Milagro
en Haití
Una gran crítica literaria argentina que ha hecho de la
distancia geográfica y lingüística el espacio de su reflexión teórica, Silvia
Molloy, sostiene en su último trabajo que hay diferentes tipos de deslenguados
-que no significa desvergonzados o mal hablados- sino “el que ha perdido la
lengua, el que habita una lengua con melancolía o con desesperación”.
La chilena Carmen Prado, la protagonista deslenguada de
esta novela, despierta -o más bien, resucita- en una clínica haitiana a la que
caprichosamente ha elegido para hacerse una cirugía estética, durante los
convulsionados días del golpe de estado contra Aristide. Ella, que ha vivido en
muchos lugares dándole la espalda a su país, lo único que conserva es el
lenguaje. Como “una bolsa rota de palabras chilenas" se reconoce en un
cuerpo desgarrado que concentra en su voz toda la furia con la que impreca a su
clase -la clase dirigente chilena-, a su familia y a su país.
Y la figura del aparecido, del zombi bordea la trama de
esta novela que se despliega al ritmo de la memoria de su protagonista que se
resiste a la memorabilia, porque “recordar es de maricones”, y que en el
encierro de la clínica en la que se despierta junto a su criada negra, Elodie,
las voces de ambas se ensamblan en un contrapunto de improperios y
exorbitancias de la señora y réplicas notables de su criada, donde se escuchan
los ecos de la lucha de clases.
De la primera, son los fantasmas de sus ex maridos y de su
familia que la odia los que desfilan por su voz, mientras que Elodie, al otro extremo de la escala social, vive en un mundo donde los
zombis tienen más realidad que dios, quien, por otro lado, jamás le dio pruebas
de su existencia. Ambas comparten un
mismo territorio sociopolítico, el de los países explotados en los que, sin
embargo, la fuerza, la potencia están del lado de los subordinados, mientras
que del otro, la implacable capacidad de destrucción, que esta novela logra tematizar sin metáforas obvias ni tesis unívocas.
Publicado en diario Perfil, 12/6/2016
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