lunes, 6 de junio de 2016

Cuando la era paría un corazón

Ensayos quemados en Chile. 
Inocencia y neocolonialismo

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La imagen de una fila de camiones saliendo de la editorial estatal Quimantú (la responsable de la mayor tirada de libros a precios populares de toda la historia de Chile), en los días posteriores al golpe de estado de Pinochet para convertirlos en pulpa y así “aprovechar” su materia prima, abre este conjunto de textos originalmente publicados en Argentina, en 1974, cuando su autor logró salir de su país y recuperar los borradores de unos trabajos que viajaban en esos mismos camiones.
Hoy se vuelven a editar estos textos que sin bien son inseparables del contexto que los produjo, ponen en circulación ideas sobre política cultural, literatura contemporánea, teoría política y crítica de los medios masivos y de la cultura de masas que, más allá del tono urgente y altisonante, resulta necesario profundizar.
Como la concepción de la historia que se puede encontrar en las masivas historietas infantiles de los años 70, Babar, el elefante y Disneylandia, que asimila a sus protagonistas a una idea de minoridad política que incluye en una misma serie a los niños y a los pueblos subdesarrollados (los bárbaros que resuenan en “Babar”), a los que los adultos-países centrales, para su bien, deben educar. Las desigualdades entre los países y las guerras colonialistas quedan de esta manera borradas frente al relato de una historia que las naturaliza. “Liberación o dependencia” es la consigna que contextualiza este análisis, que años más tarde Dorfman desarrolló junto a Mattelart en su (también masivo) Para leer al Pato Donald.
Y el peligro de lo que por esa época se denominaba “penetración cultural” era una amenza cierta para una sociedad que se había propuesto un camino de autonomía económica y política, aunque la denuncia de la propaganda encubierta que significaba el inefable Selecciones del Reader’s Digest no se agota en su contenido sino que desmenuza los procedimientos y la retórica con los que esta publicación construyó su propia máquina comunicativa.
Convencido del papel central que el lenguaje y la comunicación tienen en la construcción de una nueva sociedad, impulsa a los trabajadores a asumir junto con la dirección de las empresas recientemente estatizadas la elección del nuevo nombre, y a revertir la política cultural burguesa que desprecia la cultura de masas y sólo reconoce en los clásicos su ideal de una literatura como goce de minorías, de la que los estudiantes resultan excluídos. Propone Dorfman incluir a los medios como objeto de estudio y analizar desde ahí los procedimientos con los que la literatura construye su mundo, para poder, finalmente, apreciar las diferencias.
Como funcionario del gobierno socialista se plantea la tarea de planificar una política de
agitación cultural que impulse el nacimiento de una cultura desde los propios participantes, el camino, sostiene, para llegar a ser verdaderamente popular. Y es el compromiso absoluto con este proceso político el que parece filtrarse en el análisis de la obra de Antonio Skármeta en contraste con la de Jorge Edwards, dos visiones opuestas de la realidad chilena, porque, afirma, “cada obra de arte … es el intento de responder a un cómo, a un quién, a un por qué, dónde, cuándo.”

El último de los textos recobrados, el prólogo que escribió a La historia me absolverá, el alegato de Fidel Castro por el asalto al cuartel de Moncada tenía fecha de publicación el mismo 11 de septiembre. Para él, verdadero programa de acción política, trazó las líneas del proyecto de liberación nacional para todo el continente y así como Fidel Castro piensa el movimiento que él lidera como continuador de la revolución inconclusa que José Martí había iniciado, Dorfman lee este alegato como anticipación de la experiencia chilena pensando desde su minado campo político, a las puertas del infierno. 

Publicado en diario Pefil, 5/5/2016

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