domingo, 21 de abril de 2019

Una chica Almodóvar


Mona

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            Un encuentro de escritores nominados a un premio literario suculento y prestigioso puede constituir el escenario perfecto para el más violento de los crímenes: el cometido contra el amor propio. Mona -una heroína dark, mundana y narcotizada- es una de las pocas escritoras sudamericanas invitada a pasar unos días junto a un grupo variopinto de escritores, personajes que, marcados en su diversidad, parecieran salidos de un espectáculo de variedades.
            Siguiendo sus fantasías erótico-paródico-eruditas-, conoce a algunos personajes de la escena literaria internacional, con quienes disfrutará, en un caso, de una sesión de sexo oral con recitado de versos borgeanos, en otro, de una masturbación de a dos a través de skype, mientras confrontan sus éxitos académicos. Una auténtica paja intelectual y una ironía filosa de una integrante bastante excéntrica de ese zoológico que es la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
            Con una prosa que centrifuga los vocablos extranjeros y los incorpora, sin bastardillas, barriendo cualquier indicio de color local, hace del cosmopolitismo su estandarte, narrando en un español ¿transhispánico? que lo desmarca definitivamente del rioplatense. Es que su protagonista se reconoce ciudadana de una comunidad global de escritores y elige vivir, sensualmente, “entre lenguas”.
            “Libro terrorífico, brillante y peligroso” se lo define en algún momento. Un verdadero cuento de hadas, en el que los signos ominosos -venidos a través de mensajes de voz, noticias policiales, moretones en el cuerpo o animales degollados- marcan, como migas de pan, el camino de Mona. Pero también es una novela de ideas desmarcadas del mainstream (como le gustaría decir a su protagonista) de la izquierda bienpensante que ha perdido su capacidad crítica. Los diálogos literarios, con momentos de altísimo vuelo, discurren sobre el futuro de la narración en tiempos de usuarios consagrados a la autoficción; la teoría francesa como origen de la posverdad; la voluptuosidad propia de la lengua española y sobre la degradada función del intelectual, reafirmando la capacidad de las ideas de impactar sobre la realidad, que en una escena de violencia doméstica, asumirá la imagen de una biblioteca de economía política cayendo sobre el cuerpo amoratado de la protagonista.
            En diálogo con una escritora freak y excesiva, Mona se define, en tanto mujer y escritora, como un ser monstruoso. Un desborde marcado en el color rojo sangre de sus labios, en las pestañas postizas, las lágrimas incontrolables o el fanatismo por los boleros que la convierten en una verdadera chica Almodóvar. De “la mujer es el negro del mundo” de Lennon, a la máxima lacaniana “la mujer no existe”, llegamos a su definición de mujer como travesti, asumiendo todo lo que tiene de artificio la construcción del género femenino.
            Dedicado a Asia (¿Argento?) modelo de mujer pública (el eufemismo con el que se nombraba a las mujeres sexualmente activas y por lo tanto, castigadas) dialoga con el movimiento #MeToo y traduce la consigna en un “dame a mí también”. Una interpretación que recupera, para el feminismo, la dimensión festiva de esa voz colectiva exaltada. Es que no hay nada más erótico que el pensamiento en acto ni más cercano al paraíso que la performance de un poeta venido de otro tiempo, recitando en latín una conocida canción popular.
            “No es sencillo ser una muchacha joven y tener talento”. No es sencillo leer esta oración sin pestañear. Pero la incomodidad es un rasgo de esta escritora que hizo su bautismo de fuego sacudiendo -un tanto- el paquidérmico campo universitario.
            Y si de excesos se trata, un final apoteósico, con un monstruo mitológico surgido de las aguas, una suerte de Moby Dick o monstruosa página en blanco frente a la cual, sucumben todos los egos.


Publicado en diario Perfil, 21/4/2019

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