Entrevista a Jorge Panesi
En el final de una
fructífera carrera como docente universitario, Jorge Panesi reunió, en La seducción de los relatos, algunos
artículos sobre literatura y crítica, el centro de una pasión que la enseñanza
no hizo más que diseminar. Un título muy barthesiano en el que se destaca una
palabra que viene del ámbito de la literatura, “relato”, que ha sido objeto de
disputa política y que ha adquirido un sentido peyorativo cuando una parte de
la sociedad (o de los medios masivos) la empezó a usar como sinónimo de
construcción mentirosa.
¿Es posible una sociedad sin relatos?
Rotundamente no, y como creo que la
crítica literaria es una respuesta también al presente -a pesar de que a mí la
mal llamada “grieta” me parece una simplificación que nos impide pensar- sentí
que debía sentar posición frente a esto. Entonces, entre los presupuestos
inmediatos del libro estaba el uso político de la palabra “relato” pero el
relato es una condición humana. Es además una forma de memoria y una
herramienta poderosa de conocimiento. Siempre cuando tenés un relato tenés una
perspectiva y por lo tanto lo que tenés es una posición frente a la verdad, y
finalmente, es de eso de lo que se trata.
Según tu planteo, habría un juego de
seducción entre la literatura y la política. Por un lado, la literatura y la
crítica quisieran tener el alcance que tiene la política pero ¿qué es lo que
tiene la literatura que la política desearía tener?
Gracia. Pero la seducción parece ser
mutua. La política es inherente a la crítica y a la literatura argentinas que
son políticas de cabo a rabo. No hay más que pensar en Sarlo, Ludmer, Viñas o
Adolfo Prieto. Hay un interés por intervenir en la política cultural, para
empezar. Por otro lado yo he visto programas de TV donde estaban Sarlo o Tomás
Abraham, y ver a los periodistas políticos mirar a Sarlo cuando improvisa, con
esa cara de arrobo… Entonces me preguntaba ¿qué hay ahí, qué cuenta cuando los
intelectuales son llamados a dar una opinión política en los medios?
Define
a la crítica literaria argentina como una máquina de intervención cultural que,
lejos de debilitarse con las catástrofes (políticas, militares, económicas), se
ha fortalecido, aunque reconoce que no ocupa el espacio que tuvieron revistas
como Los libros, Punto de Vista o Sur. “Lo que ocurre es que la
crítica universitaria ha permeado todos los escondrijos de la crítica
literaria, que además tiene la condición de ser
autorreflexiva. Habrá que ver cómo la crítica se mira a sí misma hoy. Lo hace,
creo yo, de una manera más dispersa, pero lo hace. Si entrás en internet vas a
encontrar infinitos trabajos críticos sobre todos los temas posibles.”
Siguiendo
a Foucault en cuanto a que la interpretación no debe basarse en el modelo de
los signos sino en el de la guerra, acerca de la irrupción en el espacio
público del lenguaje inclusivo frente al uso del masculino como paradigma
alrededor del cual todo el sistema lingüístico se configura, tiene una posición
ambivalente. ”Te advierto que en materia de lengua soy muy tradicionalista y
creo que lo que se puede cambiar fácilmente es el léxico. Cualquier proceso
libertario como es el que lleva adelante esta reivindicación y que puede tener
todas mis simpatías políticas, no sé si podrá generar una modificación en el
nivel de la morfología. Depende de lo que se alcance en términos de masividad.
Yo recibí de un colega un texto con lenguaje inclusivo y obviamente como
profesor de castellano que soy, me hacía ruido. Ahora, pienso que en materia de
géneros, por más intentos pacificadores que hagamos, siempre habrá conflicto.”
¿Pero esto no es una manera de
visibilizarlo?
Yo siento que hay un ataque a la
“virginidad” de la lengua y yo reacciono. No sé si por prejuicios o por mi
condición de género, cosas que uno no puede evitar. Es que nos han machacado en
la cabeza una cultura androcéntrica. Además creo que los cambios lingüísticos
vienen de abajo.
Y esto viene de abajo. Viene de los
más jóvenes.
Cuando digo de abajo digo del pueblo,
pienso en el folklore, en el lunfardo. Esos son los estratos más ricos.
Los sectores de abajo en términos
generacionales también son los que más enriquecen la lengua.
Sin duda. Pero el problema de la
lengua es que es un mecanismo automático.
Que es hora de desautomatizar.
Bueno, estamos medio en desacuerdo.
Tampoco es que la lengua produzca cambios sobre la realidad.
Es un proceso dialéctico.
Lo que hay es un combate y una
resistencia desde el cuerpo mismo del lenguaje pero también te estoy hablando
de mí. De todas maneras es un proceso muy interesante.
Para
terminar, como no podía ser de otro modo en un libro dedicado a la crítica
literaria, aparece Borges, el escritor que considera, continúa generando
pensamiento en relación a su obra “en primer lugar, porque tiene la legitimidad
que le da el canon. Y además es el tipo que logró trasvasar los valores
propios, por lo que su obra tuvo la rara capacidad de no envejecer.”
Publicado en diario Perfil, 20/1/2019
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