Comenzar
una carrera literaria con un libro autobiográfico sobre la propia estadía en un
neuropsiquiátrico después de un intento de suicidio, seguramente sea la forma
más descarnada y expuesta de salir al ruedo literario.
Pero
hacerlo y además, escribir uno de los mejores libros que se hayan publicado
sobre la locura (ese campo minado en el que locos y cuerdos, pacientes y
médicos se reparten los roles necesarios para poner a funcionar el dispositivo
psiquiátrico) es casi un milagro literario. Y la escritora norteamericana Bette
Howland lo llevó a cabo. Con la lucidez propia de quien la ha perdido, narra
ese punto ciego donde el sufrimiento no encuentra salida en un mundo que se ha
vuelto inhabitable. Con una adjetivación que crece y se multiplica, intenta
rodear ese pozo ciego que es el suicidio, cuando el yo, agotado, queda fuera de
servicio y descubre el hilo que atraviesa a la mayoría de los personajes en el peso
del ocultamiento en el relato familiar. “Quería abandonar esta historia
personal, sacármela de encima como una tapa de alcantarilla.”
Por su
novela desfilan criaturas alienadas que ella transforma en personajes plenos,
de varias capas y sin subrayados, frente a los psiquiatras, unidimensionales y
burocratizados, con la mirada lúcida de quien sabe de qué está hablando y que,
como Orfeo, volvió del infierno para contarlo.
Lejos de
los relatos gore de los pabellones psiquiátricos que el cine nos ha
provisto, Howland describe, desde sus primeros registros de conciencia en la
sala de emergencias hasta esa vida entre paréntesis que es una “estadía en un
loquero”, y lo narra desde un plural en el que se desdibuja hasta la
convertirse en omnisciente.
Capta, en
la vitalidad de los detalles y con mucha empatía, todo lo que de espectáculo
circense tiene una sala psiquiátrica. Las hilachas, el maquillaje corrido, el
pelo chamuscado por la plancha, las pelucas torcidas, las caras transformadas
en máscaras producto de la medicación, todas formas de lo descentrado, de un
estar fuera de lugar que es la experiencia de la alienación.
Descubre
en las voces como graznidos o en los susurros casi inaudibles de los
internados, “las voces venidas de la tumba” y en la preocupación de todos por
la falta de ropa, a aquello que une el alma con el cuerpo y que con tanto
fervor todos se empeñan en restaurar.
Howland ha
escrito uno de esos libros que no dan ganas de que terminen. La editorial
promete seguir publicándola. Que así sea.
Publicado en La gaceta Literaria, 12/2/2023
No hay comentarios:
Publicar un comentario