Entrevista a Guille Félix
Una vez más, una editorial independiente, Blatt & Ríos, publica la primera novela de un joven escritor, Guille Félix, Él habla en el silencio, apostando por una voz nueva para un tema que no tiene antecedentes en nuestra literatura como es la vida dentro de un seminario católico.
Lo que podría ser un relato bien pensante, pleno de denuncias y
estereotipos, resulta una historia no exenta de ternura y dolor, con personajes
decididos a vivir su fe de una manera bastante poco canónica.
Bajo el paraguas de la vocación religiosa, aparece el gran tema de la
vocación sin más, ese “llamado de los dioses” que tantas veces se hace desear,
que desvela a muchos jóvenes a la hora de decidir su propio destino y que,
junto con los secretos y las vacilaciones, así como con los lazos que se van
armando en esta comunidad de varones jóvenes, construye un clima cargado de deseo
y de pasión religiosa.
Tiempo argentino
conversó con su autor quien, después de escribir obras de teatro y guiones,
luego de diez años, logró ficcionalizar su propia experiencia dentro de un
seminario.
¿Vos estudiaste teología, no es así?
Yo estudié teología en la UCA y después en el seminario mismo, en
Campana, donde estuve tres años, en mis veintes, pero no seguí la carrera
eclesiástica. Ahí conocí este mundo. Tardé diez años en terminar de escribir la
novela. Estando en el seminario empecé a escribir algo, pero no quedó nada de
eso porque no encontraba la forma de contarlo. Hasta que un día, en un taller,
empecé a escribirlo y salió la novela. Para mí, fue un gran desafío, el de
acercarle a la gente que no tenía idea de lo que es el mundo de la Iglesia
ciertos conceptos, un tipo de vocabulario, toda una cosmovisión. Y, por otro
lado, una de las cosas que más me costó trabajar era el tono y la relación con
la Iglesia, porque yo no quería que fuese una crítica cruda y tampoco quería
que fuese totalmente liviana, digamos. Entonces tenía que encontrar ese término
medio.
Vos escribís teatro y guiones, incluso dirigiste
cine. Sin embargo, esta historia es absolutamente literaria.
Pensé que ibas a decir lo contrario, pero está bueno, no lo había
pensado. Está bueno porque en realidad a mí, por dedicarme al teatro y al cine,
a veces me es difícil decidir qué formato va a tener la historia que quiero
contar. Y yo la pensé como una película o como una obra de teatro, pero después
dije, bueno, capaz de la novela pueden surgir otras cosas.
Creo que es particularmente literaria, con toda la
cuestión de lo dicho y lo no dicho, el secreto y los silencios.
Sí. Un poco también era un desafío y era un juego mío. Porque yo soy un
poco pacato también. Entonces había cosas que yo no sabía cómo contarlas o no
quería contarlas. Entonces jugué un poco con el silencio. Hay un montón de
temas que no se hablan en la novela, que están mostrados. El tema de la
homosexualidad, el tema de la vocación.
¿Qué te propusiste contar con esta vida de
seminaristas a la que no le encuentro antecedentes en la literatura argentina?
Yo, la verdad, soy muy de buscar referencias y me costó un montón
encontrarlas, fue prácticamente imposible. Una que encontré es Las
Relaciones Particulares, que es una novela francesa. De hecho, me gustaba
mucho ese título, pero ya estaba tomado. Y aparte, me parece que no son muchos
los ambientes en los que un grupo de adultos conviven. No sé, Gran Hermano
puede ser o en el ejército, pero no hay tantas referencias de grupos de adultos
que vivan juntos de esa manera. Y eso genera ciertas relaciones particulares
entre los involucrados que es un poco lo que yo quería mostrar. Cómo esas
relaciones se van transformando en otro tipo de relaciones, dejan de ser una
amistad. Ellos se llaman hermanos entre ellos, pero no son hermanos. No son
amigos, son compañeros, pero son un poco más que compañeros. Así que hay una
cantidad de vínculos que se van armando, están los más grandes que ayudan a los
más chicos, están los “engominados”.
¡Los “engominados”!
A mí me gustan mucho. De hecho, es lo que más llama la atención. Pero no
tienen voz, no tienen nombre, son un colectivo. Y el tema del nombre es algo
importante, todos los personajes principales tienen nombre menos el
protagonista. Y yo quería jugar con la cuestión de los nombres, porque me
parecía que es algo casi bíblico: yo te nombré antes de que nacieras.
¿Quiénes son estos personajes?
Bueno, los engominados, para mí, pertenecen a un grupo conservador.
¿El Opus Dei?
No necesariamente. Hay otros grupos así y ellos están como huérfanos,
esta es la idea que yo tenía. Son huérfanos porque su mentor, el fundador de la
congregación está preso por abusos. Esto no está en la novela, estaba en un
capítulo, pero después lo terminé sacando porque era mucha explicación. Y aparte
porque me gustaba más esta cosa del misterio. Entonces ellos terminan
disgregados y un grupo de cinco llega a este lugar donde están. Pero sí, es
como una congregación conservadora. No es ninguna en particular y es todas a la
vez.
El seminario (y la novela) empieza con el
protagonista en un retiro de silencio. “El ruido no hace bien. El bien no hace
ruido” lee y yo pensaba en ese rumrum en la cabeza que padecemos los neuróticos.
Más allá de la experiencia religiosa ¿a qué le da paso el silencio? ¿Hay lugar
hoy para el silencio?
A mí el silencio me pone nervioso. Para mí tiene mucho que ver con la
soledad, un tema que me interesa tratar, tanto el silencio como la soledad. Para
mí tiene que ver con el estar solo, pero no como algo malo, sino la soledad
como un estado. Es muy difícil estar en un silencio total hoy. Meditando quizás
uno puede llegar a estar en ese estado. Yo nunca lo logré, la verdad. Y de
hecho creo que el protagonista tampoco. A él le cuesta mucho rezar, por
ejemplo, porque no puede estar en silencio.
Son muchos los misterios o los secretos que
puede haber intramuros y esta novela no es la excepción, pero para mí el
misterio central es el de la vocación, una experiencia personal e
intransferible. ¿Qué clase de vocación es la vocación religiosa?
Yo creo que es un llamado mucho más intenso, porque requiere vivir una
vida de entrega. Yo mismo, cuando creí que Dios me llamaba a ser sacerdote, sentía
que todo lo que hacía -porque yo tenía actividades, hacía muchas cosas- no era
suficiente. Que nada era suficiente. Que yo tenía que entregarme al cien por
ciento.
Algo así como entrar en un grupo guerrillero.
Bueno, de hecho, los “engominados” pertenecen a un grupo que se llama la
Milicia. Tiene que ver con eso, con ser soldados de Dios. Y bueno, en ese
momento a mí me pasó eso de sentir que yo necesitaba más, que necesitaba estar
un cien por ciento.
No hay en la novela una gran separación entre la
vida apartada de los clérigos y la vida civil. ¿Son tan diferentes estos mundos,
hay sincretismo o es la Biblia junto al calefón?
Bueno, un poco mi objetivo era ese, mostrar la conexión entre los dos
mundos, que capaz desde afuera se ve como la Biblia y el calefón, como algo
totalmente opuesto o contradictorio. Pero quería mostrar también esa conexión hasta
en los consumos culturales de los seminaristas. Porque, incluso a mí me llamó
la atención en ese momento, porque mucho de eso surge de mi propia experiencia.
La verdad es que cuando yo entré al seminario pensaba que era, bueno, como los “engominados”,
una cosa seria. Y ahí adentro me di cuenta de que no, que veíamos películas,
que escuchábamos música, que estábamos como muy cerca del mundo. A veces se
critica el mundo ¿no? Incluso mismo en la novela. Como que el mundo es una cosa
y ellos son otra. Pero la verdad es que es imposible separarlos.
Contra lo que podría esperarse, no hay sexo,
pero sí mucho erotismo. Y si hay algo que aprendimos con Bataille, es que en la
base de la experiencia religiosa está el erotismo. ¿Tuviste presente a este
autor a la hora de escribir la novela?
La verdad que no. La realidad es mucho más práctica: a mí no me gustan
las escenas de sexo. Me cuesta muchísimo escribirlas, son muy difíciles. Son
muy difíciles de leer también. Entonces, de hecho, en un momento pensé en
agregar una y estuve leyendo y buscando la manera de contarlo y la verdad es
que me resultó muy difícil. Tampoco hay ningún indicio de que ellos tengan una
relación, no hay certeza de eso, aunque uno podría imaginarlo.
Lo que hay en la novela es un rechazo hacia las
mujeres. O están muy desdibujadas o son personajes negativos. ¿La mujer es el
otro absoluto para este colectivo?
Yo creo que sí. De hecho, el personaje dice que sus compañeros son
misóginos. Cuando hablan de las monjas, las monjas son menos para ellos, menos
que una mujer. Son menos que ellos, están a su servicio. También fue algo
difícil porque yo quería mostrar esa misoginia sin que la novela fuera
misógina. Los personajes lo son y la Iglesia también lo es en cierto sentido.
Es muy interesante cómo se expresa la propia
subjetividad, la cuestión de los gustos personales, los consumos culturales,
que van en contra de cualquier estereotipo. ¿Eso es algo que te propusiste?
Sí. Yo quería mostrar otro aspecto de la Iglesia, quería hablar sobre el
sacerdocio, sobre la fe, que muchas veces está puesta en duda. Del protagonista
no se sabe qué tanta fe tiene, quizá no le falta fe, lo que le falta es
vocación de estudio, vocación en general, más bien, parece un adolescente
cualquiera.
¿Estamos solos frente a las elecciones o es algo
que está dentro de un marco social? Porque elegir la carrera religiosa es una
cosa bastante transgresora frente al mandato social de formar una familia, por
ejemplo.
Sí, hay algo de transgresión ahí, de diferenciación. Esto que decimos de
querer estar separados del mundo es querer demostrar algo también. Algo del
orden de la superioridad ¿no? Se dice que cuando un cura camina por la calle es
testimonio de la Iglesia.
¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo?
Estoy trabajando en una novela. Muchos me dicen que haga la secuela de El
habla en el silencio, pero no creo que pase, por lo menos por ahora. Pero
sí, estoy trabajando en una obra de teatro y en una novela. Bueno, en realidad
yo tengo la idea de hacer una trilogía que hable sobre la Iglesia. Sería una
novela sobre un seminarista, que es ésta, un libro de cuentos sobre diferentes
personas viviendo su fe de diferentes maneras y una novela que… pero todavía no
puedo decir nada.
Él habla en el silencio
Lejos de los relatos perturbadores o asfixiantes
de los conventos (hay toda una zona del gótico que tiene como escenario las
mazmorras y las escenas de tortura) esta novela tiene la frescura y la
inocencia de ciertos relatos estudiantiles.
El protagonista, que ingresa en un mundo al que
cree autónomo respecto de su vida familiar, rápidamente descubre que sus
“hermanos” viven una suerte de Juvenilia que los acerca a sus congéneres
varones, donde conviven las películas de Hollywood con las noches de póker y
alcohol. Donde el edificio parroquial alberga un salón para fiestas de 15, el
empacho se cura con el viejo método de la cinta o los grupos de seminaristas de
otras zonas del país tienen muchas más similitudes con las tribus urbanas de lo
que podría pensarse.
Y como todo colectivo de varones, donde la
defensa de la identidad está muy presente, el rechazo a las mujeres se hace
evidente, aunque la novela logra sortearlo con mucha habilidad, tanto como el juego entre la experiencia erótica y la experiencia religiosa, que
se expresa a través del aliento, que no es otra cosa que la voz, ya que el
protagonista está siempre esperando que Dios le hable, en una zona de ambigüedad
que une la voz de Dios con el aliento a alcohol de sus hermanos.
Pero no sólo el Padre le resulta distante: su
propio padre también. Si el primero “habla en el silencio”, el otro no
comprende su elección, lo que lo deja muy solo y que él irá aprendiendo con
mucho dolor. Algo que cualquiera que haya atravesado ese desierto que es la
entrada en la juventud, conoce muy bien.
Publicado en Tiempo argentino, 18/2/24
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