viernes, 30 de noviembre de 2012

El poder de nombrar


Ordeno y mando
de Amélie Nothomb


“La filología lleva al crimen” afirmó Ionesco, escritor para el cual el lenguaje es todo menos inocente y que constituye uno de los lugares por donde transita la escritura de Nothomb, sobre todo en sus versiones donde el humor desdramatiza y aligera la fascinación que la muerte provoca en sus criaturas y donde el lenguaje, en su capacidad de nombrar (y por lo tanto de inaugurar mundos), ocupa el primer plano.
Unas horas después de escuchar en una reunión la advertencia de un desconocido acerca de la culpabilidad que supone ser testigo de una muerte accidental, Baptiste Bordave se encuentra frente al cadáver de un misterioso personaje, Olaf Sildur, un multimillonario sueco que se presenta en su casa pidiéndole entrar para hacer una llamada telefónica pretextando un desperfecto en su auto.
Frente al descubrimiento del origen y del brillante estado financiero del muerto, y sobre todo frente al misterio de su profesión, decide sustituir su identidad por la de aquél (¿qué es un sujeto, sino una suma de gestos?) abandonando una vida intrascendente de hombrecito gris para asumir el riesgo de un futuro desconocido, que pronto se le revela como un paraíso donde el confort y la amabilidad de la anfitriona, la hermosa esposa del finado, son tan inagotables como su cuenta corriente y su bodega.
Convencido de ser el blanco de un complot, comienza una pesquisa en el interior de la agenda telefónica del muerto, imaginando vidas posibles a partir de los nombres y en la línea del policial como ficción paranoica, desplegando hipótesis descabelladas, mientras reinventa su vida junto a la bella esposa del sueco a la que llama Sigrid (siguiendo el mandato que su propio nombre –Baptiste- le habilita) que por ser hija de una madre amnésica, jamás supo el nombre que le habían asignado.
“Las mentiras tienen un curioso poder: el que las inventa las obedece” concluye Baptiste en la piel de Olaf mientras maneja con rumbo desconocido junto a su nueva/antigua esposa con la que inaugurará una vida dedicada a la compra de las obras de arte que su gusto les dicte y a la ingesta ilimitada de champagne. Todo el imaginario infantil se juega en este texto que elige la invención, el “¿dale que…?” por sobre el mundo del trabajo y la producción y que se niega al empleo del tiempo, en una historia bien contada, con más ligereza pero con menos sutileza que en sus novelas anteriores.

Publicado en diario Perfil

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