lunes, 14 de julio de 2025

Alguien que canta en la habitación de al lado

             Era hora de que los lectores pudiéramos acceder, reunidos en un solo libro, a los textos críticos del mejor crítico literario argentino, Alan Pauls, quien parece haberlo leído todo y lo despliega con la elegancia de una prosa que no hace de la erudición (que no le falta) el centro de su programa.

            Suerte de niño prodigio de las letras (pero no joven promesa), transitó por todos los espacios oficiales y mundanos del saber literario, absorbiéndolo todo a su paso, mientras desarrollaba su carrera como escritor que lo llevaría al reconocimiento internacional.

            Como lector profesional, se mantiene fiel a una ética, la de pensar y escribir algo diferente, cada vez, sobre un mismo autor, así sea prologando a Virginia Woolf o a Lucio V. Mansilla o despidiendo a Rosario Bléfari.

            Para él, la lectura como transferencia, en el sentido psicoanalítico y pedagógico, comienza en el reconocimiento a esa voz que nos lee siendo pequeños, escena fundante de una vocación que retorna en cada libro en el que descubrimos cuánto dice de nosotros. Siguiendo la misma línea, podemos vislumbrar cuánto dicen de él sus escritores favoritos: Barthes, Borges, Saer o Aira, a quienes sometió a su refinadísimo aparato perceptivo, para nuestro deleite.

            Y es esa pasión lectora la que lo lleva a descubrir en la biografía de Barthes el anagrama de “erótico” en el término “teórico”. En la literatura argentina, a Walsh, como quien escribe para testimoniar y dejar testamento; en Arlt, aquello de lo irreproducible, propio de los escritores geniales, aunque no lo sea. Lee a sus compañeros de ruta, Guebel, Chitarroni, Fresán, Chejfec y a sus predecesores, Libertella, Fogwill, Osvaldo Lamborghini, con la misma rigurosidad; a cronistas como María Moreno, la “cazadora de estereotipos”, (quizás, su doble especular) o a Laura Ramos y su febril obsesión por las autoras decimonónicas. A Puig o a Saer en lo que tienen de únicos, a Piglia y su “doble espectral”, Emilio Renzi; a Kafka, a quien le había dedicado una de las lecturas más novedosas entre los innumerables trabajos sobre su obra. A ese monstruo bifronte, ácido y mal pensante con el que Borges y Bioy crearon a Bustos Domecq; a su maestra Josefina Ludmer, gran traficante de libros prohibidos para sus alumnos de la “universidad de las catacumbas” o a la “madre natural” de varias generaciones de argentinitos, María Elena Walsh.

            Suerte de contra-manual, este libro nos reconcilia con la idea, pasada de moda, de que leer también podía ser conocer el mundo, y cuestionarlo.

Publicado en La gaceta de Tucumán, 13/7/2025

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