Farmacia
Un
día completo de trabajo en una farmacia de turno puede resultar la
metáfora perfecta de lo que la lógica productivista ha designado
como “recursos humanos”: un laboratorio de relaciones sociales en
el que el autor de Farmacia
decidió concentrar -o quizás, acorralar- a sus criaturas hasta el
límite de lo soportable. Bajo la forma de un sainete realista (pero
carente de humor), los personajes de este teatro de operaciones
entran y salen atravesando los diferentes espacios, y en el
intercambio teatral de parlamentos se juega la trama que terminará
derivando hacia un realismo más o menos difuso y un final abierto.
Es el último mes
del año 2009, cuando el kirchnerismo comenzaba a mostrar signos de
una fatiga que en el espacio clautrofóbico de la farmacia resuenan
al ritmo de un teléfono que no para de sonar y de las noticias que
se repiten en la pantalla del televisor cada hora -el reclamo de una
comunidad qom frente a los Tribunales, el asalto a un negocio con un
muerto, los piquetes, el sonido de las sirenas- como imagen y sonido
de la trama novelesca.
Y los personajes,
atrincherados en este micromundo, parecen no poder escapar de un
libreto que funciona como espejo de la ideología -aquello que funda
nuestra conciencia a nuestras espaldas- en la que los enredos
amorosos, las relaciones de poder al borde del estereotipo, los
pequeños y grandes actos de corrupción, las miserias de un racismo
naturalizado reproducen hasta el vértigo de un día en la vida que
no parece diferenciarse de los que siguen.
Es
que ya se sabe, “farmacia” viene de una palabra que significará
tanto el remedio como el veneno, algo que suena bastante parecido al
trabajo como alienación.
Publicado en diario Perfil, 26/3/2017
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