Entrevista a Romina Paula
Escritora,
dramaturga, actriz y directora teatral argentina, Romina Paula, quien se define
como “porteña por adopción”, cuenta con una importante trayectoria en todos estos
géneros que incluye la dirección de una película propia.
En
su novela más reciente, Hija biográfica, publicada por la editorial
Entropía, ensaya una voz adolescente que, desligada del verosímil, narra la
vida de su madre adoptiva, desde la escena en la que “pasó de brazo en brazo”,
hasta el momento en el que surge el deseo de conocer a su madre biológica. Y la
sierra cordobesa es el espacio literario y vital que esta autora eligió, una
vez más, para narrar una suerte de utopía matriarcal, pero nada bucólica.
De
todo esto y de la cocina de una escritura a contracorriente de la narrativa
escrita por sus contemporáneos, habló con La Gaceta de Tucumán.
-
Hija biográfica, más bien es la novela de una hija biógrafa y está
escrita desde un punto de vista casi simbiótico. ¿Qué te propusiste al
construir este punto de vista?
Creo que lo que hago es jugar
con esa primera persona de ella, cercana a un verosímil juvenil, aunque con mis
licencias, porque de golpe tiene unas estructuras de pensamiento quizás más
complejas o un vocabulario que uno diría que una chica de doce años no tiene. O
cuando cita a la mamá y narra cosas que ella le contó, uno dice cómo podría
recordar con tanta precisión. Después en algún momento está justificado
internamente cuando entendemos que se lo está contando a la amiga. Pero es un
procedimiento que decidí que fuera así y lo defiendo con mi nombre en la tapa,
digamos. Por supuesto que lo hablamos con los editores de Entropía y me decían
de buscar una manera en que eso esté justificado, por ejemplo, que la hija encontrara
el diario de la madre y lo estuviera leyendo. Y yo la verdad es que lo pensé y
finalmente decidí jugarme por esto que es como un artificio personal. Y un poco
también sentía como que el triángulo se completaba conmigo. Con Leonor, su madre
Leticia y yo. Sentía
que yo estaba ahí como personaje también, junto a ellas.
- Los hombres parecen no tener nada que
hacer en la novela. ¿Esto podría estar hablando también de un estado actual de
las mujeres en relación a la masculinidad, a partir del “Ni una menos”?
Yo, en realidad, me vinculo
mucho más con hombres que lo que ocurre con estos personajes. Pero no sé por
qué siempre en mis novelas hay un mundo casi sin varones. Como que me voy
armando unos mundos de unas vidas que me gustaría haber vivido, que tienen algo
de utópico y fantasioso.
Y el otro día, me decían que esta novela es rara en el sentido de que
tiene un clima de ternura, de armonía, que hoy no se lee en la narrativa.
-
La sierra cordobesa, como territorio literario, pero no el de alguien que
nació allí, sino de quien lo adoptó como propio, como la relación de Leticia
con Leo, su “hija biográfica”. ¿Hay un paralelismo ahí?
Mirá, no lo pensé de ese modo,
pero sí hay algo de contraste entre la madre con esa vida tan urbana que tuvo y
ahora la hija, con esa vida que transcurre en un pueblo de Córdoba. Al mismo tiempo, me hubiese
dado mucha vergüenza como porteña, hacerme la que sé cómo es vivir en la
sierra. Entonces quería que también estuviera esa distancia, la de alguien que
se fue a vivir ahí y que no es cordobesa. Pero la verdad es que fui mucho a esa
zona y realmente hay muchísimos porteños, sobre todo en Traslasierra. O sea,
Leticia representa un poco ese tipo de migración, que en algún lugar es una
fantasía que yo también tengo y que, por ahora, está en la ficción.
-
En este mundo matriarcal, sin embargo, hay algo que trasciende lo puramente
femenino y que borra las marcas de identidad sexual. El nombre de la narradora,
Leonor, casi no aparece, le dicen Leo, Lolo. ¿Qué idea de lo femenino supone
esta novela?
Ciertas cosas de género o
preferencias sexuales, me gustaba darlas por sentado y no que ellas hicieran un
manifiesto acerca de eso, que no sea un tema a plantear: “mamá, me gustan las
mujeres”. Como
que eso también para mí es parte de la cosa más utópica, de que esas cosas
puedan ser ni siquiera un tema que haya que sacar del placard, sino que sea
como una posibilidad que está sobre la mesa y uno la toma o no la toma. Y en
ese sentido, yo me las imagino a Letizia quizás con una femineidad más clásica y
a Leonor, no tan binaria, más fluctuante. Que también es algo que veo bastante en las nuevas
generaciones y que es absolutamente imparable. Quizás por eso también el nivel
de la reacción ¿no?
-
Esta niña es una cotorra, una auténtica narradora. ¿Te costó encontrar el tono
para esta narración?
No sé si me costó, me
divirtió, seguro. A mí el estilo indirecto es algo que me fascina. Yo sabía
desde el principio que podía ser un problema el verosímil de la voz infantil,
juvenil. Entonces,
trataba de no reprimirme a la hora de escribir, pero pensaba que en algún
momento iba a tener que tomar algunas decisiones. Decir, va a tener algunos
razonamientos que quizás no serían apropiadas para su edad, y ahí, tratar de
reducir el daño lo más posible. Tampoco hay computadoras ni celulares, cosa que
hoy en día es algo rarísimo. Creo que en eso también es un poco anacrónica la
novela, excepto por algunas marcas de época, podría suceder casi en cualquier
momento.
-
Hay una escena que no está narrada en esta biografía de la madre y es la de la
adopción. ¿Qué marca esta elipsis?
No sé, creo que sentía que
era contar algo que ya la gente conoce, cómo es el proceso de adopción, que
suele ser muy arduo, que se los dan en general a parejas heterosexuales que ya
esperaron bastante. No sé, quería que quedara en un territorio más afectivo, ya
de ellas.
-
El teatro, como no podía ser de otro modo, está en el centro de la narración.
¿Hay una teoría “Romina Paula” del teatro en esta novela?
Cuando llegué al capítulo en
que la amiga le decía, vayamos a conocer a tu mamá, yo pensé que tenía por lo
menos dos novelas por delante y me pregunté ¿van a hacer el viaje, voy a abrir
ese portal, voy a conocer yo misma a esa mujer? Ahí lo leyó uno de los editores
y me dijo que para él ya había suficiente ahí, que lo resolviera en ese
presente. Y no sé cómo en algún momento se me ocurrió lo de la representación. Dije,
no, no van a conocer a la madre, lo van a representar. Y ahí escribí toda esa última
zona, que tiene algo de la terapia gestáltica de las constelaciones, que es un
poco como el teatro. Y para mí el teatro tiene algo de eso también, gente en
posiciones, ocupando roles. Tenía esa otra novela posible, más realista, pero
después, cuando se me ocurrió lo de la puesta en escena, me gustó mucho más y
la encaré por ahí.
Hija biográfica
Una novela que, desde el mismo título, juega
con ese borde donde la identidad deja de ser un destino para transformarse en
un camino a construir. Es el que transita Leo, la hija adoptiva de Leticia, una
verdadera narradora oral que, a puro estilo indirecto, largas oraciones
paratácticas y un léxico por momentos anacrónico, reproduce el discurso materno
y logra ese tono provinciano que convierte a la sierra cordobesa, el lugar
donde viven, en un personaje central y en territorio literario,
pictórico, poético y cinematográfico (basta ver la descripción del incendio del
bosque desde el punto de vista de los atribulados pájaros).
Esta pequeña protagonista, dueña de una
mirada extrañada y por momentos, extranjera, explora y experimenta el mundo,
mientras arma la biografía de una madre que parece haber tenido muchas vidas y
a la que está amorosamente unida, en un mundo matriarcal que fueron construyendo
donde la tierra, como madre nutricia, sintoniza con todas las mujeres que
pueblan la novela: abuelas, madres, hijas, tías, exnovias, amigas y donde la
crecida de un río y la llegada de la menstruación forman parte de un mismo
cosmos.
Y el
teatro, gravitando en el centro de la novela, tanto en las anécdotas del pasado
de la madre -el material narrativo preferido de la hija- como posibilidad de
atravesar ese abismo que es el propio origen.
Publicado en La Gaceta Literaria, 7/9/2025