De paso por
Buenos Aires (una de las tantas ciudades que a lo largo del año lo tendrá de
visita para presentar Mañana tendremos
otros nombres, el libro con el que acaba de ganar el premio Alfaguara de novela
y del cual se siente muy orgulloso) conversamos con el rosarino Patricio Pron,
uno de los muchos escritores argentinos de la diáspora que, desde Madrid, viene
construyendo una literatura que elige la lengua española como un territorio
propio, atravesado por las inflexiones de las lenguas de los países en los que
le tocó vivir.
Los
protagonistas de la novela (El y Ella), una pareja que se separa tras una
relación de cinco años, sumiéndolos en el desasosiego, comienzan un período de
introspección en el que transitan por las nuevas formas de establecer
relaciones amorosas en las que las aplicaciones para búsqueda de pareja y la
explosión del movimiento de mujeres modificó, en pocos años, entre otras cosas,
el modelo de pareja monógama como ideal.
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¿Mañana tendremos otros nombres puede ser
leída como una novela de educación sentimental?
Me complace mucho esta definición
pero en un punto sería creer que este libro tiene más respuestas que preguntas
y la incertidumbre que sienten los personajes no es muy distinta a la nuestra,
en un momento en el cual estamos transitando un régimen de moralidad idealmente
mejor que el anterior, en el sentido de que propicia relaciones menos
desiguales entre hombres y mujeres. Pero el libro lo que se propone es invitar
a los lectores a que piensen acerca del modo en que piensan las relaciones en un
momento en el cual se están discutiendo cuestiones como el consentimiento o la
supremacía de la pareja monógama y todo esto crea mucha incertidumbre. Desde
luego, es una novela en la que los personajes aprenden dentro del marco de lo
inesperado que es la experiencia amorosa. En ese sentido, las aplicaciones para
buscar pareja resultan especialmente singulares, ya que ahí las personas
consensúan qué van a hacer con lo cual, parece una negación de la experiencia
amorosa. Es increíble que hayamos entregado a las empresas que crearon los algoritmos
la potestad de algo tan íntimo y frágil como son nuestros afectos. En cuanto a
mi experiencia con estas aplicaciones, producto del largo proceso de
investigación para la escritura de la novela es que no funcionan para nadie. Lo
que se ve allí es una profunda incomunicación. Parece funcionar muy bien para
el sexo casual pero no necesariamente para encontrar pareja. Los personajes, lo
que aprenden de sí mismos y del estado actual de las relaciones amorosas, es
que su pareja, que para ambos era una especie de refugio frente a la
incertidumbre, es un campo de batalla ampliado donde se están dando las luchas
en las que participamos todos pero en las que las mujeres son abanderadas.
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La novela denuncia, de alguna manera, la
mercantilización de las relaciones amorosas, a partir de estas nuevas formas de
relacionarse a través de las aplicaciones. ¿Alguna vez las relaciones amorosas
no estuvieron mercantilizadas?
Creo que tendemos a creer que
siempre hemos amado de la misma manera. Pero el ideal del amor romántico como
rechazo al matrimonio como contrato entre familias es una invención reciente,
comenzó a cristalizarse a comienzos del siglo XX, por lo tanto, pensar esta
época como la pérdida de algo maravilloso que nos ha acompañado desde siempre
es no entender que las relaciones amorosas están atravesadas por el marco
histórico en que se inscriben y por supuesto, por la clase. Los cambios que
tanto celebramos en las relaciones amorosas están restringidos a una clase social,
no son para todos.
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¿Cómo ves a los hombres en este nuevo escenario
que se abre a partir de este nuevo movimiento de mujeres como el #MeeToo?
Es difícil para mí decirlo,
primero porque estoy rodeado de mujeres y pertenezco a una escena en que
determinadas cuestiones que se ponen de manifiesto a partir de movimientos como
el #MeeToo ya han sido resueltas aparentemente. Mis padres pertenecían a la
tercera ola del feminismo como buena parte de los militantes políticos de los
70 y nos educaron de una manera que no tenía nada que ver con el entorno donde
vivíamos, un barrio obrero del sur de Rosario y de niño siempre sentí la
inadecuación a un modelo de masculinidad que no era el que veía en mi familia. Pero
las transformaciones se están dando y sobre todo en el ámbito de las mujeres,
primero porque son las que están transformando la sociedad, reclamando la
soberanía sobre sus cuerpos y creo percibir que esto ha cambiado la forma en
que las mujeres se piensan a sí mismas y creo que hay en ellas y en las luchas
en que participan un potencial subversivo muy importante y creo que todo esto
puede generar cambios en la intimidad, cuestión que la novela pretende reflejar.
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Hiciste un doctorado en filología romana.
¿Cuánto de este saber se convierte en literatura en tu caso?
Los años en Göttingen (Alemania)
fueron muy importantes para mí, sobre todo por la experiencia de conocer otra
sociedad. Aprendí mucho y creo que afectaron mi trabajo de dos maneras: primero
produjeron efectos en mi lengua escrita al igual que en mi lengua hablada,
perdí buena parte de mi acento y algunas estructuras sintácticas del alemán
acabaron penetrando en mi escritura junto con cierto rigor analítico. Otra cosa
que fue importante para mí fue la desautomatización de los vínculos del país al
cual pertenezco y eso implica una ampliación de la perspectiva. Después de
vivir veinte años fuera de Argentina no dejo de verme como un escritor
argentino y afortunadamente así es como me leen.
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Compartís con muchos escritores del tercer mundo
el hecho de vivir, escribir y publicar lejos de tu país de origen. ¿Existe una
literatura argentina de la diáspora?
Yo creo que hay una enorme
cantidad de textos que han sido escritos por escritores argentinos fuera de su
país, comenzando por el Martín Fierro.
Rodrigo Fresán dice que no hay nada más argentino que el exterior. Yo me
identifico más con la figura del escritor argentino que vive fuera, en muchos
aspectos. La polisemia del término a la que ya se refirió Fogwill es la mejor
definición del sitio al cual yo pertenezco. Por otra parte también pertenezco a
una lengua y esa lengua es sometida a las inflexiones de las otras lenguas que
hablo y en las que he habitado. Es un problema lingüístico que cada escritor resuelve a su manera.
Está el caso de Copy que escribía en francés, el caso de Saer que recrea una
especie de lengua que se transforma en un territorio personal o el caso de
Bolaño que absorbe todas las influencias y yo me siento identificado con la
obra de Bolaño. Imagino las identidades como un sitio al que llegar y no como
un lugar de partida. Es lo que los personajes comprenden, de ahí el título de
la novela y es que los nombres a los que respondemos no son los nombres que nos
han dado nuestros padres solamente, sino los que nos dan las personas que
amamos y que se derivan de los sitios donde vivimos.
Publicado en La Gaceta Literaria, el 14/4/2019
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