Eduardo Halfon es uno de
los tantos escritores latinoamericanos que, desde la diáspora primermundista,
ha alcanzado el reconocimiento internacional que en su caso, le valió varios
premios, incluido el Nacional de Literatura en su país de origen, Guatemala,
uno de los pocos países latinoamericanos que tienen en su haber un premio Nóbel
de Literatura, Miguel Ángel Asturias, y a un escritor del boom y su famoso
dinosaurio, Augusto Monterroso.
Su vida, marcada por el
destierro, es el gran tema de su literatura. Y en Tarántula, la novela
que acaba de publicar, un turbio recuerdo infantil de una temporada pasada en
un campamento judío en Guatemala lo enfrenta a esa doble identidad que portan
todos los exiliados.
Invitado a la Feria del
Libro de Buenos Aires conversó con La gaceta de Tucumán sobre los
sentidos que dispara esta notable historia que vino a presentar.
- Foucault decía que lo
propio del ser humano es el errar, en el doble sentido de equivocarse y
deambular. Según leemos en el epígrafe de Alejandra Pizarnik, lo propio del ser
judío es huir para sobrevivir y yo agregaría, ¿lo propio del ser escritor
latinoamericano es el migrar para escribir?
Parece que sí, de hecho, muchos escritores del boom escribieron fuera
de su país, hubo una huida política. Esto ya no es así, pero muchos escritores
latinoamericanos no estamos en Latinoamérica. Pienso en Samantha Schweblin, en
Alan Pauls, en Mariana Enríquez, en Giovanna Rivero, en el peruano Daniel
Alarcón.
Hay una diáspora, o para decirlo de otra
manera, yo creo que Latinoamérica ya no está geográficamente aquí, hay una Latinoamérica
cosmopolita, que yo ubico por primera vez en Bolaño. Pero también hay una necesidad profesional, de
tener una vida tal vez más fácil que en nuestras ciudades, un poco inseguras
como Guatemala. Esa es mi experiencia.
- La novela tiene todos
los elementos de una película de terror: la fantasía de perderse en el bosque y
ser comido por animales salvajes (en este caso, los guerrilleros) o por
alimañas (la serpiente roja, la tarántula en el brazo). ¿Fue deliberado este
cambio de registro?
Con mi obra nada es deliberado, porque no hay una planificación, no
hay ni siquiera una noción de hacia dónde va la historia. Esto es muy extraño,
porque yo estudié ingeniería y soy muy ingeniero en todo, salvo cuando empiezo
a escribir el relato, no sé hacia dónde va y de pronto veo que el niño huye a
la montaña y entonces no es deliberado el terror que viene. Hay un primer
terror en el campamento, con una violencia en ciernes. Ahí aparece el miedo a ese bicho que está en
el brazo del monitor, pero luego viene el terror de estar perdido en la
montaña.
- El libro, por sobre
todas las cosas, habla sobre cómo honrar la memoria histórica sin transformarla
en un método de tortura o en un museo, que es el modo de desactivarla.
Sí, pues es la gran pregunta del libro. La táctica del monitor del campamento, es una
técnica didáctica que usa para transmitir la historia y lo lleva a lugares muy
oscuros. Pero es un fenómeno muy común dentro de la comunidad judía. Desde que
publiqué el libro me han llegado muchísimos correos electrónicos de gente de
México, de Argentina, de Israel, de Nueva York, que pasaron por experiencias
similares. Se usaba el teatro para enseñarles a los niños la historia. Lo que
nunca tomaron en cuenta es que estaban generando traumas nuevos y enseñando a
través del odio y de la paranoia.
- La novela transcurre
durante el holocausto silencioso que se llevó adelante contra el pueblo maya,
en el 81-82 pero no se lo menciona. ¿Hubo en la sociedad guatemalteca una
ceguera frente a este genocidio?
Hay dos holocaustos en el libro. El holocausto contra los judíos y el
holocausto contra el pueblo maya en el 81, donde hubo 200.000 muertos y
desaparecidos y eso, enmarcado dentro de la guerra civil que duró 36 años. Yo, si en Guatemala digo la palabra genocidio,
hay gente que se enoja. Y claro que lo hubo. Hubo aldeas enteras arrasadas. Fue una
limpieza étnica. Y no ha habido justicia como acá. Hubo un momento en donde empezó a tomar
impulso debido a cuatro mujeres, cuatro juezas que lograron llevar a algunos
militares a la cárcel. Y luego la Corte Suprema revirtió las condenas. Y las cuatro ya están
fuera del país. Ahora, si yo escribo de esto, un argentino, un colombiano, un
chileno lo entienden perfectamente. Es una historia trágica que compartimos.
- ¿Qué relación tenés con
la literatura guatemalteca actual?
Muy lejana. Para mí Guatemala quedó muy atrás. Crecí fuera, volví un tiempo y ahora llevo
casi 20 años fuera. Y es una literatura que, si no estás ahí, no te enteras. No
es un país de lectores como la Argentina. No hay un diálogo entre escritores.
- Hay un borde en el que
el sionismo y el nazismo resultan indiscernibles. ¿Cómo se llegó a esto que,
para los sobrevivientes de la Shoá, debe ser impensable?
Yo creo que tiene que ver con la intolerancia. Yo fui a Israel por
primera vez en el 93 y ya lo sentía. Esta manera de hacer a un lado al
palestino, de ignorarlo, de descalificarlo. Entonces, de eso a la guerra, hay
un paso. O sea, si ya en la vida cotidiana hiciste muros, pues, eliminarlos, es
lo que viene después. Que fue el sistema nazi, que empieza mucho antes del 39, con
cambio de leyes, prohibiciones, limitando el acceso de los judíos. Y construyendo un otro, construyendo guetos,
encerrándolos.
- En el caso de esta
novela, hay todo un recorrido en la construcción de una voz, que empieza con el
rechazo a la lengua española, incluye traducciones al hebreo y termina
nombrando lo que forma parte del mundo campesino guatemalteco.
No es rechazo, es un olvido. O sea, él está alejado de su lengua. Y el
que nombra el mundo campesino no es el niño, es el adulto que de alguna manera
ya volvió a esa lengua, que es mi caso, yo perdí el español y tuve que volver a
él, a mi lengua materna. Es un proceso, porque yo sigo pensando en inglés, el inglés se volvió
mi lengua fuerte.
De hecho, mi relación con el lenguaje es muy extraña, es una relación
de tensión que no se va a resolver jamás.
-Finalmente, no es ni la familia ni la comunidad judía
la que salva a este niño sino una mujer indígena que lo cuida amorosamente y
sobre todo, su voz. ¿Fue un modo de reconciliarte con tu terruño?
Su voz es como un bálsamo, como un canto o una plegaria. Y unas manos
que lo acarician. Hay una especie de reconciliación ahí. Es volver al hogar a
través de una señora sin nombre, sin casa, pero que de alguna manera lo sana. Que
lo abraza y abraza al lector también. Esa pequeña hoguera al final del libro es
una luz.
Reseña
El
recuerdo de una temporada vivida junto a su hermano en un campamento para niños
judíos en plena selva guatemalteca es el disparador de un relato que adopta
tintes siniestros cuando la imagen de una tarántula en el brazo de un blondo
profesor resulta indistinguible de una esvástica.
Bajo
el sombrío escenario de la guerra civil (interminable, como el dolor de los
descendientes de cualquier genocidio), el protagonista intenta inaugurar su
vida a espaldas de los mandatos familiares que en su caso exceden lo religioso
y alcanzan la materia con la que estamos hechos: el lenguaje. Sin embargo, tanto
el hebreo como el español guatemalteco irán borrando todo rastro del inglés de
su nuevo país, para descubrir que los monumentos culturales que constituyen su
identidad, la Torá y el Popol Vuh, le resultan ilegibles. Y que
los métodos de supervivencia para las nuevas generaciones de judíos que
pretenden inculcarle en ese dudoso campamento infantil replican los utilizados
por la peor maquinaria de destrucción, para la cual la eficacia del poder
reside en la exhibición de sus atributos y la convicción de que los barrotes de
un prisionero están, no tanto frente a él, sino en su mente.
Y
si su vida adulta transcurre en Berlín, la ciudad enemiga que le recuerda, a
cada paso, el trauma del Holocausto, será en lo profundo de una selva
latinoamericana donde, el niño que alguna vez fue, encontrará la paz y el
cuidado amoroso de una mujer campesina a la que apenas entiende cuando habla.
Publicado en La gaceta de Tucumán, 1/6/2024
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