La aventura sobrenatural
La pandemia (momento de extrañeza si los hubo) las encontró
encerradas, leyendo y escribiendo a cuatro manos y afiebradamente La
aventura sobrenatural: Historias reales de apariciones, literatura y
ocultismo. En ese borde de lo indecidible entre lo que existe y lo que no, es donde
eligieron poner el foco en un trabajo que desbordó los límites .
- ¿Cómo fue el trabajo que emprendieron con la cantidad descomunal de bibliografía que manejaron?
B.G. Es que no nos dimos cuenta de la cantidad descomunal
que era. Empezamos y no paramos, a medida que íbamos acumulando lecturas, nos
íbamos escribiendo, mandando mails, audios. Era muy intenso esto de compartir
el hallazgo de textos, de historias, incluso en autores muy conocidos, pero de cosas
que no se conocían. Nos metimos tanto en ese entusiasmo que de pronto me di
cuenta que había leído libros de mil páginas, como en el caso de varias
biografías de Oscar Wilde.
E.C. Nosotras decidimos hacer el libro unos días antes del
confinamiento por la pandemia, pero ya veníamos conversando de antes, entonces,
de alguna manera, el encierro nos toca a cada una con una biblioteca de base
con la que contábamos. Ahí pudimos cruzar bibliotecas y después, como pasa
siempre, los libros te van llevando a otros libros y haber contado con ese
tiempo fue el lado bueno de lo malo que estaba pasando en ese momento. Tener
todo ese tiempo flotante y muy gótico, la verdad, y ver que había una
coincidencia de todas estas personas, que estaban haciendo estas preguntas que
tenían que ver con el dolor, con situaciones límites y que esto estuviera
pasando en la pandemia.
B.G. Es gótico y hay momentos muy oscuros, pero también son momentos de mucha luminosidad de estas vidas. El hecho de la pregunta por el Más Allá, la convicción de que se podían comunicar, que podían acceder a un conocimiento, como en el caso de Yeats, resultó para mí sumamente luminoso leer eso en el contexto de la pandemia.
- En Gran Bretaña, la tierra del empirismo duro y la madre
del capitalismo industrial, surgió este movimiento espiritualista, en el que
convivieron el Museo Británico con las Escuelas de Magos, nombres como el de
Betrand Russel o Henri Bergson con la Blavatsky. ¿Cómo se explica este
cruce?
B.G. Por un lado, creo que hay una clave ahí en el
empirismo y el capitalismo. Este momento que para la historia de la literatura
se llamó el decadentismo, habla de un espíritu de época donde los artistas
sentían que se acababa una época y empezaban a mirar con ojos más críticos al
imperio británico en el mundo, al colonialismo y la explotación de las clases
más pobres. También lo podés ver en la superficie del decadentismo, en los
héroes lánguidos, como Dorian Grey que sienten que el bien y el mal se cruzan
todo el tiempo. Como que el bien no estaría asociado al progreso, eso ya está
entrando en crisis hace rato y creo que estos escritores se hacen cargo de eso,
de distintas maneras, con distintas estéticas.
E.C. No es casual, ya venía arrastrado desde el romanticismo, casi como la contracara del iluminismo, la mirada puesta en el positivismo, en lo racional, de alguna manera provoca esto como reacción, porque la ciencia y la razón capitalista no pueden dar respuesta a un montón de inquietudes que andan dando vueltas por esos años. Bueno, tampoco es casual que por esa época surge el Psicoanálisis y que esto vaya impregnando a toda la sociedad inglesa. Eso es algo que nos llamó mucho la atención, desde los escritores hasta el gran público que los seguía con mucho fervor. Y este movimiento que venía del ámbito rural aparece en las ciudades, en los salones y se extiende a toda la sociedad.
- Sorprende encontrar estos pensadores
en una época fascinada con la máquina y la productividad.
B.G. Es muy fuerte encontrarte con textos de Wilde reflexionando en contra del utilitarismo, a favor del ocio, que se afianza con ese tono crepuscular de fin de siglo.
- Ustedes recuperan escritores que han
quedado fuera del canon, que muchos lectores conocemos por primera vez leyendo
este trabajo. ¿Esta fue una estrategia deliberada?
B.G. Es que cuando los empezamos a encontrar dijimos ¡cómo
no los vamos a incluir! Sonaban en los márgenes, como el Barón Corvo o el Conde
Stenbock. Y el caso de algunas mujeres, como Vernon Lee que sonaban en muchos
textos de Henry James o de Wilde pero muy marginalmente y cuando los empezamos
a leer no podíamos creer lo buenos que eran. Había grandes escritoras no sólo
de ficción. Vernon Lee tiene una serie de libros de ensayo que no se han
traducido en su totalidad que son muy impresionantes para la época. Alguien que
se carteaba con Wells, que era una participante activa y en el momento era muy
leída, Virginia Woolf la leyó de chica, es muy sorprendente que haya quedado
fuera del canon.
E.C. La verdad que los fuimos descubriendo y con muchísima intensión decidimos que estuvieran, porque, Henry James que es “el” escritor canónico, descubrimos que toma cosas de Vernon Lee y que se las atribuyó, por eso, de común acuerdo, decidimos que estuvieran, porque fueron influyentes en su momento, a veces porque inquietaban, como en el caso de ella, una mujer que no se casó nunca, rodeada de amigas, que hablaba cinco idiomas, era excéntrica desde todo punto de vista.
- Y también muestran la parte
excéntrica u oscura de los grandes nombres como Henry James, la relación con la
hermana, esa familia endogámica.
E.C. Eso también nos llamaba la atención, que en sus biografías estaba bastante oculto, pero toda la indagación de lo sobrenatural tenía mucho peso en su vida y en su obra, lo ves en los cuadernos, las carta y en sus propias ficciones.
- Las diferentes sociedades ocultistas de la época parecen
tener un objetivo político, con toda la carga conspirativa de las sociedades
secretas. ¿Dostoievski, en Los endemoniados, está hablando de esto
también, en Rusia?
B.G. Los endemoniados se cruza mucho más con la
política, con los movimientos políticos prebolchevismo que se estaban formando.
Yo haría más el paralelo con el caso de Yeats y Maud Gonne. Yeats empieza muy
joven en la sociedad teosófica de Madame Blavatsky, de la cual sale expulsado
por exceso de experimentación, por ser demasiado activo en la búsqueda de otros
planos y él decide, junto con Maud Gonne, William Sharp, Fiona Macleod, esos escritores
celtas, fundar una logia cuya misión era resucitar a los dioses celtas para
combatir al imperio británico, entonces ahí tenés dónde se une el objetivo
político con la investigación esotérica, el folklore y la religión celta y cómo
todo esto informa la lucha de Maud Gonne que es el brazo más activo en ese
momento de la independencia irlandesa.
E.C. Lo que nosotras notamos es que mientras Yeats investigaba
y experimentaba en su propia vida con todos estos fenómenos, Maud Gonne, decide
utilizar esto para la liberación de Irlanda. Cuando por su altura la confunden
con un personaje salido del mundo de las hadas, ella toma esto para combatir.
De hecho, es la madre de uno de los grandes combatientes del IRA, también eso
es muy impresionante. Y ella, cuando ya era una mujer muy mayor, seguía
haciendo huelgas de hambre, era muy combativa. Hay algo ahí y esta decisión de
inventar algunas leyendas celtas se puede leer como estrategia para luchar
contra Inglaterra y operar a favor de la causa.
B.G. A mí lo que me resulta coincidente en esta historia es que, tanto Yeats, como estos místicos celtas creían que iba a llegar un avatar, alguien que iba a liberar Irlanda y de repente termina siendo el hijo de esta mujer, me parece que hay algo circular ahí. Y como escritora de ficción no puedo dejar de señalarlo porque es un cierre perfecto.
- Freud parece que tampoco pudo sustraerse al influjo de
estos seres fantasmáticos, y en lugar de considerarlos desde el punto de vista
de la falla en la salud mental, los utilizó para su “giro psicoanalítico”. Esa
búsqueda enfocada que se nutrió también del espíritu de época, con la que logró
desarrollar su teoría psicoanalítica ¿fue producto de ese radar que la Mitteleuropa
le dio a sus pensadores y artistas?
E.C. Nosotras lo que percibimos fue la lucha doble que tenía Freud. Por un lado, él quería que lo reconocieran como un investigador serio y acá aparece la pregunta por la seriedad, porque la academia lo ninguneaba, porque consideraba que lo que él hacía era esotérico, pero por otro lado, todos estos escritores trataban de acercarse a él y él trataba de apartarse porque no quería que lo identificaran con la superstición, pero tenía esta grandeza de reconocer que algo estaba operando como creencia y estaba entre estas dos aguas, entonces, para nosotras era como un puente. No llegamos a Jung porque nos hubiera comido el libro.
- De este lado del mundo, tuvimos a Leopoldo Lugones, gran
admirador de la Blavatsky y de los experimentos paranormales con los que
escribió unos cuentos memorables, los de Las fuerzas extrañas. ¿La
literatura es el laboratorio ideal para este tipo de ideas, para las hipótesis
más descabelladas, para las investigaciones sobre la subjetividad?
B.G. Vernon Lee tiene un ensayo sobre el sentimiento de lo sobrenatural en el arte y se pregunta por qué es tan difícil mostrar lo que siente alguien que vio un fantasma o que se comunicó con el Más Allá. Y ella responde que ese sentimiento pertenece al cuerpo y a la mente, no se percibe con uno de los sentidos. A tu pregunta yo le respondería que la literatura es el arte ideal para mostrar esto, no así la pintura, dice ella, a la que le cuesta mucho mostrar esa duda que genera ese sentimiento.
-
El club de los suicidas o el Club de los idiotas, ¿Por qué piensan que
proliferaron en esa época estas agrupaciones?
E. C. ¡Qué manía, sí! Florecían los clubes de cualquier cosa
en esa época.
B.G. Por un lado era una cosa muy de los ingleses, los clubes, todos de varones, pero lo que me gusta de este movimiento es esa cosa lúdica que es un antecedente de las vanguardias, porque si pensás en The Rhymes, el club donde estaba Yeats, o si pensás en la hermandad prerrafaelista, esa necesidad del artista de salir de lo individual, tiene el mismo componente de la vanguardia, lo lúdico y lo provocador.
- Los personajes
reales que aparecen en este libro son antológicos. Están “el hombre más malvado
del mundo”, hay parejas de hermanos que parecen salidas de la casa Usher,
relaciones enfermizas, matrimonios platónicos, jóvenes con el pelo hasta las
rodillas, en una especie de galería bizarra, donde el humor está muy presente. ¿El
oficio de narradoras se fue comiendo al de antólogas?
B.G. Nunca quisimos ser antólogas, teníamos muy claro con
Esther que no queríamos hacer un libro académico, queríamos un libro que fuera
narrativo, porque nos dimos cuenta que las historias eran demasiado buenas y no
habían sido contadas y que estaba bueno contarlas con estos hilos que las iban
uniendo. No era solo unos temas en común que compartíamos sino una mirada sobre
estos temas y fue para el lado de la ficción que también produce conocimiento.
E.C. Y el desafío era elegir por dónde entrar porque, una
vez que abrías la puerta costaba elegir qué historia contar y generalmente el
hilo estaba dado por el momento en que se cruzaban con la vida de otro
protagonista del libro. La verdad que dejamos muchísimo afuera porque hubiera
sido interminable.
B.G. Además, antologías, hay muchas, está la del cuento decadentista o Los raros, de Rubén Darío y eso, sentimos que ya estaba hecho. ¡Eran mucho más ricas las vidas!
- Este es un libro hecho a cuatro
manos que, sin embargo, tiene un estilo muy homogéneo. ¿Cómo lo escribieron,
por telepatía?
B.G. Esa sería la respuesta más fácil. Como el contacto era
muy diario, porque estábamos encerradas, nos mandábamos textos todo el tiempo,
nos leíamos, y yo siento que hubiera nacido una tercera escritura, creo que no
se parece este libro a la escritura de cada una de nosotras. Las dos fuimos
desarrollando una tercera voz.
E.C. También fueron surgiendo consignas que nos ayudaron
como, por ejemplo, no bajar línea, que se pudiera leer como no ficción, y esto
creo que atenuaba la tentación del estilo de cada una. Estaba todo al servicio
del libro.
Publicado en La capital de Rosario, 17/8/23
No hay comentarios:
Publicar un comentario