domingo, 14 de septiembre de 2025

Hija biográfica

 

Entrevista a Romina Paula

 

Escritora, dramaturga, actriz y directora teatral argentina, Romina Paula, quien se define como “porteña por adopción”, cuenta con una importante trayectoria en todos estos géneros que incluye la dirección de una película propia.

En su novela más reciente, Hija biográfica, publicada por la editorial Entropía, ensaya una voz adolescente que, desligada del verosímil, narra la vida de su madre adoptiva, desde la escena en la que “pasó de brazo en brazo”, hasta el momento en el que surge el deseo de conocer a su madre biológica. Y la sierra cordobesa es el espacio literario y vital que esta autora eligió, una vez más, para narrar una suerte de utopía matriarcal, pero nada bucólica.

De todo esto y de la cocina de una escritura a contracorriente de la narrativa escrita por sus contemporáneos, habló con La Gaceta de Tucumán.

- Hija biográfica, más bien es la novela de una hija biógrafa y está escrita desde un punto de vista casi simbiótico. ¿Qué te propusiste al construir este punto de vista?  

Creo que lo que hago es jugar con esa primera persona de ella, cercana a un verosímil juvenil, aunque con mis licencias, porque de golpe tiene unas estructuras de pensamiento quizás más complejas o un vocabulario que uno diría que una chica de doce años no tiene. O cuando cita a la mamá y narra cosas que ella le contó, uno dice cómo podría recordar con tanta precisión. Después en algún momento está justificado internamente cuando entendemos que se lo está contando a la amiga. Pero es un procedimiento que decidí que fuera así y lo defiendo con mi nombre en la tapa, digamos. Por supuesto que lo hablamos con los editores de Entropía y me decían de buscar una manera en que eso esté justificado, por ejemplo, que la hija encontrara el diario de la madre y lo estuviera leyendo. Y yo la verdad es que lo pensé y finalmente decidí jugarme por esto que es como un artificio personal. Y un poco también sentía como que el triángulo se completaba conmigo. Con Leonor, su madre Leticia y yo. Sentía que yo estaba ahí como personaje también, junto a ellas.

- Los hombres parecen no tener nada que hacer en la novela. ¿Esto podría estar hablando también de un estado actual de las mujeres en relación a la masculinidad, a partir del “Ni una menos”?

Yo, en realidad, me vinculo mucho más con hombres que lo que ocurre con estos personajes. Pero no sé por qué siempre en mis novelas hay un mundo casi sin varones. Como que me voy armando unos mundos de unas vidas que me gustaría haber vivido, que tienen algo de utópico y fantasioso. Y el otro día, me decían que esta novela es rara en el sentido de que tiene un clima de ternura, de armonía, que hoy no se lee en la narrativa.

- La sierra cordobesa, como territorio literario, pero no el de alguien que nació allí, sino de quien lo adoptó como propio, como la relación de Leticia con Leo, su “hija biográfica”. ¿Hay un paralelismo ahí?

Mirá, no lo pensé de ese modo, pero sí hay algo de contraste entre la madre con esa vida tan urbana que tuvo y ahora la hija, con esa vida que transcurre en un pueblo de Córdoba. Al mismo tiempo, me hubiese dado mucha vergüenza como porteña, hacerme la que sé cómo es vivir en la sierra. Entonces quería que también estuviera esa distancia, la de alguien que se fue a vivir ahí y que no es cordobesa. Pero la verdad es que fui mucho a esa zona y realmente hay muchísimos porteños, sobre todo en Traslasierra. O sea, Leticia representa un poco ese tipo de migración, que en algún lugar es una fantasía que yo también tengo y que, por ahora, está en la ficción.

- En este mundo matriarcal, sin embargo, hay algo que trasciende lo puramente femenino y que borra las marcas de identidad sexual. El nombre de la narradora, Leonor, casi no aparece, le dicen Leo, Lolo. ¿Qué idea de lo femenino supone esta novela?

Ciertas cosas de género o preferencias sexuales, me gustaba darlas por sentado y no que ellas hicieran un manifiesto acerca de eso, que no sea un tema a plantear: “mamá, me gustan las mujeres”. Como que eso también para mí es parte de la cosa más utópica, de que esas cosas puedan ser ni siquiera un tema que haya que sacar del placard, sino que sea como una posibilidad que está sobre la mesa y uno la toma o no la toma. Y en ese sentido, yo me las imagino a Letizia quizás con una femineidad más clásica y a Leonor, no tan binaria, más fluctuante. Que también es algo que veo bastante en las nuevas generaciones y que es absolutamente imparable. Quizás por eso también el nivel de la reacción ¿no?

- Esta niña es una cotorra, una auténtica narradora. ¿Te costó encontrar el tono para esta narración?

No sé si me costó, me divirtió, seguro. A mí el estilo indirecto es algo que me fascina. Yo sabía desde el principio que podía ser un problema el verosímil de la voz infantil, juvenil. Entonces, trataba de no reprimirme a la hora de escribir, pero pensaba que en algún momento iba a tener que tomar algunas decisiones. Decir, va a tener algunos razonamientos que quizás no serían apropiadas para su edad, y ahí, tratar de reducir el daño lo más posible. Tampoco hay computadoras ni celulares, cosa que hoy en día es algo rarísimo. Creo que en eso también es un poco anacrónica la novela, excepto por algunas marcas de época, podría suceder casi en cualquier momento.

- Hay una escena que no está narrada en esta biografía de la madre y es la de la adopción. ¿Qué marca esta elipsis?

No sé, creo que sentía que era contar algo que ya la gente conoce, cómo es el proceso de adopción, que suele ser muy arduo, que se los dan en general a parejas heterosexuales que ya esperaron bastante. No sé, quería que quedara en un territorio más afectivo, ya de ellas.

- El teatro, como no podía ser de otro modo, está en el centro de la narración. ¿Hay una teoría “Romina Paula” del teatro en esta novela?

Cuando llegué al capítulo en que la amiga le decía, vayamos a conocer a tu mamá, yo pensé que tenía por lo menos dos novelas por delante y me pregunté ¿van a hacer el viaje, voy a abrir ese portal, voy a conocer yo misma a esa mujer? Ahí lo leyó uno de los editores y me dijo que para él ya había suficiente ahí, que lo resolviera en ese presente. Y no sé cómo en algún momento se me ocurrió lo de la representación. Dije, no, no van a conocer a la madre, lo van a representar. Y ahí escribí toda esa última zona, que tiene algo de la terapia gestáltica de las constelaciones, que es un poco como el teatro. Y para mí el teatro tiene algo de eso también, gente en posiciones, ocupando roles. Tenía esa otra novela posible, más realista, pero después, cuando se me ocurrió lo de la puesta en escena, me gustó mucho más y la encaré por ahí.

 

Hija biográfica 

Una novela que, desde el mismo título, juega con ese borde donde la identidad deja de ser un destino para transformarse en un camino a construir. Es el que transita Leo, la hija adoptiva de Leticia, una verdadera narradora oral que, a puro estilo indirecto, largas oraciones paratácticas y un léxico por momentos anacrónico, reproduce el discurso materno y logra ese tono provinciano que convierte a la sierra cordobesa, el lugar donde viven, en un personaje central y en territorio literario, pictórico, poético y cinematográfico (basta ver la descripción del incendio del bosque desde el punto de vista de los atribulados pájaros).

Esta pequeña protagonista, dueña de una mirada extrañada y por momentos, extranjera, explora y experimenta el mundo, mientras arma la biografía de una madre que parece haber tenido muchas vidas y a la que está amorosamente unida, en un mundo matriarcal que fueron construyendo donde la tierra, como madre nutricia, sintoniza con todas las mujeres que pueblan la novela: abuelas, madres, hijas, tías, exnovias, amigas y donde la crecida de un río y la llegada de la menstruación forman parte de un mismo cosmos.

 Y el teatro, gravitando en el centro de la novela, tanto en las anécdotas del pasado de la madre -el material narrativo preferido de la hija- como posibilidad de atravesar ese abismo que es el propio origen.

Publicado en La Gaceta Literaria, 7/9/2025

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