jueves, 4 de octubre de 2012

Extractivismo y dependencia

Renunciar al bien común












Una ola recorre Latinoamérica: la de gobiernos progresistas (populistas, la llaman algunos) que esgrimen una retórica anti-neoliberal, pero que sostienen el modelo de primarización de las exportaciones basado en la explotación de sus recursos naturales para satisfacer las exigencias del mercado internacional.
Si los 90 fueron los años de las privatizaciones de las empresas públicas y de los tratados de libre comercio, el nuevo siglo muestra la reacción contraria desde gobiernos que hacen propios los reclamos de los nuevos movimientos sociales que sostienen prácticas emancipadoras. Lo que parece una contradicción no es otra cosa que la continuidad de un modelo de saqueo que Eduardo Galeano describió con claridad en Las venas abiertas de América Latina y que expresa el posibilismo de estos gobiernos para los cuales no existe opción más allá de responder a las exigencias de los países centrales, así implique el despojo de sus territorios y de todos los bienes comunes a costa de la contaminación definitiva.
Este trabajo reúne los análisis y las propuestas de un grupo de pensadores latinoamericanos que acompañan a los movimientos sociales en su lucha por proteger del saqueo sus territorios y en su búsqueda de una forma de vida social que se piensa por fuera del paradigma universalmente aceptado del capitalismo.
Maristella Svampa, conocida entre nosotros, habla de un nuevo orden económico: el “consenso de los commodities”, sostenido por el boom de los precios internacionales de las materias primas, disparando el crecimiento de nuestros países y trayendo como consecuencia, la reprimarización de la economía que genera mayor dependencia y afirma que el marco jurídico para que las actividades extractivistas se pudieran desarrollar garantizando su extraordinaria rentabilidad, se constituyó en los 90, lo cual muestra la continuidad del modelo neoliberal en el actual. Una característica de este nuevo orden es que ha provocado la explosión de conflictos ambientales cuyos participantes invocan saberes invisibilizados hasta hoy, relacionados con los pueblos originarios y que ponen en cuestión la idea de desarrollo y su visión de la naturaleza en términos de capital.
La megaminería a cielo abierto, la explotación de hidrocarburos y los agronegocios son los pilares en los que se asienta la ilusión desarrollista de los gobiernos latinoamericanos, cuyos estados, productores y asociados a capitales multinacionales, se conforman con distribuir el excedente que estas actividades extractivistas generan y que no apuntan a la productividad, sino que conforman un modelo de economía rentista, que vive de la tributación de la explotación de los recursos naturales, en esta fase de capitalismo global, de “acumulación por desposesión”, como la define David Harvey. Es la lógica que impone el sistema-mundo: la de extranjerización y concentración de la propiedad de la tierra para la producción de soja, que exige cada vez más agrotóxicos por su proceso de agricultura continua. Pero es que en la división internacional del trabajo a esta parte del mundo le tocó ser productora de materia prima agrícola para alimento del ganado de la otra parte (lo que no difiere del tipo de relación colonial que Europa impuso a este continente hace 500 años.) Por ese motivo, la producción de soja aumentó un 120% en los últimos diez años en todo el continente.
La noción de posdesarrollo intenta desmontar los mecanismos de naturalización del concepto occidental de desarrollo, y plantea que sostenerlo como objetivo principal de toda actividad social no es otra cosa que aplicar una necesidad del capital –capital que no crece, muere– al conjunto de la sociedad.
Las perspectivas ambientalistas, comunitarias, ecofeministas, descoloniales, etc., como el concepto de “Buen Vivir” incluido en las constituciones de Bolivia y Ecuador, incorporando esta última a la Naturaleza como sujeto de derecho, o el acuñado por los zapatistas de “mandar obedeciendo” construyen el nuevo pensamiento latinoamericano del siglo XXI que se entronca con los movimientos antiglobalizadores del mundo.
Articular una política que rompa la matriz colonial de dominación y formar lo que André Gorz llamó “archipiélago de convivencialidad” el acceso restringido y regulado al patrimonio común contra la explotación salvaje para satisfacción del consumo individual, es la apuesta de los autores de este libro. Una ética de lo suficiente para toda la comunidad, en pos de proteger lo que queda de la biosfera. Toda una oportunidad para construir una nueva forma de vida no capitalista y no depredatoria, basada en sepultar el concepto de desarrollo.
Todo lo sólido se desvanece en el aire, afirmó Marx en su descripción del progreso capitalista como aniquilador de todo lo que crea mientras borra las huellas de lo anterior. Las cadenas montañosas en busca de minerales, los bosques, las reservas de agua pura, y desde Fukushima, el planeta entero, hoy, se halla a un paso de desvanecerse en el aire.

Publicado en diario Perfil 12/08/2012

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