Un nuevo festival de literatura, el 16º Filba, acaba de terminar y entre tanto personaje vocinglero y prepotente, el tema que lo convocó fue el silencio que, como en la música, es la condición de posibilidad para que se recorte la palabra, la voz.
Y también fue la oportunidad de
conocer en persona a un gran escritor, el norteamericano Jesse Ball, al que ya
conocíamos desde Toque de queda cuando lo publicó La bestia equilátera,
y cuya obra viene siendo traducida y editada por la editorial Sigilo.
Dos títulos nuevos, Autorretrato
(de una potencia y una honestidad brutal y, según cuenta su editor, escrito en
solo un día) y El sueño, hermano de la muerte, se acaban de sumar a su
catálogo, nutrido con Cómo provocar un incendio y por qué, Los niños 6 y
Cuando comenzó el silencio.
Lejos de la marca de estilo, sus
libros, diferentes entre sí, se reconocen por un modo personal de abordar la
materia narrativa, descarnado y a la vez sutil, y si la crítica lo considera un
gran escritor, no es tanto por cómo lo hace, sino por el lugar que elige desde
donde escribir, que le permite narrar escenas escabrosas (muchas de las cuales
lo tuvieron como protagonista), con el tono y la perspectiva de un alienado,
fuera de sí. Y en ese borde entre el adentro y el afuera, es donde se puede
reconocer su apuesta literaria.
Perfil habló con este autor que, a pesar del éxito que sus
libros han alcanzado en su país de origen, descree de las grandes certezas
sobre el oficio de la escritura y se toma su tiempo para pensar cada una de las
respuestas.
El tema del Filba este año es el silencio. Vos escribiste Cuando comenzó el silencio, una investigación sobre un hecho real, una suerte de non fiction que, como tal, implica un narrador e investigador personalmente involucrado en la historia. ¿Qué descubriste sobre la naturaleza del silencio, sobre esa determinación radical que una persona puede llegar a adoptar? (El protagonista, Sotatsu, al perder una apuesta, firma la confesión de un crimen que no cometió y, a pesar de que lo espera la pena de muerte, decide mantenerse fiel al pacto de silencio que selló su destino.)
Como dices, parte del libro es
ficcional y parte del libro está basado en los eventos de mi propia vida. Hay
ejemplos en la cultura, ya sea en el budismo o en John Cage, del significado o
los usos del silencio, pero creo también que no sabemos cuán real es o cuál es
el verdadero poder que tiene hasta que no toca el centro o el corazón de
nuestras vidas. Y en este caso, de mi vida personal, cuando mi esposa dejó de
hablar, cambió completamente mi comprensión del tema.
Creo que hay muchos tipos de
silencio, a menudo puede ser un tipo de tempo, como un tempo musical, puede ser
una especie de flotación, puede sincopar o hacer que parezca más grande o más
pequeña la próxima cosa que le sigue. Pero todo esto es parte de lo que
podríamos llamar el arte de la comunicación humana.
Pero el silencio que había en mi
vida en ese momento tenía que ver con la enfermedad mental, así que en un
sentido, era lo opuesto. No era parte de la comunicación, era un hecho, como la existencia de una piedra.
(En relación al non fiction, hablamos sobre cómo Truman Capote pasó a la historia de la literatura como el creador del género con A sangre fría publicado en 1965, cuando ocho años antes, Rodolfo Walsh había publicado Operación Masacre, libro que desconocía y cuyo título anotó para buscar).
Definitivamente, amo a Dostoievski y Los endemoniados es un antecedente, pero mi referencia rusa es más Gogol, especialmente los cuentos La nariz y El capote. Soy muy fanático de Gogol por su alegría, por su humor. (Y acá vino otra recomendación, la de leer a Roberto Arlt y Los siete locos, que por supuesto, desconocía, pero que prometió buscar).
Otra constante de tu literatura es una apuesta por el mundo de la infancia en contra de los adultos. Niños maltratados por adultos predadores, con algunas pocas excepciones, como la tía en Cómo provocar un incendio. Y pensaba si Roald Dahl no estaría en tu horizonte literario. De hecho, Lucía, la protagonista anarquista de esta novela, una gran lectora además, podría ser la versión punk de Matilda.
Creo que sí, que ese es el caso,
de hecho, cuando era niño leí mucho a Roald Dahl.
Somos niños y luego nos
convertimos en adultos. Pero creo que gran parte de los adultos no se toma en
serio la responsabilidad que conlleva el compromiso de tener hijos. Todo el
trabajo que implica ser padres responsables. Y no creo que esa responsabilidad tenga que ver con
prestarles más atención o llevarlos a una práctica de fútbol o comprarles la
ropa más cara. Sí creo que los padres tienen que crear un ambiente, un entorno
de amor y deben hacer lo mejor posible para explicarles a los hijos el mundo
tal como es, contarles la verdad al respecto. Y en general los padres no quieren hacerlo porque no
quieren asumir la responsabilidad acerca de lo que está mal en el mundo. Así
que suelen saltear esa parte. Y con respecto a por qué escribo sobre eso, creo
que los niños son personajes muy poderosos que siempre están listos para
abandonar todo por lograr algo. Y también porque entran en lugares muy pequeños y eso
siempre es muy útil para las historias.
Escribiste El sueño, hermano de la muerte, un manual para alcanzar el sueño lúcido dirigido a los niños, como una herramienta para protegerse de una realidad difícil, violenta, donde, más que a Freud encontraríamos a Calderón de la Barca. ¿Este manual puede ser leído también como un taller de escritura?
Comencé a enseñar cómo soñar en la
universidad donde doy clases. Y el motivo es el siguiente: tanto los artistas
como los escritores se encuentran con dificultades cuando intentan construir un
mundo ficcional. Y esto se aplica a todo tipo de artistas, ya sean directores
de cine, escultores o actores.
Su conocimiento siempre tiene que ver con la realidad de su vida interna, la cual no es total, está condicionada por la presión del mundo exterior. Entonces, cuanto uno más cree en los personajes, por ejemplo, de una serie de televisión, menos cree en los eventos de su propia vida y mucho menos en los que son internos, como las ideas que podemos formarnos en nuestra cabeza o los mundos que podamos crear, que tengan integridad verdadera. Entonces pensé que si podía mostrarles a los alumnos que en su mente tenían el poder para crear mundos vívidos y reales, sería mucho más fácil para ellos construir esos mundos ficcionales en sus novelas o en sus obras. Y pensé entonces que a través de los sueños lúcidos podían verlo por sí mismos.
¿Utilizás este método en tu propia escritura?
No, no necesariamente intenté
encontrar imágenes en los sueños a la hora de escribir, pero pongo el énfasis
en la importancia que tienen o el papel que juegan los sueños en mi vida,
porque creo que han tenido un efecto desestabilizador positivo, cosa que el
psicoanálisis ya demostró, es verdad. Es muy importante que todos los artistas
estemos como en las hendiduras, en las grietas, siempre entre distintos
espacios, no comprometernos con uno solo, en un estar entre ellos. Y prestar atención
o darles importancia a los sueños permite crear ese estado. Y creo que la
atención y la fascinación por los sueños ayudan a crear este estatus liminal.
En tu autobiografía contás sobre el grupo de intervenciones callejeras que armaste con varios amigos, POYAIS, con el que se proponían generar asombro, sorpresa con sus apariciones inesperadas y pensaba en el grupo para la investigación poética de los formalistas rusos, la OPOYAZ. ¿En qué consistían las actividades de este grupo, tiene relación con tu escritura?
Me gustan los
futuristas rusos, aunque no era consciente de la existencia de este grupo que
mencionás. El nombre de Poyais venía de un hombre que, en Europa, vendió
tierras a muchas personas en un país inexistente, y ese país falso se llamaba
Poyais. Era un fraude, tomaba mucho dinero de la gente para un país imaginado.
Así que con mis amigos pensamos
que era un buen nombre para ese grupo. Y en cuanto a la relación entre mi
escritura y el grupo artístico, pensé que tal vez fuese una buena manera de
participar en la vida artística de la comunidad y también una manera de darles
un regalo a las personas, darles compañía y también mostrarles un poco que es
posible vivir en un mundo más luminoso o mejor, si nos lo proponemos. Y algo de
esto pienso que se filtra en el anarquismo de mis personajes.
Sotatsu, el protagonista de Cuando comenzó el silencio, se dedicaba a la compra y venta de hilos y termina enredado, como una marioneta, en la trama que arman otros, y sin embargo, decide en forma terminante no hablar, a pesar de que lo espera la pena de muerte. ¿Qué es lo que te convoca de estos personajes fieles a sí mismos, al borde la aniquilación, como la protagonista de Cómo provocar un incendio…?
Creo que hay
diferentes tipos de heroísmo. Y algunos de ellos son un coraje basado en una
verdadera comprensión de la situación del
mundo. Y
luego, un deseo de actuar basado en toda la información que uno tiene. En Cómo provocar un incendio, creo que ella está llevando a cabo las acciones que son
posibles en la Norteamérica de su época y además es muy consciente de lo que
está haciendo. Pero
siento que el coraje de Oda Sotatsu es un coraje muy diferente. Creo que está
basado más en una herida. Ha sido herido de alguna manera, y permanecer en
silencio es la única acción que puede tomar, ya que tiene muy poca elección.
Casi como Bartleby, el escribiente, quien solo prefiere no hacer cosas. Y, al
final, es un pez en el juego de alguien más. No sabe ni siquiera qué es lo que
le está pasando.
Claro. Así que no le queda demasiada opción. Es parte de un juego, del juego de otras personas, y no sabe bien lo que está sucediendo. Y todo el tiempo, como seres humanos, vamos y venimos con respecto a quiénes somos realmente y qué lugar ocupamos en cuanto a nuestro protagonismo.
Tu prosa es por momentos, descarnada, realista, pero a la vez tiene la atmósfera de los cuentos de hadas. (Lucía tiene 16 años, la edad de las princesas de los relatos maravillosos). ¿Cómo definirías tu proyecto literario?
En las últimas décadas tuve distintos proyectos literarios. El primero tuvo más que ver con la sutileza, con la precisión. Más adelante, el proyecto se enfocó más en la ambigüedad y, en cierto grado, también en lo absurdo. En este momento, bueno, es difícil hablar del presente siempre porque hay barreras que son muy limitantes justamente o es imposible identificarlas estando en el presente. Se necesita tener una distancia. Pero es algo que está relacionado con una extraña mezcla alquímica, en la ecuación entre la experiencia y las perspectivas. Como el mundo es para nosotros familiar es imposible observarlo. Ese es el desafío.
“Descubrir lo que existe para ver de qué se trata,
no inventar”, dice algún personaje del libro sobre el silencio. ¿De eso se
trata, finalmente, la literatura?
No, solo raramente escribo, en muy pocas ocasiones.
Contra el entretenimiento
Dos
nuevos libros de Jesse Ball acaban de salir del horno: Su Autorretrato y
El sueño, hermano de la muerte, este último dirigido tanto a los niños
como a los artistas, una distinción que carece de importancia.
Como
un “manual para onironautas” lo describe su autor, en el que enseña a sus
lectores a dominar el arte de dejarse llevar por las imágenes que nos ofrecen
los sueños, pero controlando ese viaje lisérgico, para lograr ese estado de
ensoñación, el sueño lúcido, y para eso, sostiene, es imprescindible “un mundo
de cosas que ver y sentir” y aguzar la percepción.
Es
que para este autor, la vida es sueño, ilusión, y conviene no tomársela muy en
serio. Salirse de sí, de la propia familia, leer mucha historia y viajar, nos
dice, alimenta esos sueños (que algunos llaman literatura), fortalece el mundo
interior de los pequeños y les ofrece una salida cuando la realidad se pone
difícil. Y a la manera de su adorado Little Nemo, la genial historieta
art nouveau de principios del siglo XX creada por Windsor Mc Kay, embarcarse en
un viaje que será pura aventura y riesgo.
Porque
de lo que se trata es de conspirar contra los adultos, aquellos a los que ya
nada los alegra, encerrados en la cárcel de la razón, los verdaderos enemigos
que, en Los niños 6, son exterminados en masa quizás, por un virus
desconocido, dejando a los infantes librados a su suerte. Escrita a los
tropiezos, como un relato infantil, rápidamente la tragedia se convierte en
broma, en puro juego, el único espacio de libertad real que los humanos logran
alcanzar, y las adivinanzas con cadáveres devienen teatro del horror, cuando
los relatos de los niños ponen en evidencia el peligro que puede encerrar el espacio
familiar. Y si el mundo es puro festival de la muerte, el canto colectivo, como
una nana, será la única balsa salvadora.
Lucía,
la protagonista de Cómo provocar un incendio y por qué lo sabe bien: el
mundo tal como lo conciben los adultos solo merece la destrucción. Hija de un
anarquista quien le dejó como única herencia un encendedor que también es un
legado, se dispone a acabar con la propiedad y la riqueza y hacer un llamado a
través de la “sociedad del fuego” a vivir con austeridad y alegría, casi un
manifiesto utópico. La escuela y los maestros serán el blanco de su odio
programático, así como aquellos que hacen de la propiedad y el ascenso social
su razón de ser.
Si
cada libro de este autor tiene un procedimiento formal propio (En Cómo provocar un incendio… los
blancos entre párrafos y capítulos le imprimen al texto un ritmo y una
respiración propios de la poesía, tanto como la disposición de los títulos en
la página) en Autorretrato, el texto no da respiro. Escrito de un tirón,
pero siguiendo el hilo de su deriva cuidadosamente, convoca a los lectores (y a
sus alumnos) a vivir sin miedo y a no perder el asombro frente a la inmensidad
del mundo.
Y
si el mantra de la incendiaria protagonista de Cómo provocar un incendio…
es “si no te gusta el fuego no estás vivo”, el narrador de su Autorretrato
aboga por el poder de destrucción de lo absurdo como motor del arte, un
territorio que invita a luchar solo contra el mundo. Y en contra del arte como
entretenimiento, insta a sus alumnos a desbordar las fronteras del texto y
crear con los restos una literatura que haga del acto de leer la posibilidad de
recibir con el cuerpo algo que nos cambie y nos haga conscientes de la vida que
llevamos. Cosa que este autor parece haber logrado.
Publicado en diario Perfil, 17/11/24