Los cuentos de
esta autora japonesa desconocida hasta hoy entre nosotros parecieran portar en
su ADN toda una cultura del refinamiento y la crueldad al servicio de una
fantasía desbocada, de la que Hayao Miyazaki bien podría ser uno de sus
referentes.
Su personajes,
mujeres frías y delicadas, víctimas y victimarias demenciales, viven
atravesadas por un erotismo gore, como el que practica la protagonista del
cuento que da nombre al libro, cuyas fantasías sexuales ponen en escena la
atracción que los niños ejercen sobre ella tanto como su rechazo por las niñas
-atracción y rechazo, recordemos, no dejan de ser las dos caras de la
repulsión- la misma que le provoca la idea de la maternidad y que la imagen del
período menstrual como una cuna que se deshace expresa magistralmente.
La fantasía de
salirse de la propia pareja, en un intercambio proyectado, expone la tensión
fantástica que sostiene estos cuentos, con personajes dobles y fantasmáticos
que vuelven, como en los mejores relatos góticos, para atormentar y hacer gozar
a sus heroínas enfermizas.
En una
transformación del relato de Blancanieves de una sutileza exquisita, una
madrastra despiadada que guarda un secreto familiar inconfesable proyecta en su
repudiada hija el abrumador dolor de cabeza que la atosiga y que ésta padecerá
cada vez que entre en contacto con la nieve, la que se tornará, como para el
capitán Ahab, en objeto de una obsesión mortífera.
Y si de
transformaciones se trata, el relato clásico de la Bella y la Bestia tortuosamente
reformulado, en otro de los cuentos, en un triángulo sado-masoquista en el que
se replican todas las formas del abuso de poder, no apto para almas bellas.
Una mujer que ha acordado con la muerte la hora de su
deceso, deja sembradas por toda la casa notas para la futura esposa de su
marido, con la que establece un diálogo de fantasmas.
Una cura de
reposo para una convaleciente de tuberculosis es la excusa para alejarse del
marido y el lugar donde “atrapar” a su pequeño sobrino con el señuelo de salir
a buscar cangrejos.
Brutales escenas
guionadas de sadismo con niños sostienen las fantasías eróticas de estas
parejas sin hijos y de estas mujeres que, como Bacantes, pierden su yo que se
disipa (en todos los sentidos), obsesionadas hasta aniquilación.
Un verdadero
hallazgo la prosa de Taeko Kõno. Disfrutémosla antes de que sus libros terminen
en la hoguera de la cancelación bienintencionada.
Publicado en La gaceta literaria, 22/5/2022
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