lunes, 1 de julio de 2013

Los caminos de la libertad

El prisionero


Los últimos días del año 1794 es el tiempo en que se desarrolla esta novela, el del desencanto post revolucionario, luego de que la guillotina clausurara el juego político a sangre y filo. Un líder jacobino es enviado a la cárcel de Maubeuge, una fortaleza inexpugnable donde la diferencia entre cautivos y guardias resulta indiscernible, en la que comparten los placeres de la alta cocina francesa con debates sobre teología, filosofía de la historia, geometría no euclideana, política y teoría del ajedrez.
Gran lector de la historia y de las costumbres de Francia, su autor, conocido divulgador del arte del buen comer y beber, despliega en esta novela su singular estilo humorístico con un léxico trabajado por la ironía y el refinamiento del rococó.
Extraña prisión sin cerrojos ni guardias, que aloja al protagonista al cuidado de fogosas campesinas y a un grupo de extravagantes reclusos como Jean de Baudrillard, el “geómetra reversible”, un monárquico renegado, un teósofo esotérico, un sacerdote jesuita adicto a las citas en latín, un cantante lírico andrógino y libertino como el famoso marqués, convertido en un rollizo edípico y confabulador, un ex alcalde corrupto y obeso “por haber privilegiado el deleite por sobre la estética”, forman parte de una trama de conspiraciones y muerte que la partida final de ajedrez, con los jugadores con el rostro oculto por capuchas, teatraliza.

La libertad, uno de los motores de la Revolución Francesa, resulta ser, para el idealista jacobino, tan reversible como el plano de la fortaleza, palabra que mejor expresa el espíritu de un texto en el que los placeres de la carne conviven con los del espíritu. Un verdadero maridaje, diría su autor.

Publicado en diario Perfil 30/6/13

No hay comentarios:

Publicar un comentario