viernes, 30 de noviembre de 2012

Amor y anarquía


La princesa Casamassima
de Henry James



Si bien Henry James no necesita muchas presentaciones, ésta es una de sus novelas menos conocidas que pertenece a una zona de la narrativa del siglo XIX que piensa la política en términos de conspiración y en la que se podría ubicar a Los demonios de Dostoievski, a El agente secreto de Conrad y sobre todo a La educación sentimental de Flaubert, donde la tensión entre conservadurismo y anarquismo marca la conciencia de sus personajes que se resisten contra el estado, deploran la sociedad industrial y añoran el mundo rural, deambulando alrededor de las grandes ciudades.
Y fue en ese escenario privilegiado en que las tensiones del capitalismo moderno se muestran, la Londres de fines del siglo XIX, donde James encontró, según cuenta en el prólogo, el tono y el personaje (“atormentado y atento”) precisos para esta historia. En su planteo sobre la construcción del personaje, afirma que éste debe concentrar la significación de la obra, tendrá que percibir con claridad su situación y, como Hamlet, como Lear, tener los sentidos alerta y ser responsables de su historia.
Hyacinth Robinson, el héroe de este relato (que disputa el protagonismo con la princesa del título) es un hijo bastardo de un noble inglés y de una prostituta francesa que muere en la cárcel por haber asesinado al padre del niño, dejándolo al cuidado de una modista del Soho londinense, por entonces uno de sus barrios más miserables. Este doble linaje lo señala desde su nacimiento, destacándolo entre los de su clase y configurando un tipo de personaje propio de la novela inglesa (herencia del romanticismo), misterioso, temperamental, de origen desconocido y oculto, figuras del doble, ambivalentes y desgarradas.
La poderosa influencia de un exiliado francés sobreviviente de los sucesos de la Comuna, el “estoico ardiente” Poupin, lo llevará a involucrarse en una organización internacional revolucionaria y sellar un pacto con su propia vida pero el encuentro con la princesa Casamassima, una noble italiana fascinante y hermosa le hará olvidar los motivos por los cuales prometió entregar su vida, los mismos que impulsan a la princesa a abandonar sus privilegios y sus caprichos para abrazar la causa de los desposeídos.
Todos los tópicos de la novela inglesa surgida a partir de 1850 con el tema de fondo de la revolución industrial se pueden rastrear en este texto desde el naturalismo de sus personajes con rasgos caricaturescos como Poupin (en francés, poupée es muñeca) con sus discursos encendidos y estereotipados hasta los de la novela psicológica, propia del momento en que la burguesía se consolida, en que se expone el desgarramiento de los personajes que no se comprenden a sí mismos o la novela de educación en que la realización del héroe tiene un sentido de misión. El tiempo histórico atraviesa estas novelas que es indisociable de la transformación del protagonista. La decepción vendrá cuando el personaje internalice la imposibilidad de ingreso en el mundo social porque sus aspiraciones son, siempre, más amplias que el mundo. Esta inadecuación lo lleva a la desilusión, a la pasividad, a resolver los conflictos dentro de su alma atormentada que sigue ligada a sus propios valores, porque el género novela, a partir de este momento, pertenecerá a un tiempo en que el sentido de la vida se ha vuelto un problema aunque sigue buscando la totalidad.
Hyacinth, tironeado entre el anhelo de destruir la sociedad y el deseo de conservar los productos de la civilización y disfrutar de sus privilegios, se vuelve incapaz de asumir el sentido de sus actos, se convierte en personaje de una farsa manipulado por una mujer majestuosa e inalcanzable y por un brillante líder revolucionario.
Los diálogos jamesianos, intensos, penetrantes, se inscriben en lo que Bajtín definió como las dos tradiciones de la antigüedad clásica de las que surge la novela: los diálogos socráticos y la sátira menipea (una especie de panfletos en verso, de carácter político y religioso). De ahí la importancia del diálogo para este género (que este autor lleva a un nivel de elaboración muy alto) y de la confesión, el autoanálisis: la verdad es dialógica, al personaje se lo conoce mediante él, se lo obliga a descubrirse. El mismo personaje del doble porta una conciencia dialogizada, distintos puntos de vista conviviendo en una misma mente.
Una lectura atenta merece la descripción de la ciudad que, contemporáneamente, Marx eligió para estudiar los engranajes del capitalismo: Londres, con sus ruidos, su paisaje industrial, su variedad de grises y los olores de sus calles, donde deambula una muchedumbre heterogénea, los ganadores y los perdedores del liberalismo en estado puro.

Publicado en diario Perfil

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