martes, 13 de mayo de 2025

Pequeña novela de Oriente

            La crónica de un viaje a las antípodas hecha por un escritor, que además es cineasta y dramaturgo con varios premios en su haber, es un buen augurio. Y la invitación a un festival de cine en Corea para presentar su película sobre un bailarín de malambo es la excusa perfecta.

            Narrada en segunda persona del singular, a la manera de los objetivistas franceses (muchos de los cuales también eran cineastas), este viajero un poco hipocondríaco, con fobia social y un inglés bastante deficiente, encara una larga travesía que comienza en Corea -el país que ha despertado una ola de fanatismos en Occidente- que pondrá a prueba su aparato perceptivo.

            Rápidamente, la cordialidad, la suavidad en los movimientos y el medio tono que imperan en el protocolo social coreano lo hacen sentir a gusto, pero con una mirada que desacraliza el mundo del cine (no hay alfombras rojas ni glamour, pero sí, un gran despliegue ultra tecnológico y horas de aburrimiento en los sets), le baja el tono al exotismo e intenta, frente a lo nuevo (la limpieza extrema del subte de Seúl junto a las máscaras antitóxicas), no cerrar sentidos sino, simplemente, “mirar sin comprender”, como aquellos directores empeñados en seguir haciendo un “cine de autor”.

            “Este sendero es solo para que caminen los espíritus” lee en uno de los templos que visita, y sus paseos silenciosos, alejado de la comitiva lo ponen en esta senda por la que el turismo, en busca de lo típico, jamás transita.

            Conocer una ciudad futurista como Tokio le permitirá tener la experiencia de dormir en un hotel-cápsula y a la vez, descubrir las semejanzas de la noche de Tokio con el gentío y la suciedad del barrio de Once y, en el memorial de Hiroshima, cómo este “viajero cansado”, se va fundiendo con el entorno y se desoccidentaliza poco a poco.

            El proyecto de un viaje a China que se ve suspendido por la pandemia lo hace recordar, en un largo flashback, a una escritora de Shangai medio loca que conoció en una residencia de escritores en EE.UU., que le provocó el deseo de descubrir, como a un Marco Polo anti social, la China, con la que mantenía largas conversaciones en la lavandería del hotel y que se convirtió en amiga inseparable y en la verdadera “voz de Oriente”.

            Lejos de la objetividad y muy cerca de la sensibilidad poética, estas crónicas tienen el tono de delicadeza que su autor encontró en el espacio de la otredad más absoluta para nuestra sensibilidad sudamericana. Casi como el encuentro de un bailarín de malambo con un Buda.

Publicado en La gaceta literaria, 11/5/2025

jueves, 1 de mayo de 2025

Una historia si final

            Carlo Ginzburg es uno de esos pensadores difíciles de encasillar aún dentro de su propia disciplina. Doctor en Historia, fue el creador del subgénero de la microhistoria y del método indiciario que dialogaron con la “historia de las mentalidades” surgida, dentro de la historiografía francesa, en la Escuela de los Anales.

El trabajo que acaba de publicar la editorial Ampersand es una recopilación de algunas de sus intervenciones (incluido el discurso de agradecimiento por el Honoris Causa dado por la UBA en el 2023) sobre una disciplina de la que reconoce, no es especialista, la historia del arte como producción material, pero de la que, evidentemente, tiene mucho que decir.

            Para eso, recala en dos oficios que considera centrales: la anticuaria y la capacidad del conocedor de descifrar huellas e indicios y hace un recorrido por los nombres de aquellos maestros que lo llevaron a encontrar su propia senda de investigación basada en la écfrasis, la lectura de imágenes y su “traducción” al lenguaje, para encontrar el núcleo lírico o la idea que toda obra de arte expresa más allá de los recursos con los que cuenta.

            Encuentra en la figura del falsificador al historiador, en su imposibilidad de recuperar el contexto de una obra en el momento en que fue creada y frente al peligro del anacronismo, enarbola la filología, aquella disciplina que tuvo entre sus más grandes exponentes a su adorado maestro Aby Warburg, en cuya biblioteca encontró lo que tanto buscaba: una máquina de pensar.

Publicado en El Dipló, mayo 2025