viernes, 21 de octubre de 2022

Entrevista a Tim Maughan

 

Recién llegado a Buenos Aires para participar del Filba, el autor de uno de los títulos que inauguraron la colección “Efectos colaterales” de la editorial Caja negra, Tim Maughan, es un artista escocés que vive en Canadá trabajando para las empresas y gobiernos que desarrollan proyectos que se encargan de pensar el futuro. Pero además, proviene del riñón de la contracultura inglesa cuyo epicentro fue la ciudad de Bristol, cuando el arte callejero y la música urbana se apropiaron de una ciudad que había reemplazado la conflictividad social por la gentrificación y que sus habitantes, mayoritariamente jóvenes, convirtieron en una caja de resonancia del espíritu contestatario.

Detalle infinito, la novela que vino a presentar, es una ficción especultativa que nos pone frente a un escenario donde las sociedades centrales hipertecnificadas han alcanzado un grado de control sobre sus habitantes mediante el concepto de “ciudad inteligente” que sorprendería al mismo George Orwell y que un ataque de un grupo hacker organizado hace implosionar.

En una larga entrevista, el autor habló con La Capital acerca de las motivaciones que lo llevaron a escribir esta novela en la que un ciberatentado hace colapsar internet de una vez y para siempre, produciendo una revolución en el sentido político e histórico con consecuencias extremas.

- ¿A qué te referís con el oxímoron “detalle infinito”?

Es una expresión que usé en un cuento que escribí en 2012 y siento un gusto personal al encontrar una frase o motivo que me guste y volver a ese grupo de palabras. Algo así pasa en la música, los músicos tienen motivos a los que vuelven recurrentemente, entonces quise hacer algo similar a lo que ellos hacen, pero en la literatura. Y el título, como te decía, originariamente tenía otro nombre: God’s switch, algo así como la tecla de Dios, que era el nombre de un sello discográfico y la idea era que el mundo se apagaba con un botón, pero a mí no me gustaba el tono religioso que tenía. Y aunque por mucho tiempo ese fue el título que iba a tener, volví a esa frase que me parece que captura mejor el sentido de lo que se habla en el libro: que hay cosas que pasan en el mundo de las que no sabemos nada, que son invisibles, como los flujos de datos, y el oxímoron me pareció que expresaba todo esto.


- Esta es una novela retrofuturista que plantea un escenario futuro, una vuelta atrás en el aspecto tecnológico. ¿El futuro sólo es posible pensarlo dialécticamente y no como continuación o evolución?

No me gusta mucho que me consideren un escritor retro-futurista. Yo trabajo para varias empresas y gobiernos en proyectos que se encargan de pensar el futuro, por lo que siempre estoy pensando en la tecnología y en el futuro como dos factores que se entrelazan. Y me gusta transmitir esto en la literatura. Eso que vos captaste acerca del progreso, respecto de lo que el sentido común ve como algo lineal, que evoluciona, estamos viendo que eso puede cambiar, ser interrumpido, ir para atrás o hacerse cíclico y esto es algo que el Norte global ya ve, que ese progreso puede verse interrumpido. Algo que podemos ver en las noticias, con todo lo que está pasando con las mujeres en el mundo, la inflación, la guerra de Ucrania, donde la tecnología se ve muy afectada. En el libro hay cosas que, si bien no han sucedido todavía, es muy probable que sucedan. Y si bien, desde los centros de producción tecnológica siempre se sostuvo que, cada dieciocho meses, las tecnologías se vuelven el doble de poderosas y el doble de baratas, hoy vemos que no es así. Las tecnologías no son baratas, al contrario, son cada vez más caras, cada vez menos gente puede acceder a ellas y esto genera una brecha en la gente. Eso lo vi en las cadenas de suministro que estudié en China cuando estuve viajando durante una semana en un buque porta-contenedores de mercancías y ahí pude ver la fragilidad del comercio mundial.

- Los sucesos de la novela se desarrollan en la ciudad de Bristol, la cuna de un movimiento contracultural que tiene a Bansky entre sus activistas más conocidos y en un barrio en particular, Stokes Croft. ¿Por qué elegiste un contexto tan realista para elaborar un relato de ciencia ficción?

Yo viví en Bristol por más de diez años en la época en la que salía mucho, iba a tomar algo, trabajaba de disc jockey y siempre fue un barrio muy conflictivo, con mucha inmigración china, jamaiquina, pero después vino la gentrificación y recién después la contracultura. Y el graffiti siempre fue muy importante para mí, donde encontraba un fuerte sentido de rebelión, aunque me costaba explicar la relación entre el graffiti y la ciudad de Bristol. Al principio yo estaba en contra pero después me convertí en un defensor y empecé a promocionar hasta festivales de graffiti. En cuanto a Bansky, para muchos puede parecer que su trabajo es inmaduro, básico o hasta obvio, pero en realidad representa bien lo que es el graffiti, que es la inmediatez. Cuando yo iba a trabajar me encontraba con tres obras de Bansky en el camino y hoy sería como ver un Van Gogh y pienso que en cien años su valor va a aumentar. La relación que yo le encontré con la ciencia ficción es su poder de hackear la ciudad. Es una tecnología que permite saquear el espacio de una manera lícita. En mi primer libro, Paintwork, que es una colección de cuentos, de lo que se trata es de hacer un hacking digital y se me ocurrió yendo a trabajar. En esa época había unos carteles publicitarios al costado del camino diseñados para estar muy cerca de la gente. Nosotros pasábamos en colectivo o caminando y estaban tan cerca que podías ver hasta los píxeles. Resultaban, la verdad, opresivos, sofocantes, muy invasivos. Y la gente empezó a rayarlos, a destruirlos, entonces los terminaban bajando y dejando libres las paredes que aparecían todas graffiteadas y terminaban intercalándose con los otros carteles. Es interesante ver el contraste entre las imágenes legales y las ilegales y ese contraste me parecía de ciencia ficción. Me interesa toda manifestación visual contracultural porque me sirve para explicar cuestiones del presente y del futuro.

(N.de R.: En total sintonía con el propósito de la colección, la imagen de la tapa pertenece a Denys Evol, un artista brasilero que hace graffitis digitales, a la que luego se trabajó para transformarla a 3D.)

- Y en medio de ese escenario apocalíptico se desarrolla una hermosa historia de amor. ¿Este es un relato optimista?

Me suelen llamar un escritor distópico por obvias razones, pero ese es un término que no se ajusta demasiado a lo que hago. Como dijimos, el progreso no es el mismo para todos, todo depende de dónde estés parado. Los problemas de suministro, las problemáticas laborales son diferentes para cada realidad. Pero creo que escribir sobre distopías y apocalipsis es un ejercicio optimista, cuando lo hacés por las razones correctas, es decir, para señalar lo que está mal, lo que hay que cambiar. Y en este libro yo no quise preocupar sobre qué pasaría si nos quedáramos sin internet, sino pensar para qué lo usamos y a quién pertenece. Y hay un ida y vuelta entre un antes y un después del apocalipsis (que quizás esté más en el antes que en el después) y el final es deliberadamente conflictivo y violento pero a la vez, optimista. Y si bien el amor es muy importante, para mí es súper importante la música. El amor y la música son cosas que, aunque todo vaya mal, vamos a seguir buscando y disfrutando. Así que, sí, definitivamente el libro tiene una veta de optimismo.

- En un momento de desarrollo tecnológico en el que el mundo virtual está al borde de reemplazar al mundo físico, con el metaverso, la ciencia ficción está poblada de fantasmas. ¿Esto habla de un estado de nuestra sociedad actual, por lo menos en los países centrales?

En mi trabajo estoy muy enfocado en el tema de la realidad virtual pero, a pesar de rechazar todo lo que tiene que ver con el metaverso, me parece que tiene un potencial muy grande, ofrece un espacio ilimitado para trabajar, para explotar y para explorar, lo malo es en manos de quién está. Vivimos en ese sentido en un mundo de fantasmas que son los fantasmas del capitalismo, un dinosuario que está colapsando bajo su propio peso, con el cambio climático y tantas otras cuestiones, pero, en vez de pensar qué está pasando ahí, sólo pensamos en reciclarlo y mandarlo al mundo digital. Y la pandemia, que debería habernos enseñado un montón de cosas, nos encuentra esperando volver a la normalidad. Yo digo, no queremos volver a esa normalidad. Al final, con la pandemia no aprendimos nada porque, en vez de pensar qué es lo normal, qué es el trabajo, qué es la energía y la contaminación, volvimos otra vez a lo mismo. A pesar de que la pandemia expuso toda esa fragilidad del entorno, no supimos cambiar las cosas y terminamos viviendo con esos fantasmas.

- Producimos datos para los dueños de las empresas. No somos robots, como imaginaba cierta ciencia ficción de hace cincuenta años, sino que somos usuarios que no deciden nada, los algoritmos deciden por nosotros. ¿El hacktivismo organizado es el camino para enfrentar esto?

El libro se hace esa pregunta pero no necesariamente la responde. Para mí la respuesta es sí y no. Un poco es el tema del manifiesto del grupo hacktivista, los DRONEGOD$, que puede sonar extremista pero es un poco esta representación. Podemos ver los debates que se dan en las redes y plataformas en donde hay hacktivismo, que dieron sus frutos, como el Black Lives Matter donde yo mismo marché en Nueva York y que me enteré porque se estaba organizando por Twitter. Generamos capital para estas empresas desde el momento que nos logueamos. Hay un conflicto al utilizarlas pero hay una dualidad en esto. Son tanto una herramienta al servicio nuestro como un mecanismo de control y de expoliación de datos.

- ¿Cómo imaginás el postcapitalismo?

He tratado de imaginármelo pero quedo atascado, como todo el mundo, y acá cito la frase que se atribuye a Jameson, a Fisher o a Zizek, “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Pienso que es tan difícil imaginar una cosa como la otra, pero el hecho de que estemos haciéndonos esta pregunta significa que podemos imaginar la respuesta. Es una lucha para la imaginación, y el arte y la literatura son el mejor modo de ensayar una respuesta.


Detalle infinito

Narrada en dos tiempos: un antes y un después del crack que acabó con todo lo que sustentaba el capitalismo, el sistema que parecía indestructible, sostenido en las comunicaciones digitales, el flujo de capitales y el comercio exterior, los capítulos se alternan entre estos dos tiempos irreconciliables para describir un mundo que pasó del control hipersofisticado de la vida, el biopoder, a un escenario fantasmal que recuerda a Mad Max, donde un ejército de sobrevivientes se dedica a reciclar los restos de los pocos productos manufacturados que han quedado en pie, ya que los dispositivos, como los autos autónomos y las ciudades inteligentes, han pasado a ser basura inservible.

Y frente a una clase parasitaria que en el tiempo anterior podía triplicar su riqueza con solo un pestañeo, los sobrevivientes de la catástrofe tecnológica resisten la destrucción poniendo a funcionar viejas-nuevas tecnologías y modos de producción comunitaria, mientras rebuscan, entre los escombros de la ciudad donde estalló el conflicto, Bristol, noticias de sus familiares desaparecidos.

Los protagonistas, un grupo de artistas anti-sistema (entre los que asoma un personaje llamado Melody, una velada referencia a la película de Alan Parker, esa gran historia de amor y de rebeldía que sucede en una pequeña ciudad inglesa) transitan los dos tiempos, buscando los restos de una utopía social y recuperando los sonidos de una época trágica y desmesurada a la que parece nos estamos acercando irremediablemente.

Publicado en La Capital de Rosario, 16/10/22

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