Esa gente que no conocemos
Pero que no sean textos originales o
que pertenezcan al ámbito de lo privado no les quita mérito ni los califica
como producciones menores per se. Tampoco la elección de los temas, del
orden de lo cotidiano o aleatorio. La buena literatura sabe conmovernos o
hacernos ver con otros ojos lo que la costumbre nos velaba y un simple paseo
por el bosque puede abrirnos las puertas de la percepción y hacernos reflexionar
sobre la metafísica del viaje. En este conjunto de textos o misceláneas, lo que
sorprende es la falta de una idea que los articule alrededor de un propósito
literario y el escaso trabajo sobre la materia narrada, que hace que nos cuestionemos
qué entendemos por literatura, cuando tenemos sobradas muestras de los diarios de
ciertos escritores que, como brillantes works in progress, han logrado crear
un nuevo subgénero literario.
Por estas páginas desfilará toda clase
de gente anónima, vecinos recientes a los que los une una guerra incomprensible
y prolongada o la solidaridad, exhibida en pequeños avisos clasificados
pueblerinos; eventuales comensales de restaurantes o viajeros con los que se
compartieron innumerables viajes en tren y en avión, a los que la autora apenas
les esboza una vida, describiéndolos en un presente continuo; recuerdos de
lecturas que la llevan a reescribirlas, casi en voz alta, junto a aquellos
seres con los que se comparte la vida de todos los días, hombres y mujeres que,
después convivir durante muchos años, descubren, en el murmullo de un diálogo entre
dientes, que es el cortocircuito lo que prevalece en la comunicación y cuán
desconocida puede llegar a ser la persona elegida.
Sus criaturas son gente a la que no
vamos a conocer nunca porque su autora nos mantuvo al margen, tanto a sus
personajes como a nosotros, de esa maravillosa aventura que es encontrar en un
personaje literario ese borde donde lo real se transmuta en ficción para hacernos
descubrir las infinitas versiones de lo humano que habitan en nosotros.
Pero también, de tanto en tanto, nos
encontramos con pequeños relatos como haikus, donde la Davis concentra toda la
eficacia de una mirada y una pluma capaz de ofrecer, en una pincelada, algo de
su maestría: “De niño, solía preguntarse por qué su padre lloraba ahí sentado
mientras escuchaba un vinilo del cantante Enrico Caruso. Con el tiempo, ya de
adulto, empezó a sentarse ahí con su padre, a escuchar a Caruso y llorar.”
Publicado en Perfil, 18/8/2024
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