Este
libro es el resultado de un trabajo de investigación llevado adelante por
Ediciones Bonaerenses, un sello creado por el gobierno de la provincia de
Buenos Aires durante el fatídico año 2020, con un doble propósito: hacerle
lugar a nuevas voces y rescatar textos olvidados o inéditos de autores
imprescindibles de nuestro campo cultural.
Así
es como acaba
de publicar En prensa. 1955-1976, de Haroldo Conti, un volumen que compila
sus colaboraciones en la prensa escrita, algunas entrevistas que dio e
intervenciones sobre política cultural que dan cuenta de una obra en la que
literatura e ideología confluyen sin perder, ninguna de las dos, su
especificidad.
El trabajo trasciende el
mero homenaje (que muchas veces sirve para cristalizar una figura) y recupera
su producción periodística, una operación crítica muy necesaria que enriquece
la lectura de una obra narrativa que, a pesar del reconocimiento que logró, no
ha sido lo suficientemente valorada.
El prólogo está a cargo
de un especialista en la obra de Conti, Juan Bautista Duizeide, casi un “personaje”
del universo contiano (vive en una isla del Tigre, es piloto de la marina
mercante, escritor y periodista cultural) con quien conversamos sobre este
escritor fundamental de nuestra literatura.
¿Cómo
fue el trabajo de investigación para la edición del libro?
El
trabajo de investigación estuvo a cargo de un equipo de la editorial, formado
por Guillermo Korn -que lo dirigió-, Agustín Arzac y Oliverio Coelho. De
entrada, tenía como objetivo buscar más allá de lo conocido y ya publicado en
libro, rastreando más allá de las fuentes habituales: la revista Crisis,
la revista Nuevo Hombre, el Informe sobre Trelew del grupo
Barrilete de Roberto Santoro. Así se logró un corpus más completo y amplio del
Conti periodista, aunque es posible por la misma forma dispersa de su inserción
en el oficio que otros textos hayan quedado afuera. Yo fui convocado para
escribir el prólogo y aporté también la idea de no limitarnos a los textos
producidos por él, sino sumar algunas entrevistas de las tantísimas que le
hicieron. Me parece una buena forma de mostrar cuánta presencia tenía Conti en
el sistema literario y mediático argentino, y cómo operaban las desapariciones
de escritores: alguien que había llegado a salir en la tapa de la revista Gente
como una de las “personalidades del año”, tras ganar el premio Herralde de
novela con En vida, dejaba de tener presencia en los medios, en las
discusiones, en las librerías. También creo que contribuye a mostrar al Conti articulador
de mundos diversos, una de las razones por las cuales fue blanco temprano de
los perpetradores del genocidio reorganizador, especialmente interesados en
quebrar esas articulaciones, según explica Daniel Feierstein en El genocidio
como práctica social.
Conti
pertenece a una generación de escritores, periodistas e intelectuales con una
gran formación política que le permitía producir metonimias (como por ejemplo, hablar
de una isla abandonada como metáfora del saqueo económico) con gran maestría en
el uso del punto de vista y del trabajo con la oralidad. ¿Conti es uno de los
mejores cronistas de la Argentina?
No
me arriesgaría a mencionar a Conti como uno de los mejores cronistas de la
Argentina, dado que no ejerció una práctica tan constante y sistemática de ese
género como sí lo hicieron Rodolfo Walsh, Enrique Raab, Ana Basualdo o Sara
Gallardo. Sí es cierto que una especial capacidad de escucha, de mirada, de elección
y desarrollo de un punto de vista le permitieron escribir una crónica de
antología como es Tristezas del vino de la costa o La parva muerte de la
isla Paulino. Alguna vez Aníbal Ford -que fuera su secretario de redacción
en Crisis y amigo- se refirió a los tanteos etnográficos de Conti. Me
parece que es una marca de época presente en Walsh también, tal vez relacionada
con los trabajos del antropólogo Oscar Lewis, y con aquel interés, que no sólo
viene de Eric Hobsbawm y Roberto Carri, por los mártires, los héroes, los
bandidos populares, algo tan presente ya en un cuento temprano como es
“Marcado”. Añadiría a esa afirmación de Ford que Conti era una especie de
etnógrafo salvaje. No tan formado en un método, sino con una capacidad especial
para relacionarse con los territorios: sabía qué preguntar a quiénes, cómo
hacerlo, dónde mirar. Tenía una vinculación muy fuerte con los mundos del
trabajo, con las herramientas, con los oficios y los lenguajes específicos
vinculados a ellos. En tal sentido, parece un escritor norteamericano de la
generación perdida, o uno de aquellos escritores italianos que, en pleno auge
del fascismo, veían en esa actitud vital de los norteamericanos una forma
posible de resistencia. Tales cualidades las aplicó sobre todo a su narrativa
de ficción, algo notable en su primera novela: Sudeste.
Vos
hablás en el prólogo del viaje como un motor de su escritura. ¿Ese estar en el
camino es un viaje metafísico, es un modo habitar el mundo, de leerlo?
El
viaje es central en Conti. Pero no es unívoco. Sobre todo, no es mero
desplazamiento por el espacio. Los viajes en Conti -salvo el viaje a la
Antártida, acerca del cual, paradójicamente, escribió poquísimo- suelen ser
parcos en distancia, pero muy ricos en detalle y en intensidad. Irradian sentidos.
Y son a su vez el correlato físico del destino humano según la figura del Homo
Viator, de especial presencia en el existencialismo cristiano: la humanidad
como forastera en la tierra, sólo de paso por ella. De esa perspectiva nace la
nostalgia que impera en la escritura de Conti: todo se está yendo todo el
tiempo, y escribir es un intento de salvar del olvido personajes, historias,
lugares. Aunque con la certeza de que se trata de una batalla, a la larga,
perdida.
La
materialidad de los objetos en sus textos, sobre todo, los que tienen que ver
con el mundo del trabajo (en eso es un marxista consecuente), vos la vinculabas
a su mirada cinematográfica. ¿En eso se lo podría relacionar con Saer, a pesar
de las grandes distancias en cuanto a proyecto estético?
Efectivamente
creo que ese énfasis contiano sobre los objetos como núcleos narrativos, como
nodos en los que se entrelazan las historias y la Historia se vincula con su
formación cinematográfica. Formación que era, en aquella época,
predominantemente neorrealista. Pero es muy original ese tratamiento de los
objetos y también se vincula con las lecturas del Nouveau roman u
objetivismo francés, bastante bien representado en la colección Anaquel
de Fabril Editora, donde Conti publicara Sudeste: Michel Butor, Nathalie
Sarraute, Claude Simon. Lecturas comunes a Juan José Saer, que también hizo de
ellas una asimilación sumamente original. No creo que sus proyectos estéticos
fueran, sobre todo en un principio, tan divergentes. Esa interfase entre prosa
y poesía que es una forma distintiva de escritura. Esa vinculación, desde la
narrativa, con Juanele Ortiz, también. Hay un texto muy conocido de Beatriz
Sarlo en el cual señala que Rayuela era la novela que todo el mundo
literario esperaba -editores, críticos, lectores, académicos- mientras que
nadie, salvo sus amigos de Santa Fe, esperaban la primera novela de Saer.
Portadora de innovación y núcleo de un proyecto narrativo a desarrollarse en
lugar de culminación como era Rayuela. Algo análogo podría afirmarse de Sudeste.
A tal punto desorientaba su novedad, que podía a un mismo tiempo ser celebrada
por los adeptos del realismo, presentarse un adelanto de ella en la revista Sur
y ser leída con interés por los jóvenes de la incipiente nueva izquierda.
Ningún rótulo de los que estaban disponibles alcanzaba a contenerla.
La
autonomía relativa de Conti respecto del espacio político en el que militaba,
el P.R.T., y su prensa partidaria ¿es lo que le permitió alcanzar esa maestría
en sus crónicas?
Quizás
sea válida esa definición por la negativa. En el P.R.T. no hubo una inserción
de los intelectuales en su prensa partidaria como sí la hubo en Montoneros,
sobre todo con el diario Noticias, donde trabajaban Walsh, Urondo,
Gelman, Bonasso entre otros. Con lo cual Conti se habría mantenido a salvo de
urgencias, tensiones, confusiones entre lo que es el periodismo y lo que es la
propaganda. Pero me parece más determinante la capacidad de sintonizar con los
mundos populares.
Conti
fue parte de un proceso histórico, la revolución cubana, los 60 y los primeros
70, que obligó a sus intelectuales a una toma de posición clara, y frente a la
cuestión tan en boga por aquellos años del compromiso, él dice que escribir es asumir
un compromiso con la vida, que la literatura tiene que ser un modo de
penetrarla. ¿Esta es la causa por la que su literatura (y las crónicas,
definitivamente, lo son) no envejeció?
Conti
fue muy consciente respecto a la forma de ese compromiso, y muy claro en su
enunciación, sobre todo en una de las últimas entrevistas que le realizaron, la
que formaba parte del proyecto de retrato cinematográfico de Roberto Cuervo.
Para él, si iba a fondo con un territorio, con su lenguaje, con sus historias,
el drama político profundo emergería, sin necesidad de imponérselo como un deus
ex machina, sin ceder a la tentación de juzgar o de bajar línea. Eso se
cumple en toda su ficción, lo político está absolutamente entrelazado con las
vidas y problemas de sus personajes, con su lengua. Incluso en las ficciones
más decididamente políticas, como pueden ser los cuentos “Con gringo” o
“Cinegética” y la novela Mascaró. En algunos de sus textos
periodísticos, y más aún en sus declaraciones, sí se permite ser a veces muy
explícito en cuanto a sus alineamientos políticos. De modo especialmente
dramático en “Una misma sangre” -incluido en el Informe sobre Trelew realizado
a dos años de la masacre por el grupo Barrilete-, en él llega a plantear la
inutilidad de la literatura, a pesar de lo cual, por suerte, siguió escribiendo
ficción hasta el último día.
Hablando
de recuperar, me gustaría recuperar la figura de su compañera, Marta Acuña, que
aparece en varios textos como colaboradora, compartió viajes, trabajo y la
tragedia del secuestro del escritor, porque, no es la primera vez que las
mujeres que comparten el arriesgado trabajo intelectual quedan invisibilizadas.
(Y el caso de Enriqueta Muñiz y Walsh es un ejemplo). ¿Cuál fue el papel de
ella en el trabajo de Conti?
Tanto
la intervención de Enriqueta Muñiz en las investigaciones que darían lugar a Operación
Masacre como sus diarios me parecen de una importancia inmensa. Resulta un
aporte fundamental para comprender aquellos trabajos, aquellos riesgos,
comprender la época y al mismo Walsh. Y, sobre todo, comprender qué grados de
inserción podía llegar a tener una mujer entonces. Pero me gustaría ser
cuidadoso y no hacer generalizaciones ni extrapolaciones. Creo que al menos en
parte la invisibilización de Enriqueta Muñiz fue voluntaria (aunque en ella
pesen mandatos y lugares sociales predeterminados). Y me parece fundamental
cruzar la condición de mujer con la condición de clase. No eran invisibles las
mujeres en la cultura argentina -por más machista que esta fuera o sea incluso
hoy-, sino las mujeres de ciertas clases sociales. Otras no: pensemos en
Victoria Ocampo, en Silvina Ocampo, en María Rosa Oliver, en Salvadora Onrubia,
en Norah Lange… A su vez, me parece distinto el momento en que Enriqueta Muñiz
trabaja codo a codo con Walsh con el momento en que Marta se suma a los
trabajos de Conti. Me parece que a mediados de los setenta ya había toda una
serie de intentos de incorporación vinculados a otra mirada sobre las mujeres,
aunque todavía muy incipiente en la nueva izquierda. Y de algún modo también
pesaba en la relación la diferencia de edades -Marta había sido alumna de
Haroldo en un bachillerato para adultos-, de experiencias, de prácticas;
mientras que la relación Walsh – Enriqueta Muñiz me aparece como más entre
pares. Sí fue Marta una figura fundamental en la denuncia inmediata de la
desaparición, en la búsqueda, en la difusión de lo sucedido y en los reclamos a
nivel internacional.
Publicado en La Capital de Rosario, 3/7/2022
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