A ciencia incierta
Pocas cosas
resultan tan inquietantes como la figura de un escritor. La
literatura y el cine no han sido muy piadosos con este personaje,
definido muchas veces como egocéntrico, aislado o irascible, que
habita una zona liminar entre la realidad cotidiana y la ficción. En
nuestro país grandes narradores, clásicos del fantástico que han
trascendido nuestras fronteras -y que este autor recorre, y cita
explícitamente- se han interrogado en sus ficciones sobre el
instrumento con el que el arte intenta, infructuosamente, penetrar la
realidad.
Del escritor por encargo, improductivo
y bartlebyano del primer cuento que encuentra en el humor la grieta
por donde crear, hasta los “usurpadores de cuerpos”, uno de ellos
convocado para terminar los manuscritos inconclusos de un escritor
que retorna, empujando a su “doble” a preguntarse si el yo no es
más que una “tenebrosa ficción en primera persona”; o aquel que
a fuerza de imitar el estilo de otro escritor lo reemplaza hasta
reduplicarlo; o el presidente del jurado de un concurso que reconoce
en el cuento ganador la confesión de las infidelidades de su ex
esposa.
Pero otra figura de artista más
tenebrosa aparece en los relatos: la del científico loco, gran
manipulador, capaz de empujar a un neófito fotógrafo a un ritual
indígena que lo hará, como al protagonista de “La noche boca
arriba” de Cortázar, coexistir en diferentes tiempos históricos.
O la del artista plástico y biólogo Dr. Moret, que experimenta con
su crítico y curador, hasta convertirlo en su mejor obra.
Los macabros
personajes, en los cuentos de este autor, retornan como autómatas, y
nos recuerdan cuán inestables son las fronteras de lo que por
comodidad llamamos realidad.
Publicado en diario Perfil 10/11/13
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