Jenny Erpenbeck quizás
sea una de las mejores escritoras alemanas actuales y sus dos novelas
anteriores publicadas en nuestro país, El fin de los días y Yo voy,
tú vas, él va, no hacen más que confirmarlo.
Con una prosa de una exquisitez notable, esta autora nacida en
Alemania oriental narra, con una mezcla de crueldad y delicadeza, una historia
de amor entre una joven estudiante de arte de 19 años y un escritor casado que
ha pasado los 50, y el final de una época histórica, cuando la caída del Muro
de Berlín anunciaba la desaparición del bloque soviético y de la RDA.
Dos grandes cajas
que contienen la memoria de los años en que estuvieron juntos y que la protagonista,
después de la muerte de él, recibe en su casa, son los disparadores de este
relato en el que, la materialidad de los recuerdos construye unos personajes inconcebibles
por fuera de la trama política, cultural e intelectual de la segunda mitad del
siglo XX europeo. Y si en la transición que va del siglo XIX al XX, Goethe era
el tesoro intelectual de la burguesía judía formada, Bertolt Brecht será, para
la intelectualidad de izquierda alemana -auténtica heredera de aquélla- quien
ocupe este lugar referencial y a la vez, síntesis de una tradición que comienza
con Marx y Engels.
Pero la historia,
como la vida amorosa, es mucho más compleja de lo que la linealidad de un
relato puede expresar y el pasado atroz vuelve, replicado en las formas
posibles de amar, mientras el presente cruje bajo los pies de los amantes y una
sociedad formada en los principios de un Estado omnipresente e integrador se ve
absorbida por el torbellino del capitalismo triunfante al otro lado del muro.
Muchas son las
reflexiones que pueblan esta novela, en la que su autora conjuga magistralmente
la historia social del arte con una mirada precisa y afilada con la que capta
los signos de una Historia que partió su país en dos mitades antagónicas. Y la
escena de su primer viaje a Berlín occidental y el choque frente a la visión de
un grupo de personas durmiendo en la calle o los cambios en la nominación de
cada rincón de su ciudad que va perdiendo, frente a sus ojos, los rastros de su
pasado nazi tanto como los del reciente pasado comunista son apenas una muestra.
Leemos
en el epílogo la larga lista de documentos consultados por la autora para
nutrir su novela de unos datos históricos que, sepultados bajo el peso de las
falsedades a ambos lados de la frontera ideológica, hicieron del siglo XX la
mayor usina de sufrimiento humano.
Publicado en La gaceta literaria, 17/8/2025
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