jueves, 4 de octubre de 2012

Historiografía y género

Mi historia de las mujeres
por Michelle Perrot



La historia de las mujeres, o su irrupción en el relato de los hechos de la historia, tiene en Occidente apenas treinta años, lo cual nos habla más de una concepción de la historia que del propio objeto de estudio. Y es contra esta concepción masculina que se alza la mirada de Michelle Perrot, quien inauguró en Francia una corriente de historiografía ligada a la Escuela de los Anales, a la que incluyó una perspectiva de género. Con estas herramientas, la autora intenta rearmar una historia propia de las mujeres con sus hechos destacables, sus luchas y rupturas, sus protagonistas -entre las que sobresale George Sand- y ver de qué manera los cambios en la historia modificaron la relación desigual entre los sexos.
Lo que predominó, sostiene, es el silencio. Si la historia para griegos y romanos es sólo el relato de los acontecimientos públicos, no sorprende que las mujeres, confinadas al espacio de lo privado (y habría que recuperar aquí la doble acepción del término "privado") estén ausentes. Recién en la segunda mitad del siglo pasado, con el impulso de los movimientos feministas y el auge de la antropología estructural, surgió el interés por el estudio de la subjetividad femenina, encontrando los historiadores una falta notoria de registros, de archivos, de huellas que las propias mujeres fueron borrando. Por otro lado, con lo que estos estudios se encontraron fue una superproducción de discursos, imágenes y concepciones masculinas acerca de las mujeres.
Frente a un mundo que se rige por el mandato aristotélico de la superioridad masculina refrendado por la ideología cristiana, las mujeres fueron encontrando las grietas por donde acceder a los saberes prohibidos: tanto la religión como la literatura les ofrecieron un espacio (en el primer caso el claustro, en el segundo, el salón) donde se apropiaron del latín -lengua del conocimiento- y de la escritura, con la que se fue conformando un público lector femenino que reclamaba textos que dieran cuenta de sus propias experiencias. Más tarde fue la prensa el lugar donde las mujeres propagaron su proyecto emancipador.
Perrot hace un recorrido por las zonas donde lo "femenino" se exhibe, como el cuerpo, la religión, los saberes, los diferentes trabajos, el espacio público, para confirmar una y otra vez el relato de la desigualdad en todos los planos. Desde el infanticidio y aborto de niñas practicados hasta hoy; el retiro más temprano de las hijas mujeres de la educación formal en las familias numerosas; la sinonimia entre mujer y maternidad que la cultura judeo-cristiana exacerbó hasta imponer el ideal de mujer-virgen silenciosa y abnegada frente a la cual cualquier disonancia era intolerada (100 mil mujeres quemadas "por brujas" durante los siglos del Renacimiento así lo confirman), hasta las múltiples variantes de la domesticación de su sexualidad, desde la explotación hasta la ablación.
El trabajo doméstico, invisible y a la vez imprescindible para el funcionamiento de la sociedad, fue naturalizado hasta conformar su identidad, como consecuencia de la necesidad de mantenerlas dentro del espacio doméstico. Estas supuestas "cualidades innatas" como la costura, aprovechada más tarde por la industria textil, justifica, además, la subcalificación de las tareas que desempeñan.
Pero, señala Perrot, a pesar de que el trabajo doméstico históricamente disminuyó, fue sustituido por el cuidado de los hijos en todas sus necesidades, por lo que queda en evidencia que lo que sigue en pie es el mecanismo de domesticación.
Un análisis tan detallado de los innumerables ejemplos de subordinación de las mujeres a lo largo de la historia resulta incompleto si no se historizan las causas de la opresión, que para una de las corrientes de la antropología feminista, la que dirige Judith Butler, se encuentran en la conformación de la organización del parentesco basado en el tabú del incesto, que instaura la división de los sexos en géneros -femenino y masculino- y conmina los seres humanos a la heterosexualidad, con el objetivo de constituir una mínima unidad económica, la familia.
Cuando Lévi-Strauss (quien desarrolló la teoría de la jerarquización de los sexos con su concepto de "intercambio de mujeres") describe, en Tristes trópicos, un pueblo después que los hombres han salido a cazar, dice: ya no quedaba nadie, salvo las mujeres y los niños. Con la esperanza de que las mujeres dejen de ser "nadie" y recuperen la visibilidad sustraída, Michelle Perrot encaró este trabajo.
Un último dato que no es menor: la autora fue nombrada en su país "Caballero de la Legión de Honor", galardón que esperamos haya rechazado aunque sólo sea como modo de poner en evidencia el sexismo que atraviesa el lenguaje.

Publicado por diario Perfil 10/08/2008

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