La crónica de un viaje a las antípodas hecha por un escritor, que además es cineasta y dramaturgo con varios premios en su haber, es un buen augurio. Y la invitación a un festival de cine en Corea para presentar su película sobre un bailarín de malambo es la excusa perfecta.
Narrada
en segunda persona del singular, a la manera de los objetivistas franceses
(muchos de los cuales también eran cineastas), este viajero un poco
hipocondríaco, con fobia social y un inglés bastante deficiente, encara una
larga travesía que comienza en Corea -el país que ha despertado una ola de
fanatismos en Occidente- que pondrá a prueba su aparato perceptivo.
Rápidamente,
la cordialidad, la suavidad en los movimientos y el medio tono que imperan en
el protocolo social coreano lo hacen sentir a gusto, pero con una mirada que desacraliza
el mundo del cine (no hay alfombras rojas ni glamour, pero sí, un gran despliegue
ultra tecnológico y horas de aburrimiento en los sets), le baja el tono al
exotismo e intenta, frente a lo nuevo (la limpieza extrema del subte de Seúl junto
a las máscaras antitóxicas), no cerrar sentidos sino, simplemente, “mirar sin
comprender”, como aquellos directores empeñados en seguir haciendo un “cine de
autor”.
“Este
sendero es solo para que caminen los espíritus” lee en uno de los templos que
visita, y sus paseos silenciosos, alejado de la comitiva lo ponen en esta senda
por la que el turismo, en busca de lo típico, jamás transita.
Conocer
una ciudad futurista como Tokio le permitirá tener la experiencia de dormir en
un hotel-cápsula y a la vez, descubrir las semejanzas de la noche de Tokio con
el gentío y la suciedad del barrio de Once y, en el memorial de Hiroshima, cómo
este “viajero cansado”, se va fundiendo con el entorno y se desoccidentaliza
poco a poco.
El
proyecto de un viaje a China que se ve suspendido por la pandemia lo hace
recordar, en un largo flashback, a una escritora de Shangai medio loca que
conoció en una residencia de escritores en EE.UU., que le provocó el deseo de
descubrir, como a un Marco Polo anti social, la China, con la que mantenía
largas conversaciones en la lavandería del hotel y que se convirtió en amiga
inseparable y en la verdadera “voz de Oriente”.
Lejos
de la objetividad y muy cerca de la sensibilidad poética, estas crónicas tienen
el tono de delicadeza que su autor encontró en el espacio de la otredad más
absoluta para nuestra sensibilidad sudamericana. Casi como el encuentro de un
bailarín de malambo con un Buda.
Publicado en La gaceta literaria, 11/5/2025
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