lunes, 23 de abril de 2018

Al borde de lo imposible

Cuerpos al límite

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Muchos siglos pasaron desde que la figura del héroe, en la literatura, descendió desde la épica hasta transformarse en su contrario, el antihéroe beckettiano y que en el imaginario social abandonara la literatura (y la vida) para trasladarse al deporte. En este ámbito, el éxito -en todos los casos, coronado con una copa- dará la medida del heroísmo, sobre todo si se obtiene a costa del rival histórico y el fracaso logrará convertir al mejor de todos los tiempos en objeto de desprecio. Pero la vida puede ser mucho más cruel con los héroes derrotados, como lo atestigua uno de los protagonistas de este libro, un ex combatiente de Malvinas.
Y estas crónicas no hablan de esta clase de heroísmo construido por el mercado para el blanqueo de capitales, sino de un modo de entender el deporte extremo y de alta competición como una forma de estar en el mundo, donde, paradójicamente, los atletas se someten a una disciplina extrema que empuja los límites de su resistencia física hasta casi desaparecer.
Publicados en revistas locales y extranjeras donde la crónica es la niña mimada de la literatura de no ficción, los relatos de Bianchini logran concentrar el punto de vista en una tercera persona que ha reducido la distancia con su objeto hasta el mínimo para intentar responder el interrogante acerca de cómo funciona la cabeza de una atleta que ha decidido desoír las alertas que manda el cuerpo hasta lograr dominar sus necesidades vitales, como el impulso de respirar, o, sencillamente, la necesidad de parar.
Su mirada hace foco en cuerpos desfallecidos por la pérdida de glucosa, al borde la muerte por la falta de oxígeno, abiertos en una sala de operaciones improvisada, adelgazados después de tres días completos de maratón, doloridos hasta el agotamiento, soportando temperaturas extremas o alucinando por la falta de sueño y relata cada hazaña deportiva siguiéndolos de cerca como una cámara ubicada dentro de la cabina de un Fórmula 1.
Así acompañamos a la nadadora argentina que logró el récord panamericano de apnea dinámica sin aletas, con 134 metros nadados sin respirar, el ritmo de su corazón, el entumecimiento de sus músculos y el enrarecimiento de su sangre cuando no recibe el oxígeno que necesita. Asistimos a la carrera de 100 km. de un hombre que en la Antártida, a 20 grados bajo cero, entabla un juego mental contra sí mismo para soportar 17 horas corriendo en un territorio que no parece de este mundo, sin horizonte y sin noche, quien, entre las dificultades de una carrera larga y la vida, no parece encontrar diferencias.
Dominar la frustración o los recuerdos dolorosos provocados por la experiencia de la guerra puede ser también una forma de entrenamiento. Como la que llevó a un ex combatiente de Malvinas a inventar una ultramaratón de cuarenta y cinco horas, la 602K, con la que logró vencer el impulso de suicidio que llevó a la muerte a la misma cantidad de ex combatientes que de soldados muertos en combate. “Con trabajo y disciplina el límite es uno” afirma uno de los pocos ganadores de esta demencial maratón, que cambió la pasión por el fernet y las comilonas por el entrenamiento de alto riesgo.
Y la resistencia al dolor resulta otro de los modos posibles del entrenamiento. La historia del corredor y cirujano plástico argentino que operó a otro corredor en medio de una maratón de cinco días en México ocupó los titulares de varios diarios, el año pasado. Después de haberle reconstruido la cara (y de haber sufrido él también una caída importante), terminaron juntos la carrera, el objetivo que se habían impuesto y que no pensaban resignar.

Encontrar placer en el dolor es una motivación que estos atletas reconocen sentir y que liga esta experiencia con la vocación religiosa y con algo que se parece bastante a haber encontrado un sentido a la propia vida.

Publicado en diario Perfil, 31/12/2017

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