Cynthia Rimsky, la escritora chilena ganadora del último premio Herralde de novela con Clara y confusa, tiene una larga carrera literaria en la que la crónica de viajes tiene un lugar preponderante.
Dueña de una mirada que convierte cualquier pequeña historia en una experiencia lírica y a la vez política, hace del malentendido la ventana por la que observa el tiempo que le tocó vivir para poner en cuestión los relatos acerca de la identidad, la revolución o la tradición literaria.
De su militancia contra la dictadura pinochetista, sus crónicas viajeras y su arte poética, de todo esto conversó con El País.
- Foucault decía que la condición del ser humano es el errar, en su doble acepción. ¿Cuál sería la condición del migrante, el tema de las crónicas de Poste restante?
Mira, pienso que hay una especie de desposesión. Es como que uno nunca termina de agarrarse a un lugar. Siempre hay como una distancia respecto a ese lugar, nunca se abandona el estado de extranjería.
- Hay algo que se repite en los descendientes de los que migran y es que sueñan con volver a una patria que no les pertenece. ¿Qué es este viaje, una suerte de Odisea?
Yo creo que lo que hay básicamente es un relato mítico. O sea, ellos tienen un relato incompleto, lleno de agujeros y entonces uno crece con una cierta pasión por rellenar esos huecos, por querer ir a ver con tus propios ojos eso que dejaron. Pero creo que tiene que ver con el relato mítico de los marineros, con esa idea de Benjamin de que el que vuelve, vuelve para contar algo que vivió, y el escritor que mira esa historia es un doble extranjero.
- Las zonas de frontera que recorriste hace poco más de veinte años, Israel, Medio Oriente, Ucrania, hoy son zonas de guerra declarada. ¿Hay algo allí que encontraste que pueda explicar lo que está pasando hoy?
A mí me pasó algo personal y es que no me sentí bien en Israel. Quizás esa cosa de que ellos son los amos, con todo ese derecho de propiedad. Y para mí el judaísmo fue todo lo contrario, siempre tuvo el sentido de la errancia, justamente, de la desposesión. Entonces llegar a un lugar y ver que son los dueños y expulsan a otra gente, no me gustó. Porque yo estuve en Marruecos, estuve en Túnez, y es una cultura maravillosa. De hecho, fui a un balneario que quedaba en el límite entre Israel y Egipto y los árabes se reían de los judíos porque decían, vienen acá a fumar porro y a sentirse libres.
Ucrania, en ese momento era un país devastado, no tenía economía, a la gente le pagaban con bonos, sin embargo, era muy alegre. Y Eslovenia, con todos esos bloques de vivienda que habían sido construidos por la clase trabajadora y que estaban siendo arrendados por artistas o gente de plata, se convirtió en un país hipercapitalista. Y pienso que ese cambio debe haber sido muy traumático para la gente.
Justamente El Futuro es un lugar extraño trata sobre la gente que había sido militante de izquierda y había luchado contra Pinochet, y que de repente, en democracia se queda sin lugar, porque todo ahora es dinero, éxito, hacer una carrera, nada de lo que interesaba cuando tú estabas en la lucha contra Pinochet. Y cuando fui a Nicaragua a conocer la revolución sandinista, y diez años después, para hacer el libro, empecé a googlear los nombres de los revolucionarios que había entrevistado, eran todos delincuentes. Nos tocó vivir la caída de la utopía. Mis libros tratan un poco sobre esa cosa generacional que nos pasó.
- En tus libros aparecen fotos e imágenes que remiten directamente a los hechos que se están narrando. ¿Qué te ofrece la crónica, el diario personal, que no te ofrece la ficción?
Lo que a mí me pasa es que soy hiper curiosa, como que mientras estoy escribiendo ficción estoy en un estado de apertura muy grande y entra lo real. Pasa una liebre, como en La vuelta al perro, y la sigo. O sea, soy muy dispersa en un sentido y voy siguiendo mi curiosidad. Ahora estoy dando un curso de cómo los escritores construyen su mirada. Y entonces hay un módulo que es sobre observar. Y a los estudiantes les cuesta mucho observar. Es impresionante. Al tiro empiezan a poetizar. Como que creen que la observación es una tontera. Ahora, si yo veo los pelitos de tu chomba y recuerdo que ayer mi pareja me dijo que los gatos habían traído algo con plumas, por ahí en algún momento se produce una nueva imagen. Y eso es lo que más me atrae, porque si no yo me aburro mucho escribiendo “abrió la puerta, cerró la puerta.” Esta es un poco mi manera de trabajar.
- En El futuro es un lugar extraño también hay un viaje, pero al pasado de la protagonista, cuando se reencuentra con un ex preso político con el que había militado veinte años antes. ¿La revuelta estudiantil del 2011 retoma esas banderas?
Creo que es muy diferente la forma de militar que hubo durante la dictadura de Pinochet y la revuelta, que es una cosa mucho más inorgánica, es muy distinta a lo que fue la militancia en los 80, donde los partidos eran clandestinos y sin embargo, eran los que elaboraban las estrategias como para ir uniendo estos pequeños focos de rebeldía y darles una dirección. Y creo que la revuelta fue como una reacción a la promesa del libre mercado de que todos iban a estar bien, iban a ir a la universidad, que después iban a comprar una casa, de mejoría de las condiciones económicas, que por supuesto no se produjo.
- La protagonista no recuerda absolutamente nada de su paso por el movimiento rebelde juvenil y son los otros los que se lo relatan a ella. ¿De qué trauma está hablando esta amnesia?
Mira, yo estaba un poco cansada de esta memoria oficialista que hasta tiene un “museo de la memoria”, donde todos los luchadores eran buenos y siempre la moral estaba del lado de los combatientes. Y lo único que se recuerda de ese período es a los detenidos-desaparecidos y no quizás todos los errores que cometieron los partidos de izquierda, entonces, quería alguien que no tuviera memoria de ese período y que fuera como de a poco construyéndola con todos los agujeros, con sus contradicciones.
- El terremoto de 2010 está contado desde el interior de la cotidianidad de la gente, literalmente, y recordaba el terremoto del año 60 donde, Ariel Dorfman hablaba de cómo la sociedad chilena se organizó para ayudar a los damnificados ¿Esos dos terremotos pueden ser leídos como metáforas de los dos contextos políticos?
Sí, claro. De hecho, después de este terremoto vino la primera revuelta estudiantil donde salieron líderes como la Camila Vallejo, porque lo que desnudó fue que las cosas no estaban bien, que era todo una cáscara. Porque hasta ese momento nosotros éramos “los jaguares de América Latina”, entonces ese terremoto resquebrajó esa fachada y la gente vio lo que había adentro que eran todos estos edificios hiper mal construidos, que se resquebrajaron enteros. Entonces, ese sueño fue lo que se agrietó en Chile.
- ¿Los movimientos revolucionarios fueron ciegos a la dimensión subjetiva de la gente?
Yo recuerdo que en esa época nosotros hacíamos trabajo político en las poblaciones, que consistía en grupos, por ejemplo, de madres que no sabían qué hacer con sus hijos drogadictos. Incluso había un grupo de mujeres que se juntaban a hablar de su sexualidad. Era un movimiento bastante rico y diverso. El problema es cuando las cúpulas toman estos movimientos, se encaraman en los partidos políticos y toda esa riqueza se va al carajo. Entonces conversé con algunas personas que habían sido dirigentes de base en ese momento, porque quería reponer a ese personaje olvidado por la historia. Que le pasaron por encima con el sistema eleccionario, pero que durante la dictadura no luchaba para que un señor en el Senado negociara a favor de sí mismo, sino por una real democracia, por una justicia social. Pero quise reponer a esas personas con sus miedos, no con el discurso. En el fondo siento que mi literatura trata de encontrar un lugar donde ese discurso se fractura con la experiencia.
- Tu última novela, Clara y confusa, es una historia de amor bastante tóxica, entre un plomero y una artista plástica, que en un punto es la que establece el artista con su obra. ¿Ser artista es una fatalidad, una obsesión?
Yo no considero para nada que la relación entre ellos dos sea tóxica, sino que está atravesada por las dudas e inseguridades que tenemos todos en las relaciones. Creo que un artista es una persona que está, sobre todo, apasionada por su obra, entonces me preguntaba qué le pasa al otro, viéndose en un lugar lateral, que no sabe si es amado o no.
- ¿Qué relación hay entre el oficio de reparar filtraciones y el arte?
Lo que yo quería lograr era un personaje que abordara ese mundo como yo abordo las observaciones, con curiosidad, con sensibilidad, alguien que no solamente llega y encuentra el desperfecto, sino que mira a la gente que está viviendo en la casa para entender por qué se rompe esa cañería. Entonces, en ese sentido, fue muy intencional hacer un personaje con este oficio que es visto como muy técnico o incluso medio bruto. Porque cuando construí la casa en el campo me di cuenta de que eran oficios en los que para cada caso tienen que ir buscando una nueva solución con creatividad, como ocurre con el artista.
- Estás viviendo en un pueblo rural de la provincia de Buenos Aires. ¿Qué encontraste en este lugar tan opuesto al cosmopolitismo de una viajera libre?
Mira, yo cuando viajaba, siempre soñaba con quedarme en algún pueblo, arreglar una casita y vivir ahí. Esa era mi fantasía y viajar hoy es mucho menos atractivo porque es como que no he logrado inventar otra fantasía respecto al viaje. Este es un lugar que para mí es muy raro porque no hay ni una colina. Pero me gusta esta inmensidad que nunca había visto. Incluso creo que mi escritura antes era como de frases más cortitas y desde que estoy en la Argentina como que se explayan, como que te saliera la imaginación porque no hay dos cosas juntas.
- El malentendido, que pareciera fundacional en tus libros, ¿es lo que está en la base de la identidad?
Bueno, no lo había pensado de ese modo, lo que había pensado es que escribí Yomurí en contra de Poste restante porque si aquí hay una mochilera que va en busca de su identidad, en cambio en Yomurí es una chica que encuentra rápidamente su identidad, se da cuenta que es indígena y no blanca como siempre creyó y que eso no le sirve de nada. Y bueno, al final lo tiene que destruir. Entonces me di cuenta que la identidad que ahora está tan de moda te da una ilusión de que hay algo que existe, pero no existe. Uno se va destruyendo y recomponiendo todo el tiempo, entonces me parece bien lo del error, me parece súper linda teoría. Uno cree que es alguien y funda toda una identidad creyendo en eso y resulta que no era. Y cuando se caen las verdades como con el muro, te das cuenta que no hay nada, sólo mentiras, errores, omisiones, que nunca hubo una verdad, que esa verdad era una construcción fantástica, como los frentes de las casas en Chile o como el apellido, que en cualquier aduana te lo escriben mal y se desvía su curso.
Publicado en El País, el 5/10/2025