejor de la vida ya pasó. Y en un punto creo que la primera columna es un poco lo que vos decís, declama una especie de conciencia absoluta de que estoy tirando mi carne al fuego.

Pero fue una experiencia de escritura, no un terreno experimental en el que yo me haya encontrado exorcizando mis fantasmas, ni nada por el estilo.

Yo las definiría, no sólo como un ejercicio de periodismo narrativo sino también de crítica literaria. Un tipo de abordaje de la literatura que pasa a través del cuerpo para producir un texto nuevo que no es ni crítica ni ficción. ¿Estás de acuerdo con esta definición?

Quizás podrían pensarse como una resignificación de esos textos. Yo lo veo como algo más brutal, como una especie de contrabando de versos y autores que me parecía que estaba muy bien que fueran dichos así, como en altavoz. Como un tráfico de ideas o una propuesta de lectura. En ese sentido, sí, podría ser pensado como un ejercicio de crítica literaria.

Uno de los principios del periodismo narrativo que vos enunciás es la capacidad de hacerse invisible. ¿Cómo hiciste para lograrlo y al mismo tiempo exhibirte?

A pesar de que son columnas en las que parece que estoy muy expuesta, si vos las ves en su conjunto, no soy yo. Es una parte de mí. Incluso en esas columnas que parecen rabiosamente expuestas hay un punto victoriano, de pudor, de mostrar hasta acá, el resto es tu imaginación. Yo tengo muy claro el grado de exposición que quiero lograr. Siempre el texto en algún momento arroja la mirada afuera de la voz de la narradora, desvía el ojo del lector hacia otro lugar, que es lo que a mí me interesa. Esas columnas están pensadas desde una escena personal que si me interesa es porque me permite hablar de algo más grande que las trasciende, y por ahí la anécdota termina siendo lo menos relevante. Cuando eso pasa tu exposición queda muy reducida. Es un efecto literario. Me gusta lo que dice Pedro Mairal en el prólogo, de alguna manera me educó, me mostró lo que yo había querido hacer y él lo puso en palabras.

La serie de las instrucciones, si bien son todo lo opuesto a un manual de instrucciones, hablan de lo previsibles que somos los seres humanos, una cuestión que los algoritmos descubrieron no hace tanto. ¿Vos cómo las pensaste?

Son artefactos de ficción, retazos de cosas que me pasaron, que vi o que leí. Son cosas que parecen muy sofisticadas pero que le pasan a la gente común, cosas ante las que todos somos iguales. La primera que escribí -sobre los chispazos entre una pareja- la escuché en una cena con amigos y pensé, qué interesante, contar el derrumbe de una pareja, por partes. Son una suerte de instrucción-destrucción. Es detectar esos momentos pequeñitos que empiezan a carcomer una pareja, la escena donde escuchás el crac, y poner el foco allí, cuando los protagonistas se dan cuenta de eso tan triste que es el momento en que comienza el final. Cada una de ellas me costó sangre y sudor, porque tienen una estructura muy reiterativa.

En una de las columnas incluís entradas de un diario tuyo sobre los últimos días de vida de tu madre, escritas en una tercera persona ultradistante y el contraste con el modo en que abordás el mismo tema en estas columnas es muy fuerte. Hay todo un juego con la distancia. ¿Esto fue parte de lo que te propusiste?

No específicamente, pero tengo claro que al abordar temas muy trágicos tiendo a ser ascética. No me gustan los textos donde se nota el esfuerzo por conmover. Parte del estilo se juega en la distancia que establecemos con eso que estamos contando. Ahí se juega la voz propia, en la regulación de los matices. Tenés que ser una persona con una gran sensibilidad, pero descargarla toda en el texto, si lo que querés es producir una conmoción. Y yo sé dónde tengo que ponerme para producir esto.

¿Qué le da la poesía a tu prosa?

Yo leo mucha poesía y lo que, curiosamente me da es algo del orden de la distancia. La economía de recursos, tratar de decir mucho con poco. La conciencia de la importancia de cada una de las palabras. Para mí las palabras no son intercambiables, yo puedo estar mucho tiempo buscando una palabra específica, con un sonido, una textura, una temperatura específica. La métrica también es muy importante, sobre todo en estos textos que son muy condensados, forma parte absoluta de la atmósfera del texto. Y finalmente, lo más importante que me da la poesía es que me da ganas de escribir, es un gran disparador. También la posibilidad de estar en estado de escritura. Yo intento escribir estando en un grado de conexión profunda con el mundo que crea ese texto

Publicado en La gaceta de Tucumán, 6/12/2020