Aguafuertes cariocas
Dos grandes tradiciones trazaron en la
Argentina el mapa literario del siglo XX: la del escritor que lee,
desde su bliblioteca, la literatura universal -el modelo Borges- y la
del escritor que lee los signos de la calle y desde allí escribe -el
modelo Arlt-. En el centro y conjugando a ambas, podríamos ubicar a
Walsh.
Escritor de lo excéntrico, espacial,
temática y lingüísticamente, la “zona” literaria de Arlt es el
margen: el barrio, el café cercano a la redacción, el prostíbulo,
un espacio habitado por personajes desclasados, pícaros y delirantes
que tanto en sus ficciones como en sus crónicas aparecen narrados
por un personaje solitario y en tránsito, que fustiga a las
instituciones -en especial la familia- y que adopta su punto de
vista, mientras que los adaptados son mordazmente atacados.
1930, el año de desplome de la
economía mundial, Arlt salió por primera vez del país, enviado por
el diario El Mundo a Río de Janeiro, para registrarla con su
particular mirada, que tanto éxito tenía entre sus lectores.
Ansioso por descubrir la novedad, la
antigua capital brasilera se convierte en el contrapunto de una
Buenos Aires plenamente moderna que sólo él percibe con una mirada
que adelanta, y que tanta sorpresa causó a los lectores de sus
novelas.
Dicotómica es su visión: si en los
primeros textos que envía, la ciudad carioca es una fiesta de color,
paisajes increíbles y buena educación, pocas semanas después, este
mundo idílico se convertirá en la contracara de todo lo que Buenos
Aires le ofrece y que en Río no encuentra, como la vida nocturna y
sus modos de sociabilidad plebeya. Exasperado por la atmósfera
provinciana y asfixiante, “rabiosamente triste”, envía crónicas
que parecen pedidos de S.O.S., en las que despacha, sin filtro,
opiniones racistas, prejuiciosas y sexistas, generalizando (otra cara
de la discriminación) en forma franca y con un uso exagerado del
lenguaje coloquial, quizás un modo posible de reafirmación de la
identidad.
Definiendo desde el comienzo a su
lector: aquellos que lo leen volviendo de la oficina o la fábrica,
demarca su propio lugar de enunciación: la redacción del diario,
que, como el barco para el marinero, es la casa en que habita, donde
describe, en uno de los momentos más luminosos del libro, la figura
del redactor que escribe “a todo vapor” como un engranaje de ese
instrumento de la modernidad que es la máquina de escribir.
Arlt se propone viajar sin mapas ni
saberes previos para conocer “los rincones más sombríos donde
habita la gente más desesperada”. Nada de esto consigue. Busca lo
exótico que leyó en Salgari, y encuentra lo multicolor en lugar de
lo sombrío y gente pacífica donde buscaba los desesperados que
había aprendido en Dostoievski.
Los relatos de las trapizondas de un
amigo porteño, malandrín y estafador, infatigable inventor de modos
de enriquecerse a costa ajena, tiene momentos coloridos, así como
denosta el enriquecimiento del dueño de restaurante donde come, por
explotador y amarrete.
Y si percibe con lucidez las
diferencias en el desarrollo de las fuerzas productivas entre ambos
países: la conciencia política de los obreros argentinos,
alimentada en las bibliotecas populares fundadas por Ingenieros,
frente a la ausencia de problematización de la sociedad carioca
manifestada en la parsimonia de sus habitantes, no analiza las
causas. Pero se queja, y mucho, de esa ciudad donde faltan los
“sucesos misteriosos”, donde no hay crímenes ni notas
policiales, donde se trabaja hasta el agotamiento. “¿Qué hago yo
en esta ciudad virtuosa, quieren decirme? […] ¿qué es lo que se
puede escribir sobre el Brasil? ¿El elogio del laburo?”. A su
vuelta, lo esperan la ciudad canalla y dos mil pesos del 3er. Premio
Municipal de Literatura por Los siente locos. Una postal del
paraíso arltiano.
Publicado en diario Perfil el 16/6/13
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