Era hora de que los lectores pudiéramos acceder, reunidos en un solo libro, a los textos críticos del mejor crítico literario argentino, Alan Pauls, quien parece haberlo leído todo y lo despliega con la elegancia de una prosa que no hace de la erudición (que no le falta) el centro de su programa.
Suerte de niño prodigio
de las letras (pero no joven promesa), transitó por todos los espacios
oficiales y mundanos del saber literario, absorbiéndolo todo a su paso,
mientras desarrollaba su carrera como escritor que lo llevaría al
reconocimiento internacional.
Como lector profesional,
se mantiene fiel a una ética, la de pensar y escribir algo diferente, cada vez,
sobre un mismo autor, así sea prologando a Virginia Woolf o a Lucio V. Mansilla
o despidiendo a Rosario Bléfari.
Para él, la lectura como
transferencia, en el sentido psicoanalítico y pedagógico, comienza en el
reconocimiento a esa voz que nos lee siendo pequeños, escena fundante de una
vocación que retorna en cada libro en el que descubrimos cuánto dice de
nosotros. Siguiendo la misma línea, podemos vislumbrar cuánto dicen de él sus
escritores favoritos: Barthes, Borges, Saer o Aira, a quienes sometió a su
refinadísimo aparato perceptivo, para nuestro deleite.
Y es esa pasión lectora
la que lo lleva a descubrir en la biografía de Barthes el anagrama de “erótico”
en el término “teórico”. En la literatura argentina, a Walsh, como quien
escribe para testimoniar y dejar testamento; en Arlt, aquello de lo
irreproducible, propio de los escritores geniales, aunque no lo sea. Lee a sus
compañeros de ruta, Guebel, Chitarroni, Fresán, Chejfec y a sus predecesores,
Libertella, Fogwill, Osvaldo Lamborghini, con la misma rigurosidad; a cronistas
como María Moreno, la “cazadora de estereotipos”, (quizás, su doble especular)
o a Laura Ramos y su febril obsesión por las autoras decimonónicas. A Puig o a Saer
en lo que tienen de únicos, a Piglia y su “doble espectral”, Emilio Renzi; a Kafka,
a quien le había dedicado una de las lecturas más novedosas entre los
innumerables trabajos sobre su obra. A ese monstruo bifronte, ácido y mal
pensante con el que Borges y Bioy crearon a Bustos Domecq; a su maestra
Josefina Ludmer, gran traficante de libros prohibidos para sus alumnos de la
“universidad de las catacumbas” o a la “madre natural” de varias generaciones
de argentinitos, María Elena Walsh.
Suerte de contra-manual,
este libro nos reconcilia con la idea, pasada de moda, de que leer también podía
ser conocer el mundo, y cuestionarlo.
Publicado en La gaceta de Tucumán, 13/7/2025
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