miércoles, 28 de noviembre de 2012

La comedia del arte

La Divina Mímesis
de Pier Paolo Pasolini



“La muerte efectúa un fulmíneo montaje de nuestra vida” afirmaba Pasolini en un texto sobre cine que el traductor y responsable del prólogo, Diego Bentivegna, elige como epígrafe de una obra publicada veinte días después de haberse encontrado el cadáver de su autor. Y montaje es la palabra que mejor define a un trabajo póstumo organizado por su editor (desde el ordenamiento cronológico de los manuscritos hasta el título) de textos escritos en los años 60, un esbozo donde las ideas nuevas se superponen a las anteriores.
Con esta forma inacabada y de palimpsesto, Pasolini emprende la escritura de un texto cuyo horizonte está marcado por La Divina Comedia y por el trabajo teórico de Erich Auerbach, Mimesis, sobre la representación en la literatura occidental. De ambos, toma su concepción de la lengua como heterogeneidad y de mezcla de estilos, en la que se inscribe en forma militante.
Siguiendo el modelo del viaje por el Infierno dantesco, recorre en compañía de un guía -objeto de deseo homoerótico- el campo cultural y político italiano signado por el fascismo, el triunfo del capital, el conformismo de la cultura de masas y la destrucción de la cultura campesina que Pasolini recupera en el uso del dialecto friulano (su lengua materna) frente a la imposición del italiano como lengua hegemónica.
Conciente del lugar marginal de su escritura considerada “grotesca y repugnante” postula una poesía despojada, realizada en la pulsión por lo real en sus formas más bajas, una poesía que contamine la realidad, donde el yo que escribe y el mundo representado sean inextricables.
La mirada hace estallar los colores del paisaje y convierte en imágenes cinematográficas las escenas que desgarran al yo que escribe en un continuo entre lenguaje y cuerpo, en el que el texto escandido por las comas produce una lectura cortada y se pronuncia a favor de una lengua a la vez culta y vulgar, capaz de “iluminar el barro”, con la que Dante describió el Infierno y que Pasolini llama la lengua del odio, una lengua que se sustrae a las exigencias de la comunicación, pura en su falta de funcionalidad, como la mercancía que produce el poeta, imposible de ser objetivada.
Coherente con la idea de contaminación de lenguajes, agrega la “Iconografía amarillenta”: una serie de fotografías donde su universo se despliega no para ilustrar el texto, sino como un estadio más de una obra en progreso.

Publicado en diario Perfil

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