lunes, 1 de diciembre de 2014

Poesía del instante

Haikus de las cuatro estaciones
En las versiones de Arturo Carrera


Si nos atenemos a su definición formal, el haiku es un poema breve, casi siempre de diecisiete sílabas distribuidas en tres versos de cinco, siete y cinco sílabas con una referencia directa o indirecta a la naturaleza, y que su inventor, el poeta-monje japonés Matsuo Bashô, en el siglo XVII, describió como un camino al Zen. Pero si nos atenemos sólo al aspecto formal, el haiku será un texto poético cuya condición de posibilidad es ser un haiku, y en esta tautología, cualquiera que se someta al rigor del conteo silábico será capaz de producirlo.
Pero nada de eso encontramos en esta exquisita forma poético-existencial, que, al igual que el ideograma, enlaza, en la casi inmediatez del trazo, un dibujo con una idea. Porque es el instante, “lo que está sucediendo en este lugar, en este momento” según su iniciador, y que portará indefectiblemente las marcas del tiempo, los estados de la naturaleza, lo que lo constituye. (“El año se va / yo oculté a mi padre / mis propios cabellos grises”).
Como texto que no representa sino que designa o señala, reproduce, según Barthes, en el gesto de mostrar, el asombro infantil. (“El humo / dibuja ahora / el primer cielo del año”). Sus imágenes, más cercanas a las de las artes plásticas que a las del lenguaje, captan el movimiento que se insinúa en el gesto corporal, aquello que deviene en el instante de ser plasmado.
Ante la imposibilidad de su traducción (y sacando partido de ella), el poeta Arturo Carrera eligió hacer sus propias versiones, desatendiendo la exigencia métrica para dejarse atrapar por el ritmo, la respiración y el sonido de unos textos en los que descubre “no sólo las cosas y su sentido sino la música o pasión que alguien experimentaba por las cosas y su sentido.”
Organizado según las cuatro estaciones del año, reúne estas pequeñas joyas escritas por Bashô y sus seguidores, que puestas en serie, podrían recorrerse como un libro de estampas que prescindiera de textos. Pequeños universos (o intervalos de universos como los define en el prólogo) que se recortan del contexto, estos textos unimembres sin sujeto ni acción, grietas en el discurso de la prosa y de la narración, nos ponen frente a la “transparencia del mundo” que para su traductor, sólo el monje y el poeta son capaces de vislumbrar.
Algo de la experiencia mística se pone en movimiento con la lectura de estos haikus, la misma que la fenomenología reclamaba cuando afirmaba que la imagen poética repercute en nosotros, en aquella región que existe antes que el lenguaje, expresándonos y convirtiéndonos en lo que expresa. (“Noche larga / el ruido del agua / dice lo que pienso”).

Desaprender lo aprendido proponía Bachelard para captar la imagen poética, como forma de recuperar la sorpresa que impide que la conciencia se adormezca, porque el poema, nos recuerda, es un redoblamiento de la vida, no una copia, (“En este mundo efímero / el espantapájaros también / tiene nariz y ojos”) sino que nos hace revivir el instante de una manera nueva y pictórica y nos da la posibilidad de un nuevo choque, haciendo que la vida sea desbordada por el imagen poética, que no podrá ser explicada por aquélla ya más.

Publicado en diario Perfil, 29/11/2014

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