jueves, 26 de junio de 2025

Las caminatas de un paisajeante

Cada fin de semana, y desde su cuenta de IG @paisajeante, Fabio Márquez convoca a los vecinos de Buenos Aires a sumarse a sus caminatas y descubrir un nuevo paisaje urbano.

 

Es licenciado en diseño del paisaje y docente, y en cada uno de los recorridos que propone, siempre diferentes, demuestra que está empeñado en convertir a quienes lo quieran escuchar en gente apasionada por el patrimonio arquitectónico y natural de esta hermosa ciudad.

Sus caminatas, que se difunden de boca en boca, hoy congregan a casi doscientas personas a las que invita a interpretar el paisaje, con una mirada arqueológica pero también ecológica. Porque, insiste, el paisaje es todo. En su relato, cada fachada, puente, plaza o tapa de alumbrado público se convierte en el testimonio material de la historia social del país. Y de todo esto, habló con Buenos Aires connect


¿Cuándo empezaste a interesarte por las cuestiones del patrimonio urbano? Para empezar, ¿qué es el patrimonio urbano?

Son aquellos elementos escasos, muy singulares, por sus características especiales -el patrimonio tangible- o por lo que sucedió en esos espacios -el patrimonio intangible- que es muy relevante para la historia de la ciudad.

Yo empecé a interesarme por estas cuestiones al descubrir que había cosas que se habían perdido y veía cómo se seguían perdiendo: edificios, plazas, teatros, la propia ribera del Río de la Plata. Y ahí empecé a interesarme, primero, a sumarme a movilizaciones para pelear por situaciones concretas y después, en la medida que fui teniendo un trayecto académico, me fui formando en cuestiones patrimoniales.

¿Cómo son las caminatas paisajeantes que organizas todos los fines de semana?

Intentan tener una mirada crítica del espacio que recorremos para valorizarlo desde la propia subjetividad, porque el paisaje no existe en la naturaleza, es una construcción cultural, por lo tanto, está sujeto a intereses políticos, sociales, ideológicos. Estas caminatas son una manera de interpretar el paisaje urbano, donde yo hago de baqueano para dar algunas informaciones que le dan relevancia.

El objetivo es promover dos cosas. Una, el acto de caminar sin un sentido productivo. Y la otra, observar, entrenar la mirada para descubrir cosas que en el trajín cotidiano no vemos, de manera que la gente que participa pueda descubrir esas sorpresas que tiene una ciudad tan maravillosa como Buenos Aires.

Las demandas urgentes

¿Qué es lo que falta en la ciudad?

En principio, democratizar la información para saber qué tenemos. Impulsar procesos participativos descentralizados en los barrios a través de las comunas, para que más gente se entere y que de allí se tomen decisiones que se transformen en normas que tengan que ver con lo patrimonial, lo ambiental, lo urbanístico, con la movilidad, que permitan proponer un modelo de ciudad distinto al actual.

¿Hay una deuda ecológica?

Si, y es tremenda. Pensá que la ciudad de Buenos Aires tiene un presupuesto mayor que algunas capitales europeas, por lo tanto, no es excusa la cuestión de los recursos económicos para implementar acciones que puedan adecuar la ciudad al cambio climático, como reinsertar biodiversidad y dejar de plantar especies exóticas. Incluir normas para el manejo de los residuos urbanos, recuperar sus riberas generando políticas de saneamiento del Río de la Plata y del Riachuelo ya que el Río de la Plata, saneado, hace que la ciudad vuelva a ser balnearia, como lo que fue hasta el año 1975.

¿Buenos Aires es una ciudad con gran participación de los vecinos?

Buenos Aires tiene una paradoja y es que, los resultados electorales son muy diferentes a lo que se vive en la ciudad y esto es histórico.

En plena época del menemismo, había un montón de organizaciones sociales que discutían la privatización del espacio público y llegaron a imponer artículos en su constitución, y en 18 años de gobierno neoliberal como tiene hoy, hay muchas “minorías intensas” que son una escuela de ciudadanía como no hay en otro lugar del país. Se construyen mecanismos de solidaridad, de aprendizaje, porque la mayor parte de la gente no sabe de estos temas urbanísticos hasta que se mete, porque lo siente como una necesidad común.

 

Apropiarse del espacio público

En los últimos tiempos aparecieron distintas propuestas que ponen el foco en volver a recuperar el espacio público. ¿En otras ciudades se da esta experiencia?

En otros lugares hay caminatas, pero no tienen esta cuestión tan transversal. Porque yo hago cosas con “Bar de Viejes”, con “Ilustro para no olvidar” y aunque no nos conocíamos, sentimos afinidad respecto a la ciudad deseada y armamos cosas en conjunto y creo que eso es muy porteño.

Los últimos espacios verdes públicos de la ciudad que se crearon fueron todos promovidos por colectivos vecinales que se los arrancaron al gobierno. La Manzana 66, el Parque de la Estación, Plaza Clemente, el Parque Ferroviario de Colegiales, la primera plaza de Villa Santa Rita. Casi todas ellas son de flora nativa, lo que le impuso una lógica muy contemporánea a un gobierno de la ciudad anacrónico.

¿Qué aprendés con estas caminatas, más allá de los datos que muchas veces los mismos vecinos aportan?

Yo me divierto mucho haciéndolas, porque voy descubriendo cosas con la gente y sigo acumulando información perceptual, que no es información estadística, enciclopédica, sino de la vivencia de cada caminata, que te permite ver, sentir, intercambiar información con la gente que participa. “Mi tío tenía un bar acá, y antes no se permitía que entraran mujeres, le vendía alcohol solamente a los hombres”, por ejemplo. Y para mí estas caminatas son muy políticas porque te hacen reflexionar sobre ciertas cuestiones. Los vecinos se apropian de la ciudad y eso mejora su vínculo con ella. Y eso creo que construye ciudadanía, que no se construye sólo yendo a votar sino en cómo usas la ciudad, cómo la vivís. Y aunque yo digo, “acá demolieron, acá podrían haber hecho tal o cual cosa”, lo digo desde un lugar propositivo. Mucha gente que viene a mis caminatas terminó participando en organizaciones barriales. Se plantean participar para que tal edificio no desaparezca y ese modo de hacer las cosas me parece que es el modo en el cual podemos combatir el individualismo, sin ninguna otra pretensión.

Publicado en Buenos Aires connect, 26/6/2025

Los crímenes de Moisés Ville

             Este es el relato del encuentro de un judío laico con su historia familiar, signada por una profunda fe religiosa y la esperanza de encontrar en el Nuevo Mundo la paz que les permitiría reconstruir su comunidad. Y de ese encuentro, el autor, un periodista y escritor argentino, salió transformado. 

            Cuando su padre le manda un correo con una nota escrita por su bisabuelo Mijl Hacohen Sinay sobre unos crímenes ocurridos a fines del siglo XIX en la colonia agrícola judía de Moisés Ville, en el centro de la provincia de Santa Fe -una de las tantas fundadas por el barón Hirsch- ya no puede volver atrás.

            Así descubrió que su bisabuelo, con apenas veinte años, había sido el fundador del primer periódico escrito en ídish de la Argentina, Der Viderkol (El Eco), desde el cual se dedicó a fustigar a la burocracia que comandaba la inmigración de judíos rusos, y donde su bisnieto, supone, encontrará la información sobre estos más de veinte crímenes que habían quedado impunes.

            La búsqueda de los tres números publicados de ese periódico lo llevó a una travesía por la historia personal y colectiva de la inmigración judía en Argentina que, lejos del bucolismo de muchos relatos sostenido en el “crisol de razas”, exhibía la durísima realidad con la que los colonos se encontraron y la violencia que implicó el proceso de integración.

Pero además del silencio acerca de estos crímenes, tuvo que sortear la barrera lingüística del ídish, la lengua que el pueblo judío llevó consigo a lo largo de siglos de peregrinación por Europa, para descubrir los motivos políticos que la llevaron a su casi desaparición, en las largas conversaciones con la directora de la biblioteca de la AMIA, mientras escucha el relato de cómo fue el amoroso trabajo de recuperación de los libros destruidos en el atentado del año 94.

Una oración fúnebre leída en el cementerio de Moisés Ville, “sea su alma ligada en el vínculo de la vida” quizás nos hable del anhelo de transmisión de un pueblo asediado por la historia y las treinta páginas de bibliografía consultada para esta investigación le hacen honor a este mandato.

Publicado en revista Migrante, julio de 2025

miércoles, 11 de junio de 2025

Entrevista a Juri Andrujovich

Un fantasma recorre el campo literario ucraniano: el de la compleja relación con la gran tradición literaria rusa y de la guerra con ese país que ya va por su tercer año.

Quizás el predominio político, económico y cultural de Rusia haya opacado a la literatura ucraniana y por ese motivo sean muy pocas las editoriales que traducen a sus escritores, como es el caso de la española Acantilado, gracias a la cual podemos acercarnos a la obra de este autor y a pesar de no leerlo en su idioma original, captar toda la densidad poética de su escritura.

En sus novelas escritas en los últimos años de la URSS, Recreaciones y Moscoviada, narra, en una jornada desmesurada y extrema de alcohol y sexo, con el procedimiento de la enumeración caótica que produce el efecto de acumulación propio del cine cómico, la gran tragedia de ese país, cuyos pedazos, pegados alrededor de un bloque común, devienen una mezcla de pueblos, culturas y lenguas al borde de la implosión.

Con una crítica feroz al tiempo que le tocó vivir, parodia los relatos heroicos de la Segunda Guerra y afirma que sus compatriotas, un ejército de borrachos, son capaces de tirar abajo el régimen soviético si llegara a escasear el vodka. Con escenas apocalípticas y violentas, en sintonía con obras como Brazil, de Terry Gilliam o Maus, de Art Spiegelman, narra el descenso a los infiernos por los subsuelos de un poder totalitario.

La novela Doce anillos y el ensayo Mi Europa, escritos entrado el siglo XXI, recuperan su tradición cultural forjada en la Mitteleuropa y subrayan el sentimiento de pertenencia a una Europa que es, para este autor, el principal bastión de la lucha contra su opresora Rusia.

De visita en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, conversó con El País, y nos adelantó la buena noticia de que este año saldrá su última novela Radio de noche, por la misma editorial.

 

- En esta lejana Sudamérica, los que nos dedicamos a la crítica literaria, amamos a Mijail Bajtín que en Recreaciones, está en el centro mismo de la novela. ¿Qué relación tiene tu literatura con la vanguardia soviética?

El trabajo de Bajtín sobre François Rabelais, yo lo leí el mismo año en que escribí Recreaciones, en el año 90. Como poeta, formaba parte del grupo Bu-Ba-Bu, que significa Burla, Farsa, Bufonada. Eramos tres escritores que hacíamos performances poéticas y algunos críticos decían que nosotros escribíamos bajo la influencia de Bajtín. Pero en aquel entonces, ninguno de nosotros había leído todavía esa obra.

Y Recreaciones trataba sobre nosotros, sobre los jóvenes poetas. Sí, claro está que hay mucha relación con esta teoría de Bajtín. Pero créeme que primero fue nuestra poesía, sin relación con él. Pero hay un detalle muy importante que nos diferencia y es que Bajtín es un marxista que fue prisionero de Stalin, él desarrolló su teoría del carnaval justamente estando en prisión.

Nosotros podíamos saber algo sobre las prisiones stalinistas, pero en la Unión Soviética se empezó a descubrir y a hablar de todo esto, recién en los años 80.

Por otro lado, a nosotros no nos importaba mucho el vanguardismo ruso, sino que mirábamos lo que sucedía en Ucrania. La capital de la Ucrania soviética era Járkov, donde comenzó a desarrollarse la nueva literatura, el nuevo arte y el cine. Teníamos nuestros futuristas, nuestros constructivistas, buenos textos políticos. Todo esto termina más o menos en los años treinta, con los primeros procesos. Y este periodo de la literatura ucraniana más tarde fue denominado “el renacimiento fusilado”, donde, de los seiscientos escritores que fueron juzgados, más de la mitad fueron fusilados y los otros, apresados. Y en general nunca se los nombraba porque estaba prohibido.

- Si la revolución rusa, en términos históricos, puede ser leída como una tragedia, en tus textos, a la caída de la URSS se la podría definir como una farsa, esa segunda vuelta de la que hablaba Marx. ¿Ese es el lugar que elegiste para ejercer la crítica política?

Yo creo que la Unión Soviética o mejor dicho, el Imperio Ruso porque la Unión Soviética era una forma del Imperio Ruso, continúa todavía, porque hoy tenemos una guerra muy agresiva por parte de Rusia y eso significa que el imperio sigue luchando por su existencia y lo que tenemos hoy es una tragedia mucho más sangrienta de lo que fue en Rusia más de 100 años atrás. En el año 91 parecía que era una farsa como de la que hablaba Marx, pero entonces la historia no llegó a su fin y esta guerra que hoy tenemos debería haber empezado en aquel momento, pero Rusia la pospuso, porque tenía que recuperarse, tenía que tener más fuerza, tenía que dolarizar sus riquezas. Y esta guerra empezó en el 2014 con la anexión de Crimea y la captura de parte del sur de Ucrania, pero la guerra a gran escala comenzó hace dos años, ya vamos por el tercero. Nosotros simplemente la dividimos en la guerra pequeña y la guerra a gran escala, porque no hubo ningún momento de paz desde el 2014.

- Para la izquierda occidental, la caída del muro y del bloque soviético fue una catástrofe. En tus libros se respira una atmósfera apocalíptica, de “fin de la historia”. ¿Cómo fue vivido este derrumbe en Ucrania?

En Ucrania hubo un referendo nacional en el que más del 90% de los ciudadanos votó por la independencia. En los años que siguieron vivimos una situación bastante difícil, tuvimos una gran inflación y era una lucha para sobrevivir, pero a fines de los 90 empezó a mejorar. Paramos la inflación, se hizo la reforma monetaria y durante todos esos años Ucrania entendió que tenía que ir por el camino de la Unión Europea. En realidad, la Unión Europea no quería eso, no entendía que Ucrania era un país aparte, todos miraban solo a Moscú y lo que sucedía allí. A nosotros, por primera vez se nos escuchó en el año 2004, cuando tuvimos la revolución naranja, con las manifestaciones en masa de las que fui partícipe junto con millones de ciudadanos. (N. de la R.: “yo también estuve”, dice la traductora, visiblemente emocionada). Esto demostró a los europeos que la sociedad ucraniana puede resolver su futuro. El 2004 fue el punto de no retorno para Ucrania, fue un momento histórico cuando comprendimos que tenemos un futuro europeo y lamentablemente hasta el día de hoy estamos luchando por conseguirlo.

- El protagonista de tus libros ejerce una crítica despiada a todo: a su sociedad, al régimen soviético, a su propio campo literario y a sí mismo. Sólo la cofradía de amigos se salva de sus dardos. Pero en la novela Doce anillos se percibe una suerte de reconciliación. ¿Cómo es la relación actual con tu país?

Es un país que hoy sufre una guerra que abarca todas las esferas de nuestra vida. Muchos escritores hoy están en el frente, defendiendo a su patria. Y en la situación en la que estamos se necesita mucha positividad para poder salir adelante. Hay mucha solidaridad entre la gente hoy en día. Y por eso los escritores dicen que no saben si escribir sobre la vida como era antes o escribir sobre lo que se ve y lo que se sufre hoy. Yo creo que las novelas sobre esta guerra todavía están por escribirse. Doce anillos está escrita antes de la revolución naranja y en aquel entonces miraba con más crítica a mi país, pero durante este tiempo comprendí que cambió mucho la realidad de mi país y por lo tanto, yo también cambié y cambió mi parecer sobre él.

- Tu historia familiar es un poco el producto de ese calidoscopio que es Europa central. ¿Qué quedó de esta usina de arte y pensamiento, sólo “ruinas y esqueletos” como decís en Mi Europa?

Creo que los escritores, y no solo yo, operamos con una lupa. ¿Que quedó de toda esa riqueza? La arquitectura, algunos fragmentos de topografía, mucha poesía que la gente continúa leyendo y recordando, la música, así que quedó bastante. Pero las ruinas y los esqueletos hay que recordarlos. Verdaderamente, este mundo multicultural se ve mucho mejor en los cementerios y cuando paseas por ellos, se ven las distintas culturas y religiones, los diferentes idiomas en cada tumba y esto ya, en el mundo de los vivos, no existe.

- ¿Qué le dio el capitalismo a Ucrania?

Posibilidades económicas que aparecieron con el comercio y las pequeñas y medianas empresas. El capitalismo nos dio a un ciudadano de clase media. Una persona que individualmente puede resolver su futuro, que sale a las manifestaciones, que se suma a las revoluciones para defender su derecho a elegir, defender su tierra y a su país del agresor. Gran parte del ejército está mantenido por donaciones y ayuda de los grandes capitalistas que viven en nuestro país. Hay familias que abrieron pequeños hoteles. Esa gente ahora ayuda al ejército a luchar contra el invasor. A mí me gusta vivir en mi ciudad, justamente por eso, porque ahí la gente trata de resolver sus problemas, hacer cosas nuevas y salir adelante.

- También estimula el tráfico de personas, la libertad para que operen las mafias.

Yo creo que durante el comunismo eso también existía.

- En breve se cumplen dos años de la muerte de la periodista Victoria Amelina en Kramatorsk, como consecuencia del ataque con misiles de Rusia, donde también fue herido el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince. ¿El gobierno ucraniano inició alguna investigación?

Sí, claro. Ella hoy en día es una heroína internacional. Hay muchos héroes como ella. La armada rusa mata todo lo que es ucraniano. Cuando entra la armada rusa en algún territorio, tienen escrito en un papel a quién tienen que matar, cuáles son los libros que tienen que quemar. ¿Sabes cuál es la cantidad de crímenes de guerra de la armada rusa? Hace dos semanas vi estas cifras, hoy seguramente son más: 150.000. Los rusos están matando a la gente y no al ejército, tiran bombas en las escuelas, en los hospitales, en las universidades, en los teatros, pero en Rusia no muere la población civil, porque los ucranianos no bombardean a los civiles.

- ¿Cómo ves el futuro inmediato de Ucrania a la vista del nuevo escenario mundial, con Trump y Putin del mismo lado, negociando el fin de la guerra?

Creo que esta perspectiva ya no es actual. No solo porque Trump es demasiado loco, sino también porque Putin es demasiado inteligente. Y si bien Putin es para siempre, Trump no lo es, porque a él lo pueden sustituir, a Putin, no, porque él es más que una sola persona. Es el nombre de un sistema y Trump quisiera serlo, pero pienso que ni siquiera va a llegar a completar el mandato. En otras palabras, ellos no van a llegar a ningún acuerdo.

- ¿No hay riesgo de que Zelenski entregue recursos, territorio?

Ucrania no es Rusia, donde Putin decide todo. Zelenski es un representante del gobierno elegido por el pueblo. Él no va a hacer nada de por sí, si el pueblo está en contra y el pueblo está en contra de cualquier entrega del patrimonio. Los ucranianos continuamos la marcha hacia la Unión Europea y al mismo tiempo, hemos dejado de ver a los Estados Unidos como un rumbo a seguir. Y eso, pienso yo, está bien, porque es una muestra de que hemos alcanzado la madurez política.

Publicado en El país de Montevideo, 8/6/2024

Entrevista a Eduardo Halfon, Tarántula

Eduardo Halfon es uno de los tantos escritores latinoamericanos que, desde la diáspora primermundista, ha alcanzado el reconocimiento internacional que en su caso, le valió varios premios, incluido el Nacional de Literatura en su país de origen, Guatemala, uno de los pocos países latinoamericanos que tienen en su haber un premio Nóbel de Literatura, Miguel Ángel Asturias, y a un escritor del boom y su famoso dinosaurio, Augusto Monterroso.

Su vida, marcada por el destierro, es el gran tema de su literatura. Y en Tarántula, la novela que acaba de publicar, un turbio recuerdo infantil de una temporada pasada en un campamento judío en Guatemala lo enfrenta a esa doble identidad que portan todos los exiliados.

Invitado a la Feria del Libro de Buenos Aires conversó con La gaceta de Tucumán sobre los sentidos que dispara esta notable historia que vino a presentar.

- Foucault decía que lo propio del ser humano es el errar, en el doble sentido de equivocarse y deambular. Según leemos en el epígrafe de Alejandra Pizarnik, lo propio del ser judío es huir para sobrevivir y yo agregaría, ¿lo propio del ser escritor latinoamericano es el migrar para escribir?

 Parece que sí, de hecho, muchos escritores del boom escribieron fuera de su país, hubo una huida política. Esto ya no es así, pero muchos escritores latinoamericanos no estamos en Latinoamérica. Pienso en Samantha Schweblin, en Alan Pauls, en Mariana Enríquez, en Giovanna Rivero, en el peruano Daniel Alarcón. Hay una diáspora, o para decirlo de otra manera, yo creo que Latinoamérica ya no está geográficamente aquí, hay una Latinoamérica cosmopolita, que yo ubico por primera vez en Bolaño. Pero también hay una necesidad profesional, de tener una vida tal vez más fácil que en nuestras ciudades, un poco inseguras como Guatemala. Esa es mi experiencia.

 - La novela tiene todos los elementos de una película de terror: la fantasía de perderse en el bosque y ser comido por animales salvajes (en este caso, los guerrilleros) o por alimañas (la serpiente roja, la tarántula en el brazo). ¿Fue deliberado este cambio de registro?

Con mi obra nada es deliberado, porque no hay una planificación, no hay ni siquiera una noción de hacia dónde va la historia. Esto es muy extraño, porque yo estudié ingeniería y soy muy ingeniero en todo, salvo cuando empiezo a escribir el relato, no sé hacia dónde va y de pronto veo que el niño huye a la montaña y entonces no es deliberado el terror que viene. Hay un primer terror en el campamento, con una violencia en ciernes. Ahí aparece el miedo a ese bicho que está en el brazo del monitor, pero luego viene el terror de estar perdido en la montaña.

 - El libro, por sobre todas las cosas, habla sobre cómo honrar la memoria histórica sin transformarla en un método de tortura o en un museo, que es el modo de desactivarla.

 Sí, pues es la gran pregunta del libro. La táctica del monitor del campamento, es una técnica didáctica que usa para transmitir la historia y lo lleva a lugares muy oscuros. Pero es un fenómeno muy común dentro de la comunidad judía. Desde que publiqué el libro me han llegado muchísimos correos electrónicos de gente de México, de Argentina, de Israel, de Nueva York, que pasaron por experiencias similares. Se usaba el teatro para enseñarles a los niños la historia. Lo que nunca tomaron en cuenta es que estaban generando traumas nuevos y enseñando a través del odio y de la paranoia.

 - La novela transcurre durante el holocausto silencioso que se llevó adelante contra el pueblo maya, en el 81-82 pero no se lo menciona. ¿Hubo en la sociedad guatemalteca una ceguera frente a este genocidio?

 Hay dos holocaustos en el libro. El holocausto contra los judíos y el holocausto contra el pueblo maya en el 81, donde hubo 200.000 muertos y desaparecidos y eso, enmarcado dentro de la guerra civil que duró 36 años. Yo, si en Guatemala digo la palabra genocidio, hay gente que se enoja. Y claro que lo hubo. Hubo aldeas enteras arrasadas. Fue una limpieza étnica. Y no ha habido justicia como acá.  Hubo un momento en donde empezó a tomar impulso debido a cuatro mujeres, cuatro juezas que lograron llevar a algunos militares a la cárcel. Y luego la Corte Suprema revirtió las condenas. Y las cuatro ya están fuera del país. Ahora, si yo escribo de esto, un argentino, un colombiano, un chileno lo entienden perfectamente. Es una historia trágica que compartimos.

- ¿Qué relación tenés con la literatura guatemalteca actual?

Muy lejana. Para mí Guatemala quedó muy atrás. Crecí fuera, volví un tiempo y ahora llevo casi 20 años fuera. Y es una literatura que, si no estás ahí, no te enteras. No es un país de lectores como la Argentina. No hay un diálogo entre escritores.

 - Hay un borde en el que el sionismo y el nazismo resultan indiscernibles. ¿Cómo se llegó a esto que, para los sobrevivientes de la Shoá, debe ser impensable?

 Yo creo que tiene que ver con la intolerancia. Yo fui a Israel por primera vez en el 93 y ya lo sentía. Esta manera de hacer a un lado al palestino, de ignorarlo, de descalificarlo. Entonces, de eso a la guerra, hay un paso. O sea, si ya en la vida cotidiana hiciste muros, pues, eliminarlos, es lo que viene después. Que fue el sistema nazi, que empieza mucho antes del 39, con cambio de leyes, prohibiciones, limitando el acceso de los judíos. Y construyendo un otro, construyendo guetos, encerrándolos.

 - En el caso de esta novela, hay todo un recorrido en la construcción de una voz, que empieza con el rechazo a la lengua española, incluye traducciones al hebreo y termina nombrando lo que forma parte del mundo campesino guatemalteco.

 No es rechazo, es un olvido. O sea, él está alejado de su lengua. Y el que nombra el mundo campesino no es el niño, es el adulto que de alguna manera ya volvió a esa lengua, que es mi caso, yo perdí el español y tuve que volver a él, a mi lengua materna. Es un proceso, porque yo sigo pensando en inglés, el inglés se volvió mi lengua fuerte.

De hecho, mi relación con el lenguaje es muy extraña, es una relación de tensión que no se va a resolver jamás. 

-Finalmente, no es ni la familia ni la comunidad judía la que salva a este niño sino una mujer indígena que lo cuida amorosamente y sobre todo, su voz. ¿Fue un modo de reconciliarte con tu terruño?

 Su voz es como un bálsamo, como un canto o una plegaria. Y unas manos que lo acarician. Hay una especie de reconciliación ahí. Es volver al hogar a través de una señora sin nombre, sin casa, pero que de alguna manera lo sana. Que lo abraza y abraza al lector también. Esa pequeña hoguera al final del libro es una luz.

 Reseña

El recuerdo de una temporada vivida junto a su hermano en un campamento para niños judíos en plena selva guatemalteca es el disparador de un relato que adopta tintes siniestros cuando la imagen de una tarántula en el brazo de un blondo profesor resulta indistinguible de una esvástica.

Bajo el sombrío escenario de la guerra civil (interminable, como el dolor de los descendientes de cualquier genocidio), el protagonista intenta inaugurar su vida a espaldas de los mandatos familiares que en su caso exceden lo religioso y alcanzan la materia con la que estamos hechos: el lenguaje. Sin embargo, tanto el hebreo como el español guatemalteco irán borrando todo rastro del inglés de su nuevo país, para descubrir que los monumentos culturales que constituyen su identidad, la Torá y el Popol Vuh, le resultan ilegibles. Y que los métodos de supervivencia para las nuevas generaciones de judíos que pretenden inculcarle en ese dudoso campamento infantil replican los utilizados por la peor maquinaria de destrucción, para la cual la eficacia del poder reside en la exhibición de sus atributos y la convicción de que los barrotes de un prisionero están, no tanto frente a él, sino en su mente.

Y si su vida adulta transcurre en Berlín, la ciudad enemiga que le recuerda, a cada paso, el trauma del Holocausto, será en lo profundo de una selva latinoamericana donde, el niño que alguna vez fue, encontrará la paz y el cuidado amoroso de una mujer campesina a la que apenas entiende cuando habla.

Publicado en La gaceta de Tucumán, 1/6/2024

martes, 13 de mayo de 2025

Pequeña novela de Oriente

            La crónica de un viaje a las antípodas hecha por un escritor, que además es cineasta y dramaturgo con varios premios en su haber, es un buen augurio. Y la invitación a un festival de cine en Corea para presentar su película sobre un bailarín de malambo es la excusa perfecta.

            Narrada en segunda persona del singular, a la manera de los objetivistas franceses (muchos de los cuales también eran cineastas), este viajero un poco hipocondríaco, con fobia social y un inglés bastante deficiente, encara una larga travesía que comienza en Corea -el país que ha despertado una ola de fanatismos en Occidente- que pondrá a prueba su aparato perceptivo.

            Rápidamente, la cordialidad, la suavidad en los movimientos y el medio tono que imperan en el protocolo social coreano lo hacen sentir a gusto, pero con una mirada que desacraliza el mundo del cine (no hay alfombras rojas ni glamour, pero sí, un gran despliegue ultra tecnológico y horas de aburrimiento en los sets), le baja el tono al exotismo e intenta, frente a lo nuevo (la limpieza extrema del subte de Seúl junto a las máscaras antitóxicas), no cerrar sentidos sino, simplemente, “mirar sin comprender”, como aquellos directores empeñados en seguir haciendo un “cine de autor”.

            “Este sendero es solo para que caminen los espíritus” lee en uno de los templos que visita, y sus paseos silenciosos, alejado de la comitiva lo ponen en esta senda por la que el turismo, en busca de lo típico, jamás transita.

            Conocer una ciudad futurista como Tokio le permitirá tener la experiencia de dormir en un hotel-cápsula y a la vez, descubrir las semejanzas de la noche de Tokio con el gentío y la suciedad del barrio de Once y, en el memorial de Hiroshima, cómo este “viajero cansado”, se va fundiendo con el entorno y se desoccidentaliza poco a poco.

            El proyecto de un viaje a China que se ve suspendido por la pandemia lo hace recordar, en un largo flashback, a una escritora de Shangai medio loca que conoció en una residencia de escritores en EE.UU., que le provocó el deseo de descubrir, como a un Marco Polo anti social, la China, con la que mantenía largas conversaciones en la lavandería del hotel y que se convirtió en amiga inseparable y en la verdadera “voz de Oriente”.

            Lejos de la objetividad y muy cerca de la sensibilidad poética, estas crónicas tienen el tono de delicadeza que su autor encontró en el espacio de la otredad más absoluta para nuestra sensibilidad sudamericana. Casi como el encuentro de un bailarín de malambo con un Buda.

Publicado en La gaceta literaria, 11/5/2025

jueves, 1 de mayo de 2025

Una historia si final

            Carlo Ginzburg es uno de esos pensadores difíciles de encasillar aún dentro de su propia disciplina. Doctor en Historia, fue el creador del subgénero de la microhistoria y del método indiciario que dialogaron con la “historia de las mentalidades” surgida, dentro de la historiografía francesa, en la Escuela de los Anales.

El trabajo que acaba de publicar la editorial Ampersand es una recopilación de algunas de sus intervenciones (incluido el discurso de agradecimiento por el Honoris Causa dado por la UBA en el 2023) sobre una disciplina de la que reconoce, no es especialista, la historia del arte como producción material, pero de la que, evidentemente, tiene mucho que decir.

            Para eso, recala en dos oficios que considera centrales: la anticuaria y la capacidad del conocedor de descifrar huellas e indicios y hace un recorrido por los nombres de aquellos maestros que lo llevaron a encontrar su propia senda de investigación basada en la écfrasis, la lectura de imágenes y su “traducción” al lenguaje, para encontrar el núcleo lírico o la idea que toda obra de arte expresa más allá de los recursos con los que cuenta.

            Encuentra en la figura del falsificador al historiador, en su imposibilidad de recuperar el contexto de una obra en el momento en que fue creada y frente al peligro del anacronismo, enarbola la filología, aquella disciplina que tuvo entre sus más grandes exponentes a su adorado maestro Aby Warburg, en cuya biblioteca encontró lo que tanto buscaba: una máquina de pensar.

Publicado en El Dipló, mayo 2025

domingo, 13 de abril de 2025

Acequia

 Acequia

Casi seis décadas nos separan de la aparición del realismo mágico, y si bien sus epígonos lo convirtieron en una fórmula, algunos pocos, como es el caso de este autor, lograron hacer una relectura de esta tradición para hacerla resonar en su obra y construir un camino propio.

            Ganadora del premio Las Yubartas, concedido por un grupo de editoriales independientes de América Latina junto a la feria del libro de Nueva York, esta novela, un caleidoscopio de relatos inexplicables, personajes entrañables, mitos y referencias literarias unidos entre sí, hace de la puesta en abismo y de los juegos ópticos el procedimiento formal con el que construye la imagen de su ciudad amada, Cuernavaca.

Diseñada, según su narrador, como un gran “trompe l’oeil” (trampantojos, en la hermosa variante mexicana del español), es un laberinto de calles que no siempre llevan adonde se cree, de rutas que devuelven a los viajeros al mismo hotel abandonado volviéndolos locos, de grietas donde perderse en un tiempo dislocado, de edificios poblados de espejos desde donde ver, como en un Aleph, toda la ciudad. Un mundo donde las combinaciones aleatorias, las analogías, los ecos, las resonancias y los juegos visuales producen pequeños y hermosos relatos, a la manera de Aira. Y donde el malentendido funda un nuevo género literario, el de los escritores apócrifos, publicados por la editorial de “Lucía Pensamiento Borges”. Toda una declaración de principios literarios.

            Y esta novela, que hace del fragmento y del juego de espejos su razón de ser, también puede ser leída como un tratado sobre el humor y un homenaje a la gran tradición mexicana que tuvo en Cantinflas y Chespirito sus momentos más altos, aquellos en los que hicieron disfrutar a sus espectadores con el sinsentido del lenguaje, sus chistes y todo aquello que permita salir de la cárcel de la razón.

Porque de lo que se trata es de jugar, parece decirnos, y en lo posible, haciendo trampa, que es el origen, finalmente, de la literatura, cuando las mentiras resultan el mejor atajo para sortear una realidad insatisfactoria o las podemos hallar en lo que funda los mitos, como el de la Virgen del Naufragio, cuyos fragmentos (los verdaderos y los apócrifos) encontrados por los fieles motiva la peregrinación anual en su nombre.

Todos sabemos cómo los niños se apropian del mundo a través de los juegos. Esta novela, de lo mejor de la literatura latinoamericana actual, nos propone la misma experiencia de lectura, lúdica y poética, como el mundo del infans.

Publicado en La gaceta literaria, 13/4/2025

domingo, 16 de marzo de 2025

Fouché: retrato de un hombre político

             En el diccionario político universal, el adjetivo “maquiavélico” como sinónimo de calculador y amoral ha monopolizado todas las connotaciones negativas de una práctica que jamás se caracterizó por la transparencia. Quizás sea por eso que la figura de Joseph Fouché, el producto de un momento histórico trascendental, la Revolución Francesa, haya quedado a la sombra, de la que la pluma incomparable de Stefan Zweig (genial exponente de un momento histórico de altísima producción cultural que se desarrolló en la Mitteleuropa) la rescató.

            Y este animal político imperturbable tuvo, según su biógrafo, la capacidad de leer, en el medio de un proceso vertiginoso que inauguró una nueva edad históricas (“el mejor y el peor de los tiempos”, según Dickens), las líneas que del pasado se abrían hacia un futuro que en pocos años cambió varias veces de signo político, sepultando en el camino a sus máximos dirigentes (Danton, Robespierre, Napoleón) y encontrando a nuestro personaje cada vez más encumbrado y poderoso.

            Dueño de un olfato político extraordinario con el que captó, antes que nadie, hacia dónde giraban los vientos políticos para ubicarse en la primera fila de los ganadores, comenzó como un oscuro profesor de matemáticas en un colegio de curas de provincia y dos años más tarde, era elegido delegado de la Convención dominada por los jacobinos, para la que dirigió la quema y el saqueo de iglesias con la que se ganó el apodo de “el verdugo de Lyon”. Una vez terminado el período del Terror, conspiró contra Robespierre hasta llevarlo a la guillotina y en pocos años trepó al puesto de ministro de policía del Directorio donde organizó, para su propio beneficio, la maquinaria de espionaje desde la que socavó nada menos que a Napoleón (luego de haber participado activamente de su ascenso al poder) y gracias al cual se había convertido, durante el Imperio, en el millonario duque de Otranto dispuesto a trabajar, una vez derrotado el emperador, para la vuelta de la monarquía a la que, veinte años antes, había llevado, con su voto, a la guillotina.

            Este burócrata implacable, de una audacia y frialdad asombrosas, genio de la traición y “el más leal de los enemigos” del poderoso de turno, fue una figura demoníaca y fascinante que encontraría, más tarde, en la figura del agente doble su mejor heredero, y que deslumbró a su biógrafo, quien le dedicó un trabajo que es modelo para historiadores y estadistas en todo el mundo.

Publicado en La gaceta literaria, 16/3/2025

domingo, 23 de febrero de 2025

Entrevista a María Moreno: Por cuatro días locos

 Por cuatro días locos. Pequeño inventario de la patria pop

 

María Moreno es, sin duda, una de las cronistas más agudas e irreverentes de nuestro país, aunque ella, seguramente, rechazaría estos adjetivos. El premio Konex de Brillante que se entrega a la máxima figura de la década y que le fue concedido el año pasado es un legítimo reconocimiento a su trayectoria como narradora, cronista y crítica cultural enfocada en la investigación sobre los feminismos y las disidencias sexuales.

Su carrera como periodista comenzó en el diario La opinión, fue secretaria de redacción del diario Tiempo argentino y columnista en Página 12 y Sur, entre otros. Fundó Alfonsina, la primera revista feminista, y coordinó el área de Comunicación del Centro Cultural Ricardo Rojas de la universidad de Buenos Aires, desde el que impulsó la publicación de la primera revista travesti de Latinoamérica, El Teje

Entre sus obras se encuentran la novela El affair Skeffington y numerosos ensayos, crónicas y textos de no ficción como El petiso orejudo; A Tontas y a locas; El fin del sexo y otras mentiras; Subrayados; Oración. Carta a Vicki y otras elegías políticasVida de vivos; Banco a la sombra; La comuna de Buenos Aires. Relatos al pie del 2001 y su autobiografía Black out, por la que recibió el Premio de la Crítica de la Feria del Libro de Buenos Aires.

El libro recientemente publicado por la editorial Sigilo, Por cuatro días locos. Pequeño inventario de la patria pop, reúne algunas de las columnas que escribió para Página 12 durante las últimas dos décadas, en las que disecciona, con ese estilo único, capaz de develar “todas las capas que hay en la superficie”, los personajes argentinos que la dupla pueblo-nación convirtió en mitos y que ella desacraliza sin quitarles ni una pizca de bronce, consciente de que “un mito, entre otras cosas, es un convite a lo unánime como condición para disentir -hasta la violencia- en todo lo demás.”

Barroca e iconoclasta, se mete nada menos que con Maradona, “nuestro único ídolo dionisíaco” al que reconoce, nunca quiso; con Borges, el único escritor argentino incluido en el canon de la literatura universal del académico norteamericano Harold Bloom al que le descubre un costado pop; con el Che Guevara, al que define como un escritor de la generación beat, cronista de su propia epopeya; con Gardel, al que le agradece haberla introducido en la literatura, no a través de esa voz que “se asimila al agujero de la Patria”, sino de sus letras. Con San Martín, al que, en un relato ficcional, instala en un fumadero de opio; con Cortázar, a quien, leyéndolo a contrapelo (como acostumbra), sospecha más interesado en los muchachitos que en la Maga; y en esa línea, con la construcción de la figura del escritor en nuestro campo intelectual (hasta hace veinte años, mayoritariamente masculino) en lo que tiene de impostura y con el amplio abanico de lo que llama el “kitsch peronista” en el que conviven Evita y su modisto, Paco Jamandreu, Juanita Martínez, la fiel amante de José Marrone e Isabel Sarli, musa erótica devenida objeto de consumo “camp” por cierta intelectualidad a la que sus curvas le despertaban, culposamente, las mismas fantasías que a cualquiera de los mortales, en toda Latinoamérica.

En el prólogo al libro, su autora describe la enciclopedia “ágrafa y visual” desde la que partió y con la que comenzó a bosquejar una mirada desde los márgenes tanto de la academia como de la doxa, para inscribirse en la tradición de un tipo particular de crónica que en nuestro país tiene enormes figuras (desde Rodolfo Walsh, Martín Caparrós, Ana Basualdo hasta Juan Forn y siguen las firmas) que, lejos del periodismo gonzo, corre el foco de la experiencia en sí (“un efecto como cualquier otro”) para encontrar un modo único de “escribir al otro” y abrir el camino para este género a la autonomía de la literatura. Quizás sea por eso que logra que unos textos escritos al calor de los acontecimientos políticos no tengan fecha de vencimiento y alcancen algo así como la atemporalidad.

            Como la línea que traza entre la antropología de principios a fines del siglo XX, que va de la exhibición de los cráneos de indios y criminales en los museos al análisis de los huesos de los desaparecidos por el Equipo Argentino de Antropología Forense y que condensa lacanianamente en el nombre de José Luis Cabezas la cifra de una historia que no deja de repetirse.

            O en el personaje de la tilinga de clase alta vituperada en el Borges de Bioy por ambos (y que a ella le fascina), con el que pulveriza la superioridad moral del intelectual que, sostiene, nos es más que otro lugar donde anida el sentido común.

            Un capítulo aparte merece la sección “Iconografías femeninas”, en donde politiza los objetos de uso de las mujeres y hace del abanico de Mariquita Sánchez de Thompson un medio de comunicación clandestino, del miriñaque de Manuelita Rosas, el refugio de su adorada prima, de las pelucas de moda en los 70, el camuflaje de las mujeres en la guerrilla o del antecesor del pañal descartable, el símbolo de la búsqueda de los familiares desaparecidos que las Madres de Plaza de Mayo hicieron universal.

 

Una cronista frívola

- En los epígrafes de Manuel Gutiérrez Nájera y José Martí que abren el libro aparecen los dos modos de abordar el oficio de periodista que pensó el modernismo latinoamericano: el que investiga a fondo y el que escribe sobre sobre la marcha acerca de cualquier tema. ¿Con cuál te sentís más cómoda?

El modernismo tuvo un periodismo “comprometido” por decir así, aunque con todos los manierismos de la época como podía ser el de Martí describiendo el puente de Brooklyn o el asesinato de los italianos y otro considerado frívolo y ornamental como el de Ramón Gómez Carrillo que podía escribir sobre maquillaje. Fue Sylvia Molloy quien demostró cómo esos opuestos no eran tales. Yo me considero una cronista frívola aunque, como dijo el cordobés Luis Ignacio García, esa frivolidad sea estratégica.

- ¿Para qué sirven los mitos? ¿Hay una trampa en ellos?

Los mitos no son una trampa sino una cristalización de creencias que pueden ser analizadas y no hay que subestimarlos. Horacio González usaba el adjetivo “superficial” como negativo y yo le decía que en la superficie está todo el sentido. Y él me cargaba diciendo que antes la superficie tenía más capas. Ahora me acuerdo que hablábamos de esto mientras nos dirigíamos a un velorio, lo que era una frivolidad.

- Las pequeñas mitologías nacionales ¿son especialmente ciegas a la perspectiva de género (y pienso en la ceguera de nuestra sociedad frente a un Maradona depredador) o son ciegas, sin más?

Tenés razón, para analizar los mitos nacionales dejé de lado las críticas de género y me inventé un yo más empático, aunque es evidente la ironía. Justo no publiqué la crónica de Monzón porque la había republicado hacía poco y en sus tiempos fue el inicio de una serie polémica en el diario Sur, donde, a las redactoras del suplemento de la mujer nos llamaban “las viudas de Alicia Muñiz”.

- ¿Qué tiene de pop Borges, nuestro único clásico universal?

Borges es muy pop pero hay que saber encontrarlo y casi kitsch en las Beatriz Viterbo o las señoras de Bibiloni. [N.R.: de cuyos comentarios Borges y Bioy se burlan llamando tonterías a lo que la Moreno lee como discurso vanguardista].

- ¿Hay algo de dandismo en tu estilo, según la definición que das de aquel gesto que “pone en contacto contaminante la cultura alta y baja despreciando la media”?

Pero eso no es dandi. Dandi es salir a la calle con un melón en la mano o una tortuga tirando de una correa. La silla de ruedas me impide estos excesos.

- ¿Qué te ofrece este género a la hora de establecer continuidades históricas, que es, en definitiva, el trabajo del historiador?

Pero yo no soy un historiador y la continuidad no me preocupa. Menos la duración de lo que escribo cuando esté muerta. Por algo escribo en medios que duran un día y mis libros son también para un día lejos de los mausoleos.

Publicado en La gaceta Literaria, 23/2/2025

lunes, 27 de enero de 2025

Mundo loco

Mundo loco. Guerra, cine, sexo


            Slavoj Žižek es un pensador verdaderamente raro. Marxista clásico (casi no quedan) y lacaniano (los hay cada vez más), escribe mucho y en profundidad sobre temas de economía política, filosofía, psicoanálisis, política exterior o el cine de Hollywood, uno de sus grandes fetiches, con la misma convicción y una gran convocatoria entre los lectores.

Y este trabajo compila algunas notas que escribió en diferentes medios en el último año, en el que la guerra de Ucrania fue el tema central. Pero no sólo: Žižek analiza y se interroga sobre el estado actual del mundo y define esta etapa como la del “tecnopopulismo”, una suerte de neutralidad apolítica, donde derecha e izquierda han perdido su especificidad, que nos pone frente a un escenario donde la resistencia al poder estatal sólo parece posible a partir de levantamientos fogoneados por la ultraderecha populista, como el ataque al Capitolio o al Planalto.

Reafirma, en cada una de sus intervenciones, su posición antimperialista, tanto frente a Israel como a Rusia, desarmando, en un caso, el argumento del antisemitismo y convocando a las fuerzas progresistas a evitar una nueva guerra mundial que el fundamentalismo nacionalista de las grandes potencias, sostiene, estimula y pone en evidencia los intereses que se juegan en cada una de las confrontaciones, porque, nos recuerda, los conflictos jamás son únicamente por cuestiones geopolíticas, sino “momentos de tensiones internas en la circulación mundial del capital.”

            Discute con la izquierda su ambivalencia respecto de Rusia y reivindica su apoyo a la resistencia ucraniana y a los valores de las democracias liberales como el respeto a las disidencias sexuales o los derechos de las mujeres, mientras condena los crímenes de guerra de EE.UU. en Medio Oriente, tanto como el componente nazi de la sociedad ucraniana.

            En cuanto a los artículos sobre el cine de Hollywood, son mucho más interesantes e intelectualmente productivos sus análisis políticos. Sus críticas, en algunos casos, superficiales, mejoran considerablemente cuando la película se convierte en la excusa para analizar un proceso político actual, como el ascenso de las mujeres dentro de la derecha radical o las enseñanzas que el feminismo occidental debería extraer del movimiento popular iraní de repudio por el asesinato de la joven kurda a manos de la “policía de la moral”.

            Y frente a un mundo que se dirige a su propia destrucción, concluye, la única salida deberá ser un nuevo comunismo al que llama a reinventar.

Publicado en La gaceta de Tucumán, 19/1/25

Rara, como encendida

 Martha Argerich. Una biografía


 

            Un bello cuadro sin marco. Así define su amigo Daniel Barenboim a la mejor pianista del mundo según la opinión unánime del campo musical clásico, Martha Argerich. Y esta biografía, el producto de largos años de conversaciones entre su único biógrafo y ella, es un riguroso intento por captar en toda su dimensión a esa figura tan esquiva como deslumbrante que sigue convocando el fervor de los melómanos en todo el mundo.

            Su autor, un periodista especializado en música clásica y admirador incondicional de la pianista, cuyo programa en Radio Clásica de Francia lo llevó a viajar por el mundo y conocer al top ten de esta disciplina, fue el único que logró, después de innumerables gestiones con su agente, colarse en sus viajes en tren y entablar una relación que le permitió entrevistar a este huidizo personaje que, cuando estaba de humor, respondía sus preguntas. El viaje que emprendió a la Argentina para captar la atmósfera del país donde ella nació logró conmoverla y seguramente ayudó a acortar distancias.

            Enamorado, desde la primera vez que la escuchó, y no sólo por su manera única de tocar el piano (al punto que reconoce que si no fuera pianista le interesaría igual), considera que no sólo es un genio musical, sino diferente a todos en el plano humano, incluso en la vida diaria. Su naturalidad, que le resulta desconcertante a quienes la conocen por primera vez, la convierte a sus ojos en una de esas pocas personas que, siendo una gran estrella, es capaz de una gran humildad y empatía.

Luego de ocho años de escritura, el resultado fue este trabajo polifónico, nutrido por una gran cantidad de voces de los principales músicos, amigos cercanos y familiares, así como por numerosos datos con los que reconstruye la vida musical de la segunda mitad del siglo XX, que el autor organizó con un criterio de divulgación.

            Desde el momento en que sus maestras del jardín de infantes escucharon, atónitas, a la párvula de tres años reproducir en el piano las canciones que le cantaban a la hora de la siesta, hasta los conciertos que dio junto a la emperatriz de Japón, el país que la elevó a la categoría de semidiosa, esta adictiva biografía aun para legos, traza el arco de una vida consagrada, a pesar suyo, a ese instrumento para el cual parece estar hecha pero del que se sintió esclava y con el que sedujo a los oídos más refinados de su generación, que encontraron en su interpretación una mezcla poderosa de erotismo y misticismo, y a una artista salvaje y exquisita que era pura naturaleza.

            Como todo prodigio, careció de una vida normal, por lo que la escuela fue reemplazada por clases particulares donde gozó del raro privilegio de estudiar, durante toda su infancia, con el mejor y más severo maestro de piano de Buenos Aires, bajo la estricta mirada de una madre consagrada a la carrera de su hija, que se propuso disciplinar a este espíritu tan genial como libre y sin la cual, reconoce, no hubiera llegado adonde llegó.

            Si bien a los ocho años dio su primer concierto en público, el pánico escénico nunca la abandonó, a pesar de ser, desde muy pequeña, una habitué del Colón, tanto en el escenario como desde el público y de deslumbrar a los más grandes maestros que por esos años poblaban Buenos Aires, la ciudad que en la posguerra recibió a aquellos que huían de Europa.

            A los 16 años y con la ayuda del gobierno peronista (y el diálogo con Perón es una muestra de su dominio absoluto sobre los resortes del Estado de bienestar), partió junto a toda su familia a Viena, a estudiar con el maestro Friedrich Gulda, quien le había abierto el camino a una nueva forma de interpretar la música, liberada del acartonamiento que regía en esta disciplina, y con la que ella se identificó desde el primer momento. Y fue a esa edad cuando despegó su carrera internacional, al ganar los dos concursos más prestigiosos, el de Ginebra y el de Bolzano, donde, por primera vez en su historia, el público y el jurado aplaudieron de pie al ganador.

            Convertida en una celebridad, empezaron a llover los contratos, pero el ritmo atroz de los conciertos fue demasiado para una adolescente que deseaba disfrutar de la vida y, contra la presión de su madre, se bajó de las giras programadas y puso en pausa su carrera unos años. La vuelta triunfal llegó con el concurso Chopin, a los 24 años, que la convirtió en una leyenda viva a la que nadie veía estudiar ni ensayar, que aprendía el repertorio leyéndolo una sola vez la noche anterior y que parecía tener incorporada la música en el cuerpo.

Sus amores tormentosos, el nacimiento de sus tres hijas, la complicada relación con su madre, sus posiciones políticas de izquierda en un medio tan elitista que la llevaron a tocar tanto en los principales teatros líricos del mundo como en una fábrica recuperada en Villa Martelli, durante el 2001, los malabares de sus agentes para lidiar con las cancelaciones de sus conciertos a último momento (y el teatro Colón lo vivó, una vez más, hace unos pocos meses), su humor cambiante, sus inseguridades y fobias que desaparecían en cuanto empezaba a tocar el piano (“Martha hizo lo imposible por destruir su carrera, pero nunca lo logró” llegó a decir uno de sus tantos agentes), las diferentes casas donde habitó de las que entraban y salían amigos como en una comunidad hippie, los proyectos de promoción para jóvenes pianistas o el fanatismo que despertó en Japón y la recepción que tiene en Europa y EE.UU. que le dieron el privilegio de ser nombrada y reconocida, en el mundo de la música clásica, sólo con su nombre de pila. De todo esto habla su biografía. De una persona contradictoria y genial cuyos estándares artísticos son muy altos, pero con un sentido de la ética igual de alto, algo que para su biógrafo, es muy raro de encontrar en una persona de ese nivel.

            En algunos idiomas, jugar y tocar un instrumento se dice de la misma forma. Quizás Martha Argerich siga siendo una niña que nunca dejó jugar, con la seriedad de vivir ese momento como un eterno presente.

Publicado en diario Perfil, 19/1/25