Okãsan
Este es el
diario del viaje que la poeta y transhumante Mori Ponsowy emprendió al Japón con
el fin de reencontrarse con su único hijo que a los veintiún años decidió
cortar definitivamente con su vida pasada y comenzar su vida adulta al otro
lado del mundo.
Escrito a
la sombra de Matsuo Bashõ, el autor del epígrafe que aparece en ideogramas kanji
(uno de los sistemas de escritura japoneses) y en escritura occidental, las
entradas de este diario narran la extrañeza de una mujer que al promediar su
vida deja a su madre anciana acostumbrada a sus cuidados amorosos para encontrarse
con su hijo, al que descubre convertido en un hombre, y que la guía enseñándole
un mundo nuevo, como hiciera ella con él unos pocos años antes. Algo de esta
extrañeza se traslada al tono de tenue delicadeza de la escritura que convierte
este diario en una suerte de texto japonés traducido a un español que no es el
rioplatense.
La autora asegura que no es su
propósito describir los lugares donde estuvo, sino “poder comunicar emociones,
maneras de estar en el mundo, modos de sentir” una cultura que no niega la
muerte, en la que vivos y muertos conviven y las tumbas se emplazan en caminos,
bosques o campos y que incluye la paradoja de una megalópolis en la que reinan
el silencio y el aire límpido y donde el orden extremo se traduce, en la mirada
de la cronista, en armonía y respeto.
Pero también es la historia de una
madre que recuerda en su hijo al hombre que amó y que descubre la enorme
riqueza de la lengua japonesa en la palabra con que él la designa, “okãsan”.
Una palabra que incluye el significado de “madre” y que lo excede en la presencia de unos
prefijos honoríficos con los que establece una distancia que protege al hijo de
la voracidad materna. En el origen, era representada con el dibujo de una mujer
con los pezones muy marcados, que con el tiempo se fue simplificando y la
autora se reconoce en “eso que fui y ya no soy más”. La mejor enseñanza sobre
el tiempo que Oriente le pudo ofrecer.
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