lunes, 27 de octubre de 2025

Un lugar donde convertirse en naturalista

 

La asociación Aves Argentinas, una ONG con más de cien años de vida empeñada en proteger y conservar la biodiversidad de nuestro país, organiza todas las semanas encuentros, charlas y salidas gratuitas para aficionados a la observación de las aves.

 

Para participar, no es necesario ser especialista, aunque hoy cuentan con un equipo de más de cien personas en todo el país entre biólogos, técnicos, agrónomos, veterinarios y abogados dedicados al armado de estrategias para la conservación de las especies amenazadas y la creación de áreas protegidas.

Pero como creen que lo más importante es divulgar esta pasión, también ofrecen cursos y seminarios para quienes compartan el deseo de hacer del lugar donde viven un espacio de armonía con la naturaleza.

Unirse a alguno de sus Clubes de Observadores de Aves (COA), es empezar a transitar un camino que, como cuentan en esta entrevista, no se termina nunca.

 - ¿Cómo funcionan los Clubes de Observadores de Aves?

 Los COA funcionan coordinados por Aves Argentinas, pero se manejan de manera autónoma. Son más de 90 clubes en todo el país (en nuestra web está el listado) pero no hace falta anotarse a través nuestro, se pueden comunicar directamente ellos. En Buenos Aires hay uno en la Reserva Ecológica Costanera Sur, otro en la Reserva Ecológica Universitaria, está el COA de Palermo y así en todas las regiones y provincias.

Su objetivo es proponer actividades que tengan que ver con la observación de naturaleza, especialmente aves. Algunos COA hacen solo eso y otros también van a escuelas, se vinculan con autoridades para ver la posibilidad de hacer áreas protegidas nuevas, trabajan en plantaciones, hacen relevamientos de aves que se convierten en datos científicos. La verdad que es un universo muy lindo, pero el común denominador es que los COA son un espacio para que las comunidades puedan descubrir su entorno natural.

 - ¿Cuáles son los requisitos para formar parte de un COA?

 Ninguno, solamente tener ganas de hacerlo. No se necesitan conocimientos previos, todo lo contrario. Con la naturaleza el aprendizaje nunca termina, siempre te va a faltar descubrir un ave, entender un canto, es algo que dura toda la vida. Por eso, los que trabajamos en conservación, lo que buscamos es involucrar a todo el mundo en esto. Capaz no vas a ser en una guiada el que vaya identificando bichos, pero por ahí podés ser el que los encuentra. Lo lindo de las aves es que no hace falta ir a un parque nacional para verlas. En una placita de barrio o en un patiecito como este, unas cuantas especies van a aparecer.

 - La asociación se llama Aves Argentinas pero ustedes abrieron el abanico a la conservación de otro tipo de fauna.

 Sí, es parte de lo que somos. Porque, al conservar el ambiente donde están las avesconservas también el ambiente de otras especies animales y vegetales.

Como ONG el sostenimiento de nuestro trabajo depende en gran medida de los socios, pero eso no alcanza, así que también aplicamos a fondeo de fundaciones e instituciones de afuera. Y eso nos permite trabajar, porque los proyectos de conservación son realmente caros, pero más caras son las consecuencias de no proteger las especies.

 - ¿Qué podemos hacer en lo cotidiano para ayudar a esta perspectiva conservacionista?

 Tener una mirada conservacionista en la vida cotidiana es algo relativamente sencillo, que implica tener también hábitos más saludables, en todo sentido. Desde prestar atención a cuánta basura generamos o cuánta energía consumimos, hasta tener plantas nativas, que le dan refugio y alimento a un montón de, no solo aves, sino también insectos. Es una propuesta, que cada uno tenga su mini reserva ecológica en su casa, en su trabajo, que hace que cada vez seamos más los que nos preocupamos cuando descubrimos que eso está en peligro.

 - ¿Cuál es el valor de las reservas ecológicas?

 Son el reservorio de la naturaleza nativa, especialmente en ambientes degradados. Y la ciudad de Buenos Aires tiene algo prácticamente único en el mundo, que es la Reserva Ecológica de la Costanera Sur donde podés ver, en un buen día de primavera, más de cien especies de aves, a metros del Obelisco. Pensá que la Argentina tiene un número muy elevado de aves, más de mil especies, o sea, somos un lugar privilegiado para ver aves.

Y esta reserva tiene la particularidad de que, como está de cara al río, y el río mueve plantas y animales, es una autopista de vida. Entonces eso hace que lleguen un montón de especies que no vas a ver en ningún parque o plaza. Aves grandes, como los chajaes o aves rapaces. Me ha tocado guiar gente que viene de afuera y realmente alucinan, porque lo más parecido a nivel urbano y tamaño podría ser el Central Park en Nueva York, pero la cantidad de especies que podés ver acá no tiene comparación.

 - Los niños son los que tienen una relación más amorosa con la naturaleza. ¿Ustedes trabajan con las escuelas?

 Sí, a través de los COA, que muchas veces visitan las escuelas. Además, tenemos el Club de Jóvenes Naturalistas, que por ahora funciona solo en Buenos Aires, que es básicamente un grupito de nenes con sus familias que hacen encuentros en nuestra sede y también en reservas, para descubrir un poco de la biodiversidad. El último encuentro fue una clase de plástica donde dibujaron todo lo que lo que se estuvo viendo en el streaming del CONICET.

 - ¿Cómo podemos acceder a las actividades?

 Todos los jueves en nuestras redes sociales publicamos la agenda para el fin de semana siguiente de todos los COA del país y de las actividades guiadas, abiertas y gratuitas que hacemos, por ahora, en Costanera Sur.

Además, tenemos la Escuela Argentina de Naturalistas, de nivel terciario, no oficial, que lo que busca es formar gente para que aprendan a interpretar la naturaleza y poder guiar a otros. Y después tenemos los cursos, que hay de lo que quieras. De aves, de plantas, de arañas, incluso astronómicos.

 Y si bien recaudar fondos para poder sostener el trabajo es una necesidad, asumimos el compromiso de que la mayor cantidad de gente posible se involucre con el cuidado de la naturaleza. Ese es nuestro mayor objetivo.

 Publicado en Buenos Aires Connect, 9/10/2025

Premio Nóbel 2025: László Krasznahorkai


         Si bien nuestro corazón estaba con César Aira, fue una grata sorpresa saber que este año el premio Nóbel fue para el notable narrador húngaro László Krasznahorkai, del que teníamos noticia gracias a la editorial Sigilo, que publicó El último lobo y recientemente, Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río y a la española Acantilado, que publicó toda su obra traducida a nuestro idioma.

Cuentan en su biografía que después de abandonar su país en los últimos años de vida comunista, se dedicó a viajar (y a escribir), y residió en Europa, en los países de Oriente y hasta en el piso donde vivió Allen Ginsberg en Nueva York para, en una vuelta propia de su literatura, terminar recluido en las colinas húngaras de Szentlászló, donde vive hoy.

Ya desde la aparición de su primera novela, Tango satánico, en 1985, se perfiló como una figura importante del campo cultural húngaro, cuando fue llevada a la pantalla por el cineasta Béla Tarr, junto con Melancolía de la resistencia. El nuevo siglo lo consagró con varios premios importantes hasta el reciente Nóbel, por su obra que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”, dijeron los académicos suecos. Del arte como resistencia hacia donde se dirige el mundo, podríamos agregar.

 

En Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río, emprendemos un viaje, junto al protagonista, el nieto del príncipe Gengi, en busca de un monasterio abandonado en las afueras de Kioto donde, según un libro que éste leyó, se encuentra el pequeño jardín secreto más simple y perfecto que se haya construido. Una deriva onírica digna de los estudios Ghibli por un laberinto de calles que, con largas frases paratácticas, casi sin puntos, que expresan perfectamente la idea de continuo o de letanía, asistimos a la experiencia del conocimiento a través de la contemplación. Porque de lo que se trata, nos dice, es de aprender a “mirar y callar”, para abrir la percepción a esa fuente de maravillas que puede ser el mundo en lo que tiene de armonía, levedad y belleza. Como la de los pórticos y pagodas, con sus techos “curvos como alas” o los caminos de piedra ondulada que, como la ola de Hokusai, congelan la imagen de un mar bravío.

Contra la experiencia literaria de la modernidad, fragmentaria y autorreflexiva, la novela invita a dejarse absorber por la contemplación del paisaje como un todo y en la descripción detallada del trabajo sobre los materiales para la construcción del monasterio, nos pone frente al experiencia del tiempo, gran tema de su literatura.

 

Y es durante las horas perdidas en un bar de Berlín y frente a un barman húngaro que el protagonista de El último lobo, un profesor de filosofía desocupado, desgrana la historia de su viaje a la región española de Extremadura, invitado por una fundación, para que escriba sus impresiones sobre el lugar.

Creyendo que es un error acepta la invitación, mientras se pregunta qué puede escribir él sobre un lugar que desconoce. Pero el encuentro fortuito con un artículo que hablaba del “fallecimiento” del último lobo al sur del río Duero lo saca de su apatía. Pronto descubre una afinidad profunda entre ese paisaje yermo y su propia alma y se entrega a los relatos que, sin saberlo, los lugareños le cuentan sobre el final de una época que la gentrificación hará desaparecer. De un mundo campesino donde los lobos, como el que persigue a la famosa niña de capa roja, concentran los miedos de la humanidad al poder irresistible del deseo.

El relato de la cacería de la última pareja de lobos que escucha de un atribulado guarda forestal le devuelve su propia imagen de lobo estepario, último narrador de un mundo donde la literatura se desentendió de la experiencia de lo ancestral.

Una mención aparte merece la traducción del chileno Adán Kovacsics, que nos libra a los latinoamericanos del español peninsular y hace de la lectura una experiencia más que gozosa, que esperamos se repita.

Publicado en La Gaceta Literaria, 19/10/2025

Entrevista a Cynthia Rimsky

Cynthia Rimsky, la escritora chilena ganadora del último premio Herralde de novela con Clara y confusa, tiene una larga carrera literaria en la que la crónica de viajes tiene un lugar preponderante.

Dueña de una mirada que convierte cualquier pequeña historia en una experiencia lírica y a la vez política, hace del malentendido la ventana por la que observa el tiempo que le tocó vivir para poner en cuestión los relatos acerca de la identidad, la revolución o la tradición literaria. 

De su militancia contra la dictadura pinochetista, sus crónicas viajeras y su arte poética, de todo esto conversó con El País.

- Foucault decía que la condición del ser humano es el errar, en su doble acepción. ¿Cuál sería la condición del migrante, el tema de las crónicas de Poste restante

Mira, pienso que hay una especie de desposesión. Es como que uno nunca termina de agarrarse a un lugar. Siempre hay como una distancia respecto a ese lugar, nunca se abandona el estado de extranjería.

- Hay algo que se repite en los descendientes de los que migran y es que sueñan con volver a una patria que no les pertenece. ¿Qué es este viaje, una suerte de Odisea?

Yo creo que lo que hay básicamente es un relato mítico. O sea, ellos tienen un relato incompleto, lleno de agujeros y entonces uno crece con una cierta pasión por rellenar esos huecos, por querer ir a ver con tus propios ojos eso que dejaron. Pero creo que tiene que ver con el relato mítico de los marineros, con esa idea de Benjamin de que el que vuelve, vuelve para contar algo que vivió, y el escritor que mira esa historia es un doble extranjero. 

- Las zonas de frontera que recorriste hace poco más de veinte años, Israel, Medio Oriente, Ucrania, hoy son zonas de guerra declarada. ¿Hay algo allí que encontraste que pueda explicar lo que está pasando hoy? 

A mí me pasó algo personal y es que no me sentí bien en Israel. Quizás esa cosa de que ellos son los amos, con todo ese derecho de propiedad. Y para mí el judaísmo fue todo lo contrario, siempre tuvo el sentido de la errancia, justamente, de la desposesión. Entonces llegar a un lugar y ver que son los dueños y expulsan a otra gente, no me gustó. Porque yo estuve en Marruecos, estuve en Túnez, y es una cultura maravillosa. De hecho, fui a un balneario que quedaba en el límite entre Israel y Egipto y los árabes se reían de los judíos porque decían, vienen acá a fumar porro y a sentirse libres. 

Ucrania, en ese momento era un país devastado, no tenía economía, a la gente le pagaban con bonos, sin embargo, era muy alegre. Y Eslovenia, con todos esos bloques de vivienda que habían sido construidos por la clase trabajadora y que estaban siendo arrendados por artistas o gente de plata, se convirtió en un país hipercapitalista. Y pienso que ese cambio debe haber sido muy traumático para la gente.

Justamente El Futuro es un lugar extraño trata sobre la gente que había sido militante de izquierda y había luchado contra Pinochet, y que de repente, en democracia se queda sin lugar, porque todo ahora es dinero, éxito, hacer una carrera, nada de lo que interesaba cuando tú estabas en la lucha contra Pinochet. Y cuando fui a Nicaragua a conocer la revolución sandinista, y diez años después, para hacer el libro, empecé a googlear los nombres de los revolucionarios que había entrevistado, eran todos delincuentes. Nos tocó vivir la caída de la utopía. Mis libros tratan un poco sobre esa cosa generacional que nos pasó.

- En tus libros aparecen fotos e imágenes que remiten directamente a los hechos que se están narrando. ¿Qué te ofrece la crónica, el diario personal, que no te ofrece la ficción? 

Lo que a mí me pasa es que soy hiper curiosa, como que mientras estoy escribiendo ficción estoy en un estado de apertura muy grande y entra lo real. Pasa una liebre, como en La vuelta al perro, y la sigo. O sea, soy muy dispersa en un sentido y voy siguiendo mi curiosidad. Ahora estoy dando un curso de cómo los escritores construyen su mirada. Y entonces hay un módulo que es sobre observar. Y a los estudiantes les cuesta mucho observar. Es impresionante. Al tiro empiezan a poetizar. Como que creen que la observación es una tontera. Ahora, si yo veo los pelitos de tu chomba y recuerdo que ayer mi pareja me dijo que los gatos habían traído algo con plumas, por ahí en algún momento se produce una nueva imagen. Y eso es lo que más me atrae, porque si no yo me aburro mucho escribiendo “abrió la puerta, cerró la puerta.” Esta es un poco mi manera de trabajar.

- En El futuro es un lugar extraño también hay un viaje, pero al pasado de la protagonista, cuando se reencuentra con un ex preso político con el que había militado veinte años antes. ¿La revuelta estudiantil del 2011 retoma esas banderas? 

Creo que es muy diferente la forma de militar que hubo durante la dictadura de Pinochet y la revuelta, que es una cosa mucho más inorgánica, es muy distinta a lo que fue la militancia en los 80, donde los partidos eran clandestinos y sin embargo, eran los que elaboraban las estrategias como para ir uniendo estos pequeños focos de rebeldía y darles una dirección. Y creo que la revuelta fue como una reacción a la promesa del libre mercado de que todos iban a estar bien, iban a ir a la universidad, que después iban a comprar una casa, de mejoría de las condiciones económicas, que por supuesto no se produjo.

- La protagonista no recuerda absolutamente nada de su paso por el movimiento rebelde juvenil y son los otros los que se lo relatan a ella. ¿De qué trauma está hablando esta amnesia? 

Mira, yo estaba un poco cansada de esta memoria oficialista que hasta tiene un “museo de la memoria”, donde todos los luchadores eran buenos y siempre la moral estaba del lado de los combatientes. Y lo único que se recuerda de ese período es a los detenidos-desaparecidos y no quizás todos los errores que cometieron los partidos de izquierda, entonces, quería alguien que no tuviera memoria de ese período y que fuera como de a poco construyéndola con todos los agujeros, con sus contradicciones.

- El terremoto de 2010 está contado desde el interior de la cotidianidad de la gente, literalmente, y recordaba el terremoto del año 60 donde, Ariel Dorfman hablaba de cómo la sociedad chilena se organizó para ayudar a los damnificados ¿Esos dos terremotos pueden ser leídos como metáforas de los dos contextos políticos? 

Sí, claro. De hecho, después de este terremoto vino la primera revuelta estudiantil donde salieron líderes como la Camila Vallejo, porque lo que desnudó fue que las cosas no estaban bien, que era todo una cáscara. Porque hasta ese momento nosotros éramos “los jaguares de América Latina”, entonces ese terremoto resquebrajó esa fachada y la gente vio lo que había adentro que eran todos estos edificios hiper mal construidos, que se resquebrajaron enteros. Entonces, ese sueño fue lo que se agrietó en Chile.

- ¿Los movimientos revolucionarios fueron ciegos a la dimensión subjetiva de la gente? 

Yo recuerdo que en esa época nosotros hacíamos trabajo político en las poblaciones, que consistía en grupos, por ejemplo, de madres que no sabían qué hacer con sus hijos drogadictos. Incluso había un grupo de mujeres que se juntaban a hablar de su sexualidad. Era un movimiento bastante rico y diverso. El problema es cuando las cúpulas toman estos movimientos, se encaraman en los partidos políticos y toda esa riqueza se va al carajo. Entonces conversé con algunas personas que habían sido dirigentes de base en ese momento, porque quería reponer a ese personaje olvidado por la historia. Que le pasaron por encima con el sistema eleccionario, pero que durante la dictadura no luchaba para que un señor en el Senado negociara a favor de sí mismo, sino por una real democracia, por una justicia social. Pero quise reponer a esas personas con sus miedos, no con el discurso. En el fondo siento que mi literatura trata de encontrar un lugar donde ese discurso se fractura con la experiencia.

- Tu última novela, Clara y confusa, es una historia de amor bastante tóxica, entre un plomero y una artista plástica, que en un punto es la que establece el artista con su obra. ¿Ser artista es una fatalidad, una obsesión?

Yo no considero para nada que la relación entre ellos dos sea tóxica, sino que está atravesada por las dudas e inseguridades que tenemos todos en las relaciones. Creo que un artista es una persona que está, sobre todo, apasionada por su obra, entonces me preguntaba qué le pasa al otro, viéndose en un lugar lateral, que no sabe si es amado o no. 

- ¿Qué relación hay entre el oficio de reparar filtraciones y el arte? 

Lo que yo quería lograr era un personaje que abordara ese mundo como yo abordo las observaciones, con curiosidad, con sensibilidad, alguien que no solamente llega y encuentra el desperfecto, sino que mira a la gente que está viviendo en la casa para entender por qué se rompe esa cañería. Entonces, en ese sentido, fue muy intencional hacer un personaje con este oficio que es visto como muy técnico o incluso medio bruto. Porque cuando construí la casa en el campo me di cuenta de que eran oficios en los que para cada caso tienen que ir buscando una nueva solución con creatividad, como ocurre con el artista.

- Estás viviendo en un pueblo rural de la provincia de Buenos Aires. ¿Qué encontraste en este lugar tan opuesto al cosmopolitismo de una viajera libre?

Mira, yo cuando viajaba, siempre soñaba con quedarme en algún pueblo, arreglar una casita y vivir ahí. Esa era mi fantasía y viajar hoy es mucho menos atractivo porque es como que no he logrado inventar otra fantasía respecto al viaje. Este es un lugar que para mí es muy raro porque no hay ni una colina. Pero me gusta esta inmensidad que nunca había visto. Incluso creo que mi escritura antes era como de frases más cortitas y desde que estoy en la Argentina como que se explayan, como que te saliera la imaginación porque no hay dos cosas juntas. 


- El malentendido, que pareciera fundacional en tus libros, ¿es lo que está en la base de la identidad?

 

Bueno, no lo había pensado de ese modo, lo que había pensado es que escribí Yomurí en contra de Poste restante porque si aquí hay una mochilera que va en busca de su identidad, en cambio en Yomurí es una chica que encuentra rápidamente su identidad, se da cuenta que es indígena y no blanca como siempre creyó y que eso no le sirve de nada. Y bueno, al final lo tiene que destruir. Entonces me di cuenta que la identidad que ahora está tan de moda te da una ilusión de que hay algo que existe, pero no existe. Uno se va destruyendo y recomponiendo todo el tiempo, entonces me parece bien lo del error, me parece súper linda teoría. Uno cree que es alguien y funda toda una identidad creyendo en eso y resulta que no era. Y cuando se caen las verdades como con el muro, te das cuenta que no hay nada, sólo mentiras, errores, omisiones, que nunca hubo una verdad, que esa verdad era una construcción fantástica, como los frentes de las casas en Chile o como el apellido, que en cualquier aduana te lo escriben mal y se desvía su curso.

Publicado en El País, el 5/10/2025