Los mejores narradores sub 35 en español, según GRANTA
Una revista fundada hace 130 años por estudiantes de una universidad pública inglesa creada a comienzos del siglo XIII, la universidad de Cambridge, se convirtió, a partir de su refundación en la década del 80 del siglo pasado, en la vidriera de la literatura anglosajona y, desde hace diez años, de la escrita en español.
Todo el dream
team de Anagrama salió
de aquella primera selección de escritores británicos
con nombres como Kazuo Ishiguro, Ian McEwan, Martin Amis, Julian Barnes y
Salman Rushdie. Más tarde le tocaría el turno a la nueva literatura
norteamericana y a partir de ahí, GRANTA se convertiría en una cantera
de jóvenes promesas de las letras.
En 2010, realiza la
primera selección en español, que da como resultado una lista colmada de
escritores argentinos: Oliverio Coelho, Federico Falco, Matías Néspolo, Andrés
Neuman, Pola Oloixarac, Patricio Pron, Lucía Puenzo y Samanta Schweblin,
quienes, a partir de ahí, comenzaron su carrera internacional.
Luego de 10 años, la revista ha
seleccionado a veinticinco narradores en español menores de treinta y cinco
años entre los cuales están los argentinos Martín Felipe Castagnet, Camila
Fabbri y Michel Nieva; los españoles Andrea Abreu, David Aliaga, Munir Hachemi,
Cristina Morales, Alejandro Morellón e Irene Reyes-Noguerol; los mejicanos
Andrea Chapela, Mateo García Elizondo, Aura García-Junco y Aniela Rodríguez;
los cubanos Carlos Manuel Alvarez, Dainerys Machado Vento y Eudrys Planches
Savón; los chilenos Paulina Flores y Diego Zúñiga; el colombiano José Ardila;
el nicaragüense José Adiak Montoya; el uruguayo Gonzalo Baz; la peruana Miluka
Benavides; el costarricense Carlos Fonseca; la ecuatoriana Mónica Ojeda y, de
Guinea Ecuatorial, Estanislao Medina Huesca, la nueva cantera de escritores en
nuestro idioma. El resultado es el libro que acaban de publicar las editoriales
Big Sur y Candaya, Los mejores narradores jóvenes en español 2.
Su editora, Valerie Miles, quien es miembro del comité
evaluador de la revista, afirma que el propósito que anima a GRANTA es
la producción de “instantáneas generacionales” y sostiene que después del boom,
el único escritor que tuvo un lugar de reconocimiento en el viejo continente
fue Roberto Bolaño, por lo que era necesario abrir una vía de tránsito entre
las literaturas del viejo mundo y las del nuevo. Por supuesto, las leyes del
mercado editorial -ávido de nuevas voces en una lengua que es hablada en tres
continentes- también hicieron lo suyo.
La pandemia, el marco en el cual se
desarrolló el concurso, fue su tema tabú, ya que no se les permitió a los
participantes enviar diarios de la pandemia ni relatos testimoniales. La búsqueda activa del comité evaluador, con plena conciencia
de ser la plataforma de lanzamiento de las nuevas literaturas, se dirigió,
según ella, a la búsqueda de escritores osados, capaces de dar el salto,
alejados de la bastardeada literatura del yo y decididos a construir un mundo
propio desconocido para los lectores.
Y
en esta nueva selección, la lengua española, en toda su riqueza y diversidad,
en sus tonalidades y usos, en sus mixturas y sonidos encontró veinticinco voces
que le dieron cabida.
El libro (muy bien editado),
agrupado por similitudes temáticas y estilísticas, pone en relación la
literatura de anticipación con las tradiciones indígenas; las distopías
políticas con las reflexiones sobre los usos del lenguaje; la desigualdad
endémica de nuestra región con las formas que adopta la magia y la cultura new
age, los vínculos poliamorosos con la violencia política y el humor y la
ironía (esa fuerza desacralizadora que hace más soportable cualquier escenario
apocalíptico), con el universo transgénero del grotesco, cuyos personajes
extremos parecen salidos de un cómic.
Si bien la mayoría
de estos escritores no reside en su lugar de origen, es evidente que han
elegido renunciar al español neutro o cosmopolita de la generación anterior
(cuya escritura deslocalizada pareciera, en algunos casos, una traducción de sí
misma) y volver al regionalismo y a la exuberancia lingüística. La
sonoridad, propia de los grandes nombres de la tradición como Rulfo o Cabrera
Infante, vuelve, sorpresivamente, entre los más jóvenes. Es que “los tiempos ya no están para el
castellano estándar de los capítulos de Dragon Ball”, afirma la
narradora de uno de los cuentos mientras ofrece a los lectores un diccionario
chileno de cronolectos.
Una suerte de
resistencia a la contemporaneidad pareciera mostrar el diálogo que estos
escritores establecen con su tradición (en especial, con la tradición indígena)
pero para hacer algo propio, como se puede leer en el cuento de la ecuatoriana
Mónica Ojeda, donde el mundo campesino, el terror atávico, las fiestas
orgiásticas y la crueldad infantil componen un oscuro relato de iniciación.
Las identidades
sexuales como categorías fijas han sufrido, cómo no, un replanteo. El binarismo
ha quedado sepultado y comprobamos que el lenguaje inclusivo (un motivo de
debate que creíamos, se daba sólo en nuestro exasperado país) atravesó
definitivamente la frontera que separa la vida del arte.
Como la narradora de “Buda Flaite”,
de la chilena Paulina Flores, que entra y sale de la narración para ir detrás
de su protagonista (quizás una de las pocas palabras de género femenino que engloba
a todos) que fluye entre los géneros, y en ese fluir, cuenta una historia de
desamparo y de resistencia (hoy diríamos, de empoderamiento), impensable por
fuera del proceso político insurreccional chileno de los últimos años, narrada
con mucho humor y sin una pizca de condescendencia.
Pero
si
hay algo que sus veinticinco integrantes tienen en común es haber encontrado en
la dialéctica entre su lugar de origen y el mundo que los cobija, el espacio
donde instalar su propia voz.
En “El color del globo”, la cubana
Dainerys Machado Vento construye un relato desde el
punto de vista de lo que la izquierda llamó los "gusanos", que a la
vez es un grotesco sobre el medio pelo cubano de
exiliados, narrado desde el corazón mismo de la “república de Miami”.
Su autora, que vive en esa ciudad desde hace cinco años adonde fue a hacer un doctorado en Lenguas y Literaturas, sostiene que su lugar de residencia es móvil. “Voy y vengo, vivo donde quiero o donde hay trabajo. Sé que la imagen de Cuba es muy política, precisamente por el sistema que ha prevalecido en el país. Pero creo que despolitizar mi relación personal con el lugar donde nací es el interés de buena parte de mi generación, que sabe que solo después de borrar ciertas excepcionalidades grabadas en el imaginario colectivo se podrán producir cambios muy necesarios en Cuba. Por eso también me encanta usar la ficción para reírme un poco de los extremos que tanto nos han asfixiado, especialmente cuando se trata de la isla y su espejo favorito, Miami.”
Estos nuevos
escritores, dueños de una clara conciencia política, histórica y ecológica,
ponen en escena el presente de estos países fruto de la colonización española,
cuya dependencia económica y pobreza endémica los condena al atraso
estructural. “Un caos travestido de destino”, como lo define el chileno Diego
Zúñiga en el cuento “Una historia de mar”, donde la ciudad de Iquique resulta
la cifra de un pasado que no cesa de pasar.
Y la ciencia ficción, como sabemos,
gran laboratorio de hipótesis sociales, encuentra a muchos de estos escritores
proyectando las propias, como es el caso de Andrea Chapela,
y su cuento “Anillos de Borromeo”, cuyo escenario es un futuro después del colapso
climático y a la vez es un cuento sobre hacer las paces con el pasado y dejar
ir, donde las herramientas del género le sirven para hablar del dilema
emocional de la protagonista.
Frente
a la inminencia del fin del mundo, sin embargo, la protagonista mantiene la
esperanza en otros mundos posibles. “Sin duda,
en la literatura hay un lugar para esa esperanza. Particularmente en la ciencia
ficción en los últimos años han aparecido nuevas corrientes como el hopepunk o
el solarpunk que intentan encontrar esa esperanza incluso en medio de futuros distópicos.
Creo que la literatura, sobre todo la especulativa que está tan enraizada en la
imaginación, puede ser un espacio donde encontremos ideas sugerentes y
esperanzadoras sobre el futuro. Es el primer paso de dar forma a los cambios.”
En la vereda contraria, el mejicano Mateo
García Elizondo, en
su cuento “Cápsula”, imagina el modelo superador de todas las torturas posibles: el
encierro de un preso en una cápsula espacial en un viaje sin retorno para
exponerlo a la experiencia de la eternidad.
Una nueva generación de escritores
hispanohablantes asoma al mercado internacional y por lo que parece, tienen
mucho para decir. Vale la pena escucharlos.
Ciencia ficción gaucho-punk
Michel Nieva es uno de los tres argentinos seleccionados
por la revista con su cuento “El niño dengue”,
una distopía política que se abre con el mapa de la Argentina del 2272, cuyo
territorio quedó reducido (como si hubiera sido carcomido) a la mitad, donde el
dengue, esa endemia negada, produjo, como el glifosato, mutaciones en los
cuerpos de los pobres.
Y el texto, que evoca a Martínez
Estrada y su Radiografía de la pampa, habla de un autor para el cual los ensayos tienen un lugar destacado en su
horizonte de lecturas. “Siempre que escribo intento
fusionar mundos por venir en un diálogo crítico con la tradición del ensayo y
la política fundantes de nuestra nación (la de Sarmiento, Martínez Estrada,
Alberdi o Roca)” y que
lleva adelante un
proyecto de escritura
donde explora problemas críticos del presente en la simultaneidad del futuro
con el pasado al que bautizó "ciencia
ficción gauchopunk".
Frente
al desafío de hacer ciencia ficción hoy, cuando pareciera que el
futuro ya llegó, sostiene que “una de las grandes audacias del capitalismo contemporáneo es haber
incorporado la estética hollywoodense de ciencia ficción al fetichismo que
inviste sus mercancías. Por poner un ejemplo, el diseñador de los trajes
espaciales y los cohetes de SpaceX (la compañía de Elon Musk) es José
Fernández, el diseñador de la estética de todas las películas de Marvel. Así,
el consumo de estas mercancías produce la fantasía de que vivimos en el futuro.”
Pero a él, la ciencia ficción que le interesa es la que practica la crítica
política, “la que justamente des-estetiza esos imaginarios tecnológicos,
dejando así aflorar toda la violencia y el horror que
los constituye.”
Publicado en Tiempo argentino, 6/11/21
No hay comentarios:
Publicar un comentario