miércoles, 6 de agosto de 2025

López López

            Conocíamos a Tomás Downey por su obra cuentística, en la que sus personajes transitan bordeando una zona de indecibilidad: el límite que separa -y une- la animalidad de lo humano, la moral de la amoralidad y la realidad de su dimensión fantástica, en algunos casos, hasta perder el propio nombre y poniendo en cuestión este límite en el plano de lo sensorial, hasta desbordarlo.

            Y en ésta, su primera novela, lo encontramos en pleno dominio de sus materiales. Con el trasfondo de las guerras que, en nuestro país, a mediados el siglo XIX, enfrentaron a unitarios y federales o quizás, a las tropas de la Triple Alianza con el Paraguay (y las referencias al mariscal Solano López son evidentes), su protagonista, el soldado López, como un verdadero impostor, y amparado en la casi anomia de su común apellido, cambia de bando, de orientación sexual, de amor y de bandera y, como un verdadero tránsfuga, narra desde el borde de un espejo donde “soy el muerto y el que tiene el fusil con la salva, y también soy los otros, los que tienen las balas de verdad, y el sargento que da la orden, y el soldado que viene después a tirar aserrín sobre el charco de sangre.”

Si la historia nos enseña que todas las guerras son la misma guerra y que cualquier traidor puede ser un héroe en el relato de los ganadores, la literatura nos lo muestra magistralmente en esta novela de fantasmas que reformula el tópico borgeano desde una perspectiva, ya no filosófica sino fantástica, en la dimensión sobrenatural de lo real.

Publicado en El Dipló, agosto 2025

domingo, 20 de julio de 2025

Ven a bailar conmigo

            Quizás aceptar el destino y conservar el deseo de vivir y amar sea la idea de tragedia que sostiene esta luminosa historia de amor otoñal entre una cantante de rock gótico cincuentona y medio loca y un médico sesentón amante de la música clásica. Y aunque nada parece unirlos, el azar, ese motor que mueve al mundo y que está en el origen de la mejor literatura, según Borges, los lleva a encontrarse frente a una litografía de Odilon Redon, la primera escala de un viaje que emprenden juntos por el mapa de la alta cultura occidental (y el rock inglés, como el cine clásico, podemos afirmar, ya tienen su lugar en él), el territorio donde habitan las almas sensibles y la constelación que les ofrece un sentido posible a sus tribulaciones.

            El título, que alude a un relato mitológico alemán sobre la hija del rey de los Alisos, el Señor Olaf, que aleja de su rumbo a los hombres, invitándolos a bailar y llevándolos a la muerte, se replica en la historia de la protagonista, una suerte de princesa maldita que está convencida de ser la portadora de la mala suerte universal. Y para colmo la Guerra del Golfo, el momento preciso en el que esta historia de amor comienza, no parece presagiar nada bueno.

            Es que Christabel, tal el nombre de la protagonista y cantante de Mobyle Mortuary (morgue portátil, así como suena), con una larga historia de muertos a su alrededor, parece llamar a la parca a cada paso. Y si la suerte ya está echada, Elías, su inesperada conquista, sintoniza a la perfección esa música misteriosa que resuena en la historia del señor Olaf y que le cantaba su madre antes de abandonar a la familia detrás de un misterioso flautista.

Como en un juego de espejos, este relato poblado de ecos y analogías, como las que ambos encuentran viendo Vértigo, de Hitchcock, lo lleva a Elías a descubrir que “nunca se sabe por dónde te va a atacar una metáfora”, al entender que el cuerpo es mucho más que pura anatomía y la enfermedad, la metáfora de un dolor innombrable. Como el de la muerte del ser que más se ha amado y que un compañero de viaje casual sintetiza hermosamente en un inglés poco fluido pero muy poético: “Nombre es lápida en pequeño cementerio dentro de mí”.

Y como todo cuento de hadas, el maleficio se rompe cuando aparece un príncipe empeñado en liberar a su amada de un destino funesto. Pero esto sólo funciona para quienes están abiertos a dejarse capturar por la magia. O por el arte, que en el caso de esta novela, parece ser lo mismo.

Publicado en La gaceta literaria, 20/7/2025

lunes, 14 de julio de 2025

La pasión por el mate y la identidad rioplatense

 La pasión por el mate y la identidad rioplatense

 

¿Qué tiene el mate que lo hace tan diferente a otras infusiones como el té y el café?

Quizás, el darnos un sentido profundo de identidad, al punto que se lo puede tomar en cualquier lugar del mundo y sentirse en casa.

 

Una infusión que sólo se produce en una pequeña región de Sudamérica y que hoy convoca a miles de acólitos en distintas partes del mundo.

El mate, que se toma con devoción en Argentina, Uruguay, Paraguay y el sur de Brasil, es la primera bebida energizante que llegó al Viejo Mundo, antes que el té y el café.

Tal era su importancia que la primera letra de un tango, “Tomá mate, che”, fue escrita en su honor, en 1853.

Su performance, que fascinó a los conquistadores españoles, muy ritualizada, de juntarse a tomarlo del mismo recipiente, compartiendo la bombilla y esperando a que el mejor cebador del grupo nos lo ofrezca cuando nos llegue el turno, impulsa la idea de unión y comunidad que sólo la pandemia del Covid-19 logró frenar.

Y fue un botánico francés, Auguste de Saint-Hilaire, el que la identificó científicamente, en el año 1822, como Ilex paraguariensis (para que no queden dudas de dónde comenzó la historia).

Y comenzó en el mundo precolombino, de donde vienen las palabras ca’a (en guaraní, la planta de yerba) y matí, “mate” en quechua, referida al recipiente o calabaza.

Y hasta el refrescante tereré o mate frío también viene del guaraní y alude al sonido que hace la bombilla cuando se termina el agua.

 

Un poco de historia

La bebían los guaraníes que, junto a los jesuitas, descubrieron cómo cultivarla, convirtiéndola en el motor productivo de las Misiones Jesuíticas, un secreto que se llevaron con ellos cuando fueron expulsados de América.

Mucho más tarde fue redescubierta por un personaje conocido en otro contexto muy diferente, la hermana de Friedrich Nietzsche, Elisabeth, quien, junto a su marido, se instaló en 1887 en el Paraguay con el objeto de crear una colonia alemana, como parte de un proyecto utópico ario (con el que el filósofo no estaba para nada de acuerdo, hay que decirlo, ya que se declaraba “antiantisemita”).

Uno de los colonos que quedó a la deriva después de que su fundador se suicidara por el fracaso de su empresa, fue el que, ayudado por los conocimientos agrícolas de los pobladores locales, descubrió cómo hacer germinar las semillas, y así se pudo cosechar en ese país la primera yerba cultivada después de más de un siglo.

Pero la sangrienta Guerra del Paraguay no sólo diezmó a la población de este país, sino que le quitó las mejores tierras de cultivo para la planta que había sido descubierta por sus habitantes originarios. Fue entonces cuando Brasil y Argentina comenzaron a producirla y más tarde, a exportarla.

 

Poné la pava

Es la contraseña para indicarle a alguien que se viene una larga conversación. Pero ese alguien es un par, que seguro forma parte del círculo de gente más cercana. Así funciona, y por lo que parece, desde hace más de quinientos años.

Símbolo de pertenencia a la comunidad rioplatense, apareció, subrayado, en numerosas imágenes de la selección argentina de fútbol durante el último mundial.

Pero no sólo. Muchos futbolistas extranjeros como Antoine Griezmann, Paul Pogba, Cristiano Ronaldo o Mohamed Salah, influenciados por sus compañeros sudamericanos, se han vuelto grandes “materos”. Y desde Hollywood nos llegan imágenes donde el glamour no impide la pasión por esta noble bebida como lo cuentan Viggo Mortensen y Anya Taylor-Joy, James Hetfield, Jason Momoa, Kevin Bacon y hasta Paris Hilton y Barak Obama, que disfrutan de este ritual diario.

En Argentina, se consume en la esfera doméstica, pero en Uruguay, no hay espacio público donde no se circule con el termo abajo del brazo, el famoso mate “a la uruguaya” que un conocido escritor argentino parodió en una fiesta de disfraces, a la que asistió vestido “de uruguayo” con un tercer brazo de gomaespuma sosteniendo un termo.

Y si bien la entrada masiva de inmigrantes, a comienzos del siglo XIX, introdujo muchos cambios en la gastronomía, el mate jamás desapareció.

 

De Sudamérica para el mundo

Nos cuenta la antropóloga norteamericana Christine Folch en El libro de la yerba mate que en el siglo XIX, miles de árabes, sobre todo cristianos, migraron hacia occidente desde Siria, Líbano y Palestina y al llegar a la Argentina, se encontraron con la costumbre de tomar mate que adoptaron, como tantos otros inmigrantes europeos.

La diferencia con estos últimos es que, al volver a sus países de origen, llevaron consigo esta sana costumbre adondequiera que fueran. Hoy en día, los mercados sirio y libanés son los que concentran la mayor parte de las exportaciones de mate de nuestro país.

Tanto se ha incorporado esta bebida a la vida diaria de los sirios que hasta se puede ver en Youtube a un grupo de teatro de títeres político representar a sus principales dirigentes tomando mate. Incluso el nombre del grupo teatral, “Matti massasit” (literalmente, mate y bombilla), muestra cómo esta bebida forma parte de la identidad siria, cuya práctica de compartir la bombilla de boca en boca no parece transgredir las estrictas normas de socialización de sus consumidores.

Otro fue el camino que recorrió la yerba mate para los consumidores millennials estadounidenses: el comercio justo de productos orgánicos. Así es como hoy, una marca de yerba mate paraguaya producida en una reserva natural se vende en los principales supermercados de la primera economía mundial.

 A cualquier hora y en cualquier lugar, en casa, el trabajo o la facultad, el mate nos acompaña, abriga, consuela y une porque, por sobre todas las cosas, lo compartimos con nuestros iguales.

 

El libro de la yerba mate. Una historia estimulante

Autora: Christine Folch

Fondo de Cultura Económica

Pubicado en Buenos Aires Connect, julio 2025

Alguien que canta en la habitación de al lado

             Era hora de que los lectores pudiéramos acceder, reunidos en un solo libro, a los textos críticos del mejor crítico literario argentino, Alan Pauls, quien parece haberlo leído todo y lo despliega con la elegancia de una prosa que no hace de la erudición (que no le falta) el centro de su programa.

            Suerte de niño prodigio de las letras (pero no joven promesa), transitó por todos los espacios oficiales y mundanos del saber literario, absorbiéndolo todo a su paso, mientras desarrollaba su carrera como escritor que lo llevaría al reconocimiento internacional.

            Como lector profesional, se mantiene fiel a una ética, la de pensar y escribir algo diferente, cada vez, sobre un mismo autor, así sea prologando a Virginia Woolf o a Lucio V. Mansilla o despidiendo a Rosario Bléfari.

            Para él, la lectura como transferencia, en el sentido psicoanalítico y pedagógico, comienza en el reconocimiento a esa voz que nos lee siendo pequeños, escena fundante de una vocación que retorna en cada libro en el que descubrimos cuánto dice de nosotros. Siguiendo la misma línea, podemos vislumbrar cuánto dicen de él sus escritores favoritos: Barthes, Borges, Saer o Aira, a quienes sometió a su refinadísimo aparato perceptivo, para nuestro deleite.

            Y es esa pasión lectora la que lo lleva a descubrir en la biografía de Barthes el anagrama de “erótico” en el término “teórico”. En la literatura argentina, a Walsh, como quien escribe para testimoniar y dejar testamento; en Arlt, aquello de lo irreproducible, propio de los escritores geniales, aunque no lo sea. Lee a sus compañeros de ruta, Guebel, Chitarroni, Fresán, Chejfec y a sus predecesores, Libertella, Fogwill, Osvaldo Lamborghini, con la misma rigurosidad; a cronistas como María Moreno, la “cazadora de estereotipos”, (quizás, su doble especular) o a Laura Ramos y su febril obsesión por las autoras decimonónicas. A Puig o a Saer en lo que tienen de únicos, a Piglia y su “doble espectral”, Emilio Renzi; a Kafka, a quien le había dedicado una de las lecturas más novedosas entre los innumerables trabajos sobre su obra. A ese monstruo bifronte, ácido y mal pensante con el que Borges y Bioy crearon a Bustos Domecq; a su maestra Josefina Ludmer, gran traficante de libros prohibidos para sus alumnos de la “universidad de las catacumbas” o a la “madre natural” de varias generaciones de argentinitos, María Elena Walsh.

            Suerte de contra-manual, este libro nos reconcilia con la idea, pasada de moda, de que leer también podía ser conocer el mundo, y cuestionarlo.

Publicado en La gaceta de Tucumán, 13/7/2025

Entrevista a Saúl Sosnowski

 Cuaderno de bitácora - Entrevista a Saúl Sosnowski

 

            A fines del año pasado, cuando se cumplían 110 años del nacimiento de Julio Cortázar y 60 de su muerte, la Biblioteca Nacional argentina “Mariano Moreno” publicó un libro que es una fiesta para los cortazarianos: la edición facsimilar de lo que él llamó el cuaderno de bitácora para la escritura de su famosa novela Rayuela que, además de ser preciosa, resulta fascinante, porque nos permite ver la máquina Cortázar en movimiento.

            Suerte de cartografía de su proyecto literario en la que anota estructuras posibles, hace esquemas, dibujos y planos de las escenas, ensaya títulos hasta llegar al de “Rayuela”, anota citas, mientras reflexiona sobre la forma novela, que además de permitirnos ver su letra manuscrita, cosa cada vez menos frecuente, nos ofrece la posibilidad de verlo pensar, desarrollar una idea, volver atrás, de ensayar.

            Prologado por Saúl Sosnowski, un académico argentino y especialista en su obra que desarrolló su carrera en EE.UU. donde enseña literatura latinoamericana en la Universidad de Maryland y donde dirige la revista Hispamérica desde su fundación, en 1972, quien reunió hace varias décadas, en Los ensayos de Julio Cortázar, pasos hacia su poética, los textos teóricos de este autor sobre la novela y el cuento, demostrando que, además de escritor, Cortázar fue, simultáneamente, un crítico literario y un teórico de la literatura. De cómo todas estas líneas se cruzan en el Cuaderno de bitácora, habló largamente con El país.


¿Qué importancia tiene para los estudios literarios la publicación de una edición facsimilar? ¿Qué diferencia hay con el Cuaderno de bitácora que publicaron Ana María Barrenechea y el propio Cortázar hace 40 años?

Es como, digamos, ir al museo y ver el original y después ver una copia. El trabajo que hizo Barrenechea fue central en cuanto al análisis genético y su visión de la obra de Cortázar en general, pero son dos versiones diferentes. El texto es el mismo, la presentación no. Y para los estudios literarios, el plus que tiene esta edición es la posibilidad de entrar directamente a su taller, sin mediaciones. Porque lo que está planteado ahí es cómo se iba produciendo Rayuela. Las tachaduras, las dudas, esto no puede ser así, esto no es una novela, es un almanaque. Y de pronto, tenés unas páginas en blanco y después citas. Creo que se me fue la mano con Horacio Oliveira. A lo mejor debería bajar un poco su presencia y exaltar más la presencia de Traveler y Talita. Todas las dudas que él tenía y la manera en que las fue resolviendo y hasta planos de las escenas para visualizar lo que está queriendo escribir. Está construyendo un edificio y entonces tiene la arquitectura básica, pero al mismo tiempo la va ajustando.

¿Qué nos dice de su proyecto literario este work-in-progress, toda esta materialidad? Porque él ya tenía toda una teoría crítica que venía esbozando desde hacía muchas décadas, lo que llamó la “teoría del túnel”.

Y no sólo. Si leés la tesis que él escribió sobre Keats, te das cuenta de que estás frente a un lector muy singular. Ocurre lo mismo cuando leés el prólogo a las obras de Edgar Allan Poe, que publicó en la Universidad de Puerto Rico en dos tomos. Te das cuenta que es alguien que conoce de una manera privilegiada cómo se escribe un texto y cómo se desarma un texto. Y de hecho lo hizo no solamente en Rayuela, sino también en 62 modelos para armar.

Es decir, ese tipo de exploración no cesa en Cortázar. Simplemente toma otros recursos para ver hasta dónde llegan los límites de la palabra. ¿Qué es lo que puedo hacer yo con una novela? Cuando dice en el cuaderno: esto definitivamente no es una novela. ¿Qué es? Y uno de los aspectos más fascinantes es el hecho de que estamos viendo cómo se está debatiendo frente a la página en blanco, frente a la certidumbre con la que aparecen otros escritores de su generación que se sientan a escribir y hacen la novela-rollo, como la llama él. Es alguien que está buscando cómo estructurar una novela que no sea tal como las otras. No quiero volver a escribir Los premios otra vez. Aunque, Los premios también es una travesía y ahí también hay un cuaderno de bitácora, un cuaderno de navegación. Todo eso se va sumando y lo va desplegando a lo largo del tiempo.

En una carta que Cortázar te envió, a propósito de una polémica con David Viñas, y que publicaste en los primeros números de la revista Hispamérica, él plantea, entre otras cosas, “Europa fue la coautora de mis libros, y sobre todo, de Rayuela, que puso ante los ojos de los jóvenes cuestiones que tocaban la problemática existencial de Latinoamérica, de Europa y EE.UU., es decir, occidental.” ¿Cortázar es el más europeo de nuestros escritores o como dice él, tocó, desde Europa, una fibra latinoamericana?

Lo segundo. Si queremos europeos, vayámonos a Enrique Larreta, ¿no? Que alguien esté escribiendo en Europa no lo transforma en europeo.

Pero su carrera profesional comenzó en Europa.

Sí, pero no nos olvidemos que Bestiario, que es un punto de referencia para todos, lo escribió en Buenos Aires. Tenés razón que la obra principal fue escrita en Europa, pero lo hace con una mirada sobre América Latina, que después se hace explícita, una vez que empieza a hablar sobre el impacto que tuvo la Revolución Cubana en él y que eso le permitió redescubrir América Latina, etc. Pero no, no creo que sea una manera de definirlo como el más europeo de nuestros escritores.

Cortázar parece haber encontrado en ese lector mayoritariamente joven, en la línea de Boris Vian, a un lector cómplice. ¿Cómo se lee hoy Rayuela?

Cuando hicimos la presentación de Cortázar en Hispamérica, en la Biblioteca Nacional, alguien en el panel dijo, bueno, pero no sé si se está leyendo a Cortázar hoy, en el momento en que estamos celebrando una novela sesenta años después de haberse publicado. Y alguien que estaba en el panel me susurra: si supiera que mis hijos que tienen 14, 15 años lo están leyendo otra vez y que están entusiasmados con Rayuela. Nosotros creímos que la fascinación con Rayuela era una cuestión generacional y que no iba a impactar a las generaciones siguientes. ¿En qué medida impacta? No lo sé, pero que se sigue leyendo, sí lo sé. Hoy se sigue reeditando así que público lector hay.

¿Qué pensás del planteo de Beatriz Sarlo respecto de la recepción de Rayuela? Ella dice que cuando apareció, era el libro que todos estaban esperando, muy diferente a lo que ocurrió con la irrupción de Juan José Saer, por ejemplo.

Es cierto, lo de Saer llevó a un cultivo mucho más lento de los lectores hasta llegar a hablar del “mundo Saer”. Lo de Cortázar sí fue una irrupción y fue inmediata, por lo que yo recuerdo fue inmediata, de pronto, tenías un objeto raro y la gente quería saber qué es ese objeto raro.

Otros críticos, para matizar su lugar de disruptor, plantean que en sus dos grandes novelas, Rayuela y 62 modelo para armar, él retoma los principios del surrealismo, un movimiento que había sucedido 40 años antes. ¿Qué relación tiene Cortázar con la vanguardia?

Yo iría un poco más atrás, volvería a lo que hablábamos sobre la “teoría del túnel” donde está planteando relaciones con el existencialismo y el surrealismo. Entonces, de la relación que tuvo con la vanguardia de los 60 no tengo tantos datos, recordemos que mientras se desarrollaba la vanguardia en Buenos Aires con el Instituto Di Tella y todo lo que vino con eso, él ya estaba en París. Ahora, al tratar de hermanar existencialismo y surrealismo, ahí es donde él inventa esa palabra “poetista” que es también una manera de amalgamar la dimensión social que tenía el existencialismo con las formulaciones del surrealismo en cuanto a quebrar convenciones y creo que esa idea del poetista que elabora muy tempranamente en su obra es algo que no deja de definirlo. Inclusive la manera en la que él se enfrenta después a todos los temas políticos sin entregarse del todo, manteniendo reservas, diciendo, yo apoyo esto pero no me someto a dictámenes ni a fórmulas, creo que la relación con la vanguardia se daría por ese lado.

Ese corpus de textos críticos suyos que Alfaguara publicó en los 90, toda una formulación teórica que demuestra que él venía reflexionando sobre lo que finalmente hace en estas dos novelas: una amalgama entre surrealismo y fantástico, la teoría del pasaje entre lo real y lo suprarreal. La poesía como un modo de ser en el mundo y el túnel como lo que socava la literatura desde sus cimientos. ¿Cortázar cambió la literatura que se venía produciendo?

Sí, yo creo que hay un antes y un después, como con Borges, también hay un antes y un después de Rayuela tanto por lo que abrió como por cómo le cerró la puerta a otros que quisieran imitarlo. No podés imitar a Borges y tampoco podés imitar a Cortázar y eso en sí ya es una marca. Lo que él no hizo es seguir una moda, rompió tradiciones y creo que eso es algo que vale la pena subrayar.

¿Tiene herederos literarios Cortázar o, como Felisberto Hernández, “rompió el molde”?

Cortázar rompió varios moldes. ¿Herederos? No sé, él hablaba mucho en una época y lo promovió a Néstor Sánchez, que levantó algo de la línea planteada en 62 modelo para armar, ahora, decir que tiene herederos creo que no hablaría bien de aquellos que lo siguen.

Seguiste desde muy temprano la obra de Cortázar, incluso tu tesis de doctorado fue sobre su obra ¿Qué encontraste en él cuando lo leíste por primera vez?

Me cambió la cabeza, esas propuestas de él que estaban ancladas también en la antropología, en las lecturas de Lévy-Bruhl y de otros, de que somos todos una parte material de un flujo vital que nos une a todos aquellos que estamos vivos, animal, vegetal, ser humano. El hecho de que alguien estuviera diciendo: hay otros modos de conocimiento que deben ser recuperados más allá de lo racional, eso fue una de las cosas más impactantes para mí en ese momento, cuando empecé a leerlo, a los 19 años. Yo lo leí estando en Estados Unidos tanto a él como a Borges así que lo leía a la distancia y a la vez con una cercanía muy especial. Yo vengo de una tradición en la me enseñaron a cuestionar los espacios entre las letras, el lenguaje que hay entre las letras impresas. Eso es algo que me gustó, el hecho de cuestionar, de interrogar permanentemente. Esa es una de las facetas que más me fascinaron de él.

 

Cuaderno de bitácora, página 55

Leit-motifs

 

“Wagnerianos conspicuos, Traveler y Talita poseen sus propios leit-motifs. Si Talita canta: Decí por Dios qué me has dao, Traveler entiende que sería bueno tomar una copa, etc.

La guitarra en el ropero todavía está colgada: Hora de ir a dormir.

Viejo rincón de mis primeros años: No tengo plata.

Con un traje marrón entallado, al langosta lo vieron pasar: El tipo es una mierda (ponerlo en la lista)

Así, Traveler canta un día tres o cuatro frases y Talita entiende, por ejemplo: Dejá salir al gato antes que llueva.

Sutilezas: hasta cambia una palabra (palabras siempre dominantes en algún verso): Balvanera / bacán / morlacos / escolaceaba / Corrientes / papusa, y el resultado es, por ejemplo: Si no te vestís en seguida llegamos tarde al biógrafo.”

Publicado en El país de Montevideo, 6/7/2025

jueves, 26 de junio de 2025

Las caminatas de un paisajeante

Cada fin de semana, y desde su cuenta de IG @paisajeante, Fabio Márquez convoca a los vecinos de Buenos Aires a sumarse a sus caminatas y descubrir un nuevo paisaje urbano.

 

Es licenciado en diseño del paisaje y docente, y en cada uno de los recorridos que propone, siempre diferentes, demuestra que está empeñado en convertir a quienes lo quieran escuchar en gente apasionada por el patrimonio arquitectónico y natural de esta hermosa ciudad.

Sus caminatas, que se difunden de boca en boca, hoy congregan a casi doscientas personas a las que invita a interpretar el paisaje, con una mirada arqueológica pero también ecológica. Porque, insiste, el paisaje es todo. En su relato, cada fachada, puente, plaza o tapa de alumbrado público se convierte en el testimonio material de la historia social del país. Y de todo esto, habló con Buenos Aires connect


¿Cuándo empezaste a interesarte por las cuestiones del patrimonio urbano? Para empezar, ¿qué es el patrimonio urbano?

Son aquellos elementos escasos, muy singulares, por sus características especiales -el patrimonio tangible- o por lo que sucedió en esos espacios -el patrimonio intangible- que es muy relevante para la historia de la ciudad.

Yo empecé a interesarme por estas cuestiones al descubrir que había cosas que se habían perdido y veía cómo se seguían perdiendo: edificios, plazas, teatros, la propia ribera del Río de la Plata. Y ahí empecé a interesarme, primero, a sumarme a movilizaciones para pelear por situaciones concretas y después, en la medida que fui teniendo un trayecto académico, me fui formando en cuestiones patrimoniales.

¿Cómo son las caminatas paisajeantes que organizas todos los fines de semana?

Intentan tener una mirada crítica del espacio que recorremos para valorizarlo desde la propia subjetividad, porque el paisaje no existe en la naturaleza, es una construcción cultural, por lo tanto, está sujeto a intereses políticos, sociales, ideológicos. Estas caminatas son una manera de interpretar el paisaje urbano, donde yo hago de baqueano para dar algunas informaciones que le dan relevancia.

El objetivo es promover dos cosas. Una, el acto de caminar sin un sentido productivo. Y la otra, observar, entrenar la mirada para descubrir cosas que en el trajín cotidiano no vemos, de manera que la gente que participa pueda descubrir esas sorpresas que tiene una ciudad tan maravillosa como Buenos Aires.

Las demandas urgentes

¿Qué es lo que falta en la ciudad?

En principio, democratizar la información para saber qué tenemos. Impulsar procesos participativos descentralizados en los barrios a través de las comunas, para que más gente se entere y que de allí se tomen decisiones que se transformen en normas que tengan que ver con lo patrimonial, lo ambiental, lo urbanístico, con la movilidad, que permitan proponer un modelo de ciudad distinto al actual.

¿Hay una deuda ecológica?

Si, y es tremenda. Pensá que la ciudad de Buenos Aires tiene un presupuesto mayor que algunas capitales europeas, por lo tanto, no es excusa la cuestión de los recursos económicos para implementar acciones que puedan adecuar la ciudad al cambio climático, como reinsertar biodiversidad y dejar de plantar especies exóticas. Incluir normas para el manejo de los residuos urbanos, recuperar sus riberas generando políticas de saneamiento del Río de la Plata y del Riachuelo ya que el Río de la Plata, saneado, hace que la ciudad vuelva a ser balnearia, como lo que fue hasta el año 1975.

¿Buenos Aires es una ciudad con gran participación de los vecinos?

Buenos Aires tiene una paradoja y es que, los resultados electorales son muy diferentes a lo que se vive en la ciudad y esto es histórico.

En plena época del menemismo, había un montón de organizaciones sociales que discutían la privatización del espacio público y llegaron a imponer artículos en su constitución, y en 18 años de gobierno neoliberal como tiene hoy, hay muchas “minorías intensas” que son una escuela de ciudadanía como no hay en otro lugar del país. Se construyen mecanismos de solidaridad, de aprendizaje, porque la mayor parte de la gente no sabe de estos temas urbanísticos hasta que se mete, porque lo siente como una necesidad común.

 

Apropiarse del espacio público

En los últimos tiempos aparecieron distintas propuestas que ponen el foco en volver a recuperar el espacio público. ¿En otras ciudades se da esta experiencia?

En otros lugares hay caminatas, pero no tienen esta cuestión tan transversal. Porque yo hago cosas con “Bar de Viejes”, con “Ilustro para no olvidar” y aunque no nos conocíamos, sentimos afinidad respecto a la ciudad deseada y armamos cosas en conjunto y creo que eso es muy porteño.

Los últimos espacios verdes públicos de la ciudad que se crearon fueron todos promovidos por colectivos vecinales que se los arrancaron al gobierno. La Manzana 66, el Parque de la Estación, Plaza Clemente, el Parque Ferroviario de Colegiales, la primera plaza de Villa Santa Rita. Casi todas ellas son de flora nativa, lo que le impuso una lógica muy contemporánea a un gobierno de la ciudad anacrónico.

¿Qué aprendés con estas caminatas, más allá de los datos que muchas veces los mismos vecinos aportan?

Yo me divierto mucho haciéndolas, porque voy descubriendo cosas con la gente y sigo acumulando información perceptual, que no es información estadística, enciclopédica, sino de la vivencia de cada caminata, que te permite ver, sentir, intercambiar información con la gente que participa. “Mi tío tenía un bar acá, y antes no se permitía que entraran mujeres, le vendía alcohol solamente a los hombres”, por ejemplo. Y para mí estas caminatas son muy políticas porque te hacen reflexionar sobre ciertas cuestiones. Los vecinos se apropian de la ciudad y eso mejora su vínculo con ella. Y eso creo que construye ciudadanía, que no se construye sólo yendo a votar sino en cómo usas la ciudad, cómo la vivís. Y aunque yo digo, “acá demolieron, acá podrían haber hecho tal o cual cosa”, lo digo desde un lugar propositivo. Mucha gente que viene a mis caminatas terminó participando en organizaciones barriales. Se plantean participar para que tal edificio no desaparezca y ese modo de hacer las cosas me parece que es el modo en el cual podemos combatir el individualismo, sin ninguna otra pretensión.

Publicado en Buenos Aires connect, 26/6/2025

Los crímenes de Moisés Ville

             Este es el relato del encuentro de un judío laico con su historia familiar, signada por una profunda fe religiosa y la esperanza de encontrar en el Nuevo Mundo la paz que les permitiría reconstruir su comunidad. Y de ese encuentro, el autor, un periodista y escritor argentino, salió transformado. 

            Cuando su padre le manda un correo con una nota escrita por su bisabuelo Mijl Hacohen Sinay sobre unos crímenes ocurridos a fines del siglo XIX en la colonia agrícola judía de Moisés Ville, en el centro de la provincia de Santa Fe -una de las tantas fundadas por el barón Hirsch- ya no puede volver atrás.

            Así descubrió que su bisabuelo, con apenas veinte años, había sido el fundador del primer periódico escrito en ídish de la Argentina, Der Viderkol (El Eco), desde el cual se dedicó a fustigar a la burocracia que comandaba la inmigración de judíos rusos, y donde su bisnieto, supone, encontrará la información sobre estos más de veinte crímenes que habían quedado impunes.

            La búsqueda de los tres números publicados de ese periódico lo llevó a una travesía por la historia personal y colectiva de la inmigración judía en Argentina que, lejos del bucolismo de muchos relatos sostenido en el “crisol de razas”, exhibía la durísima realidad con la que los colonos se encontraron y la violencia que implicó el proceso de integración.

Pero además del silencio acerca de estos crímenes, tuvo que sortear la barrera lingüística del ídish, la lengua que el pueblo judío llevó consigo a lo largo de siglos de peregrinación por Europa, para descubrir los motivos políticos que la llevaron a su casi desaparición, en las largas conversaciones con la directora de la biblioteca de la AMIA, mientras escucha el relato de cómo fue el amoroso trabajo de recuperación de los libros destruidos en el atentado del año 94.

Una oración fúnebre leída en el cementerio de Moisés Ville, “sea su alma ligada en el vínculo de la vida” quizás nos hable del anhelo de transmisión de un pueblo asediado por la historia y las treinta páginas de bibliografía consultada para esta investigación le hacen honor a este mandato.

Publicado en revista Migrante, julio de 2025