lunes, 29 de septiembre de 2025

El libro de las hermanas

            La nueva novela de esta célebre escritora belga no causa mayores sorpresas, tanto en el buen sentido como en su contrario. Con su proverbial mirada afilada sobre los vínculos parentales y sus excepcionales heroínas góticas, pequeñas Merlinas dueñas de una inteligencia monstruosa, construye un relato que parece haberse desentendido de los rigores de la prosa concentrada de sus primeros trabajos con los que alcanzó notoriedad, y cuyo carácter autorreflexivo subrayado en las tapas con su foto, señala el centro alrededor del cual gravitará una literatura que la tiene a ella misma como figura literaria.

            Y en esta oportunidad, es Tristane (atención a los nombres), la hija de una singular pareja que, en su perfecta completud, bien podría ilustrar la teoría del amor para Platón (aquella del círculo perfecto que configuran dos medias naranjas) la que se hace cargo de la narración desde los primeros meses de vida, en la que no hay lugar para ella dentro de ese amor blindado que une a la pareja de sus padres.

            Junto a sus aliadas, extrañas criaturas que bordean el caso psiquiátrico (en cuyos nombres se adivina un claro homenaje a su amada Colette) conspirará contra los adultos en la figura de unos padres cuyo poder destructivo se centra en la palabra, esa “nana venenosa” que son los mandatos. Y la llegada de una pequeña y luminosa hermana le permitirá conocer el amor en un sentido absoluto y puro que su familia le había negado, como el que encuentra en la literatura francesa que devora como una poseída y que la lleva a escribir encendidas cartas de amor, esa “obra maestra para una única persona”.

            Junto a su hermana, descubrirá el mundo en toda su dimensión mágica y lúdica para desarmar la lógica adulta, tal como encontrábamos en las criaturas de Roald Dahl o Astrid Lindgren pero que en Nothomb adquieren una condición perturbada, como la que padecen sus heroínas anoréxicas, esa posesión diabólica destructora, para desembocar en una tragedia, refinada y erudita, pero tragedia al fin.

Publicado en La gaceta Literaria, 28/9/2025

domingo, 14 de septiembre de 2025

Hija biográfica

 

Entrevista a Romina Paula

 

Escritora, dramaturga, actriz y directora teatral argentina, Romina Paula, quien se define como “porteña por adopción”, cuenta con una importante trayectoria en todos estos géneros que incluye la dirección de una película propia.

En su novela más reciente, Hija biográfica, publicada por la editorial Entropía, ensaya una voz adolescente que, desligada del verosímil, narra la vida de su madre adoptiva, desde la escena en la que “pasó de brazo en brazo”, hasta el momento en el que surge el deseo de conocer a su madre biológica. Y la sierra cordobesa es el espacio literario y vital que esta autora eligió, una vez más, para narrar una suerte de utopía matriarcal, pero nada bucólica.

De todo esto y de la cocina de una escritura a contracorriente de la narrativa escrita por sus contemporáneos, habló con La Gaceta de Tucumán.

- Hija biográfica, más bien es la novela de una hija biógrafa y está escrita desde un punto de vista casi simbiótico. ¿Qué te propusiste al construir este punto de vista?  

Creo que lo que hago es jugar con esa primera persona de ella, cercana a un verosímil juvenil, aunque con mis licencias, porque de golpe tiene unas estructuras de pensamiento quizás más complejas o un vocabulario que uno diría que una chica de doce años no tiene. O cuando cita a la mamá y narra cosas que ella le contó, uno dice cómo podría recordar con tanta precisión. Después en algún momento está justificado internamente cuando entendemos que se lo está contando a la amiga. Pero es un procedimiento que decidí que fuera así y lo defiendo con mi nombre en la tapa, digamos. Por supuesto que lo hablamos con los editores de Entropía y me decían de buscar una manera en que eso esté justificado, por ejemplo, que la hija encontrara el diario de la madre y lo estuviera leyendo. Y yo la verdad es que lo pensé y finalmente decidí jugarme por esto que es como un artificio personal. Y un poco también sentía como que el triángulo se completaba conmigo. Con Leonor, su madre Leticia y yo. Sentía que yo estaba ahí como personaje también, junto a ellas.

- Los hombres parecen no tener nada que hacer en la novela. ¿Esto podría estar hablando también de un estado actual de las mujeres en relación a la masculinidad, a partir del “Ni una menos”?

Yo, en realidad, me vinculo mucho más con hombres que lo que ocurre con estos personajes. Pero no sé por qué siempre en mis novelas hay un mundo casi sin varones. Como que me voy armando unos mundos de unas vidas que me gustaría haber vivido, que tienen algo de utópico y fantasioso. Y el otro día, me decían que esta novela es rara en el sentido de que tiene un clima de ternura, de armonía, que hoy no se lee en la narrativa.

- La sierra cordobesa, como territorio literario, pero no el de alguien que nació allí, sino de quien lo adoptó como propio, como la relación de Leticia con Leo, su “hija biográfica”. ¿Hay un paralelismo ahí?

Mirá, no lo pensé de ese modo, pero sí hay algo de contraste entre la madre con esa vida tan urbana que tuvo y ahora la hija, con esa vida que transcurre en un pueblo de Córdoba. Al mismo tiempo, me hubiese dado mucha vergüenza como porteña, hacerme la que sé cómo es vivir en la sierra. Entonces quería que también estuviera esa distancia, la de alguien que se fue a vivir ahí y que no es cordobesa. Pero la verdad es que fui mucho a esa zona y realmente hay muchísimos porteños, sobre todo en Traslasierra. O sea, Leticia representa un poco ese tipo de migración, que en algún lugar es una fantasía que yo también tengo y que, por ahora, está en la ficción.

- En este mundo matriarcal, sin embargo, hay algo que trasciende lo puramente femenino y que borra las marcas de identidad sexual. El nombre de la narradora, Leonor, casi no aparece, le dicen Leo, Lolo. ¿Qué idea de lo femenino supone esta novela?

Ciertas cosas de género o preferencias sexuales, me gustaba darlas por sentado y no que ellas hicieran un manifiesto acerca de eso, que no sea un tema a plantear: “mamá, me gustan las mujeres”. Como que eso también para mí es parte de la cosa más utópica, de que esas cosas puedan ser ni siquiera un tema que haya que sacar del placard, sino que sea como una posibilidad que está sobre la mesa y uno la toma o no la toma. Y en ese sentido, yo me las imagino a Letizia quizás con una femineidad más clásica y a Leonor, no tan binaria, más fluctuante. Que también es algo que veo bastante en las nuevas generaciones y que es absolutamente imparable. Quizás por eso también el nivel de la reacción ¿no?

- Esta niña es una cotorra, una auténtica narradora. ¿Te costó encontrar el tono para esta narración?

No sé si me costó, me divirtió, seguro. A mí el estilo indirecto es algo que me fascina. Yo sabía desde el principio que podía ser un problema el verosímil de la voz infantil, juvenil. Entonces, trataba de no reprimirme a la hora de escribir, pero pensaba que en algún momento iba a tener que tomar algunas decisiones. Decir, va a tener algunos razonamientos que quizás no serían apropiadas para su edad, y ahí, tratar de reducir el daño lo más posible. Tampoco hay computadoras ni celulares, cosa que hoy en día es algo rarísimo. Creo que en eso también es un poco anacrónica la novela, excepto por algunas marcas de época, podría suceder casi en cualquier momento.

- Hay una escena que no está narrada en esta biografía de la madre y es la de la adopción. ¿Qué marca esta elipsis?

No sé, creo que sentía que era contar algo que ya la gente conoce, cómo es el proceso de adopción, que suele ser muy arduo, que se los dan en general a parejas heterosexuales que ya esperaron bastante. No sé, quería que quedara en un territorio más afectivo, ya de ellas.

- El teatro, como no podía ser de otro modo, está en el centro de la narración. ¿Hay una teoría “Romina Paula” del teatro en esta novela?

Cuando llegué al capítulo en que la amiga le decía, vayamos a conocer a tu mamá, yo pensé que tenía por lo menos dos novelas por delante y me pregunté ¿van a hacer el viaje, voy a abrir ese portal, voy a conocer yo misma a esa mujer? Ahí lo leyó uno de los editores y me dijo que para él ya había suficiente ahí, que lo resolviera en ese presente. Y no sé cómo en algún momento se me ocurrió lo de la representación. Dije, no, no van a conocer a la madre, lo van a representar. Y ahí escribí toda esa última zona, que tiene algo de la terapia gestáltica de las constelaciones, que es un poco como el teatro. Y para mí el teatro tiene algo de eso también, gente en posiciones, ocupando roles. Tenía esa otra novela posible, más realista, pero después, cuando se me ocurrió lo de la puesta en escena, me gustó mucho más y la encaré por ahí.

 

Hija biográfica 

Una novela que, desde el mismo título, juega con ese borde donde la identidad deja de ser un destino para transformarse en un camino a construir. Es el que transita Leo, la hija adoptiva de Leticia, una verdadera narradora oral que, a puro estilo indirecto, largas oraciones paratácticas y un léxico por momentos anacrónico, reproduce el discurso materno y logra ese tono provinciano que convierte a la sierra cordobesa, el lugar donde viven, en un personaje central y en territorio literario, pictórico, poético y cinematográfico (basta ver la descripción del incendio del bosque desde el punto de vista de los atribulados pájaros).

Esta pequeña protagonista, dueña de una mirada extrañada y por momentos, extranjera, explora y experimenta el mundo, mientras arma la biografía de una madre que parece haber tenido muchas vidas y a la que está amorosamente unida, en un mundo matriarcal que fueron construyendo donde la tierra, como madre nutricia, sintoniza con todas las mujeres que pueblan la novela: abuelas, madres, hijas, tías, exnovias, amigas y donde la crecida de un río y la llegada de la menstruación forman parte de un mismo cosmos.

 Y el teatro, gravitando en el centro de la novela, tanto en las anécdotas del pasado de la madre -el material narrativo preferido de la hija- como posibilidad de atravesar ese abismo que es el propio origen.

Publicado en La Gaceta Literaria, 7/9/2025

lunes, 25 de agosto de 2025

Los caminos del Art Nouveau en Buenos Aires: Virginio Colombo


Casi desconocido hasta bien entrados los años ochenta, hoy Virginio Colombo es redescubierto gracias a fanáticos de su obra arquitectónica, vecinos preocupados por el cuidado del patrimonio, fotógrafos curiosos y hasta la Iglesia de la Cienciología.


Las dos primeras décadas del siglo XX fueron las de la entrada masiva de inmigrantes en nuestro país, muchos de los cuales lograron, en muy pocos años, convertirse en importantes empresarios, conformando así la incipiente burguesía comercial.

En su mayoría, españoles e italianos que, en su afán de competir con la oligarquía ganadera, convocaron a arquitectos y constructores de su misma nacionalidad y dejaron, para nuestro deleite, una inmensa obra, entre la que se destaca la del arquitecto italiano Virginio Colombo.

¿Quién fue Virginio Colombo?

Fue el mayor exponente del Liberty milanés (como se conoció al Art Nouveau italiano) y nació en Brera, Milán, en 1884, donde aprendió este nuevo estilo en la Academia de Bellas Artes.

En 1906 vino a Buenos Aires, contratado como decorador y copista de planos del nuevo Palacio de Justicia y ya no se fue más. Murió muy joven, en 1927, pero en esas dos décadas realizó cincuenta obras, pequeñas joyas diseminadas en algunos barrios de Buenos Aires (Balvanera, Almagro, Monserrat, San Telmo y Constitución fueron los más beneficiados) que se recortan entre balcones franceses, edificios racionalistas y torres de dudosa calidad.

Muchos de ellos no sobrevivieron a la picota, como el deslumbrante palacete para la familia Carú, en Rivadavia al 5400, que fue demolido en los años 60, la “década infame” para el patrimonio arquitectónico de la ciudad. (Foto 1)

Otros, como los pabellones para la Exposición del Centenario de la Revolución de Mayo (uno de los cuales es el único que quedó en pie y que después de décadas de desidia comenzó finalmente a restaurarse) le valieron a su autor una medalla de oro. (Foto 2)

Las casas particulares, las fábricas, talleres y edificios “de renta” que Virginio Colombo construyó llevan su marca personal: la del antiacademicismo y la apuesta por ese nuevo estilo que había aprendido en su ciudad natal, que le permitía jugar con la exuberancia de las ornamentaciones florales, las esculturas, los frescos, los arcos redondeados medievales, el diseño de la herrería y las cornisas dentadas y que hace que, sin ser especialistas, nos paremos frente a un edificio suyo y lo reconozcamos como “colombino”.

Circuito Balvanera

Para disfrutar de la obra de Virginio Colombo, les proponemos empezar por el barrio de Balvanera, donde se encuentra la casa y estudio particular que habitó hasta su muerte, en Moreno 2091, pero que hoy, transformada y casi oculta, carece de los detalles ornamentales de la fachada característicos suyos. (Foto 3)

La segunda parada es en Hipólito Yrigoyen 2469, la ex fábrica de calzados Oscaria, donde actualmente funciona un garage, en cuyo frente todavía se pueden apreciar detalles ornamentales como el diseño de los ventanales. (Foto 4)

Uno de los “tesoros” de Colombo, sin duda, es la casa Calise (Foto 5), en Hipólito Yrigoyen 2562/78, una vivienda colectiva con locales comerciales cuya fachada tiene la mayor cantidad de esculturas de toda la ciudad, obra del escultor Ercole Pasina. La riqueza de su estatuaria, vitrales y herrería fue recuperada gracias a un grupo de copropietarios que se organizaron para preservar este valioso patrimonio y obtuvieron del Estado los fondos para su restauración.

De la mano de enfrente, en H. Yrigoyen 2569/77, se encuentra otro edificio de renta con locales, con una fachada de estilo neoveneciano no tan llamativa como su vecina, pero no menos bella. (Foto 6)

Unas cuadras hacia el oeste, en H. Yrigoyen 3441/47 se encuentra un grupo de dos edificios lindantes, “Renacco 1 y 2”, en el que, la firma partida de Virginio Colombo en su frente reclama un urgente plan de recuperación. (Foto 7).

La “Casa de los Pavos Reales” quizás sea, de las que quedan en pie, la obra cumbre de Virginio Colombo. Emplazada en la avenida Rivadavia 3216/36, es un conjunto de edificios con un frente de ladrillos rojos con mosaicos y amplios balcones en el primer piso, donde sobresalen ocho pavos reales y plantas al mejor estilo art nouveau. (Foto 8)

Y para finalizar este primer recorrido, el Palacio Grimoldi, en Corrientes 2548/72, un enorme edificio con 52 departamentos, dividido en tres cuerpos de diferente categoría (como era lo usual, ya que estos edificios estaban pensados para ser habitados por sus dueños y para alquilar) y hasta un puente interno y un mirador. Casi tapado por la contaminación visual propia de este barrio, fue adquirido por un solo comprador que se propuso restaurarlo como merece. (Foto 9).

Cada vez son más los fanáticos de su obra. Desde fotógrafos, historiadores, arquitectos, blogueros y caminantes de la ciudad, hasta los casuales descubridores de una valija con fotos y postales suyas, con las que organizaron el Fondo Documental y Fotográfico “Virginio Colombo” y que hoy exponen, hasta fin de año, en la Biblioteca del Congreso.

 Publicado en Buenos Aires Connect, 11/8/2025

Kairós

         Jenny Erpenbeck quizás sea una de las mejores escritoras alemanas actuales y sus dos novelas anteriores publicadas en nuestro país, El fin de los días y Yo voy, tú vas, él va, no hacen más que confirmarlo.

     Con una prosa de una exquisitez notable, esta autora nacida en Alemania oriental narra, con una mezcla de crueldad y delicadeza, una historia de amor entre una joven estudiante de arte de 19 años y un escritor casado que ha pasado los 50, y el final de una época histórica, cuando la caída del Muro de Berlín anunciaba la desaparición del bloque soviético y de la RDA.

        Dos grandes cajas que contienen la memoria de los años en que estuvieron juntos y que la protagonista, después de la muerte de él, recibe en su casa, son los disparadores de este relato en el que, la materialidad de los recuerdos construye unos personajes inconcebibles por fuera de la trama política, cultural e intelectual de la segunda mitad del siglo XX europeo. Y si en la transición que va del siglo XIX al XX, Goethe era el tesoro intelectual de la burguesía judía formada, Bertolt Brecht será, para la intelectualidad de izquierda alemana -auténtica heredera de aquélla- quien ocupe este lugar referencial y a la vez, síntesis de una tradición que comienza con Marx y Engels.

            Pero la historia, como la vida amorosa, es mucho más compleja de lo que la linealidad de un relato puede expresar y el pasado atroz vuelve, replicado en las formas posibles de amar, mientras el presente cruje bajo los pies de los amantes y una sociedad formada en los principios de un Estado omnipresente e integrador se ve absorbida por el torbellino del capitalismo triunfante al otro lado del muro.

            Muchas son las reflexiones que pueblan esta novela, en la que su autora conjuga magistralmente la historia social del arte con una mirada precisa y afilada con la que capta los signos de una Historia que partió su país en dos mitades antagónicas. Y la escena de su primer viaje a Berlín occidental y el choque frente a la visión de un grupo de personas durmiendo en la calle o los cambios en la nominación de cada rincón de su ciudad que va perdiendo, frente a sus ojos, los rastros de su pasado nazi tanto como los del reciente pasado comunista son apenas una muestra.

            Leemos en el epílogo la larga lista de documentos consultados por la autora para nutrir su novela de unos datos históricos que, sepultados bajo el peso de las falsedades a ambos lados de la frontera ideológica, hicieron del siglo XX la mayor usina de sufrimiento humano.

Publicado en La gaceta literaria, 17/8/2025

miércoles, 6 de agosto de 2025

López López

            Conocíamos a Tomás Downey por su obra cuentística, en la que sus personajes transitan bordeando una zona de indecibilidad: el límite que separa -y une- la animalidad de lo humano, la moral de la amoralidad y la realidad de su dimensión fantástica, en algunos casos, hasta perder el propio nombre y poniendo en cuestión este límite en el plano de lo sensorial, hasta desbordarlo.

            Y en ésta, su primera novela, lo encontramos en pleno dominio de sus materiales. Con el trasfondo de las guerras que, en nuestro país, a mediados el siglo XIX, enfrentaron a unitarios y federales o quizás, a las tropas de la Triple Alianza con el Paraguay (y las referencias al mariscal Solano López son evidentes), su protagonista, el soldado López, como un verdadero impostor, y amparado en la casi anomia de su común apellido, cambia de bando, de orientación sexual, de amor y de bandera y, como un verdadero tránsfuga, narra desde el borde de un espejo donde “soy el muerto y el que tiene el fusil con la salva, y también soy los otros, los que tienen las balas de verdad, y el sargento que da la orden, y el soldado que viene después a tirar aserrín sobre el charco de sangre.”

Si la historia nos enseña que todas las guerras son la misma guerra y que cualquier traidor puede ser un héroe en el relato de los ganadores, la literatura nos lo muestra magistralmente en esta novela de fantasmas que reformula el tópico borgeano desde una perspectiva, ya no filosófica sino fantástica, en la dimensión sobrenatural de lo real.

Publicado en El Dipló, agosto 2025

domingo, 20 de julio de 2025

Ven a bailar conmigo

            Quizás aceptar el destino y conservar el deseo de vivir y amar sea la idea de tragedia que sostiene esta luminosa historia de amor otoñal entre una cantante de rock gótico cincuentona y medio loca y un médico sesentón amante de la música clásica. Y aunque nada parece unirlos, el azar, ese motor que mueve al mundo y que está en el origen de la mejor literatura, según Borges, los lleva a encontrarse frente a una litografía de Odilon Redon, la primera escala de un viaje que emprenden juntos por el mapa de la alta cultura occidental (y el rock inglés, como el cine clásico, podemos afirmar, ya tienen su lugar en él), el territorio donde habitan las almas sensibles y la constelación que les ofrece un sentido posible a sus tribulaciones.

            El título, que alude a un relato mitológico alemán sobre la hija del rey de los Alisos, el Señor Olaf, que aleja de su rumbo a los hombres, invitándolos a bailar y llevándolos a la muerte, se replica en la historia de la protagonista, una suerte de princesa maldita que está convencida de ser la portadora de la mala suerte universal. Y para colmo la Guerra del Golfo, el momento preciso en el que esta historia de amor comienza, no parece presagiar nada bueno.

            Es que Christabel, tal el nombre de la protagonista y cantante de Mobyle Mortuary (morgue portátil, así como suena), con una larga historia de muertos a su alrededor, parece llamar a la parca a cada paso. Y si la suerte ya está echada, Elías, su inesperada conquista, sintoniza a la perfección esa música misteriosa que resuena en la historia del señor Olaf y que le cantaba su madre antes de abandonar a la familia detrás de un misterioso flautista.

Como en un juego de espejos, este relato poblado de ecos y analogías, como las que ambos encuentran viendo Vértigo, de Hitchcock, lo lleva a Elías a descubrir que “nunca se sabe por dónde te va a atacar una metáfora”, al entender que el cuerpo es mucho más que pura anatomía y la enfermedad, la metáfora de un dolor innombrable. Como el de la muerte del ser que más se ha amado y que un compañero de viaje casual sintetiza hermosamente en un inglés poco fluido pero muy poético: “Nombre es lápida en pequeño cementerio dentro de mí”.

Y como todo cuento de hadas, el maleficio se rompe cuando aparece un príncipe empeñado en liberar a su amada de un destino funesto. Pero esto sólo funciona para quienes están abiertos a dejarse capturar por la magia. O por el arte, que en el caso de esta novela, parece ser lo mismo.

Publicado en La gaceta literaria, 20/7/2025

lunes, 14 de julio de 2025

La pasión por el mate y la identidad rioplatense

 La pasión por el mate y la identidad rioplatense

 

¿Qué tiene el mate que lo hace tan diferente a otras infusiones como el té y el café?

Quizás, el darnos un sentido profundo de identidad, al punto que se lo puede tomar en cualquier lugar del mundo y sentirse en casa.

 

Una infusión que sólo se produce en una pequeña región de Sudamérica y que hoy convoca a miles de acólitos en distintas partes del mundo.

El mate, que se toma con devoción en Argentina, Uruguay, Paraguay y el sur de Brasil, es la primera bebida energizante que llegó al Viejo Mundo, antes que el té y el café.

Tal era su importancia que la primera letra de un tango, “Tomá mate, che”, fue escrita en su honor, en 1853.

Su performance, que fascinó a los conquistadores españoles, muy ritualizada, de juntarse a tomarlo del mismo recipiente, compartiendo la bombilla y esperando a que el mejor cebador del grupo nos lo ofrezca cuando nos llegue el turno, impulsa la idea de unión y comunidad que sólo la pandemia del Covid-19 logró frenar.

Y fue un botánico francés, Auguste de Saint-Hilaire, el que la identificó científicamente, en el año 1822, como Ilex paraguariensis (para que no queden dudas de dónde comenzó la historia).

Y comenzó en el mundo precolombino, de donde vienen las palabras ca’a (en guaraní, la planta de yerba) y matí, “mate” en quechua, referida al recipiente o calabaza.

Y hasta el refrescante tereré o mate frío también viene del guaraní y alude al sonido que hace la bombilla cuando se termina el agua.

 

Un poco de historia

La bebían los guaraníes que, junto a los jesuitas, descubrieron cómo cultivarla, convirtiéndola en el motor productivo de las Misiones Jesuíticas, un secreto que se llevaron con ellos cuando fueron expulsados de América.

Mucho más tarde fue redescubierta por un personaje conocido en otro contexto muy diferente, la hermana de Friedrich Nietzsche, Elisabeth, quien, junto a su marido, se instaló en 1887 en el Paraguay con el objeto de crear una colonia alemana, como parte de un proyecto utópico ario (con el que el filósofo no estaba para nada de acuerdo, hay que decirlo, ya que se declaraba “antiantisemita”).

Uno de los colonos que quedó a la deriva después de que su fundador se suicidara por el fracaso de su empresa, fue el que, ayudado por los conocimientos agrícolas de los pobladores locales, descubrió cómo hacer germinar las semillas, y así se pudo cosechar en ese país la primera yerba cultivada después de más de un siglo.

Pero la sangrienta Guerra del Paraguay no sólo diezmó a la población de este país, sino que le quitó las mejores tierras de cultivo para la planta que había sido descubierta por sus habitantes originarios. Fue entonces cuando Brasil y Argentina comenzaron a producirla y más tarde, a exportarla.

 

Poné la pava

Es la contraseña para indicarle a alguien que se viene una larga conversación. Pero ese alguien es un par, que seguro forma parte del círculo de gente más cercana. Así funciona, y por lo que parece, desde hace más de quinientos años.

Símbolo de pertenencia a la comunidad rioplatense, apareció, subrayado, en numerosas imágenes de la selección argentina de fútbol durante el último mundial.

Pero no sólo. Muchos futbolistas extranjeros como Antoine Griezmann, Paul Pogba, Cristiano Ronaldo o Mohamed Salah, influenciados por sus compañeros sudamericanos, se han vuelto grandes “materos”. Y desde Hollywood nos llegan imágenes donde el glamour no impide la pasión por esta noble bebida como lo cuentan Viggo Mortensen y Anya Taylor-Joy, James Hetfield, Jason Momoa, Kevin Bacon y hasta Paris Hilton y Barak Obama, que disfrutan de este ritual diario.

En Argentina, se consume en la esfera doméstica, pero en Uruguay, no hay espacio público donde no se circule con el termo abajo del brazo, el famoso mate “a la uruguaya” que un conocido escritor argentino parodió en una fiesta de disfraces, a la que asistió vestido “de uruguayo” con un tercer brazo de gomaespuma sosteniendo un termo.

Y si bien la entrada masiva de inmigrantes, a comienzos del siglo XIX, introdujo muchos cambios en la gastronomía, el mate jamás desapareció.

 

De Sudamérica para el mundo

Nos cuenta la antropóloga norteamericana Christine Folch en El libro de la yerba mate que en el siglo XIX, miles de árabes, sobre todo cristianos, migraron hacia occidente desde Siria, Líbano y Palestina y al llegar a la Argentina, se encontraron con la costumbre de tomar mate que adoptaron, como tantos otros inmigrantes europeos.

La diferencia con estos últimos es que, al volver a sus países de origen, llevaron consigo esta sana costumbre adondequiera que fueran. Hoy en día, los mercados sirio y libanés son los que concentran la mayor parte de las exportaciones de mate de nuestro país.

Tanto se ha incorporado esta bebida a la vida diaria de los sirios que hasta se puede ver en Youtube a un grupo de teatro de títeres político representar a sus principales dirigentes tomando mate. Incluso el nombre del grupo teatral, “Matti massasit” (literalmente, mate y bombilla), muestra cómo esta bebida forma parte de la identidad siria, cuya práctica de compartir la bombilla de boca en boca no parece transgredir las estrictas normas de socialización de sus consumidores.

Otro fue el camino que recorrió la yerba mate para los consumidores millennials estadounidenses: el comercio justo de productos orgánicos. Así es como hoy, una marca de yerba mate paraguaya producida en una reserva natural se vende en los principales supermercados de la primera economía mundial.

 A cualquier hora y en cualquier lugar, en casa, el trabajo o la facultad, el mate nos acompaña, abriga, consuela y une porque, por sobre todas las cosas, lo compartimos con nuestros iguales.

 

El libro de la yerba mate. Una historia estimulante

Autora: Christine Folch

Fondo de Cultura Económica

Pubicado en Buenos Aires Connect, julio 2025