domingo, 24 de noviembre de 2024

Monstruos

Monstruos 


La autora de esta crónica, con la que ganó el Mundial de Escritura del año pasado, es una periodista “de pueblo”, como se presenta a sí misma, nacida en la ciudad bonaerense de Dolores, a la que le tocó cubrir el juicio a “los rugbiers” como se los llamó, con toda la connotación de clase de este sustantivo, que tres años antes habían matado a golpes a un joven de su misma edad, Fernando Báez Sosa, a la salida de un boliche, en la ciudad de Villa Gesell de la costa atlántica.

            Peleada con el rumbo que ha tomado el periodismo, de la búsqueda de sensacionalismo, impacto emocional y clicks, se mete con un episodio policial que tuvo a la opinión pública en vilo, abroquelada y sin grietas, en el reclamo de un castigo ejemplar para los jóvenes a los que, sin sombra de dudas, calificaban de asesinos y para los que exigían su reclusión de por vida.

            Veintiséis años antes le había tocado cubrir el crimen de un colega, el fotógrafo José Luis Cabezas, cuyo impacto político sacudió a todos los estamentos del poder, mientras que el crimen de Fernando Báez golpeó en el corazón de la base social: la familia, y remitía al sentimiento más primario de la sociedad. Al reclamo popular que repetía “podría ser mi hijo”, la cronista le da una vuelta de tuerca y se pregunta si no son los agresores los que podrían ser sus hijos, poniendo en evidencia cuánto de autoindulgencia enmascara la indignación popular, mientras escribe una novela autobiográfica sobre su trabajo como docente en las cárceles, y se pregunta acerca de la distancia entre la verdad y lo que estamos dispuestos a escuchar.

            Porque mientras el crimen de Cabezas exhibía la épica del oficio de periodista, el de Báez Sosa mostraba una escena real filmada por miles de celulares y transmitida en loop: la vida y la muerte transformadas en un reality, y demostraba que el quinto poder ya no lo detenta el periodismo sino las redes sociales, con el dato de color añadido que el abogado que había defendido a los asesinos del fotógrafo fue el que esta vez representó a la familia de la víctima, un personaje mediático que acaparó las pantallas de TV durante todo ese verano.

            Y mientras la calle se poblaba de carteles que rezaban “justicia = perpetua” -lo que equivale a decir que la justicia debe ser lo que yo quiero que sea- el silencio de los acusados dentro de la sala de audiencias, como estrategia defensiva, inquebrantable, atronó los oídos de esta sensible cronista que se preguntaba, retóricamente, por la medida de la perpetuidad.

Publicado en La gaceta de Tucumán, 24/11/2024

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