lunes, 23 de abril de 2018

Estados alterados

Una casa junto al Tragadero

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Una ruinosa casa abandonada junto a un río que recibió su nombre después de haberse engullido a animales y cristianos; una naturaleza salvaje e impenetrable, la del monte chaqueño; paisanos embrutecidos y ensimismados hasta la enajenación y un narrador poco confiable son los materiales con los que el escritor chaqueño, Mariano Quirós, el ganador del último premio Tusquets, construyó esta historia con un tono propio que la aleja de la literatura regionalista y con la perfección de los grandes relatos del fantástico argentino.
Su protagonista, bautizado por uno de los lugareños como el Mudo, ha abandonado el habla por propia decisión junto a su vida en la ciudad y se ha desprendido de sus pocas pertenencias, con un único objetivo: “imaginar una tranquilidad.” Nada más alejado de la realidad con la que se encuentra y a la que contribuye a enturbiar con su particular forma de inacción.
Llevando al extremo la proverbial parquedad de los habitantes del campo, reduce la comunicación a la escritura de pequeños textos manuscritos incorporados a la novela y a los dibujos que delinea, como un modo de comprender su entorno. Con una mirada obsesiva y una percepción olfativa cercana a la animalidad registra cuerpos y descifra gestos de quienes lo rodean, cuyo lenguaje articulado no alcanza a interpretar del todo.
Mientras el protagonista renuncia al habla, el trabajo de la narración con el lenguaje es uno de sus puntos fuertes. Con un estilo propio, construye una sintaxis cercana a la oralidad a la que le suma un léxico anacrónico con palabras como “bochinche”, “atorrante”, “a la bartola”, “tarambana”, “metejón”, “pavote”, “descocada”, “sopetón” y hasta un “chantapúfete” que instala el texto en los años 70, en un juego de espejos con la temporalidad ambigua de la novela.
En su diálogo con la tradición literaria -cierta zona de la gauchesca, el fantástico en su vertiente ligada al terror que Horacio Quiroga exploró en sus relatos de la selva y ciertas especulaciones fantásticas de Bioy Casares- conjuga la figura del fantasma o del aparecido presente en todas ellas con la percepción distorsionada del protagonista, producto de altas dosis de alcohol, insolación y estados de somnolencia, un tipo de percepción velada que favorece el pasaje, como del sueño a la vigilia, del realismo al fantástico.
Y si para el género gótico la historia gira alrededor de una casa que se constituye en protagonista y de un espacio que deviene claustrofóbico -y el laberinto es una de sus principales figuras- la circularidad del espacio donde se emplaza esta “casa maldita” y la elasticidad del tiempo del relato, junto a truculentas leyendas autóctonas que un campesino cuentero hace circular, transforman a la novela en uno de sus mejores exponentes.
La pérdida de límites, otro de los inquietantes modos en que se expresa la figura del laberinto, convierte al monte en el espacio de la pura confusión: animales salvajes devenidos cariñosas mascotas; gritos animales indiferenciados de voces humanas; rituales amorosos de una pareja de monos que no se distingue de los de una pareja de humanos; hombres perdidos en el monte transformados en salvajes, idiotas o enajenados y un protagonista convertido en “una cosa cualquiera” o en “una criatura del monte”, deambulan junto a personajes a mitad de camino entre la vida y la muerte.
Con un manejo dosificado de las anticipaciones, duplicaciones y paralelismos la trama va creciendo en tensión y violencia de la mano de unos personajes amenazadores e impredecibles y la lectura de sus peripecias resulta una experiencia perturbadora, uno de los muchos motivos que esgrimió el jurado para elegirla como novela ganadora.

Publicado en diario Perfil, 21/1/2018

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