Colección Great ideas:
Contra
la afirmación acerca de
que la filosofía es un discurso críptico referido a cuestiones
abstractas, los editores de Penguin en el Reino Unido y más tarde
Taurus, para los lectores hispanohablantes, encararon la colección
“Great ideas”, de la que se acaba de publicar la segunda parte,
convencidos de la potencia de estos discursos que cambiaron la manera
de entender la realidad en Occidente y por lo tanto, moldearon la
realidad misma.
Darwin,
San Agustín, Cicerón, Marco Polo, Proust, Trotsky, Shakespeare,
Kant, Tagore y Maquiavelo fueron los autores publicados en la primera
serie.
En esta
segunda serie, los nombres de Rousseau, Marco Aurelio, Francis Bacon,
Hannah Arendt, Adam Smith, Freud, Lao Tse, Tomas Moro, Mary
Wollstonecraft y Lenín, nos hablan de una preocupación por definir
las formas posibles de organización política y los fundamentos de
estas prácticas.
Con un
diseño de tapa que recupera desde la impresión y la tipografía el
contexto en el que cada obra fue publicada, el orden que cada una
tiene no guarda relación con la cronología, pero la lectura del
conjunto sugiere varios recorridos posibles, uno de los cuales podría
ser el contraste entre concepciones opuestas, planteadas con la
convicción del manifiesto.
Leemos
en El contrato social de
J.J. Rousseau la justificación de la necesidad de perder la libertad
natural en favor de la protección, por parte de la comunidad, de la
propiedad individual y cómo el orden social será para el Iluminismo
el fundamento de la vida civil, basado en convenciones por las cuales
la fuerza se transforma en derecho y la obediencia, en deber,
sentando las bases jurídicas de la Revolución Francesa.
Muchos
siglos antes, probablemente en el VI a C. Lao Tse haya escrito el
Libro del Tao,
el texto que poética y fragmentariamente delineó la filosofía
taoísta en la que postula una forma de organización de la vida en
armonía con los principios de la naturaleza, en contra de la
artificiosidad de las normas que regulan las relaciones sociales que,
sostiene, sólo conducen al desequilibrio de la vida humana. Su
filosofía política incluye la dimensión cosmológica porque
entiende lo social integrado a la vida en un sentido amplio, en
sintonía con la filosofía estoica, de la que las Meditaciones
de Marco Aurelio son un exponente y que Francis Bacon en De
la sabiduría egoísta,
retoma.
El
humanismo, desde otro lugar, nutrido de la literatura de viajes que
la conquista de América le proveyó, imaginó formas de organización
posibles como espejo invertido de su propia sociedad. Utopía,
de Tomás Moro, tomando como modelo los nuevos territorios descriptos
por Vespucio, pensó un estado ideal igualitarista donde no existe el
dinero y la producción social está armónicamente orientada a
satisfacer las necesidades de todos.
Dos
siglos más tarde, un compatriota suyo, Adam Smith, en lo que se
considera el primer tratado de economía, enarboló los principios
del laissez-faire
justificando el desarrollo de las economías centrales en la libertad
sin restrcciones del mercado por parte del estado, asumiendo que es
el egoísmo lo que rige las relaciones humanas.
A
comienzos del siglo XX, podían vislumbrarse las consecuencias del
“dejar hacer” en la economía, y Lenín, en Imperialismo:
la fase superior del capitalismo,
profetizó sobre la aparición de una economía monopólica que la
concentración del capital y la producción generaría. Describió el
estado del imperialismo en ese período y advirtió sobre la
emancipación del capital financiero, del que hoy estamos viviendo
una de sus mayores crisis.
Contemporáneamente,
el principal teórico de la subjetividad, Freud, aparecía
produciendo una obra en progreso, El
porvenir de una ilusión,
un texto en el que asistimos al nacimiento de un conjunto de ideas
provisorias sobre las máscaras que el sufrimiento adopta y los modos
que esta teoría propone para desarticularlas, partiendo de la
certeza de que para los hombres es “un peso intolerable los
sacrificios que la civilización les impone para hacer posible la
vida en común”.
Unas
décadas más tarde, Hannah Arendt denunció, en su ensayo Eichmann
y el holocausto, la
connivencia con el nazismo por parte de la dirigencia sionista y
cómo, para escándalo de los bienpensantes, la crueldad más
infinita puede anidar en el cuerpo de un oscuro burócrata, es decir,
en cualquiera de nosotros.
Otra
mujer, Mary Wollstonecraft, dos siglos antes, en Inglaterra, derribó
la imagen de la mujer como “bello defecto de la naturaleza” y
reclamó para su género los mismos derechos que la burguesía tomaba
para sí en Francia en Vindicación
de los derechos de la mujer,
un texto con el que marcó el camino a las feministas inglesas.
Cinco
título más completan la colección, que esperamos lleguen pronto a
estas costas. Porque, si la guerra es la continuación de la política
por otros medios, conviene recordar que “toda batalla es, entre
otras cosas, una disputa de ideas”.
Publicado en diario Perfil 10/11/13
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