martes, 18 de junio de 2013

El mundo según Arlt

Aguafuertes cariocas


Dos grandes tradiciones trazaron en la Argentina el mapa literario del siglo XX: la del escritor que lee, desde su bliblioteca, la literatura universal -el modelo Borges- y la del escritor que lee los signos de la calle y desde allí escribe -el modelo Arlt-. En el centro y conjugando a ambas, podríamos ubicar a Walsh.
Escritor de lo excéntrico, espacial, temática y lingüísticamente, la “zona” literaria de Arlt es el margen: el barrio, el café cercano a la redacción, el prostíbulo, un espacio habitado por personajes desclasados, pícaros y delirantes que tanto en sus ficciones como en sus crónicas aparecen narrados por un personaje solitario y en tránsito, que fustiga a las instituciones -en especial la familia- y que adopta su punto de vista, mientras que los adaptados son mordazmente atacados.
1930, el año de desplome de la economía mundial, Arlt salió por primera vez del país, enviado por el diario El Mundo a Río de Janeiro, para registrarla con su particular mirada, que tanto éxito tenía entre sus lectores.
Ansioso por descubrir la novedad, la antigua capital brasilera se convierte en el contrapunto de una Buenos Aires plenamente moderna que sólo él percibe con una mirada que adelanta, y que tanta sorpresa causó a los lectores de sus novelas.
Dicotómica es su visión: si en los primeros textos que envía, la ciudad carioca es una fiesta de color, paisajes increíbles y buena educación, pocas semanas después, este mundo idílico se convertirá en la contracara de todo lo que Buenos Aires le ofrece y que en Río no encuentra, como la vida nocturna y sus modos de sociabilidad plebeya. Exasperado por la atmósfera provinciana y asfixiante, “rabiosamente triste”, envía crónicas que parecen pedidos de S.O.S., en las que despacha, sin filtro, opiniones racistas, prejuiciosas y sexistas, generalizando (otra cara de la discriminación) en forma franca y con un uso exagerado del lenguaje coloquial, quizás un modo posible de reafirmación de la identidad.
Definiendo desde el comienzo a su lector: aquellos que lo leen volviendo de la oficina o la fábrica, demarca su propio lugar de enunciación: la redacción del diario, que, como el barco para el marinero, es la casa en que habita, donde describe, en uno de los momentos más luminosos del libro, la figura del redactor que escribe “a todo vapor” como un engranaje de ese instrumento de la modernidad que es la máquina de escribir.
Arlt se propone viajar sin mapas ni saberes previos para conocer “los rincones más sombríos donde habita la gente más desesperada”. Nada de esto consigue. Busca lo exótico que leyó en Salgari, y encuentra lo multicolor en lugar de lo sombrío y gente pacífica donde buscaba los desesperados que había aprendido en Dostoievski.
Los relatos de las trapizondas de un amigo porteño, malandrín y estafador, infatigable inventor de modos de enriquecerse a costa ajena, tiene momentos coloridos, así como denosta el enriquecimiento del dueño de restaurante donde come, por explotador y amarrete.

Y si percibe con lucidez las diferencias en el desarrollo de las fuerzas productivas entre ambos países: la conciencia política de los obreros argentinos, alimentada en las bibliotecas populares fundadas por Ingenieros, frente a la ausencia de problematización de la sociedad carioca manifestada en la parsimonia de sus habitantes, no analiza las causas. Pero se queja, y mucho, de esa ciudad donde faltan los “sucesos misteriosos”, donde no hay crímenes ni notas policiales, donde se trabaja hasta el agotamiento. “¿Qué hago yo en esta ciudad virtuosa, quieren decirme? […] ¿qué es lo que se puede escribir sobre el Brasil? ¿El elogio del laburo?”. A su vuelta, lo esperan la ciudad canalla y dos mil pesos del 3er. Premio Municipal de Literatura por Los siente locos. Una postal del paraíso arltiano.

Publicado en diario Perfil el 16/6/13

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