viernes, 30 de noviembre de 2012

El cuerpo de la letra

Todos los cuentos
de Francisco Urondo



Dos fueron los libros de cuentos que Urondo publicó y que la editorial Adriana Hidalgo edita juntos: Todo eso, de 1966 y Al tacto, de 1967, cuando su autor ya tenía una obra poética y periodística consolidada y una trayectoria política que incluía la gestión cultural durante el gobierno de Frondizi y que se encontraba a las puertas de su radicalización definitiva.
Los años 60 vieron surgir a la segunda oleada vanguardista, en la que arte y política, fusionados, aceleraron la historia y produjeron, en el campo literario argentino, un tipo de escritura atravesada por lo generacional que fue acompañada por la industria del libro, donde se ponía en escena, en un registro realista, espacios de lo cotidiano -el bar, tanto urbano como de provincia- y figuras del escritor bohemio y politizado, como una referencia de época precisa.
Urondo, sin ser la excepción, escribe sus cuentos, sin embargo, desde una voz poética propia con la que narra la experiencia vital, donde los relatos engañosamente anecdóticos son intervenidos por incrustaciones líricas, imágenes y metáforas que enuncian la densidad de los temas que aborda: la muerte, el sexo, el amor, el despertar sexual, los terrores infantiles, la soledad.
El primero de los tres largos cuentos de Todo eso comienza con la escena mítica en Urondo y motor de la narración: la reunión de amigos en un bar y la conversación, con grandes dosis de vodka, que fluye alrededor del tema de la mujer, el arte y la política, muchas veces condensados. En este texto, el encuentro con la mujer deseada y largamente buscada se transforma, como en La cartuja de Parma (referencia literaria y modelo de comportamiento amoroso) en un remedo del amor.
En el segundo cuento, “El amor del siglo” y a la vez título de la novela que el protagonista escribe, irónicamente, sobre el fracaso de su matrimonio, la frase citada de Freud, “repito para no recordar” ilustra su derrotero amoroso: el abandono reiterado de su esposa y la serie de mujeres, desde dactilógrafas a estudiantes de sociología (en la que se pueden apreciar los cambios sociales) narrado desde la lógica política sesentista. “Estalló la primera bomba de realidad” anuncia el narrador al hablar de su primera separación. “Se está jugando”, advierte, al caracterizar la actitud de una mujer en una escena de seducción.
El país, la patria (sus lugares, sus paisajes) y la mujer, los dos grandes temas en Urondo, aparecen fusionados y narrados desde la experiencia física. Enamorarse, como comprometerse políticamente, será una experiencia de la destrucción, como la que sufren las parejas de la literatura, “capaces de morir por amor pero incapaces de vivirlo”.
En el tercer cuento, la película La Strada (una historia de amor desencontrado con la mujer como síntesis de lo femenino) es el modelo sobre el que se recortan las historias amorosas del grupo de amigos y compañeros de trabajo a punto de abandonar el gobierno que los convocó.
Las fiestas, el alcohol siempre excesivo, los viajes acelerados por el interior del país, la historia sangrienta de las luchas políticas, la visita a la primitiva ciudad de Santa Fe, el sitio arqueológico donde se encuentran los huesos de los fundadores, “el testimonio más concreto que he conocido de la muerte y de la memoria”, anticipan tanto el fin de una época histórica, la de la ilusión desarrollista (“adiós belle époque”) como los tiempos acelerados y violentos que se avecinan. (“Hay que hacer pronto la revolución... reventaríamos si no la hacemos.”)
Los cuentos de Al tacto, aunque formalmente diferentes, de dos o tres páginas de extensión, retoman los mismos temas: la imposibilidad del amor, la política latinoamericana, la explotación de los campesinos, el paisaje de la infancia, humanizado y evocado en cada uno de los nombres de los animales y los árboles que lo pueblan (“El Colastiné, siempre vigoroso, estaba flaco... y la costa blanda y sometida.”) y entramado en las leyendas campesinas en las que hombres y naturaleza pierden el límite que los distingue.
Y el amor por una mujer, que en este texto se concentra en aquella por la cual aprendió a escribir sólo para nombrarla: Lola, la tía elegida como madre, a la que le dedica el cuento “Adiós”, la despedida más desoladora que se pueda ofrecer a una mujer querida a punto de morir.
Si los cuentos de Urondo llevan la marca del tiempo de su enunciación, exhiben, además, un tipo de escritura poética que se evidencia en el ritmo, en el encabalgamiento de las frases, en la fluencia del relato: una matriz poética con la que construye una obra narrativa, lírica y periodística en la que, imbricados, corpus literario y cuerpo biográfico, se exponen, sin distinción.

Publicado en diario Perfil

No hay comentarios:

Publicar un comentario