Si este no es mi hogar, no tengo un hogar
El género de novelas “en el camino” (ese
modo particular del relato de viaje como sinónimo de la vida) debería tener un
lugar destacado en la literatura norteamericana. Y la última novela de la genial
Lorrie Moore se inscribe en esta tradición, aunque esta vez no se trate de
jóvenes rebeldes en fuga, sino de hombres y mujeres solitarios y maduros, en
diálogo con los fantasmas del pasado.
El
protagonista, un profesor de “contrahistoria” que enseña a sus alumnos a
desconfiar de cualquier versión de la realidad que no exhiba sus
contradicciones, visita a su hermano internado en una clínica de cuidados
paliativos, y en un intento desesperado por retenerlo a su lado, como una
Sherezade, transmuta su vida en infinitas anécdotas. La noticia del suicidio de
la que fuera la mujer de su vida lo lleva a emprender un viaje a través de varios
estados, en una travesía por ese no lugar que es el duelo, para intentar
rescatarla del “escenario macabro” que es la cabeza de un suicida y a la manera
de los teatros anatómicos del Renacimiento que se paseaban por los pueblos haciendo
del arte de la autopsia un espectáculo, emprende, con su fantasma encarnado, el
último viaje.
Narrada
en dos tiempos históricos, el de la posguerra de secesión y el de la campaña
electoral que terminó con el triunfo de Trump, la novela pone en escena todos
los mecanismos de representación y, como en un western delirante, por sus
páginas desfilarán un payaso solidario y suicida junto a todo tipo de personajes
de feria: un ex soldado cojo, fantoches, tahúres, indios y solteronas asesinas,
para desplegar todos los modos del sinsentido que pueden caber en una vida. Pero
quizás sólo se trate de la vieja noción de diálectica y la autora, con una
prosa bajtiniana, carnavalesca, donde caben lo alto y lo bajo, Shakespeare y el
teatro callejero, da forma a exquisitas metáforas y comparaciones, en una
suerte de teatro ambulante, donde el dolor por la muerte de los seres amados se
dramatiza y desdramatiza magistralmente.
Pero también es una novela de ideas,
a contrapelo, pero ideas al fin, donde no cabe ni una pizca de conmiseración
hacia aquellos hombres y mujeres incapaces de salirse del guión que su época les
tiene reservado -aunque eso incluya a las participantes de un taller de lectura
feminista- con la que su autora logra, con los jirones de unos personajes
esperpénticos, el milagro de hacernos hallar en su destrucción y podredumbre, el
delicioso aroma de la vida en toda su desesperación.
Publicado en Perfil, 28/7/24
No hay comentarios:
Publicar un comentario