miércoles, 28 de noviembre de 2012

Lógica y representación


Destrucción del edificio de la lógica
de Noé Jitrik



Escalante, un viejo profesor de filosofía que acaba de perder su trabajo, pide un café en el bar de su barrio mientras observa discutir a una pareja y a un taciturno parroquiano que toma una ginebra. Su condición de desocupado y una frase del acervo peronista pintada en una pared, “la organización vence al tiempo”, lo llevan a reflexionar sobre el empleo del tiempo, las notables coincidencias entre Hegel y Perón acerca de la imposibilidad de pensar más allá de lo real (nuestro caudillo, en su afán didáctico-simplificador, lo expresaba diciendo que la única verdad es la realidad) y las similitudes entre el vagar y el pensar o, dicho de otro modo, entre la práctica cartonera y la filosofía.
Algunos párrafos más tarde, el lector verá surgir de la propia herramienta de trabajo de Escalante, su pensamiento, personajes que, como conejos salidos de una galera, aparecen y desaparecen, poniendo en cuestión la realidad de lo representado, objetivo de una narración cuya aspiración es la de ser registrada por un observador puro, fantasma de un relato sin finalidad.
La arbitrariedad del lenguaje para designar aquello que nombra se manifiesta en este texto en la construcción de los nombres propios: todos los personajes: la pareja –una prostituta y su cafishio-, el parroquiano (que resultó crítico literario y taxidermista!), el empleado del bar, el dueño del hotel de citas, el policía y sus alumnos, llevan en el apellido las dos primeras sílabas de Escalante.
Así como la historia pareciera habitar sólo en la cabeza del protagonista, los personajes se generan a partir del nombre propio, formando un paradigma y conformando un relato que, por haber sido escrito, reclama para sí el mismo estatuto de realidad que lo real, con perdón de aquella máxima peronista que lo desmiente con tanta convicción.

Publicado en diario Perfil

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