Cosas que vienen y van
Conocimos
a Bette Howland cuando el año pasado la misma editorial publicó S-3, una
memoria, sobre la temporada que ella pasó en un neuropsiquiátrico, después
de un intento de suicidio, con el que dio comienzo, de la forma más descarnada
y expuesta, a su carrera literaria.
Este
segundo libro reúne tres relatos sobre esas “cosas que vienen y van”, a las que
simplemente llamamos vida, con el desparpajo y ese estilo brutal con el que
construye unos personajes memorables.
En
el primero, “Dios los cría”, despliega toda su capacidad como contadora de
anécdotas para evocar el recuerdo de su numerosa y muy ruidosa familia de
inmigrantes judíos, en la Chicago de la primera mitad del siglo pasado, cuando
el modelo de masculinidad se forjaba en el espejo de los primeros gángsters.
Plagado
de personajes hermosos, plenos y de varias capas, los vemos desfilar a partir
de sus rasgos físicos, exagerados y grotescos, como la tía Honey, cuyas caderas
le recordaban los sillones tapados con sábanas, la joven cuñada de curvas estilo
Marilyn, un ama de casa embaucada por los vendedores a crédito, el novio y su
intento de ser un chico duro (y la escena de la primera vez que tienen sexo es
sublime) o el candidato de la tía, “demasiado ambicioso para trabajar” al que,
en un paso de comedia, el miedo le hace echar a perder una operación
clandestina.
Con
una mirada intuitiva y desintelectualizada, Howland capta, en la vitalidad de los detalles y
con mucha empatía, todo lo que de espectáculo circense tiene cualquier historia
privada, cuando las tragedias se transforman en una página más del anecdotario
familiar.
En “El
viejo bromista”, una joven madre lidia con sus inseguridades mientras la vieja
niñera que cuida a su hijo no hace más que ponerlas en evidencia y encuentra en
el hombre con el que sale, un profesor de universidad bastante mayor que ella,
todo de lo que ella carece: conocimiento, autoconfianza y libertad. Y en ese
homenaje a la superioridad del hombre, encuentra el modo desviado de exponer a
esos personajes masculinos que exudan fuerza y dominio, en todo lo que tienen
de arrogantes y mezquinos.
Y “En la
vida que me diste”, la figura colosal del padre, temida y a la vez cautivante, se
resquebraja cuando un accidente doméstico lo envía al hospital, haciéndole
entender que el final de esa pareja a la que solo la unió el malentendido, está
más cerca de lo que puede soportar. Y en ese paisaje escarpado y hostil que es
la cabeza del padre encuentra la cifra de una relación atravesada por el
predominio indiscutido del patriarcado, donde los castigos físicos eran la
prueba de la propia demostración de fuerzas.
Howland
es una maestra en el arte de incorporar en su universo ficcional la realidad, tanto
en la forma de dialogar con los lectores, haciéndolos cómplice de sus
confidencias, como en la inclusión del habla familiar con largos párrafos en
itálica, ese discurso con el que estamos formateados y que ella homenajea de la
mejor de las maneras posibles.
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