Resérvame el vals
La historia de la literatura es un campo en constante
transformación. De un tiempo a esta parte, ha comenzado a ponerse en cuestión
el lugar indiscutido de algunos nombres y a dejar asomar otros (en este caso,
otras) que, por motivos que nada tienen que ver con la calidad literaria o la
experimentación en la escritura, habían quedado ocultos. Resérvame el vals,
la única novela publicada por Zelda Sayre Fitzgerald, es una muestra evidente
de ambas cosas, y la ocasión de dejar de ser la musa alocada del gran escritor
para convertirse en autora.
Escrita en 1932 durante su permanencia en el hospital
psiquiátrico de Baltimore por un
diagnóstico de esquizofrenia, esta novela, decididamente autobiográfica, nos
muestra a su protagonista desde su adolescencia en un pueblo de Alabama, de
donde sale eyectada para casarse con una promesa de las artes plásticas rumbo
al “exilio” parisino donde experimentará el vértigo de los agitados años 20 e
intentará ser reconocida como bailarina clásica.
Escrito con una prosa trabajada con arabescos y
descripciones de la naturaleza que recuerdan las imágenes art nouveau de Alfons
Mucha, se revela como una de las mejores novelas sobre el exilio literario
norteamericano, cuando París era literalmente una fiesta, los egos crecían
junto con la fascinación por los dólares venidos del Nuevo Mundo que
alimentaban a la desnutrida Europa y matrimonios como los de Francis Scott y
Zelda inauguraban el modelo de pareja explosiva que dominó la escena artística
a lo largo del siglo.
Con una mirada que, pasada por el lente del feminismo,
reflexiona sobre ese lugar poroso y permeable, tan particular de las mujeres
como sostén del marido e intermediaria de los hijos, recuerda algunos de los
mejores textos de Virginia Woolf sin perder el tono que dominó la literatura
del sur de EE.UU., donde la familia puede ser el polvorín en el que descansan
las tradiciones más arraigadas.
Los años de las vanguardias clásicas fueron aquellos
donde los artistas persiguieron la utopía de fusionar el arte con la vida. Una
década más tarde la política irrumpió violentamente para desarmar cualquier
pretensión innovadora. En medio de este torbellino Zelda vivió, amó, creó y
padeció una dura enfermedad mental, que no le impidió escribir una obra donde
abunda la reflexión sobre el arte, la creación artística y las relaciones
amorosas. Un testimonio muy lúcido sobre la época que le tocó vivir y de la que
fue, sin dudas, protagonista.
Publicado por La Gaceta Literaria, 28/6/2020
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