martes, 16 de diciembre de 2025

Prueba de cámara

 Entrevista a Andrés Di Tella

 

El último libro del cineasta Andrés Di Tella, Prueba de cámara, del que conversó con La gaceta literaria, es un viaje a la infancia y la adolescencia, ese territorio donde se forja la identidad construida a partir de los amigos, las canciones, los libros, las inclinaciones, y a la vez, es un homenaje a las figuras que lo ayudaron a encontrar en el arte sus propias coordenadas.

 

- ¿Qué es una prueba de cámara?

Es, básicamente, filmar a una persona para ver cómo da en cámara. Y Andy Warhol tomó esa idea para hacer una serie de películas cortas. A cada persona que entraba a su famoso estudio, The Factory, él los sentaba delante de una cámara, con la instrucción de mirar hasta que se terminara el rollo, que eran cuatro minutos. Y entonces yo cuento en el libro el caso de una chica que se pone incómoda, porque cuatro minutos son eternos, y no sabe cómo posar y se empieza a poner nerviosa y le agarra un ataque de llanto y se le corre todo el maquillaje, la desesperación total, y de pronto se le pasa. En el rostro se percibe como si hubiera tenido una iluminación religiosa o un orgasmo, no sé. Esa película que yo vi de Andy Warhol a los 18 años me resultó una síntesis del potencial del rostro humano y que eso también podía ser cine.

- Sos un hijo de las vanguardias del 60 y tuviste la suerte de vivir en Londres en los 70. ¿Qué le dio a tu trabajo cinematográfico esta experiencia con la poderosa cultura inglesa?

Yo creo que más que la cultura inglesa era mi familia. Mis padres siempre vivieron rodeados de amigos y entonces en mi casa de Londres podía venir, como lo cuento en el libro, Caetano Veloso, Daniel Cohn Bendit o Fernando Enrique Cardoso, el futuro presidente de Brasil, y nosotros éramos esponjas que absorbíamos todo lo que pasaba.

-  Durante la dictadura participaste de los grupos de estudio clandestinos que hubo en Buenos Aires. ¿Cómo impactó la posdictadura en tu vida artística? 

Yo había estado en el año 79 unos meses y ahí fui de oyente a una cátedra de Enrique Pezzoni, que daba clases en el profesorado de Letras y eso fue inolvidable, esas clases fueron las mejores de mi vida. Mirá que yo estaba estudiando en Oxford, ¿eh? Después tomé clases con Beatriz Sarlo, durante los años 82, 83 y 84 y antes había estado tomando clases con Josefina Ludmer. Y esa fue la mejor época de mi vida. No, corrijo, creo que fue una época de mucha efervescencia, de descubrimientos. En ese momento era realmente fantástico saber que lo que parecía eterno se derrumbaba. Y el impacto que tuvo en mí todo lo que se empezó a develar de lo que había pasado durante la dictadura, eso fue súper formativo. Cuando hice mi primer largometraje, Montoneros una historia, en simultáneo estaba leyendo a Dostoievsky. Y bueno, era Dostoievsky pero en la vida real, como muy revelador de las contradicciones del alma humana.

- En este homenaje a tu madre, la figura de tu padre, Torcuato, está notoriamente borroneada y en cambio aparece otra figura muy diferente, la del mentor, Ernesto, un arquitecto amigo de tus padres. ¿Qué aprendiste con él?

Bueno, lo que él me transmitió a través de Andy Warhol, el concepto de kitsch. Desconfiar del buen gusto, desconfiar de lo solemne, del arte serio. Y en ese momento, a los 18 años, yo acababa de descubrir a Bergman, que me parecía la máxima expresión del cine y del alma humana y a él le parecía una grasada. Yo después con el tiempo, recupero a Bergman, pero me parece que Warhol es como alguien que te da un par de lentes para ver las cosas de otra manera. Entonces, Ernesto es un poco la síntesis de ese grupo de gente que venía a casa como Caetano Veloso que aparecía con las uñas pintadas o mi vieja, que traía a casa a los pacientes del centro de antipsiquiatría donde trabajaba. Todo eso era bastante transgresor y te hacía pensar.

- El libro es como un réquiem por la infancia y la adolescencia. ¿Es necesario hacer el duelo por el paraíso perdido para seguir adelante?

No lo había pensado. Para mí, en primer lugar, fue al revés, fue una recuperación de algo que ya estaba perdido. Entonces, cuando empecé a hacer este ejercicio de memoria, me daba miedo que no pudiera recordar tanto. Y me sorprendió cómo fui tirando de la cuerda y empezaron a aparecer cosas muy concretas. También con un poco de licencias, siempre con el criterio de armar escenas, algo que me permitió avanzar cuando me topaba con una pared del olvido. Entonces fue un poco querer recrear ese universo en el que me crié, que desapareció porque no quedó un registro de eso. También siento una especie de deuda con mi propia experiencia y también con mis padres, aunque está centrado específicamente en mi madre, que yo creo que era el alma de la fiesta.

­ - El libro narra una escena de lectura de una historieta en un idioma desconocido, que tiene como el germen de lo que sería para vos el cine que te gustaría hacer, aquel en el que el espectador entendiera a medias lo que está pasando. ¿Este sigue siendo tu proyecto estético o lo fuiste reformulando?

Buena pregunta. Viste que el proyecto estético no es necesariamente lo que hacés sino lo que te gustaría hacer. Yo creo que hoy sí es mi proyecto estético, no necesariamente lo fue. Quizás la última película, Mixtape La Pampa, sea la que más cerca está de eso, es como un ideal de una narrativa cinematográfica en la que el argumento quizás no es tan evidente. Tenés que hacer un pequeño esfuerzo para entender. Y ese esfuerzo hace al disfrute y siempre me motivó. Pensar qué quiere decir, por qué hizo eso. Ah, no sabía que se podía hacer eso.

- ¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo?

Estoy escribiendo un libro para la editorial Ampersand de mi historia como lector. Para cine, estoy escribiendo dos proyectos en simultáneo, uno de ficción, en este momento, bastante complicado de realizar, y un documental, donde la idea es volver a la India, el país donde nació mi madre, y hacer ese viaje con mis hijos, como una conversación entre un padre y sus hijos, pero dentro de ese marco, que espero poder concretar.

Prueba de cámara

Escrito al calor del final de su matrimonio, este trabajo es una novela de aprendizaje en la que su autor recupera las escenas de una infancia y adolescencia poco frecuentes, la de crecer dentro de una familia de la burguesía ilustrada cuyos nombres perviven en instituciones culturales de vanguardia, en universidades y en la historia de la industrialización del país.

En cada escena, como planos de un documental, nos encontramos frente a una confortable casa en la que se podía encontrar a Caetano Veloso o Gilberto Gil, a revolucionarios exiliados, pacientes de un centro de antipsiquiatría o a un arquitecto heterodoxo que lo arrancó de la formación clásica y le hizo empezar por el camino contrario, por el cine de Andy Warhol, y con el que descubrió el cine que era posible hacer. Y esta “universidad”, quizás más nutrida que la de Oxford, en donde estudió Letras, fue la que le dio forma a su curiosidad artística.

Profundamente conectado con la Argentina, la entrada en la juventud lo encontró en plena posdictadura, cuando el país volvía de la noche más siniestra, trabajando como periodista, desarrollando su carrera de cineasta y formando parte de la extraordinaria movida cultural de esos años.

Pero una atmósfera de melancolía rodea a esta memorabilia, cifrada en la respuesta que nunca le mandó a su mejor amigo de la infancia londinense, quien había tomado un camino opuesto al suyo y que quizás demuestre la imposibilidad de recuperar aquella época en la que fuimos tan felices.

Publicado en La gaceta Literaria, el 7/12/25

Memoria de Buenos Aires

 

A la búsqueda de tesoros patrimoniales

 


 

 




Con la certeza de que el patrimonio arquitectónico y natural es una fuente de asombro y felicidad para quienes habitan la ciudad, los autores de este trabajo, un documento ilustrado de algunas joyas patrimoniales descuidadas, también es una guía de cómo valorarlas y preservarlas.

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Del encuentro de dos apasionados por el patrimonio arquitectónico de Buenos Aires, el licenciado en paisajismo Fabio Márquez, al que entrevistamos por acá: https://n9.cl/9ovsyb y la arquitecta y artista plástica Natalia Kerbabian, la iniciadora del proyecto @ilustroparanoolvidar, quienes entusiasmaron a la editorial Futurock, nació este bellísimo libro ilustrado, un compendio de muchos de los valiosos edificios que ya no existen más en nuestra ciudad, con el propósito no sólo de documentar las pérdidas del patrimonio, sino de proponer ideas y estrategias que las eviten en el futuro.

 

Su ilustradora, Natalia Kerbabian, egresada de la UBA, es la creadora del proyecto educativo centrado en la memoria "Ilustro para no olvidar" en el que encontró la manera de unir ambas vocaciones y de expresar sus ideas sobre la arquitectura, los paisajes y objetos a través del dibujo a mano alzada. Un trabajo de gran calidad artística y a la vez comprometido con los desafíos que implica la preservación de un patrimonio irremplazable.

Edificios de departamentos, casas, petit hoteles, fábricas, usinas eléctricas, pero también veredas, calles adoquinadas, jardines, plazas, luminarias, herrajes, carteles, buzones, vitrales, cúpulas o tapas de servicios públicos, todo cae bajo la mirada atenta y amorosa de los autores de Memoria de Buenos Aires, que saben cuánta información de la historia y, lo más importante, de la vida de quienes la habitaron y habitan, guardan estos elementos patrimoniales.

El objetivo principal de este trabajo, dicen sus autores, es despertar conciencia sobre la importancia del cuidado de nuestro patrimonio arquitectónico pero también natural, porque entienden la idea de progreso como la posibilidad, para quienes habitan la ciudad, de vivir en armonía con su entorno.

Como la posibilidad de volver a disfrutar de la enorme zona balnearia que la ciudad tenía hasta el año 1975, un importante espacio de ocio para sus habitantes, que se cerró por la contaminación del río y que urge recuperar, como las riberas del Riachuelo. O los innumerables “bares de la esquina”, esos espacios de encuentro y de reconocimiento tan importantes para la vida en los barrios.

Arquitectura a cielo abierto

Y Buenos Aires, como lo demuestran los autores de este trabajo, tiene una diversidad de estilos notoria, por lo que resulta una biblioteca de arquitectura a cielo abierto: desde edificios art déco, art nouveau, beaux arts, californianos, neorrenacentistas, racionalistas, neoclásicos, neocoloniales, neotudor, iglesias neogóticas y hasta edificaciones neorrománicas como las subestaciones eléctricas de la ex empresa de electricidad Italo Argentina, hasta las famosas “casa chorizo”, que los constructores italianos copiaron de las edificaciones romanas, adaptándolas a las necesidades del lugar e inaugurando, sin saberlo, un estilo propio del Río de la Plata. De todos estos estilos encontramos edificaciones que por su singularidad o por los materiales con los que fueron construidas hoy son irremplazables. De todas ellas se ocupó la ilustradora, como una forma de homenajear en el recuerdo a esos bienes patrimoniales hoy desaparecidos.

Pero los autores también se preguntan por qué y para qué conservar: lejos del criterio museístico o del cenotafio ilustrado, se proponen advertir sobre cuánto queda por recuperar, cuidar y conservar de todo ese patrimonio que está vivo y que tenemos el derecho de disfrutar.

Para eso, enumeran todo lo que, según ellos, hace falta: un profundo relevamiento, catalogación y diagnóstico del estado actual para elaborar un plan de preservación consistente, que se podría sostener a través de alianzas entre el sector público y el privado, mecenazgos, ventajas impositivas y, especialmente, una normativa actualizada. Todo, insisten, consensuado con los vecinos y con el aporte de especialistas de diferentes disciplinas. 

La búsqueda del tesoro

            Como somos muchos los que amamos esta ciudad, acá van algunos de los espacios que, con mucho amor y convicción, fueron recuperados por vecinos, particulares y gobiernos:

- Bar El Tokio. En el corazón del barrio Santa Rita, este “bar notable” tiene una historia de amor de casi cien años con los vecinos, al punto que cuando, este año, el hijo del mítico dueño lo reabrió, dio ocasión a una fiesta barrial. (foto1)

- Casa Anda. Av. Entre Ríos 1077. Con una historia de fantasmas a cuestas, esta joya art nouveau de Virginio Colombo está en proceso de restauración, gracias a la acción decidida de organizaciones barriales que lograron frenar su segura demolición. (foto 2)

- Plaza Clemente, en Colegiales. Después de una década de lucha vecinal, se construyó este espacio verde 100% con flora nativa y un circuito educativo para aprender a colaborar con el ecosistema.

- Caminito. Gracias a la feliz idea del pintor Quinquela Martín, que en 1959 propuso a los vecinos transformar sus calles en un museo a cielo abierto, hoy es el destino turístico más buscado por los visitantes extranjeros. (foto 3)

- Usina del arte. El emblemático “palacio de la luz” que albergó el edificio de la compañía Italo Argentina de Electricidad, fue creado por el arquitecto italiano Giovanni Chiogna, con reminiscencias de un palacio florentino, cuya restauración y transformación en un complejo artístico de vanguardia llevó varios años y gestiones.

            Lo sabemos: los libros no cambian el mundo, pero quizás éste sea el puntapié inicial de una acción colectiva que, continuando el camino que muchos vienen recorriendo, logre que el Estado cumpla con el fin para el que fue llamado: administrar los recursos públicos para el bien de todos.

Publicado en Buenos Aires Connect, 5/12/25

 

Mi niñera de la KGB

             No debe haber nada más apasionante que la vida de un agente secreto y el género de espionaje, tan exitoso durante la guerra fría, supo sacar provecho de él. Pero descubrir que la amable señora que cosía la ropa y cuidaba de los niños del grupo de amigos de los padres había sido una émula de la Mata Hari, envenenado a su marido, un espía italiano, casado con Felisberto Hernández (quien le dedicó el extraordinario relato Las hortensias) y como si le faltara épica, participado activamente en el asesinato de Trotsky, excede todo lo imaginado.

            Y esta es la excéntrica historia que cuenta la escritora Laura Ramos, hija insumisa de una familia cultora de la vanguardia estética y política de los 60 (su padre, Jorge Abelardo Ramos, recordarán los más grandecitos, fue el máximo dirigente de lo que se llamó el “trotskismo nacional” y su madre, Faby Carvallo, una feminista culta y militantes del amor libre), la de la espía de la KGB Africa de las Heras, que llegó a recibir la Orden de Lenín, la máxima condecoración de la URSS, y a la que ella conoció como la entrañable María Luisa.

            Pero más allá del anecdotario familiar, la autora entendió los alcances históricos de este descubrimiento y emprendió un periplo que la llevó por Montevideo, Cuba, México, Ceuta, en el norte de Africa, donde comenzó todo, hasta Inglaterra, donde se encuentran los archivos secretos de la ex URSS, en el Churchill College.

            Dedicado a su alocada y ultramoderna madre, modelo femenino al que se opuso programáticamente y en la que descubrió más similitudes con la espía soviética de las que le hubiera gustado, se metió en cuerpo y alma en una historia que la involucraba personalmente y que la profusa bibliografía consultada respalda históricamente.

            Sigue la vida de la protagonista desde sus días en la resistencia republicana donde se destacó como una aguerrida combatiente y donde conoció a la famosa partisana Caridad Mercader, madre de quien ejecutara el asesinato de Trotsky, por otro lado, el genio tutelar de la familia Ramos. De allí, convocada por los servicios secretos soviéticos, pasó a integrar un comando paramilitar de la KGB y a infiltrarse en la retaguardia alemana en Ucrania, donde se destacó por su valentía, al punto de recibir la ciudadanía rusa. Cuando el estado soviético decidió establecer un centro de espionaje en Sudamérica, la envió a Montevideo (un verdadero “nido de espías”, según uno de los entrevistados por la autora), donde vivió y trabajó durante veinte años sin ser descubierta por ninguna agencia de Inteligencia ni por los amigos de la izquierda rioplatense, para los cuales, el descubrimiento de esta historia fue un verdadero shock.

            Si la literatura es la infancia recuperada, leemos en la dedicatoria del libro, esta investigación tan rigurosa no impide recuperar el costado literario de una figura casi legendaria que la puso frente al espejo de la experiencia personal y colectiva de una generación que se crió al abrigo de la revolución que se creía inminente.

Publicado en El Dipló, 30/11/25