Teoría de la gravedad
Frente
a la literatura del yo, la autoficción o la autobiografía (un género que tuvo,
en el siglo XVIII, su momento de gloria y que nunca se fue del todo), se
presentan estas columnas escritas por Leila Guerriero para El país de Madrid, seleccionadas con la dedicación de quien arma un
álbum de fotos familiares, y que la tienen a ella como protagonista.
Estos
textos, pequeñas manufacturas hechas con retazos de poemas y crónicas de sí
misma, trabajados con el cuidado amoroso del que ama su oficio, responden
deliberadamente a una estructura concentrada y reiterativa y conforman una
prosa poética que, sostenida en la métrica y el ritmo, tienen a la oración -en
su sentido gramatical pero también religioso- como principio constructivo.
“Aquí
yo” comienza, en forma rotunda, este conjunto de textos y mientras expone la propia
subjetividad en toda su complejidad elige incluir una cita de El amor brujo de Roberto Arlt (otro de
nuestros grandes cronistas) donde vemos aparecer el mito del escritor desheredado
que se hizo a sí mismo y construyó su lugar a pura potencia. Toda una
declaración de principios.
Con
los instrumentos del periodismo narrativo que tantas veces enumeró: saber mirar
y volverse invisible para construir una escena que produzca en los lectores un
golpe de efecto, sus textos transitan por todo el territorio de una experiencia
personal que se transforma en colectiva: los modos en que el amor se convierte
en su contrario, el equilibrio inestable entre la felicidad y la desazón, los
padres, la infancia acunada con las lecturas del Struwwelpeter, la adolescencia en un pueblo de provincia (y todo el
imaginario de la pampa como desierto y como monstruosidad), la huida a la gran
ciudad al encuentro de la vocación, la juventud alocada, la escritura “ese
bicho inhumano” como destino y como suplicio, el momento de la orfandad, el
tiempo y sus trampas, la experiencia del arte como pérdida del yo, la costumbre
y su máquina de deshumanización, la memoria como cadáveres de recuerdos, las
cuentas pendientes con ese espejo deformado que es la propia madre, el verbo “aullar”
repetido una y otra vez y toda la ferocidad de su prosa, para “venir aquí y contrabandear
poemas que escribieron otros. Después, alguna vez, salir en puntas de pie,
quedarme quieta y desaparecer.”
Y si,
como docente, impulsa a sus alumnos de periodismo a ampliar el universo de sus
lecturas y a descubrir el arte en todas sus formas, estos textos exhiben, en
los fragmentos citados de los numerosos poemas, a una finísima lectora que ha
aprendido que la literatura es el manual de instrucciones para entender cuál es
nuestro lugar en el mundo.
Quienes
conocen sus crónicas saben de lo que es capaz esta “voyeur invencible.” Esta
vez, Leila Guerriero apunta con su arma al centro de gravedad que es nuestro
propio ombligo, al fin y al cabo, lo único con lo que contamos.
Publicado en Otra parte semanal, 21/1/21
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