viernes, 30 de noviembre de 2012

Las maquinarias de la noche


A un siglo de Las fuerzas extrañas
de Leopoldo Lugones

Cien años acaban de cumplirse de la primera edición de Las fuerzas extrañas de Leopoldo Lugones, un libro de cuentos que, leído desde hoy, continúa sorprendiendo en muchos sentidos y que marcó el rumbo de la literatura de ficción científica en la Argentina, tanto a sus contemporáneos como a las generaciones siguientes.
Si la efeméride es un buen leitmotiv para la publicación de un autor o de un libro, mucho mejor si se convierte en hallazgo feliz, en redescubrimiento y deja el lugar de la excusa para permitir el encuentro con un libro raro en más de un sentido.
Publicado en la mitad de su carrera cuando Lugones ya era un escritor consagrado, diez años después de ser presentado en Buenos Aires por Rubén Darío como “la nota más vibrante en la poesía argentina”, no tuvo la repercusión que su obra alcanzó y que lo llevó a ocupar un lugar de privilegio en el campo intelectual argentino como ningún otro escritor logró jamás.
Texto raro, excéntrico como los saberes que convoca (todo el variado mundo del esoterismo, la quiromancia, la radiestesia, la homeopatía), Lugones construyó en estos textos una figura a la medida de su relación delirante con la ciencia: la del sabio marginal, iniciado en el saber maldito. Seguidor de la secta científica fundada por Elena Blavatsky, el espiritismo fue, a decir de Ricardo Piglia, la única visión del mundo a la que Lugones se mantuvo fiel durante toda su vida.
Los cuentos reunidos en este libro (algunos de ellos, de antología) abrieron el camino a un género que había comenzado con Eduardo Holmberg pero que Las fuerzas extrañas consolidó, imprimiéndole una marca que podemos encontrar en algunos de sus contemporáneos como en Horacio Quiroga y sus personajes afiebrados, y más tarde en el astrólogo de Roberto Arlt, en los “dobles” amenazantes de los personajes cortazarianos o en el protagonista de “La trama celeste” de Adolfo Bioy Casares, un médico homeópata que, influenciado por sus lecturas de esoterismo y literatura celta, decide recorrer la pluralidad de mundos posibles.
Pero las fuerzas que estos personajes desatan operan sobre sus propios cuerpos que se convierten en el laboratorio de sus alucinadas teorías. En el cuento “La fuerza Omega”, su protagonista, obsesionado por la potencia del sonido, revela sus propias capacidades para dirigirlo y descubre, fascinado, los alcances de su descubrimiento, junto con la muerte.
En “Un fenómeno inexplicable” (quizás el mejor de la serie), el relato, desarrollado en un clima claustrofóbico digno de Poe, pone en escena la tragedia del conocimiento, en el que el misterio y su develamiento convierten al sabio en un desesperado. Su protagonista, un inglés viudo y solo, impulsado por “el veneno de la curiosidad”, se somete a la experiencia del desdoblamiento para descubrir, al borde la locura, que su otro yo es un mono. Tema del “doble”, tópico fantástico que tiene un borde científico y antidarwiniano: el mono es, como Mr. Hyde, el otro maldito.
El drama del conocimiento, el saber compulsivo acerca de lo humano empujan a estos personajes a quebrar los límites, a cometer lo que los griegos (tan admirados por este autor) designaban “hybris”, un arrebato del ánimo que la tradición judeo-cristiana castigaba bajo la forma del pecado de la soberbia.
El intento de materialización del sonido, en sintonía con una concepción del mundo pandeterminista para la cual entre todos los hechos hay una relación directa, lleva al protagonista de “La metamúsica” a buscar las correspondencias entre el pensamiento y las leyes del universo, encegueciéndolo literalmente cuando consigue objetivar la nota de sol mayor y transformarla en luz.
Partiendo de la hipótesis de que “el mono es un hombre degradado” el protagonista de “Yzur” dedica obsesivamente su vida a intentar devolver el lenguaje a su mono, al punto de utilizar métodos extremos para “arrancarle la palabra”. La humanización del mono se confunde progresivamente con la deshumanización del amo, uno de los pocos vocablos que aquél pronuncia antes de morir.
Hay que animarse a atravesar los largos párrafos donde Lugones despliega una erudición abrumadora acerca de los temas que intenta comunicar en forma imperativa, con el objeto no sólo de divulgar las teorías teosóficas, sino de darle verosimilitud a unas historias alucinadas que tematizan, en última instancia, la cuestión del poder, de las fuerzas de la naturaleza como poderosas máquinas de muerte, de la búsqueda desesperada del ser humano por comprenderlas y controlarlas. Quizás sea ésta la matriz ideológica de un pensamiento vacilante y controvertido como el de Leopoldo Lugones.

 
Lugones no sólo señaló un camino a los “modernos” en palabras de Rubén Darío, sino que ocupó un lugar excluyente en el recién conformado campo intelectual argentino, lugar incómodo para un jovencísimo escritor llamado Borges con ansias de tomar posesión de ese espacio. Su libro Lugones es un ajuste de cuentas con el maestro, en el que disfrazó de homenaje lo que quería ser una crítica con la cual corroer el pedestal que la generación anterior le había construido y desplazarlo, pero que no le impidió despedirlo con esta hermosa cita final: “Entonces, aquel hombre, señor de todas las palabras y de todas las pompas de la palabra, sintió en la entraña que la realidad no es verbal y puede ser incomunicable y atroz, y fue, callado y solo, a buscar, en el crepúsculo de una isla, la muerte.”

Publicado en diario Perfil 26/11/2006

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